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jueves, 15 de agosto de 2019

Peripecias de un cubano en el Polo Norte (I)



La verdaderas aventuras del Dr. Joaquín Castillo Duany 

Por: David Mourlot Matos

¿Pero qué d… hacía un cubano allá arriba? Salta la pregunta. Antes de precipitar una respuesta debemos aclarar que no era loco, sino médico. Y que tampoco fue su viaje una modalidad excéntrica de picnic, o una excursión romántica al frigorífico del mundo. Se trató de una misión humanitaria, trastrocada –al decir del New York Herald- en "una emocionante historia de desastre en el ártico”.


Que el Dr. Castillo Duany fue el primer criollo en el Polo Norte, es dato bien registrado por la historiografía cubana. Sin embargo, ya sea por falta de elementos, o por considerar que palidece, comparada con la posterior labor revolucionaria que le llevó al generalato del Ejército Libertador, su incursión al círculo polar ártico no ha pasado de ser un muy pequeño incidental biográfico. Una curiosidad. Insertada como “gancho” en títulos y crónicas, que reproducen el mismo recuento escueto -generalmente inexacto- para luego explayarse en los méritos patrióticos del brigadier mambí.

En este trabajo, adoptaremos el enfoque opuesto. Basándonos en registros de la Armada de los Estados Unidos de América, libros muy poco conocidos, testimonios de protagonistas y en la prensa de la época intentaremos construir -dicho inmodestamente- una versión más detallada, extensa y acertada de este pasaje heroico. 

El Protagonista
El joven Dr. Joaquín Demetrio Castillo Duany
Joaquín Demetrio Castillo Duany nació en Santiago de Cuba, el 22 de diciembre de 1858. En esta ciudad vivió hasta 1868, cuando fue enviado a Francia para continuar estudios. Durante su estadía en la entonces capital cultural del mundo, le sorprendieron la guerrafranco-prusiana y los sucesos de la Comuna de París, que debieron ser para él experiencias impresionantes. Años más tarde, se trasladó a los Estados Unidos de América. Estudió Medicina en la Universidad de Pennsylvania, de donde egresó en 1880 [21]. El 6 de julio de ese mismo año, entró en la Marina norteamericana [15] y, menos de un año después, el 5 de abril de 1881, se enroló voluntario para una expedición de auxilio que se aventuraría al Polo Norte, en busca de posibles sobrevivientes del navío Jeannette [24].

El "Jeannette", su viaje y su tragedia

El vapor Jeannette era propiedad de J. G. Bennet, un magnate entusiasta de la exploración ártica, vinculado con el periódico The New York Herald. A instancias del teniente de navío George W. De Long, la nave fue destinada a un proyecto de exploración del Polo Norte, por vía del estrecho de Bering [14]. 

EL Jeannette zarpó de San Francisco, el 8 de julio de 1879, cruzó la frontera polar, realizó algunas incursiones y, tres meses después, quedó atrapada en el hielo del Océano Ártico. Resistió por casi dos años, hasta que, el 13 de Junio de 1881, finalmente se hundió [15]; obligados sus 33 tripulantes a abandonar la nave.

 El 12 de septiembre, salieron de la isla de Simonoski divididos en tres partidas, las cuales se separaron, a causa de una fuerte ventisca. El segundo bote, con 8 personas a bordo, se perdió. Nunca  más se supo de ellos. 

El primer bote, con 14 personas, a las órdenes del capitán del barco, De Long, alcanzó el delta del río Lena, el 17 de Septiembre de 1881. Sin embargo, desde ahí poco pudieron avanzar a causa del cansancio y las enfermedades. Se ordenó a los marineros William F. Nindemann y Lois P. Noros, adelantarse, y buscar ayuda; los demás avanzarían según su estado lo permitiera. Varios hombres fueron quedando en el camino. El día 19, los restantes encontraron un lugar para acampar y allí permanecieron, demasiado débiles para continuar. Fueron muriendo de hambre y frío, uno por uno.

