La verdaderas aventuras del Dr. Joaquín Castillo Duany
Por: David Mourlot Matos¿Pero qué d… hacía un cubano allá arriba? Salta la pregunta. Antes de precipitar una respuesta debemos aclarar que no era loco, sino médico. Y que tampoco fue su viaje una modalidad excéntrica de picnic, o una excursión romántica al frigorífico del mundo. Se trató de una misión humanitaria, trastrocada –al decir del New York Herald- en "una emocionante historia de desastre en el ártico”.
Que el
Dr. Castillo Duany fue el primer criollo en el Polo Norte, es dato bien
registrado por la historiografía cubana. Sin embargo, ya sea por falta de
elementos, o por considerar que palidece, comparada con la posterior labor
revolucionaria que le llevó al generalato del Ejército Libertador, su incursión
al círculo polar ártico no ha pasado de ser un muy pequeño incidental
biográfico. Una curiosidad. Insertada como “gancho” en títulos y crónicas, que
reproducen el mismo recuento escueto -generalmente inexacto- para luego
explayarse en los méritos patrióticos del brigadier mambí.
En este
trabajo, adoptaremos el enfoque opuesto. Basándonos en registros de la Armada de
los Estados Unidos de América, libros muy poco conocidos, testimonios de
protagonistas y en la prensa de la época intentaremos construir -dicho
inmodestamente- una versión más detallada, extensa y acertada de este pasaje
heroico.
El
Protagonista
Joaquín Demetrio Castillo Duany nació en Santiago de
Cuba, el 22 de diciembre de 1858. En esta ciudad vivió hasta 1868, cuando fue
enviado a Francia para continuar estudios. Durante su estadía en la entonces
capital cultural del mundo, le sorprendieron la guerrafranco-prusiana y los
sucesos de la Comuna de París, que debieron ser para él experiencias
impresionantes. Años más tarde, se trasladó a los Estados Unidos de América. Estudió
Medicina en la Universidad de Pennsylvania, de donde egresó en 1880 [21]. El 6
de julio de ese mismo año, entró en la Marina norteamericana [15] y, menos de
un año después, el 5 de abril de 1881, se enroló voluntario para una expedición
de auxilio que se aventuraría al Polo Norte, en busca de posibles sobrevivientes
del navío Jeannette [24].
El "Jeannette", su viaje y su tragedia
El vapor Jeannette
era propiedad de J. G. Bennet, un magnate entusiasta de la exploración ártica, vinculado
con el periódico The New York
Herald. A instancias del teniente de navío George W. De Long, la
nave fue destinada a un proyecto de exploración del Polo Norte, por vía del estrecho
de Bering [14].
EL Jeannette zarpó de San Francisco, el 8 de julio
de 1879, cruzó la frontera polar, realizó algunas incursiones y, tres meses
después, quedó atrapada en el hielo del Océano Ártico. Resistió por casi dos
años, hasta que, el 13 de Junio de 1881, finalmente se hundió [15]; obligados sus
33 tripulantes a abandonar la nave.
El 12 de
septiembre, salieron de la isla de Simonoski divididos en tres partidas, las
cuales se separaron, a causa de una fuerte ventisca. El segundo bote, con 8 personas
a bordo, se perdió. Nunca más se supo de
ellos.
El primer bote, con 14 personas, a las órdenes del
capitán del barco, De Long, alcanzó el delta del río Lena, el 17 de Septiembre
de 1881. Sin embargo, desde ahí poco pudieron avanzar a causa del cansancio y
las enfermedades. Se ordenó a los marineros William F. Nindemann y Lois P.
Noros, adelantarse, y buscar ayuda; los demás avanzarían según su estado lo
permitiera. Varios hombres fueron quedando en el camino. El día 19, los
restantes encontraron un lugar para acampar y allí permanecieron, demasiado débiles
para continuar. Fueron muriendo de hambre y frío, uno por uno.
