Héroe de dicha jornada; invasor a Occidente y
general mambí
Gloria de Cuba –y ¿por
qué no? de Hispanoamérica- en varios sentidos, celebramos ahora el 144
aniversario de su nacimiento, ocurrido en Santiago de Cuba, la capital del oriente
de la isla, el 22 de diciembre de 1858.
Aquí, en esta ciudad
antillana, Joaquín Demetrio Castillo Duany cursó aquí sus estudios primarios,
hasta 1868, en que, junto a su hermano Demetrio Rafael [Ver en este blog: “¿Comunero en
Paris? Héroe de Cuba”], fue enviado a continuar sus estudios en el Liceo de Burdeo, etapa de
su vida en que vivieron ambos las experiencias de la Comuna de París y de la
guerra franco-prusiana.
Enviado, luego, a los
Estados Unidos, para terminar sus estudios, escogió la carrera de Medicina y
Cirugía, de la que se graduó en 1880, en la Universidad de
Pennsylvania.
Entonces, se alistó
como cirujano de la Marina
de Estados Unidos, y, a la sazón, comenzó a hilar tan destacada historia
personal, que es orgullo de la posterioridad cubana...
Siempre hay
riesgos de que al enjuiciar a un personaje extraordinario, las valoraciones que
se den sobre él –por muy precisas que sean, por muy apegadas que estén a hechos
concretos, a testimonios objetivos- puedan dejar sabor a ensalzamiento
exagerado…
La
exactitud y la justicia, también, pueden aparentar apología recargada. Es el
“campo minado” por el que debe transitar quien quiera escribir –por ejemplo- de
los grandes protagonistas de nuestra historia, como es el caso del general
Antonio Maceo Grajales, de quien puede decirse -con el mayor apego posible a la
verdad- que fue el cubano de mayores y más disímiles grandezas en la historia
patria.
Porque siempre hay voces que
“cautelosamente” hacen sus reparos, vale persistir: no ha sido por la
propaganda fervorosa de un grupo de fanáticos, ni por el oportunismo de
gobiernos de turno, Mariana Grajales Cuello es la Madre de Cuba, la Madre de la Patria, desde hace más de
un siglo, primero, por la convicción de los veteranos de nuestras guerras
independentistas, que promovieron la oficialidad de tal iniciativa, y, luego, por
la voluntad de la inmensa mayoría de los cubanos, que la han distinguido como la
excelsa entre muchas sobresalientes e históricas matronas de nuestra nación.
¿Por qué -cabría
preguntarse- ella, y no, por ejemplo, Clotilde Tamayo Cisneros, la madre del
trío de generales Mármol, quien, con 5 de sus 7 hijos, estuvo en la manigua
insurgente los dos primeros años de la Guerra
Grande, la cual tuvo que abandonar por hambre, tras la muerte
sucesiva de 4 de sus vástagos?
¿Por qué no –dígase,
también- la madre del bravo entre los bravos comandante Vargas?
Hijo del
hacendado (dueño de fincas e industrias) casateniente y prestamista, Demetrio
Castillo Villamedio, y de María Guadalupe Duany Repilado, una joven
descendiente de la rica familia formada por Rafael Duany Castillo y Ursula
Repilado.
Abolengo
opulento, pues; pero igual, también, liberal, y hasta separatista, por la línea
materna, cuyos hermanos todos (Ambrosio, Andrés, Calixto, Diego, Pablo José,
Octaviano y Juan Duany Repilado) fueron miembros de la primera hornada de
revolucionarios independentistas de la ciudad; varios de ellos condenados a
muerte en rebeldía, otros deportados o huidos al exterior...
La fecha
del 10 de Octubre es, por encima de cualquier otra, la del grito de
independencia, la del inicio de nuestras guerras separatistas contra el dominio
colonial español sobre Cuba.
Sin
embargo, un día como ése, también, los cubanos debemos recordar otros
acontecimientos significativos en nuestra historia, por su relación con
personas o hechos muy relevantes para todos los cubanos.
