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jueves, 10 de octubre de 2013

145 aniversario del Grito de Independencia




Aquel grito fundó el verdadero
altar patriótico de los cubanos


No se llega al colmo de las frustraciones de un pueblo, sin que sus mejores hijos consuman la paciencia, y se lancen, resueltos y ardorosos, a conquistar el futuro de la patria. Tal fue lo ocurrido aquel 10 de octubre de 1868, en que 33 valientes, encabezados por el licenciado Carlos Manuel de Céspedes y Castillo, lanzaron el primer Grito de Independencia de Cuba…
Historia, hasta aquella fecha, de despojos, de desprecios, de iniquidades, de poderes omnímodos de los capitanes generales, de censuras, prisiones, garrotes y destierros, a duras penas soportados, por la sola esperanza de ir remedando, poco a poco, los cimientos y las formas de un régimen despótico y corrupto; historia, en fin, de aspiraciones nunca logradas, de promesas jamás concretadas, de sueños y engaños.
Querían los cubanos –en apreciable mayoría- vivir bajo el imperio de las leyes liberales que regían la existencia en la Metrópoli; querían gobierno autonómico propio, para promover tributaciones justas, que no esquilmaran sus producciones y economías; querían una solución aceptable al problema de la esclavitud; querían, habidas las cuentas, sólo una porción de sus indiscutibles derechos.
De espalda a tales reclamos, la Corona española –después de embelesar a los cubanos con la aceptación de una Junta de Información, que entonces pareció promisoria de liberalidad- les dio el retorno al más rancio poder centralizado y de mano dura, con la rehabilitación de los juicios de las Comisiones Militares; les sumó imposiciones más abusivas,  más onerosas, al punto de provocar mar de quiebras entre los hacendados criollos, y les “regaló” la pervivencia de la oprobiosa esclavitud.
Fue la cota máxima de injusticia, humillación y escarnio, que los cubanos permitieron al poder colonial, tras la disolución de la célebre junta, en los primeros meses de 1867: llovieron las disidencias y las conspiraciones, a lo largo y ancho de la isla mayor de nuestro archipiélago…
Bayamo, bajo el liderazgo del acaudalado Francisco Vicente Aguilera Tamayo, y los abogados Francisco Maceo Osorio y Pedro (Perucho) Figueredo Cisneros, fue el punto más febril, donde se constituyó el primer comité revolucionario de esos tiempos, para hacer la plena separación cubana de España, en julio de 1867. De allí salieron emisarios a varios puntos del país: a Las Villas, al Camagüey, a Holguín y a Santiago de Cuba, y pronto se estructuró –allí mismo- la Junta Revolucionaria de Oriente, bajo la dirección de esos tres próceres citados, la cual sostuvo contactos con patriotas de otros lares y reuniones conspirativas con representaciones diversas de esos sitios.
La revolución independentista era ya un hecho en la mentalidad de la parte más activa, más decisiva del pueblo. Masas de liberales-autonomistas –incluidos muchos personajes sobresalientes de dicha corriente- se convirtieron, de hecho, en separatistas, y sólo faltaba, a la sazón, los medios y fechas para hacer la guerra a los colonialistas.
Para precisar los más importantes detalles del movimiento, se realizaron numerosas juntas (reuniones), a partir de la de San Miguel del Rompe, seguida de la de finca Muñoz y en el Tejar, entre otras de mayor carácter  organizativos, y las muy apremiantes –ya en octubre de 1868- como fueron las de El Ranchón, Finca El Rosario, Sabanazo, Mijial, Buenaventura y San Miguel de las Tunas.
No fue nada fácil llegar a acuerdos generales; porque, en el trance de hallar solución, aparecían las dudas, las desavenencias, las prevenciones.
He ahí la trascendencia del rol que asumió Carlos Manuel de Céspedes, quien –a despecho de no ser el jefe de la conspiración, ni el líder en propiedad de todos los complotados- lanzó el grito de independencia patria, en aquella fecha que hoy todo cubano recuerda.
Acto calculado, de cierto, por el ilustre patricio, pues, Céspedes contó con el casi seguro apoyo de algunos cubanos, prácticamente alzados en armas, no solo en Manzanillo, sino también en Tunas y Holguín; así como también con la muy posible adhesión de hombres tan resueltos a tomar las armas desde ya, como eran los casos de Donato del Mármol, Perucho Figueredo, y aun el propio Francisco Vicente Aguilera, hombre desinteresado, patriota e independentista a toda prueba.
Asimismo, igualmente seguro que contó con el momento propicio, aprovechando la revuelta republicana en la Península y el Grito de Lares, en la hermana y cercana Puerto Rico, acontecimientos de los cuales –es cosa probada- tuvo noticias previas a su levantamiento en el ingenio Demajagua.
Que no todos aceptaron el gesto de Carlos Manuel y de los manzanilleros: cierto; que, incluso, provocó discordias que duraron hasta el fatídico 27 de octubre de 1873, cuando este fue destituido por la Cámara de Representantes; cierto, también. Mas, aquel heroico alzamiento y la gloriosa declaración de independencia de Cuba, que dio pábulo a aquella gesta de casi diez años; aunque no nos trajeron la independencia ni la libertad anheladas, en esa campaña; alcanzaron, sin embargo, el mérito indiscutible de fundar el primero entre los más genuinos altares del patriotismo cubano, sin el cual hubiese sido impensable –al menos, así como aconteció- el resto de nuestra digna historia patria…