Los tripulantes del tercer bote corrieron con mejor suerte. Alcanzaron la costa este del Lena y, a punto de perecer congelados, fueron encontrados por unos nativos que les condujeron hasta una villa deshabitada. Una vez allí, se las arreglaron para contactar con las autoridades rusas y trasladarse a las villas más cercanas. Solo uno de aquellos 11 marinos murió, el resto de la partida pudo regresar –junto con los marineros Nindemann y Noros-  a los Estados Unidos, en febrero de 1882.

El episodio del vapor Jeannette, terminó convirtiéndose en una de las mayores tragedias en la historia de la exploración ártica. No solo desapareció la nave en las profundidades del Océano Ártico, sino que 18 de sus 33 tripulantes perdieron la vida, incluido su capitán.

El Rodgers, el Alliance y el Corwin, al rescate

Sin conocer la suerte de los tripulantes del Jeannette –los detalles se conocieron tiempo después-, y ante la insistencia de los patrocinadores, el gobierno y la Marina de los EEUU hicieron del rescate una cuestión de primera importancia.
De acuerdo con la versión más extendida entre los historiadores cubanos, “el Senado norteamericano aprobó un crédito para que cuatro expediciones fueran en su búsqueda” [19, 20, 22].

Sin embargo, el profesor Charles Kofoid, en su libro American Explorations in the Ice Zones, solo menciona tres expediciones de auxilio al Jeannette: el Rodgers, encargado de peinar a través del estrecho de Bering y hacia el Ártico; el Alliance, a pesquisar entre Groenlandia, Islandia y la costa de Noruega; y el Thomas Corwin, que recorrería la zona del mar y estrecho de Bering. De estas tres, sólo una, la del Rodgers, fue financiada por el gobierno.

Una cláusula incluida en la resolución de dicho ejecutivo, relativa a gastos civiles del 3 de marzo de 1881, facultaba al Secretario de la Armada para “fletar o comprar, equipar y aprovisionar un navío para la ejecución de la búsqueda del vapor Jeannette” [11]; asignando para ello un presupuesto de 175 000 dólares.

La aventura del Rodgers

El navío comprado fue el Mary and Helen, “comparativamente nuevo y fuerte”. Su costo: 100 000 dólares. En los días sucesivos, la nave fue “endurecida”, poblada y aprovisionada para la misión. El nombre se le cambió a Rodgers, y se designó al Teniente de Navío Robert M. Berry como su comandante [11]. 

El Rodgers en el astillero de Mare Island

El doctor Joaquín Demetrio Castillo Duany, de 22 años de edad, aparece en la lista de a bordo, desde el día 31 de mayo de 1881 [1]. Figuraba en el grupo de los oficiales como Cirujano Asistente (rango equivalente al de alférez) [15] [24], y era uno de los dos médicos de la expedición. 

El Rodgers zarpó de la bahía de San Francisco, el 16 de junio de 1881. Contaba con un total de 35 tripulantes -entre ellos William H. Gilder, un corresponsal del periódico The New York Herald, a quien debemos las descripciones más detalladas de la experiencia del Dr. Castillo y del resto de los hombres.

La nave cruzó el mar de Bering, y el 19 de julio arribó a Petropavlovski, en la península de Kamtschatka, Rusia. Allí, según relata Gilder en su libro Ice-Pack and Tundra, los doctores Jones y Castillo estuvieron “muy activos en la recolección de ‘especímenes’ para su análisis y clasificación científica…con muy buenos resultados”. 

El periodista, que, casualmente, era el compañero de camarote de Joaquín Demetrio, describe así la curiosidad del doctor: “…es un inveterado ‘cazador de bichos’, y ha perdido toda consideración por los insectos de cualquier tipo, a no ser como especímenes entomológicos. Su actitud más familiar es con un ojo cerrado y el otro espiando a través de un microscopio, en busca de ‘vida animal’…en el agua de mar fosforescente.”