Una tesis
peregrina del general Camilo Polavieja sostenía que, hacia 1868, Cuba era un
verdadero paraíso, y que los hijos de la isla, desagradecidos, no tuvieron razón
para levantarse contra España. Tal aserto lo fundaba en algunas realidades
estadísticas sobre evoluciones productivas y del comercio, con las que intentó ocultar,
a su vez, otras certezas opuestas –económicas y de otras índoles-, las cuales
necesitaba obviar…
Agobiados por las duras y diversas imposiciones; por otras trabas al
progreso económico, y por la falta de libertades públicas, miles de cubanos
reclamaron de la Metrópoli española, en 1865, un espacio para la reflexión
acerca de la situación de Cuba, y para que, como consecuencia, se adoptasen las
medidas convenientes e inmediatas, a fin de resolver algunos de los problemas
fundamentales de la Isla.
“La Junta de Información a que convocó (entonces) el Gobierno de Madrid
–recordaba por aquella época, uno de los más prominentes insurrectos mambises,
en 1873-, para inquirir las reformas que debían hacerse tanto en esta Isla como
en la de Puerto Rico, hicieron concebir halagüeñas esperanzas de que le
concederían algunas libertades, en cuyo concepto enviaron comisionados(...)”
Supresión del régimen de aduanas y, en su lugar, un impuesto sobre la
renta líquida que no excediera el 6%; la consideración de Cuba como una
provincia de España, con su Diputación Provincial facultada para legislar en
materia económico-administrativa; abolición gradual y con indemnización de la
esclavitud imperante en la Isla. Así podrían resumirse las demandas de los
representantes de Cuba a aquella junta.
En cambio, el 12 de febrero de 1867, dos meses y medio antes de concluir
las sesiones de esa reunión, el gobierno metropolitano dio señal inequívoca de
su negativa rotunda, al dictarse un Decreto Real que estableció el impuesto del
10% sobre la renta líquida (no el 6%, como solicitaron los comisionados) y,
como si fuera poco, sin suprimir el abrumador y arbitrario régimen de aduana vigente.
El 27 de abril del propio año 67, en la clausura de la Junta de Información, el
Ministerio de Ultramar dio a conocer que se decidía por la persistencia del
centralismo, como régimen político, fórmula sostenida allí por el tristemente
célebre español integrista Vicente Vázquez Queipo, ex fiscal superintendente en
La Habana
A decir
verdad, es un lugar al que no hay que precisarle apellido…ni “de Santo Tomás”,
ni “de Crombet”, ni “de los Mártires”. Basta que a cualquier santiaguero –donde
quiere que se encuentre- le digan: “La Placita”, y en su mente evocará ese pedacito de
la ciudad de gran tradición cultural y épica, posiblemente, también, la que más
colme de recuerdos a quienes acostumbraban a solazarse allí.
Nacida –y
“crecida”- al amparo de la iglesita de Santo Tomás...,
Sobre la
antigua calle a la que dio nombre, se alza la iglesia de Santo Tomás Apóstol de
Santiago de Cuba, con su fachada escasa de orlas, en la que rústicas letras
esculpidas en latín dan fe de su fecha fundacional; frontón singular, con su robusta
torre-campanario, abundante de aberturas, diferente a la de todos los edificios
de su tipo en la ciudad; con su atrio, no tan amplio como otros andenes de templos,
pero llamativo y acogedor; su portón de añeja madera y muy sobria ebanistería,
que remata, en su parte superior, un pequeño y modestísimo enrejado; en fin,
frente de una nave que se extiende unos 60 m. de este a oeste (hacia el recodo de la
calle San Fermín, al fondo), con sus muros de mampostería y su techado de
madera y de tejas criollas, y cuyo conjunto –no obstante la sencillez descrita-
se antoja bella postal arquitectónica de la ciudad…
Premeditaron
su muerte, pero no solo eso, sino que lo querían bien muerto, por lo que se
dieron al goce de tasajearlo, como si los autores del crimen temiesen su
inmediata resurrección, o como si las mentes y manos asesinas actuaran por
mandato de los más bajos instintos del odio.
