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miércoles, 22 de febrero de 2012

Abarcadora visión sobre el 24 de febrero de 1895


Fracasos y éxitos de la jornada


No hay lugar a duda: la mayor parte de los conjurados para el alzamiento separatista del 24 de febrero de 1895 en la isla, no cumplieron –o no pudieron cumplir, para no ser absolutos- con la palabra empeñada con la Patria, con su compromiso establecido con el Partido Revolucionario.
Pinar del Río –que luego dio claros ejemplos de grandeza- estuvo indiferente; la Habana y Las Villas, a la espera de la real orden de Máximo Gómez, y Camagüey al margen del compromiso.
Matanzas respondió en parte, pues la mayor parte de los representantes municipales, faltando a sus promesas, no se pronunciaron en armas, y donde los muchos valientes que se pronunciaron fracasaron: en un caso, por el asesinato del comandante Manuel García, tras lo cual, los 200 que le acompañaban se retiraron de la revolución; en Ibarra, porque Antonio López Coloma no garantizó el número de hombres que -según él- debían dar el grito; de modo que el pequeño núcleo de bisoños alzados, con Juan Gualberto Gómez y Juan Tranquilino Letapier al frente, rápidamente fue disuelto, en choque del día 24.
En Jagüey Grande, el doctor Martín Marrero con 39 seguidores se lanzó a la manigua en la fecha de la asonada; pero nueve días después, después de chocar con el enemigo en Aguada de Pasajeros, los 40 fueron dispersados, y la mayor parte de esos hombres, hechos prisioneros. En un punto vecino, Jagüey Chico (Charcones), se levantaron en armas el habanero Joaquín Pedroso y un reducido grupo de complotados, que se vieron forzados a capitular.
Fue una suerte para quienes prepararon el movimiento insurreccional en Oriente, que las autoridades militares españolas en el territorio hayan tenido, en los días previos e inmediatamente posteriores al 24 de febrero de 1895, las discrepancias  con el gobernador Capriles; suerte de que el primero presionase y convenciera al capital general Emilio Calleja, a fin de evitar que los militares aplicasen medidas radicales, considerando el posible costo político de tales retaliaciones contra los hasta entonces presuntos revolucionarios.
Suerte, porque, por informes diversos de sus fuentes de inteligencia, el elemento castrense tenía ya noticias, más o menos sustanciosas, sobre planes de desembarcos mambises, a la par que recibía recomendaciones del Capitán General de vigilar las costas, y se hacía eco de rumores sobre “desórdenes públicos”  y de conspiraciones.
Así pues -según el general José Lachambre, comandante del Departamento Oriental-, las autoridades civiles no dieron crédito a todos los preparativos revolucionarios de alzamiento, que eran evidentes, y que ellos querían abortar por la fuerza.
Pero la mayor fortuna del movimiento separatista fue contar con un jefe de la estirpe de “Don Guillermo Moncada (a) Guillermón”.
Ya –después del conato de alzamiento de Santa Rita (El Cobre), el 10 de octubre de 1894, Moncada celebró (diciembre de 1894) la primera junta formal de la última etapa del movimiento, en San Antonio y San Joaquín, casa de Moisés Sariol, entre este, Aniceto Serrano, Guadalupe bravo, Antonio Márquez, Hermenegildo Portuondo, Diego Palacios Messa y Francisco Sánchez Hechavarría, y cuya segunda parte se llevó a cabo en El Salvador y San Mateo, morada de Guilermón Moncada.
Se sucedieron reuniones conspirativas casi diarias, presididas por él, quien envió comisionados suyos (Tomás Bueno, Juan Sabarit, Mariano Sánchez Vaillant, Francisco Sánchez Hechavarría, Saturnino Lora y Rafael Palacios Messa, entre otros) a los santuarios de cada cabecilla independentista en El Cobre, San Luis, Palma Soriano, Baracoa, Guantánamo, Baire, Jiguaní, Manzanillo, Holguín, Tunas, Camagüey, Sancti Spíritus, y a otros sitios del país, a fin de propagar la revolución y concertar el alzamiento armado.
Finalmente –frente a los titubeos e incumplimientos de muchos-, logró una masiva marcha a la manigua en casi todos los rincones del territorio directamente a su mando.
Sí, sólo Oriente respondió debidamente al llamado patriótico, saldo de la urdimbre conspirativa del general Guillermón Moncada y el delegado del Partido Revolucionario Cubano en Santiago, Rafael Portuondo Tamayo, con eminentes líderes locales:
Masó –escondido en La Jagüita- se pronunció en armas en Bayate, el día 24, con una veintena de veteranos, secundado por Juan Massó Parra, alzado en Santo Tomás, con 150 hombres; Amador Guerra, en área cercana a la costa, y Joaquín Liens. Se asegura que un pequeño número de tuneros se levantó en Platanillo, y los hermanos Reyes con varios más, tras tirotear el poblado de Jiguaní, tomaron camino de la manigua.