Los tripulantes del tercer bote corrieron con mejor
suerte. Alcanzaron la costa este del Lena y, a punto de perecer congelados,
fueron encontrados por unos nativos que les condujeron hasta una villa
deshabitada. Una vez allí, se las arreglaron para contactar con las autoridades
rusas y trasladarse a las villas más cercanas. Solo uno de aquellos 11 marinos murió,
el resto de la partida pudo regresar –junto con los marineros Nindemann y
Noros- a los Estados Unidos, en febrero
de 1882.
El episodio del vapor Jeannette, terminó
convirtiéndose en una de las mayores tragedias en la historia de la exploración
ártica. No solo desapareció la nave en las profundidades del Océano Ártico,
sino que 18 de sus 33 tripulantes perdieron la vida, incluido su capitán.
El Rodgers,
el Alliance y el Corwin, al rescate
Sin conocer la suerte de los tripulantes del Jeannette –los detalles se conocieron
tiempo después-, y ante la insistencia de los patrocinadores, el gobierno y la
Marina de los EEUU hicieron del rescate una cuestión de primera importancia.
De acuerdo con la versión más extendida entre los
historiadores cubanos, “el Senado norteamericano aprobó un crédito para que
cuatro expediciones fueran en su búsqueda” [19, 20, 22].
Sin embargo, el profesor Charles Kofoid, en su libro
American Explorations in the Ice
Zones, solo menciona tres expediciones de auxilio al Jeannette:
el Rodgers, encargado de peinar
a través del estrecho de Bering y hacia el Ártico; el Alliance, a pesquisar entre Groenlandia, Islandia y la costa de
Noruega; y el Thomas Corwin,
que recorrería la zona del mar y estrecho de Bering. De estas tres, sólo una,
la del Rodgers, fue financiada por el
gobierno.
Una cláusula incluida en la resolución de dicho
ejecutivo, relativa a gastos civiles del 3 de marzo de 1881, facultaba al
Secretario de la Armada para “fletar o comprar, equipar y aprovisionar un
navío para la ejecución de la búsqueda del vapor Jeannette” [11]; asignando para ello un presupuesto de 175 000
dólares.
La aventura del Rodgers
El navío comprado fue el Mary and Helen, “comparativamente nuevo y fuerte”. Su costo:
100 000 dólares. En los días sucesivos, la nave fue “endurecida”, poblada y aprovisionada
para la misión. El nombre se le cambió a Rodgers, y se designó al Teniente de Navío Robert M. Berry
como su comandante [11].
El Rodgers en el astillero de Mare Island |
El doctor
Joaquín Demetrio Castillo Duany, de 22 años de edad, aparece en la lista de a bordo,
desde el día 31 de mayo de 1881 [1]. Figuraba en el grupo de los oficiales como
Cirujano Asistente (rango equivalente al de alférez) [15] [24], y era uno de
los dos médicos de la expedición.
El Rodgers
zarpó de la bahía de San Francisco, el 16 de junio de 1881. Contaba con un
total de 35 tripulantes -entre ellos William H. Gilder, un corresponsal del
periódico The New York Herald,
a quien debemos las descripciones más detalladas de la experiencia del Dr.
Castillo y del resto de los hombres.
La nave cruzó
el mar de Bering, y el 19 de julio arribó a Petropavlovski, en la península de
Kamtschatka, Rusia. Allí, según relata Gilder en su libro Ice-Pack and
Tundra, los doctores Jones y Castillo estuvieron “muy activos en la
recolección de ‘especímenes’ para su análisis y clasificación científica…con
muy buenos resultados”.
El periodista, que, casualmente, era el compañero de
camarote de Joaquín Demetrio, describe así la curiosidad del doctor: “…es un
inveterado ‘cazador de bichos’, y ha perdido toda consideración por los
insectos de cualquier tipo, a no ser como especímenes entomológicos. Su actitud
más familiar es con un ojo cerrado y el otro espiando a través de un
microscopio, en busca de ‘vida animal’…en el agua de mar fosforescente.”
Después de su estancia en Petropavlovski, la nave puso
rumbo a St. Michaels, Alaska, donde debía abastecerse de carbón. El 11 de
agosto, una vez cargado el combustible, cruzaron el estrecho de Bering hacia la
bahía de Plover y luego a la de St. Lawrence, Siberia, recopilando entre las
autoridades rusas toda la información posible acerca del Jeannette.