Macheteado,
y escarnecida su figura –al trasladar su cadáver sobre un carretón inmundo-;
luego, escondieron su sepultura, temerosos de tributos e inquietudes sociales.
¿Por qué
–uno llega a preguntarse- tanta villanía, especialmente de gente que fueron
cercanos compañeros de armas, durante la última revolución separatista, en la
que, precisamente, combatieron en las lomas y llanos de la antigua provincia
villareña?
Razones no
existen; justificaciones, tampoco. Tal vez lo único que se pueda intentar es
hallar una explicación al modo en que aquellos patriotas devenidos políticos,
hicieron la carrera de asesinos, materiales e intelectuales, con título de oro…
Como en
casi todas las ciudades coloniales fundadas por España en América, las marcas
del crecimiento, o expansión, de Santiago de Cuba parecen registradas por el
surgimiento de los templos católicos y las plazas que –salvo muy raras
excepciones- les acompañaron.
Hablar de
esas iglesias, en sus variadas muestras
arquitectónicas, y de los parques o plazas –grandes, medianos o
pequeños- que les fueron propios, puede ser un modo de seguir no sólo la
puntual evolución monumental de esas preciadas reliquias de nuestra añeja urbe
y de las cuotas que, como entidades activas, pudieron haber aportado a la
moralidad y el desarrollo espiritual de sus respectivas comarcas, sino,
también, una manera concreta de referir los cambios fisonómicos de este ámbito
citadino caribeño, que ya frisa el medio milenio de existencia…
Resulta,
pues, conjugación casi simétrica la expansión de la ciudad hacia los cuatro
puntos cardinales, y la construcción de esas iglesias con sus parquecitos
aledaños, como sellos constitutivos de las nuevas barriadas.
Así, en
efecto, surgieron las iglesias de Santo Tomás Apóstol, de Nuestra Señora de los
Dolores ¿?, de Santa Lucía (todas en el primer cuarto del siglo XVIII), de la Santísima Trinidad,
de San Francisco y De los Desamparados, en la centuria siguiente.
La Alameda: el más grande y bello parque de mi ciudad
Alameda Michaelson, Santiago de Cuba 1955
La Alameda de Santiago de Cuba es un verdadero
privilegio que puede darse la visión de cualquiera de los miles de personas que
concurren a este acogedor recinto de la ciudad, en busca de solazarse.
El alma del
concurrente a este gran parque-paseo santiaguero no halla fácilmente los
límites al deleite, lo mismo si se recrea observando detenidamente este
formidable ámbito, que si lo hace reparando en los escenarios que lo rodean…
Hijo del francés Eusebio Ivonet Morín, y de la mulata
santiaguera Palmira Dofourt, nació Pedro Ivonet en la ciudad de Santiago de Cuba, el
27 de junio de 1860.
Al parecer, recibió un nivel de instrucción mayor que
el común de los de su raza; es decir, hasta vencer la primaria superior, yprobablemente el idioma francés e, incluso,
veterinaria, a juzgar por el cargo que ocupó inmediatamente después de la
guerra en la Guardia Rural.
Todo hace indicar que se vio tempranamente privado de
su madre –por deceso, abandono u otra causa posible, ¿quién sabe?, pues no hay
datos que lo confirmen-, dado que, con menos de 9 años de edad, comenzó a vivir
con su padre y su madrastra, Jacinta Hechavarría, a quien, ya adulto, en
numerosos documentos señaló como su “madre”, y cuyo apellido (Hechavarría)
utilizó como materno.