Después de su estancia en Petropavlovski, la nave puso rumbo a St. Michaels, Alaska, donde debía abastecerse de carbón. El 11 de agosto, una vez cargado el combustible, cruzaron el estrecho de Bering hacia la bahía de Plover y luego a la de St. Lawrence, Siberia, recopilando entre las autoridades rusas toda la información posible acerca del Jeannette

 Abandonaron St. Lawrence el 19 de agosto; tomaron rumbo norte, y se adentraron en el Océano Ártico. Tras pasar por Serdze-Kamen -norte de Siberia-, alcanzaron la Isla Herald y enviaron un bote ballenero para buscar cualquier indicio del Jeannette. A cargo de la pequeña expedición, iba el teniente Waring, acompañado por los alféreces Hunt y Stoney; los  médicos Jones y Castillo; y el mencionado Gilder. No encontraron ningún rastro; pero los galenos aprovecharon la oportunidad para enriquecer su colección de animales y plantas [14].

Recorrido del Rodgers tras cruzar el estrecho de Bering

Atrapados en el hielo

El 27 de agosto, en la isla Wrangler, se despacharon 3 partidas de exploración. Joaquín D. Castillo fue asignado a la segunda de ellas, bajo las órdenes del teniente Waring. Eran 7 hombres, con un bote ballenero y provisiones para 20 días [4]. Partieron en la tarde, y llegaron de noche a cabo Hawaii, donde acamparon con temperaturas de -32º C. 

De acuerdo con el Gilder, la mañana del 28, Joaquín Demetrio y sus compañeros bordearon el cabo y se dirigieron a una pequeña isla al este, allí encontraron documentos originales del “Corwin”, que llevaron consigo. Alrededor de las 3:00 p.m., llegaron a un punto con una gran formación de hielo. Pasadas las 6:00 p.m., el hielo se cerró tanto que tuvieron que saltar del bote y acampar en el lugar. Aquí empezaron sus desgracias.

Tres días estuvieron atrapados en una playa donde el hielo estaba densamente pegado a la orilla, sin permitir el movimiento. En las noches, acamparon sin protección de las bajísimas temperaturas. El día 30, hicieron un intento desesperado de navegar a través del hielo, pero no lograron otra cosa que casi ser aplastados por dos témpanos inmensos. 

Llegó el 1 de septiembre sin expectativas de liberación, y llegaron a la escalofriante conclusión de que su única alternativa era abandonar el bote y emprender el regreso a pie. Así lo hicieron.

La mañana del 3, cayó una tormenta de nieve malísima. Un frío intenso.  El viaje con grandes cargas a la espalda ya era suficientemente desagradable, cuando la nieve se tornó en lluvia, empapando sus ropas y aumentando el peso de los bultos.  El teniente Waring no se atrevió a permitir que los hombres durmieran con la ropa mojada, por el riesgo de hipotermia; así que forzó la marcha, descansando solo unas pocas horas, cuando la noche fue demasiado oscura para seguir avanzando.

Temprano en la mañana del 4 de septiembre, retomaron el camino, con los miembros engarrotados y adoloridos, y con los pies descarnados por las rocas. Bajo lluvia y nieve,  se abrieron camino hasta la cabeza de la bahía, donde, para su sorpresa, encontraron un bote del Rodgers. Estaban a salvo.

De regreso al final

Después de casi un mes de búsqueda infructífera en la zona del Ártico (islas Herald, Wrangler, entre otras), el Rodgers puso rumbo sur, y retornó a Serdze-Kamen, Siberia, el. El día 8 de octubre, se dejó una partida en el lugar, con el objetivo de buscar posibles sobrevivientes del Jeannette y de los balleneros Mount Wollaston y Vigilant. Eran 7 hombres, bajo las órdenes del subteniente C. F. Putnam, y con provisiones suficientes  para un año [5]. El plan era recogerlos en la primavera de 1882. Entre los integrantes de esta partida, estaban el corresponsal William H. Gilder y el  Dr. Jones. Joaquín D. Castillo, por tanto, quedó a cargo de toda la atención sanitaria en la nave madre. 