Pedro Agustín Pérez y Emilio Giró, acompañados de varias decenas de hombres, se levantaron en La Confianza, a pocos km. de Guantánamo, donde hicieron formal declaración de la independencia de Cuba; mientras, Prudencio Martínez Hechavarría y Evaristo Lugo, se alzaron en San Andrés y El Vínculo; Pedro Ramos y Enrique Brook, en Santa Cecilia, y los hermanos Tudela, en Jaibo Abajo, quienes, el propio día 24, tomaron Hatibonico, mientras el capitán Manuel Verdecia tiroteó el Fuerte Toro.
Mas –lejos de cualquier tipo de jingoísmo y de sobrevaloración-, fue la provincia de Santiago de Cuba, en verdad, el principal baluarte de aquella gesta.
En efecto, -como saldo de una organización extraordinariamente eficaz aplicada por Saturnino Lora-, en Baire se alzaron: Lora, en la finca La Veguita; Florencio Salcedo, en La Salada; Joaquín Urbina, en Los Negros; Manuel Tabares, en la zona denominada Baracoa; Esteban Martínez, en Riíto; Ladislao Flores, en Maffo; Juan del Toro, en Bijagual, y Celestino Rosales, José Méndez y Mariano Lora, en los alrededores de Baire, quienes penetraron en el poblado, y arengaron a sus habitantes.
De la ciudad de Santiago de Cuba, el propio día 24 salió Quintín con cuatro hombres, con rumbo al Puerto de Boniato; Victoriano Garzón, con 14 más, igual salió de esta población, y tras tomar algunas fincas, topó con el alcalde de Firmeza, Eduardo Domínguez y Valeriano Hierrezuelo, pronunciados en es villa minera.
En Ti Arriba, se alzó el capitán Modesto Ríos, punto donde también lo hizo el teniente coronel Luis Bonne. En el antiguo ingenio Hatillo, se pronunció el capitán Marcos Ramírez; el también capitán Manuel La O Jay lo hizo en la zona de San Luis, con 14 seguidores, al igual que los tenientes Nicolás Lugo y Andrés Hernández, exactamente en las zonas de Chaveco y San Leandro; Silvestre Ferrer Cuevas y un pequeño número de hombres, por orden de Moncada, tomaron y quemaron el poblado de Loma del Gato, cerca de Alto Songo; el capitán Víctor Duany, se levantó en Minas de Ponupo; el entonces capitán Benigno Ferié, en La Lombriz (Vega Bellaca);  y el pequeño grupo encabezado Próspero García Castellanos atacó el cuartel de voluntarios de Palma Soriano.
El más grande levantamiento del país, sin embargo, fue el de El Cobre, encabezado por Alfonso Goulet, Joaquín Planas, Rafael Portuondo Tamayo, los hermanos Diego y Rafael Palacios Messa, y los también hermanos Vidal y Juan Eligio Ducasse Revé.
De acuerdo con Juan Eligio Ducasse Revé, que varias fuentes documentales cifran en más de 500 hombres.
Al frente de todos los alzamientos orientales estuvo el general Moncada, oculto desde el 18 de febrero, escapado de las manos de la policía del régimen y alzado desde días antes del 24 de Febrero en Tumba Siete, a donde se le unieron el comandante José Camacho Viera (el Negro) y el subteniente Hermenegildo Portuondo y cada vez más y más combatientes.
Cuenta Saturnino Lora, al respecto, cómo Moncada tejió con él los hilos de la conspiración de Baire, y dispuso la forma en que le avisaría de la orden de alzamiento. Por su parte, refiere Juan Tranquilino Letapier cómo cuando él llevó la orden de alzamiento a Bartolomé Masó, éste le dijo: “Vaya a comunicárselo primero al General Moncada, y vuelva por aquí con lo que él ordene.”, y relata, asimismo, que cuando le replicó que tenía orden de verlo a él primero, Masó –quien terminó la Guerra Grande con los grados de coronel del Ejército Libertador- volvió a decirle: “El General Moncada es el superior jerárquico, ningún subalterno tiene derecho a arrogarse una decisión, ni discutir una orden. Le reitero: Vaya a ver al general y vuelva aquí con lo que él ordene.”
Sólo su amor por Cuba llevó a este extraordinario hombre a salir a la manigua redentora con la herida necesariamente mortal del estadío de su tuberculosis; sólo la sagacidad de Moncada, y su serena sabiduría en estos trajines, hizo posible el sortear todos los grandes peligros de fracaso; sólo su firmeza y su ejemplo mantuvieron cohesión en las partidas mal armadas, parqueadas y durante hostilizadas por las fuerzas españolas, y enhiesto el estandarte de la independencia, lo mismo frente a los que –por confusión o ideal- levantaban la bandera autonomista, que frente al intento de las comisiones pacificadoras… Y cuando la muerte le anunciaba su inevitable e inminente llegada, llamó a Bartolomé Masó, y le entregó el mando de todas las fuerzas de Oriente, hasta la llegada de los grandes jefes veteranos: Maceo y Gómez.
El 24 de Febrero tuvo muchos héroes, cuyos merecimientos hay que reconocer siempre, en el 117 aniversario de la epopeya; pero el el más meritorio de todos, fue, sin duda, el legendario Guillermón.

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