Sobre una
superficie de unos 300 metros cuadrados,
poco más o menos; justo en un recodo de la antigua y siempre populosa Calle de
las Enramadas (que aún nadie nombra por su designación oficial: José A. Saco),
entre las señaladas otrora como Calle de la Carnicería (hoy Pío
Rosado) y la de San Bartolomé (Quintín Banderas), con el segmento de fondo del
Callejón del Carmen; en fin, en uno de los puntos más céntricos que pudieran
señalarse en la ciudad, se halla este animado y sombreado recinto de Santiago
de Cuba…
A pesar de
no haber librado ningún combate militar, ninguna exitosa campaña política,
aunque no ocupó un lugar entre los afamados escritores de su tiempo ni contarse
entre los célebres de la ejercitación física; así como tampoco, de estar entre
quienes han protagonizado alguna acción espectacular para salvar la existencia
de algún ser; sin embargo de todo eso, Juan Bautista Sagarra Blez es un héroe
verdadero, de los más grandes que dio una ciudad de héroes antonomásticos, como
es Santiago de Cuba, de los indiscutibles, de los que, cuando uno se asoma a
sus biografías, siente elevación de ánimo y el deseo de imitarlos; en fin, de
los más necesarios en la vida de cualquier pueblo…
El 26 de abril de 1905 - cuarenta años
después de haber estado en esta ciudad por primera vez -, llegó el Generalísimo
Máximo Gómez a Santiago de Cuba, donde la noche no fue obstante para que
familiares, amigos y una representación del pueblo santiaguero le diera la
bienvenida.
El ilustre viajero, quien vino con su
esposa, Bernarda del Toro y su hija Clemencia, se hospedó en casa de la actual
calle Hartman (San Félix) n. 463. Intenso programa el del viejo prócer, quien –
al decir de algunos testimoniantes de la época, aunque sin demostración alguna
– se hizo una pequeña llaga en la mano, a causa de los reiterados saludos, y de
la cual contrajo una infección, estado que afectó más aún la noticia acerca de
la muerte de su entrañable compañero de la Guerra Grande, el brigadier
Rafael Rodríguez.
Puede
decirse con entera certeza que el líder independentista cubano que más elogios
cosechó y, a la vez, quien más tuvo que enfrentar prevenciones y vituperaciones
gratuitas, fue, sin duda, el general Antonio Maceo Grajales.
En la
medida en que su nombre y figura se fueron haciendo más populares en la manigua
–y hasta en el exterior-; tan pronto como fue escalando los grados más elevados
del Ejército Libertador y, por consiguiente, su influencia potencial iba
creciendo en los ámbitos de la insurrección y de los emigrados revolucionarios,
Maceo fue blanco de todo tipo de celebraciones y, también, de las más bajas
especies, que él reseñaría, entre otras, de las siguientes maneras: ----“Que de
mucho tiempo atrás, si se quiere, ha venido tolerando especies y
aseveraciones”.
-“[…]
víctima de propaganda atrabiliaria del Gobierno de usted [general Polavieja] y
de algunos cubanos.”
-“Estoy
decepcionado, hasta mis más amigos me hacen sufrir cosas horrorosas, sólo por
Cuba podría yo soportar tales crueldades.”
-“Tengo
bastante con los desengaños recibidos y con el desencanto que producen las
miserias humanas, que han sido para mí una plaga de toda mi vida.”