Abandonaron St.
Lawrence el 19 de agosto; tomaron rumbo norte, y se adentraron en el Océano
Ártico. Tras pasar por Serdze-Kamen -norte de Siberia-, alcanzaron la Isla
Herald y enviaron un bote ballenero para buscar cualquier indicio del Jeannette. A cargo de la pequeña
expedición, iba el teniente Waring, acompañado por los alféreces Hunt y Stoney;
los médicos Jones y Castillo; y el
mencionado Gilder. No encontraron ningún rastro; pero los galenos aprovecharon la
oportunidad para enriquecer su colección de animales y plantas [14].
Recorrido del Rodgers tras cruzar el estrecho de Bering |
Atrapados en el hielo
El 27 de agosto, en la isla Wrangler, se despacharon
3 partidas de exploración. Joaquín D. Castillo fue asignado a la segunda de
ellas, bajo las órdenes del teniente Waring. Eran 7 hombres, con un bote
ballenero y provisiones para 20 días [4]. Partieron en la tarde, y llegaron de
noche a cabo Hawaii, donde acamparon con temperaturas de -32º C.
De acuerdo con el Gilder, la mañana del 28, Joaquín
Demetrio y sus compañeros bordearon el cabo y se dirigieron a una pequeña isla
al este, allí encontraron documentos originales del “Corwin”, que llevaron consigo. Alrededor de las 3:00 p.m.,
llegaron a un punto con una gran formación de hielo. Pasadas las 6:00 p.m., el
hielo se cerró tanto que tuvieron que saltar del bote y acampar en el lugar.
Aquí empezaron sus desgracias.
Tres días estuvieron atrapados en una playa donde el
hielo estaba densamente pegado a la orilla, sin permitir el movimiento. En las
noches, acamparon sin protección de las bajísimas temperaturas. El día 30,
hicieron un intento desesperado de navegar a través del hielo, pero no lograron
otra cosa que casi ser aplastados por dos témpanos inmensos.
Llegó el 1 de septiembre sin expectativas de
liberación, y llegaron a la escalofriante conclusión de que su única alternativa
era abandonar el bote y emprender el regreso a pie. Así lo hicieron.
La mañana del 3, cayó una tormenta de nieve malísima.
Un frío intenso. El viaje con grandes
cargas a la espalda ya era suficientemente desagradable, cuando la nieve se
tornó en lluvia, empapando sus ropas y aumentando el peso de los bultos. El teniente Waring no se atrevió a permitir
que los hombres durmieran con la ropa mojada, por el riesgo de hipotermia; así
que forzó la marcha, descansando solo unas pocas horas, cuando la noche fue demasiado
oscura para seguir avanzando.
Temprano en la mañana del 4 de septiembre, retomaron
el camino, con los miembros engarrotados y adoloridos, y con los pies descarnados
por las rocas. Bajo lluvia y nieve, se
abrieron camino hasta la cabeza de la bahía, donde, para su sorpresa, encontraron
un bote del Rodgers. Estaban a
salvo.
De regreso al final
Después de casi un mes de búsqueda infructífera en la
zona del Ártico (islas Herald, Wrangler, entre otras), el Rodgers puso rumbo sur, y retornó a Serdze-Kamen, Siberia, el. El
día 8 de octubre, se dejó una partida en el lugar, con el objetivo de buscar
posibles sobrevivientes del Jeannette y de los balleneros Mount
Wollaston y Vigilant. Eran 7 hombres, bajo las órdenes del subteniente C.
F. Putnam, y con provisiones suficientes para un año [5]. El plan era recogerlos en la
primavera de 1882. Entre los integrantes de esta partida, estaban el
corresponsal William H. Gilder y el Dr.
Jones. Joaquín D. Castillo, por tanto, quedó a cargo de toda la atención
sanitaria en la nave madre.
Continuando el viaje hacia el sur, llegaron por
segunda ocasión a la bahía de St. Lawrence, Siberia, donde el barco debía pasar
el invierno; y de donde nunca más saldría.
