Pareciera que
aquel trascendente acontecimiento fue resultado solo de conversas y
convenciones fructuosas y felices. Y sí, esa ha sido la visión de larga data con
que se dibujó nuestra insurrecta asamblea fundacional, desde el acta misma del
evento –divulgada por el constituyente José María Izaguirre-, en la que se
refleja el nacimiento oficial, en los llanos de Guáimaro (Camagüey), de la
república democrática cubana.
Más allá de las
emotivas anécdotas narradas en esa memoria sobre ese extraordinario suceso,
que algunos han visto únicamente como la fórmula adoptada para acentuar los esfuerzos
con que obtener del gobierno de los Estados Unidos el reconocimiento de nación
beligerante, con la consiguiente ayuda material y diplomática, entre otros
posibles beneficios; más allá de tal verdad, es igualmente cierto que, detrás de tan edulcorada y reductora versión, se soslaya que Guáimaro
fue un parto sin fórceps, pero largo y trabajoso; una creación muy anterior a
aquellas tres fechas (10, 11 y 12 de abril de 1869) de tan intensas –y no pocas
veces tirantes- sesiones, con las cuales no solo se materializó el ideal de
buena parte de los protagonistas de dicha Constituyente, sino, también, en las
que hallaron desenlace legal, al fin, dos urgentes alternativas de la joven revolución.
A saber: dictadura o democracia, y predominio oriental o del campo rebelde
restante, liderado por el Camagüey…
UN RECUENTO
IMPRESCINDIBLE
Las terribles
secuelas del caudillismo hispanoamericano, aun antes de que dichos pueblos
accedieron a la independencia, fueron lecciones asumidas por lo más granado de
la juventud cubana en tiempo muy anterior al estallido del Grito de Yara, que
se hizo adicto furibundo del ideal democrático.
Ejemplos
cimeros de tal tendencia fueron Ignacio Agramonte y Antonio Zambrana, cuyas
tesis doctorales para egresar como abogados de la Universidad de la Habana , fueron justamente
contra todo tipo de poder centralizador; proposición que fundamentaron con
abundantes razones.
Lo era,
igualmente, Salvador Cisneros Betancourt, que no solo renunció al marquesado
que legítimamente había heredado, tanto por sus convicciones separatistas como
por su aversión a la monarquía y filiación democrática, al punto que siempre
sostuvo que prefería que Cuba siguiera bajo el yugo español, antes que cayera
bajo la tiranía de cualquier compatriota que la hiciera libre de la Metrópoli.
Evidentemente,
no fueron los únicos concomitantes con esas ideas dentro del bando
independentista cubano, tras el 10 de octubre de 1868, que encontraron sólidos
aliados entre aquellos orientales que encontraron motivos suficientes para
desconfiar del Héroe de la
Demajagua y de la
Toma de Bayamo, lo mismo por haberse alzado desconociendo la
autoridad de la Junta Revolucionaria
de Oriente, que por haberse proclamado capitán general y jefe superior de la Junta y del Ejército
revolucionarios resultantes, y entre quienes cabe señalar a: Tomás Estrada Palma, José A. Milanés,
Jesús Rodríguez y varios otros.
Pero Carlos
Manuel de Céspedes había alcanzado entonces la cima de la gloria. Además de ser
el primero en levantarse en armas, y de tomar pocos días después a Barrancas y
Bayamo, tuvo el respaldo ocasional de otros líderes, que aportaron a los
méritos del jefe revolucionario el asalto de importantes localidades, como Las
Tunas y Holguín, y la conquista de otras poblaciones; tales como: Baire, Santa
Rita y Jiguaní; la derrota de las fuerzas españolas enviadas a la reconquista
de Bayamo, específicamente en el paso del arroyo de Babatuaba y, especialmente,
en Baire, donde, tras la derrota del coronel español Demetrio Quiroz, las
fuerzas revolucionarias derrotaron sucesivamente a las tropas de dicho
entorchado, y liberaron Palma Soriano, El Cobre y casi toda la jurisdicción de
Santiago de Cuba y parte de la de Guantánamo, con extensión de la guerra hasta
la comarca Baracoana, en el extremo este de la isla.