Contaba apenas 19 años
de edad,casi
un niño,cuando
Carlos Manuel de Céspedes y sus heroicos seguidores dieron el grito
de independencia, y cuando, respaldada por otros hacendados orientales
levantados en armas, la revolución separatista comenzó a expandirse hacia el
este. Los rebeldes tomaron Palma Soriano (1. noviembre), El Cobre (24
de noviembre) y muchos puntos estratégicos cercanos a Santiago de
Cuba. Imantado por la enorme bandera cubana que flameaba en la cima
de una de las lomas que circundan esta urbe caribeña, se fue Mayía
a ingresar en las huestes de aquellos libertadores; y fue tal su
determinación, que no valieron las razones argüidas por el padre
para regresarlo al hogar. “Si me hace pasar por esa humillación y
ese deshonor, me suicido”, dijo a su progenitor. Se iniciaba así
una de las carreras militares más sobresalientes en
la historia de Cuba. José María Rodríguez
y Rodríguez fue el segundo de los dos varones –de siete hijos en
total- que tuvo el matrimonio de José María Rodríguez Jiménez y
Carmen Rodríguez de los Espejos; una rica familia, propietaria del
ingenio Oriente (de más de 220 hectáreas y 27 esclavos de
dotación), así como también de varias viviendas en la ciudad de
Santiago de Cuba, incluida la de San Tadeo (hoy Aguilera) n.26, donde
nació el Mayía, 13 de junio de 1849. Ambiente de enfática
moral católica y holgada economía, de cultivo del saber, fue el que
prevaleció en aquella vivienda. Pequeño era cuando pudo haber
comenzado a sufrir la familia los efectos de las altas imposiciones
tributarias, razón por la que, al parecer, vendió el padre su
fábrica de azúcar y su plantación cañera -hacia 1854-, tomando
empleo en el ayuntamiento de la ciudad. Pero estos factores no
serían un obstante en la educación del joven Mayía, que cursó sus
estudios primarios y secundarios en el reputadísimo Colegio
Santiago, de su ciudad natal, cuyo claustro profesoral en aquellos
años, era comprable con los más célebres y rigurosos de su tipo en
Cuba -y allende los mares. Como hemos dicho, muy
joven se unió Mayía a la Revolución, y fue tan extensa y brillante
su trasyectoria, que el espacio de este trabajo sólo nos permite
enumerar brevemente sus muchos servicios a la patria. Primero, estuvo a las
órdenes del generales Donato del Mármol Tamayo, que lo hizo uno de
sus ayudantes, desde fines del año 68 y lo elevó al rango de
capitán, por sus méritos de guerra e inteligencia. Sirvió, luego,
bajo el mando de los generales dominicanos Luis Marcano Álvarez y
Máximo Gómez Báez; sin excluir a otros jefes como el temerario
coronel Policarpo Pineda y el general Antonio Maceo Grajales -con
quien sufrió Mayía sus dos primeras heridas en combate: el 29 de
noviembre de 1869 y el 29 de enero de 1870. Hizo la Invasión a
Guantánamo (1871), con el general Gómez, durante la cual se destacó
en combates como , Loma de la Galleta y el Cafetal La indiana. Formó parte del
contingente destinado a la Invasión de Occidente (1874-1876)
–también bajo el mando del general Gómez. En el combate de
Potrero de Naranjo (febrero de 1874) una bala le destrozó la rodilla
derecha. El médico que lo atendió le preguntó cómo quería que le
recolocase la extremidad, y Mayía le dio estas palabras por
respuesta: “Que me sirva para seguir montando a caballo”. En septiembre de 1877,
ya como teniente coronel, salvó la vida del general Antonio Maceo,
cuando éste, con múltiples heridas en su cuerpo, estaba punto de
ser capturado o aniquilado por una considerable fuerza española. Fue de los que, junto
a Maceo, protestó en Baraguá, en rechazo al Pacto del Zanjón, y a
favor de continuar la lucha, por lo que recibió su ascenso a coronel
del Ejército Libertador. Cuando cubanos tan dignos tuvieron que
capitular –porque el país y la emigración les dio la espalda-,
quedó en su Santiago de Cuba natal, donde pocos meses después era
uno de los principales organizadores de una nueva conflagración
independentista. Por esta razón, fue apresado y enviado a prisiones
en islas del Mediterráneo español, junto al brigadier Flor Crombet
y los coroneles Pedro Martínez Freire, Pablo Beola y Antonio
