En el 163
aniversario de su natalicio
José
Marcelino Maceo Grajales no pasaba de ser un joven muy modesto; eso sí: alto,
fuerte y pulcro; pero tan entregado a la esteva como al guateque, a las mujeres y
a las brevas; gago y de malas pulgas, que no aguantaba gracias a nadie –excepto
a su hermano Antonio-; sencillo en su porte y enemigo de toda afectación. Quien
lo viese y aquilatase así, en ese cascarón de tipo común y hasta romo, no podía
reparar en que estaba ante un tipo hombre extraordinario.
Diferente,
en su arquitectura externa de las más notorias personalidades de acción que
nos han legado los anales de la antigüedad, el medioevo y los muchos procesos
posteriores en todo el mundo –mayormente distinguidas como gente de la
nobleza-, José Maceo es, sin embargo -a los ojos de sus contemporáneos y de las
generaciones de cubanos que le han sucedido-, el ejemplo vivo del héroe
antonomástico, cuya vida toda, y especialmente sus proezas proverbiales,
llenarían fácilmente las páginas de un buen libro de historia, para la lectura
de un día como hoy (163 aniversario de su natalicio) y para el deleite de la
cotidianidad…
Imposible
de volcar todo su contenido en un espacio tan estrecho como este, pueden sí
–como imprescindible tributo a su memoria- algunos pasajes de su vida.
UNA DE
SUS PRIMERAS HAZAÑAS EN LA GUERRA GRANDE
Corría los
días finales del mes de octubre de 1870, y muy fresca en la memoria estaban los
triunfos de Bucuey, Cueva de Bruñí y Ti Arriba, con el general Máximo Gómez al
frente ya de la División Cuba
del Ejército Libertador.
Las huestes
del teniente coronel Antonio Maceo –en las que descollaba el teniente José-
trabaron combate en la finca Santa María (hoy zona del municipio Songo-La Maya)
con una sección española comandadas por el capitán Amor.
Tuvo la
desgracia este jefe enemigo, no sólo de ver derrotada su fuerza a mano de los
criollos, sino que él, en franca retirada –no digamos huida- tuvo la propia:
ser perseguido por José Maceo y obligado a batirse en duelo con este, quien, a
la vista más o menos lejana de todos sus compañeros –que presenciaban desde los
promontorios que rodeaban la escena- lo venció y, ya herido su oponente, lo
tomó prisionero y condujo al Cuartel General.
Aquello,
como otros hechos anteriores, vendría ser solo el prólogo de su biografía
formidable. Le seguirían, grosso modo:
-El Cafetal
Indiana, en agosto de 1871, al inicio de la Invasión a Guantánamo, en que, durante una
arremetida temeraria contra las trincheras de dicho cafetal guantanamero, cayó
casi muerto dentro de ella; trofeo de guerra que no pudieron celebrar sus
enemigos, a causa de otro gesto inmortal de su hermano, el entonces teniente coronel
Antonio Maceo, que –dada la orden de retirada por el general Gómez- pidió a
este jefe le diera la oportunidad de rescatar a su hermano, pues él no podía
retirarse dejándolo en manos del adversario.
-El Rayo
(mayo de 1872), en que, ya comandante, con un puñado de hombres solamente batió
a fuerte columna española, aprovechando la protección natural que le daba el
terreno.
-Fue de los
más sobresalientes “macheteros” que dieron la resuelta carga contra los
españoles en Rejondón de Báguano (29 de junio de 1872), bajo el mando Antonio
Maceo, y salvaron a las fuerzas cubanas de Titá Calvar, que, cercadas, sin alimento
ninguno por más de 3 días, y casi sin municiones, parecía iban a morir allí, o
a caer prisioneras de los colonialistas.
-Después de
regresar del Camagüey, donde su acción fue notable en Potrero de
Naranjo-Mojacasabe, Las Guásimas de Machado, Nuevitas y Cascorro, a fines de
1874, volvió a resonar el nombre del ya teniente coronel José Maceo, con el
asalto y toma del fuerte de Arroyo Hondo, al punto de ganar en el parte de
guerra esta honrosa mención: “[…] sobresaliendo por su valor, el Teniente
Coronel José Maceo [...]”.
-En 1877, durante
la persecución implacable de los españoles contra su hermano Antonio –en
camilla por heridas múltiples y graves-, con menos de una docena de hombres, y
su certera puntería, rechazó las numerosas incursiones enemigas, y puso a salvo
al mayor general Maceo, en Piloto Arriba, en las estribaciones del actual
municipio San Luis, algo que repetiría con tanto timbre de gloria, muy cerca de
allí, en Pinar Redondo (noviembre de ese año), en que con sus hermanos Rafael,
Tomás y varios números derrotó e hizo huir a cientos de españoles, bajo el
mando del comandante Iglesias; lo mismo que logró, finalmente, en Tibisí
(febrero de 1878), cuando venció a una fuerte columna española y dio muerte a
su jefe, el coronel Gonzalo, según palabras muy bien escritas del entonces
coronel Félix Figueredo Díaz, por quien conocemos, además, la sorprendente toma
por José del poblado de Dos Caminos de San Luis, y la ya casi irremediable captura
del general en jefe español Martínez Campos, de la que este se libró por la
intervención del propio Figueredo, que estaba allí en parlamento autorizado por
el Gobierno Provisional cubano.
Como para
no quedarse corto, fuera del escenario de la guerra, protagonizó dos memorables
escapadas durante su encierro español, el primero de los cuales –dada su devolución a
los españoles, por parte de las autoridades inglesas del Peñón de Gibraltar- dio pie a
un sonado escándalo internacional, del que se hicieron eco el parlamento inglés y los líderes socialista Carlos Marx y Federico Engels.
Y su entrada a Guantánamo, desconcertante no sólo para los defensores de esa plaza, sino para todo el grupo de patriotas que lo acompañó, en junio de 1895 cuando se lanzaron –él, como siempre, bien por delante- a todo galope, por la única entrada (y salida) del pueblo, hasta parar en un café, donde penetraron con sus corceles, armas en manos, pidieron cerveza, la apuraron, pagaron, y con la misma salieron, entre el cerrar de puertas y ventanas, con la misma prisa y sangre fría, sin sufrir daño alguno.
Pero no
eran esas sus únicas acciones. Contrariamente a lo que se ha hecho criterio
común, sabía pensar bien y planificar en detalles complicada acciones de
guerra, como su intento de atacar la ciudad de Santiago de Cuba –que comunicó
al general Máximo Gómez, en mayo de 1896-, trasladando subrepticiamente la
artillería mambisa hasta las inmediaciones de El Caney, por donde pensó dar el
golpe principal.
En fin,
general cabal, pero que nunca pudo olvidar su inveterada costumbre de
hacer lo que nadie frente al enemigo, aunque en eso le fuera la vida, como
fue, en definitiva, en Loma del Gato, aquel fatídico 5 de julio de 1896, y que
le han valido el reconocimiento en vida y postrero de modelo de héroe antonomástico.
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