¿Una carta desconocida de Joaquín D.
Castillo Duany?
En la página 133 de su libro Ice-pack and tundra, William H. Gilder reproduce una
carta escrita por “uno de los oficiales presentes en el barco, al momento del
desastre”, y fechada el 24 de diciembre de 1881. La carta iba destinada al
“cirujano jefe”, que fue uno de los hombres dejados, el 8 de octubre, en Serdze-Kamen.
De acuerdo con Gilder, la carta no estaba destinada para publicación, por lo
que nunca revela los nombres ni del remitente ni del destinatario.
No obstante, sabemos que solo había dos médicos a
bordo del Rodgers: Meredith D.
Jones y Castillo Duany; de estos, el norteamericano era el de mayor jerarquía y
el que, efectivamente, no estaba presente el día de la debacle. A él, por
tanto, iba dirigida la misiva.
Sobre el remitente, las pistas las ofrece el texto mismo
de la carta, plagado de términos tales como: “signos de asfixia” y “cefalalgia
aguda”; y de referencias a “mis pacientes”, “el departamento médico”, “método Sylvester
para la respiración artificial”, entre otros, que indican que la carta fue
escrita por un doctor. Y justamente, el único a bordo del Rodgers aquel fatídico día era el
cubano.
En un último intento por ocultar la identidad del
autor, Gilder suprime el nombre de la firma y deja sólo la inicial: “Sinceramente,
suyo C.” De los oficiales que zarparon con el Rodgers, el 16 de junio, solo dos tenían la “C” como una de sus
iniciales: el subteniente Charles F. Putnam y el cirujano asistente Joaquín D.
Castillo. De ellos, solo el segundo estaba en el Rodgers cuando ocurrió la catástrofe.
Razones todas, en fin, que nos llevan a
asumir –con un alto grado de certeza- que el remitente de la carta era el Dr.
Joaquín Demetrio Castillo Duany; y, por tanto, que lo que en ella se relata es
su versión de los hechos. En cualquier instancia, la carta es un
recuento de primera mano de lo ocurrido durante -e inmediatamente después- de la
pérdida de la nave…
El incendio
El 30 de
noviembre, a las 8:45 a.m., se dio la alarma de incendio desde la proa del
barco [6]. Los hombres, consternados pero diligentes, ocuparon sus puestos y se
dispusieron a combatir el fuego. Joaquín
D. Castillo, en carta del 24 de diciembre, a su colega, el Dr. Jones, relata:
“El fuego estaba en la bodega de proa y, a pesar de
todos nuestros esfuerzos por extinguirlo, seguía avanzado sobre nosotros...
Todos los marineros trabajaron duro durante todo el día. Yo mismo estuve
pasando cubos de agua durante un buen rato, y luego… con Stoney y dos hombres,
removimos todo el aceite de carbón del cuarto de velas, el cual… se tornó muy
caliente, y en consecuencia poco apto para una sustancia tan peligrosa ... El
dispensario estuvo lleno de humo todo el día, y cuando se dio la alarma de
fuego lo abrí y tiré todo el whiskey y el alcohol por la borda…Todo lo que
podía hacerse para salvar el barco, y todo lo que el ingenio podía sugerir, se
intentó, pero todo fue en vano.” [14]
La brega duró
más de 12 horas. El teniente R. M. Berry, Capitán del barco, aseguró que
“todos [los tripulantes] cumplieron con su deber extraordinariamente bien”, aunque hizo mención especial al maestro de armas W. F. Morgan quien “en sus arrestados esfuerzos por suprimir el fuego…recibió heridas que obligaron a ponerlo bajo asistencia médica y de las que no se recuperó durante dos semanas” [17].
“todos [los tripulantes] cumplieron con su deber extraordinariamente bien”, aunque hizo mención especial al maestro de armas W. F. Morgan quien “en sus arrestados esfuerzos por suprimir el fuego…recibió heridas que obligaron a ponerlo bajo asistencia médica y de las que no se recuperó durante dos semanas” [17].