Aguilera, entre otros patriotas. Al obtener su
libertad, se fue a vivir a la República Dominicana, donde fundó con
la joven Manuela Pou una familia de tres hijos, y fomentó una
pequeña colonia cañera de algo menos de 1 caballería. Enterado, en octubre
de 1893, que el general Máximo Gómez era el jefe militar del nuevo
movimiento que se organizaba para hacer la independencia de las islas
de Cuba y de Puerto Rico, escribió de inmediato a su jefe, compadre
y amigo, recordándole: “Yo no soy hombre de vacilaciones ni [de]
inconvenientes cuando se trata de cumplir con el deber”. Así fue: en noviembre
de 1894, Gómez lo envió junto a Martí para ultimar los detalles
del proyecto de invasión conocido como Plan de Fernandina. Cuando
fracasó dicho plan, en enero de 1895, al descubrir las autoridades
estadounidenses las armas de los cubanos, consoló y alentó a Martí,
y lo apoyó en la decisión de llevar a cabo el levantamiento en la
segunda quincena de febrero, pese a las pérdidas y el desaliento de
muchos. En la orden de
alzamiento de 24 de febrero, junto a las rúbricas de Martí y del
representante de los revolucionarios de la zona occidental de Cuba,
Enrique Collazo, aparece la suya, firmando a nombre del general
Gómez. Luego, se dio a la
tarea de organizar su propia expedición, en la cual se enrolaron
recios veteranos, como los coroneles Francisco Pérez Garoz y
Fernando Cortiña, y el teniente coronel Buenaventura Beatón, entre
muchos otros, con el fin de desembarcar en Oriente, y unirse al
general Maceo para hacer la ya proyectada Invasión a Occidente. Por
desgracia, defectos insuperables de su embarcación lo obligaron a
sumarse a la expedición de los generales Carlos Roloff y Serafín
Sánchez, con quienes desembarcó en Tunas de Zaza (Sancti Spíritus),
el 24 de julio de 1895. En los campos de Cuba
Libre, se desempeñó como Jefe de Estado Mayor de Roloff, hasta la
llegada a Las Villas del general Gómez -por entonces en el Camagüey.
Organizó las fuerzas villareñas, comprendidas las del territorio de
Colón (actual provincia de Matanzas). Fue, sucesivamente, jefe del
3. Cuerpo y del Departamento Oriental del Ejército Libertador –esto
último por breve tiempo, pues al descubrir que era maniobra turbia
del presidente del Consejo de Gobierno contra José Maceo, renunció
a dicha investidura. Absuelto de un consejo
de guerra, al que lo sometió Gómez por presunta desobediencia,
marchó -cumpliendo una orden de este mismo jefe- rumbo a occidente,
con 200 hombres y 70 000 tiros, en cuya ruta fue sorprendido y herido
en la rodilla izquierda. Ya con los grados de
mayor general, y muerto el general Maceo, Mayía fue nombrado, a
propuesta de Gómez, jefe del Departamento Occidental del Ejército
Libertador -convirtiéndose, de este modo, en el único cubano que
ocupó la jefatura de los dos departamentos del Ejército Libertador,
en la Guerra del 95. Venciendo severos
choques y reveses, logró, al fin, llevar su pequeña fuerza hasta
los predios de la provincia habanera, donde asentó su jefatura, y
concluyó la guerra con grandes aciertos, que le ganaron la
reputación de ser un táctico sólo superado por Gómez y Maceo. Receloso de las
intenciones norteamericanas de perpetuar su dominación en Cuba, fue
de los generales mambises que exigieron la retirada de las fuerzas
interventoras, toda vez que ya estaba cumplida su misión en la Isla;
y de los que estuvo dispuesto al sacrificio mayor, si tan funesto
presagio se hacía realidad. Quienes le conocieron
con mayor intimidad, afirmaron de él: “Tanto como mandar, sabía
obedecer… Fue un hombre íntegro, honrado a carta cabal, sereno en
el juicio y en la conducta, de extensa cultura, sencillo, modesto y
desprendido en cuanto a lo material.” Murió sumido en una
gran pobreza; él, que fuera hijo de holgada familia, que llegó a
ser el tercer en jerarquía dentro del Ejército Libertador, que
tanto luchó por la independencia patria, la libertad del pueblo de
Cuba y la concordia y la fraternidad de todos los cubanos; él, a
quien Martí calificó como “el más virtuoso de los compañeros”.