Continuando el viaje hacia el sur, llegaron por segunda ocasión a la bahía de St. Lawrence, Siberia, donde el barco debía pasar el invierno; y de donde nunca más saldría.

¿Una carta desconocida de Joaquín D. Castillo Duany?

En la página 133 de su libro Ice-pack and tundra, William H. Gilder reproduce una carta escrita por “uno de los oficiales presentes en el barco, al momento del desastre”, y fechada el 24 de diciembre de 1881. La carta iba destinada al “cirujano jefe”, que fue uno de los hombres dejados, el 8 de octubre, en Serdze-Kamen. De acuerdo con Gilder, la carta no estaba destinada para publicación, por lo que nunca revela los nombres ni del remitente ni del destinatario.

No obstante, sabemos que solo había dos médicos a bordo del Rodgers: Meredith D. Jones y Castillo Duany; de estos, el norteamericano era el de mayor jerarquía y el que, efectivamente, no estaba presente el día de la debacle. A él, por tanto, iba dirigida la misiva. 

Sobre el remitente, las pistas las ofrece el texto mismo de la carta, plagado de términos tales como: “signos de asfixia” y “cefalalgia aguda”; y de referencias a “mis pacientes”, “el departamento médico”, “método Sylvester para la respiración artificial”, entre otros, que indican que la carta fue escrita por un doctor. Y justamente, el único a bordo del Rodgers aquel fatídico día era el cubano. 

En un último intento por ocultar la identidad del autor, Gilder suprime el nombre de la firma y deja sólo la inicial: “Sinceramente, suyo C.” De los oficiales que zarparon con el Rodgers, el 16 de junio, solo dos tenían la “C” como una de sus iniciales: el subteniente Charles F. Putnam y el cirujano asistente Joaquín D. Castillo. De ellos, solo el segundo estaba en el Rodgers cuando ocurrió la catástrofe.

Razones todas, en fin, que nos llevan a asumir –con un alto grado de certeza- que el remitente de la carta era el Dr. Joaquín Demetrio Castillo Duany; y, por tanto, que lo que en ella se relata es su versión de los hechos. En cualquier instancia, la carta es un recuento de primera mano de lo ocurrido durante -e inmediatamente después- de la pérdida de la nave…

El incendio

El 30 de noviembre, a las 8:45 a.m., se dio la alarma de incendio desde la proa del barco [6]. Los hombres, consternados pero diligentes, ocuparon sus puestos y se dispusieron a combatir el fuego.  Joaquín D. Castillo, en carta del 24 de diciembre, a su colega, el Dr. Jones, relata:

“El fuego estaba en la bodega de proa y, a pesar de todos nuestros esfuerzos por extinguirlo, seguía avanzado sobre nosotros... Todos los marineros trabajaron duro durante todo el día. Yo mismo estuve pasando cubos de agua durante un buen rato, y luego… con Stoney y dos hombres, removimos todo el aceite de carbón del cuarto de velas, el cual… se tornó muy caliente, y en consecuencia poco apto para una sustancia tan peligrosa ... El dispensario estuvo lleno de humo todo el día, y cuando se dio la alarma de fuego lo abrí y tiré todo el whiskey y el alcohol por la borda…Todo lo que podía hacerse para salvar el barco, y todo lo que el ingenio podía sugerir, se intentó, pero todo fue en vano.” [14]

 La brega duró más de 12 horas. El teniente R. M. Berry, Capitán del barco, aseguró que

“todos [los tripulantes] cumplieron con su deber extraordinariamente bien”, aunque hizo mención especial al maestro de armas W. F. Morgan quien “en sus arrestados esfuerzos por suprimir el fuego…recibió heridas que obligaron a ponerlo bajo asistencia médica y de las que no se recuperó durante dos semanas” [17].

