Una tesis
peregrina del general Camilo Polavieja sostenía que, hacia 1868, Cuba era un
verdadero paraíso, y que los hijos de la isla, desagradecidos, no tuvieron razón
para levantarse contra España. Tal aserto lo fundaba en algunas realidades
estadísticas sobre evoluciones productivas y del comercio, con las que intentó ocultar,
a su vez, otras certezas opuestas –económicas y de otras índoles-, las cuales
necesitaba obviar…
La historia
muestra una perfecta simetría: en la misma medida en que la economía de Cuba
era más y más floreciente, resultaba más y más expoliada por la Metrópoli española, con
un enmarañado y paradójico engranaje de imposiciones tributarias; y así, en la
misma proporción en que, por tal razón, la Isla se hacía más y más imprescindible para el
sustento material de España, más intentaba el reino asegurar el yugo alrededor
del cuello de los cubanos, con el afán de preservar su emporio.
Explotados
inicuamente, excluidos de los verdaderos factores de poder en su país; forzados
a mantener la obsoleta institución de la esclavitud, que ya estaba siendo un
pesado fardo para la economía de la clase propietaria, e insoportable, lo mismo
para los negros que la sufrían que para los ya que se habían librado de ella;
en fin, ahogados casi, en lo material, y despreciados moralmente, el elemento
criollo de Cuba no solo aceleró su diferenciación psicológica de elemento
español, sino, también, comenzó demandarle a la Corona mejoras, en todos
los ámbitos de la vida.
Pero fue
una crónica repetida: a toda tragedia de sus súbditos, la Corona contestó con
indiferencia; a cada solicitud, con una negativa; a cada argumentación, con una
contrapropuesta soberbia y obtusa, y, a cada insistencia, con mayor despotismo.
Llegó el
momento -podría fecharse hacia los años de 1840- en que las peticiones desoídas
se tornaron inconformidades frecuentes, y estas se tradujeron en iniciales
conspiraciones revolucionarias por toda Cuba, que el gobierno colonial ahogó
con profusión de sangre, prisiones y destierros entre los complotados. Pero, pese
al eficiente espionaje español, de los restos de un complot, surgía otro, y del
cadáver de éste, una conjura nueva…
No eran mayoría,
pero sí un núcleo que marcaba una pauta sobre el tapete, para resolver los
problemas del país.
La mayor
parte de los hacendados y profesionales criollos de la Isla , sin embargo, creían aún
en la racionalidad de la
Metrópoli española, y en lo factible, por tanto, de pedir
reformas. Así, en 1865, ante la acuciante crisis, recogieron 25 000 solicitudes
para que La Corona
convocase una Junta de Información sobre Cuba y Puerto Rico, para que sus
comisionados impusieran al gobierno peninsular de todo lo que les dañaba, y de consejos
sensatos para resolverlos.
Fue la
última ilusión: “Con el resultado obtenido […] _diría luego uno de líderes separatistas_
otro desengaño más vino a comprobar a los cubanos que no tenían nada que
esperar de España […]”
En efecto,
se puede remedar a Lincoln, y decir: Si un pueblo se yergue, y afirma y repite
una y otra vez que dos más dos son cuatro, no hay un argumento –o fuerza- lo
bastante poderoso como para detenerlo.
Así, cuatro
meses después de aquel estruendoso fracaso de la Junta de marras, en agosto
de 1867, se constituyó el Comité Revolucionario de Bayamo, el cual envió
comisionados separatistas a casi toda la Isla , a fin de concertar un movimiento nacional
revolucionario, a través de logias francmasónicas irregulares del Gran Oriente de
Cuba y las Antillas (GOCA), para generar una guerra por la independencia de
Cuba.
En
progresión, el 28 de julio de 1868, se reunieron en San Miguel El Rompe (Tunas)
representantes de esa zona, de Bayamo, Holguín, Jiguaní, Santiago de Cuba y
Manzanillo, y dos comisionados del Camagüey. Los dos principales acuerdos
fueron: fundar la Junta Revolucionaria
de Oriente, encabezada por Francisco Vicente Aguilera, y llevar a cabo el
alzamiento para el 2 de septiembre de ese año, a lo cual se opusieron los
camagüeyanos, y que fue tema de sucesivas discordias; de puja entre quienes
pretendían el inmediato alzamiento, y los que querían retardarlo, para, con el
saldo de la zafra cañera, obtener recursos para armarse y municionarse.