En la
céntrica vía de Aguilera, a la altura de la antigua calle de la Carnicería (hoy Pío
Rosado), que la atraviesa, hay una pequeña explanada en la que abundan
trovadores y artesanos, turistas y transeúntes, y donde a la gente que llega
parece imposible escapar de una alta dosis de fascinación…
La plaza
Bacardí es, en verdad, un encanto: está entre los parques Céspedes y Aguilera, como
si pretendiese ocultarse entre sus significativas edificaciones; así pues, solo
la descubre quien, desde uno u otro punto de la ciudad, o quien, desde la calle
Heredia a Enramadas, o viceversa, transita la calle de la Carnicería y desemboca
en ella.
Cerraba
mayo de 1895, y el general Antonio Maceo Grajales aún permanecía en Bijarú,
víctima de una grave indigesta, cuyos interesantes pormenores nos han llegado por
los relatos del doctor puertorriqueño Guillermo Fernández Mascaró, médico
personal del héroe.
Allí, en
medio de su franca recuperación, se enteró Maceo de la caída heroica de José
Martí, en Dos Ríos, y creyó impostergable el proceso de institucionalizar la
revolución, que ya sobrepasaba sus tres meses de vida.
Quizás los
santiagueros no lo hayamos descubierto aún, pero este lugar es, realmente, el
recinto más espectacular de nuestra añeja ciudad: una revelación de grandes y
significativas obras, por valores propios, integradas, a la vez, a los
sentimientos y quehaceres de un mundo de gente, que se muestra a cuantos vienen
y van por las cuatro vías por las que se puede acceder a ella…
Con un
conjunto de intervenciones, ricas todas en datos y en puntos de vista -que no
sólo dieron nortes a muchas discusiones, sino pábulo también a esas polémicas
serenas y profundas-, concluyó en Santiago de Cuba el evento “1912 en la
memoria”, que auspiciado por la filial santiaguera de la UNEAC, las oficinas del
Historiador y del Conservador de la
Ciudad, de la
Unión de Historiadores de Cuba (UNHIC) y la Fundación Caguayo,
se celebró desde el pasado día 16.
La
provincia de Santiago de Cuba, epicentro de aquellas jornadas sangrientas,
conmemorará -por primera vez en todo el siglo que nos separa de aquellos
acontecimientos- el alzamiento armado del Partido Independiente del Color
(PIC), y de la injustificable matanza de miles de negros (rebeldes y pacíficos)
que siguió al erróneo levantamiento.
Trascendente,
por haber mostrado un cierto distanciamiento en el prontuario de sus
respectivos idearios políticos -en el de los tres más altos personajes de la
revolución iniciada-, La
Mejorana fue el primero de varios hechos que vendrían a
confirmar a Martí determinados indicios de una potencial disyunción en el
liderazgo del movimiento revolucionario…
Su propio Diario
de Campaña constituye fuente esencial para comprender cuanto hay de verdad
en dicho aserto, y tanto de mito –fruto de la devoción y lejos de los hechos-
en aquellas afirmaciones de su presunta elevación a la jefatura revolucionaria
de la guerra, durante la reunión del célebre trío, el 5 de mayo de 1895.
Desde los
últimos días de abril, el general Antonio Maceo tenía noticias confirmadas, no
sólo de la llegada del general Máximo Gómez y de José Martí, sino de la
cercanía de ambos, procedentes de Guantánamo.
La
información le llegó del general José Maceo, quien, el 25 de ese propio mes,
salvó a ambos líderes separatistas de caer frente al coronel español Joaquín
Bosch, pues este, con fuerzas muy numerosas a su mando, estaba a punto de
lanzarse sobre el pequeño destacamento de Gómez, Martí y otros ilustres acompañantes.
Empeñado,
sin embargo, primero, en la organización de los rebeldes orientales -a la mayor
parte de los cuales convocó para Jarahueca-, y, luego, en afrontar la ofensiva
española del general Juan Salcedo sobre él, en ese propio territorio, pospuso
Maceo su prisa de verse con Gómez y con Martí, con quienes –es evidente- quiso
encontrarse, no sin antes disponer de un cuerpo de ejército impresionante en
varios sentidos, y con el lauro de un resonante triunfo de sus armas, como lo
fue el combate de Jarahueca, el 29 de abril de 1895...
