Pareciera que
aquel trascendente acontecimiento fue resultado solo de conversas y
convenciones fructuosas y felices. Y sí, esa ha sido la visión de larga data con
que se dibujó nuestra insurrecta asamblea fundacional, desde el acta misma del
evento –divulgada por el constituyente José María Izaguirre-, en la que se
refleja el nacimiento oficial, en los llanos de Guáimaro (Camagüey), de la
república democrática cubana.
Más allá de las
emotivas anécdotas narradas en esa memoria sobre ese extraordinario suceso,
que algunos han visto únicamente como la fórmula adoptada para acentuar los esfuerzos
con que obtener del gobierno de los Estados Unidos el reconocimiento de nación
beligerante, con la consiguiente ayuda material y diplomática, entre otros
posibles beneficios; más allá de tal verdad, es igualmente cierto que, detrás de tan edulcorada y reductora versión, se soslaya que Guáimaro
fue un parto sin fórceps, pero largo y trabajoso; una creación muy anterior a
aquellas tres fechas (10, 11 y 12 de abril de 1869) de tan intensas –y no pocas
veces tirantes- sesiones, con las cuales no solo se materializó el ideal de
buena parte de los protagonistas de dicha Constituyente, sino, también, en las
que hallaron desenlace legal, al fin, dos urgentes alternativas de la joven revolución.
A saber: dictadura o democracia, y predominio oriental o del campo rebelde
restante, liderado por el Camagüey…