Muchas conferencias
conspirativas tuvieron lugar, en lo adelante, buscando un acuerdo unánime o
mayoritario. Las más notorias: la ya citada de San Miguel, la de finca Muñoz
(Tunas), el 3/9/68; El Tejar (Holguín, dias después), las de Santa Gertrudis y
el Ranchón de Caletones (Manzanillo, 2 y 3/10/68, respectivamente); a las que
siguieron: la de Sabanazo (cerca de Holguín, por esas fechas), la del Rosario
(Manzanillo, 5/10), Buenavista I (entre Holguín y Tunas, 7/10), Enseibas de
Cabaniguán y Ventorrillo (Tunas, 8 y 9/10, respectivamente) y Buenavista II (11/10/1868).
También,
del 14 de agosto al 15 de septiembre de 1868, pretextando fundar
corresponsalías para el periódico habanero El País, que dirigía,
recorrió la Isla Francisco
Javier Cisneros Correa, con vistas a organizar, por su cuenta, un
pronunciamiento armado, que fue aliento para los ya involucrados en el
movimiento separatista y facilitó el futuro apoyo de los habaneros al estallido
de la revolución…
Mas,
volviendo a las juntas celebradas: si en El Rompe se acordó el alzamiento para
el 2 de septiembre; en la finca Muñoz, se postergó para enero del 69, por proposición
de los camagüeyanos; sin embargo, en el Ranchón de Caletones, bajo presión de
“alzamiento inmediato”, por parte de los manzanilleros, Aguilera propuso el 24
de diciembre, con la cual no convinieron tampoco los manzanilleros, quienes, en
la finca Rosario, dos fechas después, decidieron alzarse ya, y, desbordando a la Junta Revolucionaria
de Oriente, acordaron allí crear una Junta Revolucionaria de la Isla de Cuba, así como
también nombrar a Carlos Manuel de Céspedes capitán general y General en Jefe
del ejercito revolucionario.
Al margen
de lo acordado por los manzanilleros, en Sabanazo y Buenavista I, tuneros,
jiguaniceros y algunos de Santiago y el Camagüey acordaron alzarse del 13 al 14
de octubre, algo que Francisco Vicente Aguilera no sólo aceptó, sino que
determinó apoyarlos, aunque Bayamo no los secundaba.
De hecho,
estaban alzados en armas, desde semanas antes, varias personalidades orientales
en Holguín, Tunas y Manzanillo, con decenas de seguidores.
Así pues, cuando
supieron Aguilera y Céspedes de las intenciones de las autoridades coloniales
en Manzanillo de apresarlos, supo este ultimo de la alta probabilidad de contar
con respaldo fuera de la jurisdicción manzanillera, aprovechando, por demás, la
“Revolución de Septiembre” en España) y el Grito de Lares en Puerto Rico.
Después de
algunas acciones ocurridas el día 9 de octubre, al amanecer del 10, llegó
Carlos Manuel a su ingenio Demajagua, donde reunió a sus hombres y proclamó la Independencia de
Cuba, en su célebre “Manifiesto de la Junta Revolucionaria
de la Isla de
Cuba a sus compatriotas y a todas las Naciones”.
De allí,
salió a Palmas Altas, donde dio la libertad a sus esclavos, y se fue a tomar el
poblado de Yara (el11/10 de octubre), donde, por imprevista llegada de una columna española, tuvo
su primera derrota, altamente depresiva, pero de la que se repuso con auxilio
del dominicano Luis Marcano y de Jaime Santiesteban, para lanzarse a la toma de
Barrancas y de Bayamo.
Mientras,
el 13 se alzó Las Tunas; ese propio día,
Donato del Mármol tomó los poblados de Baire, Santa Rita y Jiguaní. El 14, se levantó
Holguín, y ese mismo día aparecieron las primeras partidas rebeldes en la jurisdicción
de Santiago de Cuba.
Aquella
gesta fue prontuario de muchos sueños y metas liberales irrealizados, de
aspiraciones conculcadas, de esperanzas frustradas. Fue mucho más: expresión
romántica de quienes –ricos y pobres- libres y esclavos-, tras diagnóstico de los
males del país, escogieron ese día y ese modo para ponerle remedio.
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