Esta asistencia médica, claro está, estuvo a cargo del Dr. Castillo, quien, hoy sabemos, salvó la vida del mencionado Morgan y de otros marineros. Así lo narra:
“Estuve bien ocupado todo el día entre el fuego y los enfermos. Tuvimos varios accidentes, todos los cuales eran casos de asfixia. Morgan, en especial, estuvo muy malo…Cuando le sacaron de la bodega de proa presentaba todos los signos de asfixia, respirando con mucha dificultad. Tuvimos que emplear el método de Sylvester para la respiración artificial, el cual resultó muy efectivo en realidad. Entre los otros pacientes estaban Stoney, Grace y Loudon. [Había mucho humo y gas de ácido carbónico] y el resultado fue de quince hombres sufriendo con cefalalgia aguda.” [14]

Incendio del Rodgers, dibujo de uno de los expedicionarios
A las 10:30 PM se logró colocar una línea en la costa y sobre las 11:30 se ordenó abandonar el barco [6]. Más de 3 horas les tomó alcanzar la costa, desembarcando en la madrugada del 1 de diciembre. Los miembros de la tripulación perdieron todo menos lo que tenían encima. Se les ordenó cargar en los botes solo las provisiones y objetos de cambio que pudieran encontrar sobre la cubierta. Las ropas que pudieron salvarse se repartieron para ayudar a soportar el frío. Joaquín D. Castillo cuenta: 

“Yo, por mi parte, solo salvé dos trajes de ropa interior, un par de pantalones y cuatro rollos de tabaco, porque no tuve tiempo de atender mis cosas, por lo ocupado que estaba con mis pacientes y tratando de verlos abordar a salvo sus botes. A consecuencia de esto no pude salvar nada del departamento médico excepto el diario y los reportes atmosféricos hasta la fecha… Me dolió ver todos los instrumentales y el microscopio perderse, pero no podía evitarse.” [14] Perdió además su valiosa colección ornitológica.

Lo que vino después, de acuerdo con el doctor, fue así:

“[…] tuvimos que pasar la noche en la orilla temblando de frío y acosados por el hambre, ya que no tuvimos qué comer durante todo el día. Al día siguiente hicimos un intento de llegar a la villa de North Head, a unas cinco millas de la costa, pero un viento del sur se levantó y obstruyó la bahía con hielo, de tal modo que nuestros botes estaban completamente indefensos. Volvimos a desembarcar y construimos una tienda con los botes y sus velas, donde pasamos una noche incómoda, sobre todo el Capitán y yo, puesto que estábamos justo bajo una parte de la lona…por la cual el agua caía constantemente sobre nosotros.” [14]

Mitos… irrealidades

Si realizamos una búsqueda en la red bajo el término “un cubano en el polo norte”, hallaremos, entre otras, una entrada en la enciclopedia electrónica cubana, Ecured [22]; una crónica en la edición digital de Juventud Rebelde [19]; y una en el portal CubaAhora, del cronista Ciro Bianchi [20]. Todos estos trabajos reproducen, palabras más, palabras menos, la misma versión –con muchos errores y omisiones-, acerca de lo que sucedió al Dr. Joaquín D. Castillo y el resto de sus compañeros, después del incendio del Rodgers.
El mito, ya aceptado como cierto, va más o menos así:

“A los expedicionarios del Rodgers no les esperaba una suerte mejor [que a los del Jeannette]. Lucharon durante dieciséis meses contra la adversidad, pero la mayoría murió de frío, hambre y escorbuto…De aquellos 35 expedicionarios, solo Castillo Duany y dos compañeros sobrevivieron. Atravesaron la Siberia rusa hasta llegar a la península de Kamchatka. Cruzaron el estrecho de Bering y arribaron al poblado de Sitka, en Alaska. Su próxima escala sería San Francisco, de donde habían partido. Nadie los esperaba. Cuando se supo la noticia, fueron acogidos como héroes.” [19]

La calidad de la narración es excelsa; mas, como veremos, la historia que cuentan nuestras fuentes es radicalmente distinta.




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