Fracasos y éxitos
de la jornada
No hay
lugar a duda: la mayor parte de los conjurados para el alzamiento separatista
del 24 de febrero de 1895 en la isla, no cumplieron –o no pudieron cumplir,
para no ser absolutos- con la palabra empeñada con la Patria , con su compromiso
establecido con el Partido Revolucionario.
Pinar del Río –que luego dio claros ejemplos de grandeza-
estuvo indiferente; la Habana
y Las Villas, a la espera de la real orden de Máximo Gómez, y Camagüey al
margen del compromiso.
Matanzas respondió en parte, pues la mayor parte de los
representantes municipales, faltando a sus promesas, no se pronunciaron en
armas, y donde los muchos valientes que se pronunciaron fracasaron: en un caso,
por el asesinato del comandante Manuel García, tras lo cual, los 200 que le
acompañaban se retiraron de la revolución; en Ibarra, porque Antonio López
Coloma no garantizó el número de hombres que -según él- debían dar el grito; de
modo que el pequeño núcleo de bisoños alzados, con Juan Gualberto Gómez y Juan
Tranquilino Letapier al frente, rápidamente fue disuelto, en choque del día 24.
En Jagüey Grande, el doctor Martín Marrero con 39 seguidores
se lanzó a la manigua en la fecha de la asonada; pero nueve días después,
después de chocar con el enemigo en Aguada de Pasajeros, los 40 fueron
dispersados, y la mayor parte de esos hombres, hechos prisioneros. En un punto
vecino, Jagüey Chico (Charcones), se levantaron en armas el habanero Joaquín
Pedroso y un reducido grupo de complotados, que se vieron forzados a capitular.
Fue una
suerte para quienes prepararon el movimiento insurreccional en Oriente, que las
autoridades militares españolas en el territorio hayan tenido, en los días
previos e inmediatamente posteriores al 24 de febrero de 1895, las
discrepancias con el gobernador Capriles;
suerte de que el primero presionase y convenciera al capital general Emilio
Calleja, a fin de evitar que los militares aplicasen medidas radicales,
considerando el posible costo político de tales retaliaciones contra los hasta
entonces presuntos revolucionarios.
Suerte,
porque, por informes diversos de sus fuentes de inteligencia, el elemento
castrense tenía ya noticias, más o menos sustanciosas, sobre planes de
desembarcos mambises, a la par que recibía recomendaciones del Capitán General
de vigilar las costas, y se hacía eco de rumores sobre “desórdenes públicos” y de conspiraciones.
Así pues -según
el general José Lachambre, comandante del Departamento Oriental-, las
autoridades civiles no dieron crédito a todos los preparativos revolucionarios
de alzamiento, que eran evidentes, y que ellos querían abortar por la fuerza.
Pero la
mayor fortuna del movimiento separatista fue contar con un jefe de la estirpe
de “Don Guillermo Moncada (a) Guillermón”.
Ya –después
del conato de alzamiento de Santa Rita (El Cobre), el 10 de octubre de 1894,
Moncada celebró (diciembre de 1894) la primera junta formal de la última etapa
del movimiento, en San Antonio y San Joaquín, casa de Moisés Sariol, entre este,
Aniceto Serrano, Guadalupe bravo, Antonio Márquez, Hermenegildo Portuondo,
Diego Palacios Messa y Francisco Sánchez Hechavarría, y cuya segunda parte se llevó
a cabo en El Salvador y San Mateo, morada de Guilermón Moncada.
Se
sucedieron reuniones conspirativas casi diarias, presididas por él, quien envió
comisionados suyos (Tomás Bueno, Juan Sabarit, Mariano Sánchez Vaillant,
Francisco Sánchez Hechavarría, Saturnino Lora y Rafael Palacios Messa, entre
otros) a los santuarios de cada cabecilla independentista en El Cobre, San
Luis, Palma Soriano, Baracoa, Guantánamo, Baire, Jiguaní, Manzanillo, Holguín,
Tunas, Camagüey, Sancti Spíritus, y a otros sitios del país, a fin de propagar
la revolución y concertar el alzamiento armado.
Finalmente
–frente a los titubeos e incumplimientos de muchos-, logró una masiva marcha a
la manigua en casi todos los rincones del territorio directamente a su mando.
Sí, sólo Oriente respondió debidamente al llamado
patriótico, saldo de la urdimbre conspirativa del general Guillermón Moncada y
el delegado del Partido Revolucionario Cubano en Santiago, Rafael Portuondo
Tamayo, con eminentes líderes locales:
Masó –escondido en La Jagüita- se pronunció en armas en Bayate, el día
24, con una veintena de veteranos, secundado por Juan Massó Parra, alzado en
Santo Tomás, con 150 hombres; Amador Guerra, en área cercana a la costa, y
Joaquín Liens. Se asegura que un pequeño número de tuneros se levantó en
Platanillo, y los hermanos Reyes con varios más, tras tirotear el poblado de
Jiguaní, tomaron camino de la manigua.