Esta asistencia médica, claro está, estuvo a cargo del
Dr. Castillo, quien, hoy sabemos, salvó la vida del mencionado Morgan y de otros
marineros. Así lo narra:
“Estuve bien
ocupado todo el día entre el fuego y los enfermos. Tuvimos varios accidentes,
todos los cuales eran casos de asfixia. Morgan, en especial, estuvo muy malo…Cuando
le sacaron de la bodega de proa presentaba todos los signos de asfixia,
respirando con mucha dificultad. Tuvimos que emplear el método de Sylvester
para la respiración artificial, el cual resultó muy efectivo en realidad. Entre
los otros pacientes estaban Stoney, Grace y Loudon. [Había mucho humo y gas de
ácido carbónico] y el resultado fue de quince hombres sufriendo con cefalalgia
aguda.” [14]
A las 10:30 PM se logró colocar una línea en la
costa y sobre las 11:30 se ordenó abandonar el barco [6]. Más de 3 horas les
tomó alcanzar la costa, desembarcando en la madrugada del 1 de diciembre. Los
miembros de la tripulación perdieron todo menos lo que tenían encima. Se les
ordenó cargar en los botes solo las provisiones y objetos de cambio que
pudieran encontrar sobre la cubierta. Las ropas que pudieron salvarse se
repartieron para ayudar a soportar el frío. Joaquín D. Castillo cuenta:
“Yo, por mi parte, solo salvé dos trajes de ropa
interior, un par de pantalones y cuatro rollos de tabaco, porque no tuve tiempo
de atender mis cosas, por lo ocupado que estaba con mis pacientes y tratando de
verlos abordar a salvo sus botes. A consecuencia de esto no pude salvar nada
del departamento médico excepto el diario y los reportes atmosféricos hasta la
fecha… Me dolió ver todos los instrumentales y el microscopio perderse, pero no
podía evitarse.” [14] Perdió además su valiosa colección ornitológica.
Lo que vino
después, de acuerdo con el doctor, fue así:
“[…] tuvimos que pasar la noche en la orilla
temblando de frío y acosados por el hambre, ya que no tuvimos qué comer durante
todo el día. Al día siguiente hicimos un intento de llegar a la villa de North
Head, a unas cinco millas de la costa, pero un viento del sur se levantó y
obstruyó la bahía con hielo, de tal modo que nuestros botes estaban
completamente indefensos. Volvimos a desembarcar y construimos una tienda con
los botes y sus velas, donde pasamos una noche incómoda, sobre todo el Capitán
y yo, puesto que estábamos justo bajo una parte de la lona…por la cual el agua
caía constantemente sobre nosotros.” [14]
Mitos… irrealidades
Si realizamos una búsqueda en la red bajo el término
“un cubano en el polo norte”, hallaremos, entre otras, una entrada en la
enciclopedia electrónica cubana, Ecured [22]; una crónica en la edición digital
de Juventud Rebelde
[19]; y una en el portal CubaAhora,
del cronista Ciro Bianchi [20]. Todos estos trabajos reproducen, palabras más,
palabras menos, la misma versión –con muchos errores y omisiones-, acerca de lo
que sucedió al Dr. Joaquín D. Castillo y el resto de sus compañeros, después
del incendio del Rodgers.
El mito, ya aceptado como cierto, va más o menos así:
“A los expedicionarios del Rodgers no les esperaba una suerte mejor [que a los del Jeannette]. Lucharon durante
dieciséis meses contra la adversidad, pero la mayoría murió de frío, hambre y
escorbuto…De aquellos 35 expedicionarios, solo Castillo Duany y dos compañeros
sobrevivieron. Atravesaron la Siberia rusa hasta llegar a la península de
Kamchatka. Cruzaron el estrecho de Bering y arribaron al poblado de Sitka, en
Alaska. Su próxima escala sería San Francisco, de donde habían partido. Nadie
los esperaba. Cuando se supo la noticia, fueron acogidos como héroes.” [19]
La calidad de la narración es excelsa; mas, como veremos,
la historia que cuentan nuestras fuentes es radicalmente distinta.
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