Dicho de modo
más concreto: el prestigio de Carlos Manuel de Céspedes era tal a la sazón,
tanto dentro como fuera del país, que sus opositores hicieron mutis, y le
dejaron disponer... Pero, cuando, en el surco de algunas pocas semanas, todas
esas conquistas de perdieron -empezando por la pérdida de Bayamo-, por “culpa
de Céspedes”, según algunos, como los generales Donato del Mármol y Félix
Figueredo, entonces las prevenciones y las discrepancias hallaron ocasión
propicia…
En cuestión,
Mármol se proclamó dictador (Jefe Supremo Militar de Oriente), en tanto que
otros varios altos jefes rebeldes celebraron juntas en Barrancas, Nagua, demandaron de Céspedes su
separación del mando de las operaciones militares, y dedicación exclusiva los
asuntos políticos y diplomáticos de la Revolución.
Tamaño cisma
–la amenaza más graves de la insurrección en sus 7 meses de vida- se resolvió
entonces con la Junta
de Tacajó, en la que casi todos los jefes rebeldes de Oriente y algunos de los
más importantes del Camagüey se dieron cita para hallar una salida, que no fue
otra que: 1.- Deposición por parte de Mármol de su dictadura; 2.- Ratificación
de Céspedes como jefe de la
Revolución , pero con declinación de su condición de capitán
general y de dirigir las operaciones militares, y –lo más importante y trascendente-
3.- Institucionalización de proceso insurreccional, que se intentó hincar allí
mismo, en Tacajó, pero, advertida la festinación por varios de los
participantes, se difirió para después de que eligieran con todo rigor los
diputados para una Constituyente.
GUÁIMARO
En medio ya de
la muy bien llamada “Creciente de Valmaseda”, que fue, como en las riadas, una
contraofensiva española despiadada y en todos los órdenes, debilitadazas
grandemente las fuerzas rebeldes orientales, el rol de los camagüeyanos en la
insurrección se elevó a un gran nivel protagónico, ya como avanzada y
retaguardia -según se quiera ver- lo mismo para Oriente que para los recién
alzados de Las Villas.
Lo confirman la
designación de Salvador Cisneros Betancourt presidente de la Asamblea , y de Ignacio
Agramonte y Antonio Zambrana (incluido en la delegación camagüeyana) como
secretarios de la magna reunión, y, también, lo más importante del acuerdo
constitucional de 28 artículos, que dio al Poder Legislativo la categoría de
órgano supremo de la república, con facultad para nombrar y deponer al
Ejecutivo, al Jefe del Ejército, y para dar obligatoriedad de cumplimiento de
sus disposiciones por parte del Ejecutivo, si son reafirmadas por la Cámara , tras un veto
presunto presidencial.
Con aparente
humildad, Céspedes acató en Guáimaro aquellas decisiones de la Asamblea Constituyente ,
cuyos participantes lo eligieron unánimente como presidente de la República de Cuba en
Armas, con límites que conculcaban grandemente sus potestades.
La realidad
posterior fue otra: la de una puja constante entre los dos poderes por el
predominio, que trajo consigo la destitución del Presidente, el 27 de octubre
de 1873, y la sucesión de otros conflictos causantes del detrimento de la
revolución misma.
Lo que aparentemente
fue un encauzamiento mejor del esfuerzo libertario, resultó, tanto por infantilismo,
como por mezquinos intereses personales,
un monstruo que azuzó rencillas, las cuales, habidas cuentas, desviaron la atención de los
combatientes internos y externos del separatismo, y enervaron los ardores de la mayor parte del
ejército revolucionario, provocando divisiones, frustración y fracaso.
Como en otra
oportunidad apuntábamos: “Aquel sublime sueño, no obstante, estaba distante de la realidad , porque –es el
verdadero error de aquel acto, a nuestro modesto juicio- para crear a aquella
república, menester era, primero, derrotar al enemigo por medio de las armas, y
las guerras –lo ha enseñado la
historia- es asunto de jefes y soldados, de voluntades y
combates, no de leyes y de debates”.
Santificadas
por unos, tuvo en dos grandes pilares revolucionarios, sin embargo, a sendos
críticos severos: Máximo Gómez, quien, en efecto, execró de ella, y Antonio
Maceo, que tiempo después, la
denominó “suntuoso mecanismo de la revolución del 68” , idea que completó, al
decir en otra oportunidad: “[…] el sable dará Patria, y los hombres honrados y
de ciencia, constitución y leyes, cuando aquél [el sable] haya redimido a ese
pueblo de esclavos […]”
No hay comentarios:
Publicar un comentario