Recorrer
esta ciudad de casi cinco siglos de existencia suele resultar un paseo
impresionante, lo mismo para propios que para foráneos, si se hace con miradas
escrutadoras…
No hay un
sitio de esta urbe caribeña, efectivamente, que no nos revele algo de interés
y/o trascendencia, allá o acá, en las prominencias de las numerosas colinas o
en los recovecos de tantos hondones, sobre los cuales ella se asienta; en la
majestuosidad o en la modestia de sus obras públicas, que en memoria de sus
muchos héroes, o de sobradas acciones gloriosas o por algún otro valor
singular, hacen de Santiago de Cuba, en sí misma, una ciudad monumento.
Nacionales
y extranjeros conocedores de su enaltecedor pasado, creen que aquí deberían
abundar más las estatuas, los bustos, las tarjas y otras formas de rendir
homenaje a los próceres y valores del pasado. Es verdad, no son todas las que
merecidamente pudiera haber; sin embargo, las que existen hoy llenan de sano
orgullo a la mayor parte de los santiagueros.
Aunque casi
todas las expediciones mambisas, de las organizadas para auxiliar la Revolución del 95 en
Cuba, tuvieron que salvar muy grandes obstáculos para concretarse, las de
Flor-Maceo y Martí-Gómez parecen de las más difíciles que hubo que acometer por
entonces.
La
vigilancia extrema de los españoles sobre esos principales personajes, la
carencia de recursos –especialmente en el caso de la de Costa Rica a Duaba-, el
oportunismo de patrones y marinos, movidos por el afán de sacar ventajas extras
de cualquier acuerdo, y la mala fe de ciertos capitanes, pusieron
extraordinarios valladares a esas dos empresas, que sólo la tenacidad y el
coraje pudieron vencer, para llevarlas a feliz término...
No es
exagerado decir que -a excepción de José Martí, quien vio desde el principio su
utilidad como instrumento básico en la preparación de la nueva guerra- los
fundadores del Partido Revolucionario Cubano (PRC) miraron su nacimiento con no
poca cautela…
A 143 años de la primera
Cámara de Representantes de Cuba
No sólo
fueron el miedo a los efectos del caudillismo, del que muchos de los grandes
libertadores de las ex colonias hispanoamericanas dieron muestra, y al saldo de
tiranías en que derivaron tras conquistar la independencia de España; también
fue el temor a que en eso concluyesen la Capitanía General
de Carlos Manuel de Céspedes, o las pretensiones de otros, como Donato del Mármol
–así pues, no únicamente el afán de encantar al Norte con la copia de un Estado
como el suyo-, lo que movió a los repúblicos demócratas de la insurrección
cubana en 1868, a
crear un contén a cualquier potencial dictadura, a poner brida al poder desmedido
que pudiera ansiar el entonces virtual Presidente…
En los
elogios que habitualmente prodigamos a nuestros grandes próceres de las luchas
independentistas de los cubanos frente al yugo español, en los méritos que –sin
confirmar verdaderas pertenencias- repartimos a unos y otros, el mayor general
Guillermo Moncada Veranes suele ser uno de los grandes perjudicados…
Al margen del interés de sus
organizadores, y de la voluntad de hacerla un éxito, la expedición mambisa que
trajo desde Costa Rica hasta las costas cubanas a los Maceos, Flor Crombet,
Agustín Cebreco, Silverio Sánchez Figueras y 18 libertadores más, en la situación
de la recién iniciada guerra en la
Isla, hizo de dicha expedición invasora el desiderátum de
quienes tenían la responsabilidad de poner en Cuba a los grandes jefes mambises
residentes en el exterior.
Aunque el
Patronato hizo de la iglesia católica prácticamente una dependencia de la
realeza en todo el reino español, y de que, en concordancia con tal realidad,
buena parte del clero en sus colonias hispanoamericanas dio muestras
fehacientes de rancio y virulento integrismo, decir que el clero católico fue
un enemigo absoluto de la independencia en esa parte del mundo, parece más un
mito, persistente y repetido, que una verdad demostrable…