Pedro Agustín Pérez y Emilio Giró, acompañados de varias
decenas de hombres, se levantaron en La Confianza , a pocos km. de Guantánamo, donde hicieron
formal declaración de la independencia de Cuba; mientras, Prudencio Martínez
Hechavarría y Evaristo Lugo, se alzaron en San Andrés y El Vínculo; Pedro Ramos
y Enrique Brook, en Santa Cecilia, y los hermanos Tudela, en Jaibo Abajo,
quienes, el propio día 24, tomaron Hatibonico, mientras el capitán Manuel
Verdecia tiroteó el Fuerte Toro.
Mas –lejos de cualquier tipo de jingoísmo y de
sobrevaloración-, fue la provincia de Santiago de Cuba, en verdad, el principal
baluarte de aquella gesta.
En efecto, -como saldo de una organización
extraordinariamente eficaz aplicada por Saturnino Lora-, en Baire se alzaron:
Lora, en la finca La Veguita ;
Florencio Salcedo, en La Salada ;
Joaquín Urbina, en Los Negros; Manuel Tabares, en la zona denominada Baracoa;
Esteban Martínez, en Riíto; Ladislao Flores, en Maffo; Juan del Toro, en
Bijagual, y Celestino Rosales, José Méndez y Mariano Lora, en los alrededores
de Baire, quienes penetraron en el poblado, y arengaron a sus habitantes.
De la ciudad de Santiago de Cuba, el propio día 24 salió
Quintín con cuatro hombres, con rumbo al Puerto de Boniato; Victoriano Garzón,
con 14 más, igual salió de esta población, y tras tomar algunas fincas, topó con
el alcalde de Firmeza, Eduardo Domínguez y Valeriano Hierrezuelo, pronunciados
en es villa minera.
En Ti Arriba, se alzó el capitán Modesto Ríos, punto donde
también lo hizo el teniente coronel Luis Bonne. En el antiguo ingenio Hatillo,
se pronunció el capitán Marcos Ramírez; el también capitán Manuel La O Jay lo hizo en la zona de
San Luis, con 14 seguidores, al igual que los tenientes Nicolás Lugo y Andrés Hernández,
exactamente en las zonas de Chaveco y San Leandro; Silvestre Ferrer Cuevas y un
pequeño número de hombres, por orden de Moncada, tomaron y quemaron el poblado
de Loma del Gato, cerca de Alto Songo; el capitán Víctor Duany, se levantó en
Minas de Ponupo; el entonces capitán Benigno Ferié, en La Lombriz (Vega
Bellaca); y el pequeño grupo encabezado
Próspero García Castellanos atacó el cuartel de voluntarios de Palma Soriano.
El más grande levantamiento del país, sin embargo, fue el de
El Cobre, encabezado por Alfonso Goulet, Joaquín Planas, Rafael Portuondo
Tamayo,
los hermanos Diego y Rafael Palacios Messa, y los también
hermanos Vidal y Juan Eligio Ducasse Revé.
De acuerdo con Juan Eligio Ducasse Revé, que varias fuentes
documentales cifran en más de 500 hombres.
Al frente de todos los alzamientos orientales estuvo el
general Moncada, oculto desde el 18 de febrero, escapado de las manos de la
policía del régimen y alzado desde días antes del 24 de Febrero en Tumba Siete,
a donde se le unieron el comandante José Camacho Viera (el Negro) y el subteniente
Hermenegildo Portuondo y cada vez más y más combatientes.
Cuenta Saturnino Lora, al respecto, cómo Moncada tejió con
él los hilos de la conspiración de Baire, y dispuso la forma en que le avisaría
de la orden de alzamiento. Por su parte, refiere Juan Tranquilino Letapier cómo
cuando él llevó la orden de alzamiento a Bartolomé Masó, éste le dijo: “Vaya a
comunicárselo primero al General Moncada, y vuelva por aquí con lo que él
ordene.”, y relata, asimismo, que cuando le replicó que tenía orden de verlo a
él primero, Masó –quien terminó la Guerra
Grande con los grados de coronel del Ejército Libertador-
volvió a decirle: “El General Moncada es el superior jerárquico, ningún
subalterno tiene derecho a arrogarse una decisión, ni discutir una orden. Le
reitero: Vaya a ver al general y vuelva aquí con lo que él ordene.”
Sólo su amor por Cuba llevó a este extraordinario hombre a
salir a la manigua redentora con la herida necesariamente mortal del estadío de
su tuberculosis; sólo la sagacidad de Moncada, y su serena sabiduría en estos
trajines, hizo posible el sortear todos los grandes peligros de fracaso; sólo
su firmeza y su ejemplo mantuvieron cohesión en las partidas mal armadas,
parqueadas y durante hostilizadas por las fuerzas españolas, y enhiesto el
estandarte de la independencia, lo mismo frente a los que –por confusión o
ideal- levantaban la bandera autonomista, que frente al intento de las
comisiones pacificadoras… Y cuando la muerte le anunciaba su inevitable e
inminente llegada, llamó a Bartolomé Masó, y le entregó el mando de todas las
fuerzas de Oriente, hasta la llegada de los grandes jefes veteranos: Maceo y
Gómez.
El 24 de Febrero tuvo muchos héroes, cuyos merecimientos hay
que reconocer siempre, en el 117 aniversario de la epopeya; pero el el más
meritorio de todos, fue, sin duda, el legendario Guillermón.
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