Al César, lo que es del César; a Guillermón, lo… de
Guillermón
El 24 de
Febrero no fue lo que sus organizadores concibieron, ni lo que, hasta último
momento, creyeron…
Planificaron
encender la Isla
con un levantamiento armado general, con lo que debía comenzar una guerra
formidable (masiva, civilizada y rápida) que diera al traste con 400 años de
coloniaje, y para lo cual se constituyeron juntas o comités revolucionarios
provinciales y municipales en prácticamente todo el país.
Sus
objetivos eran: captar y enrolar a cuantos hombres y mujeres fueran partidarios
de la independencia cubana y estuvieran dispuestos a materializarla con las
armas en la mano; allegar armamento, parque y todo tipo de vituallas, organizar
las partidas que debían protagonizar –simultáneamente, en toda la geografía
nacional- el grito separatista, y esperar el desembarco de los grandes jefes
veteranos del mambisado, a quienes esos mismos organizadores tenían la misión
de armar, embarcar y poner, con sus pequeñas fuerzas acompañantes, en puntos
escogidos por esos adalides militares en las costas de Cuba.
¿La verdad?
El saldo de aquellos planes fue frustrante y, en algún que otro lugar,
trágico…Veamos si no:
Vuelta Abajo estuvo indiferente; la Habana y Las Villas –por
indicación expresa del general Máximo Gómez-, a la espera de la real orden
suya, y Camagüey, al margen del compromiso.
Cierto que Matanzas respondió; pero en parte, pues solo
cumplieron la palabra empeñada: el comandante Manuel García –cuya alevosa
muerte, el propio día 24 de febrero de 1895, determinó a su hermano salir de la
revolución con los 200 que les acompañaban-; el grupo de Ibarra, donde el
principal complotado, Antonio López Coloma, no garantizó el exagerado número de
hombres que él había previsto; de modo que un pequeño núcleo de bisoños
alzados, con Juan Gualberto Gómez al frente, fue disuelto, al primer
enfrentamiento con el enemigo, el mismo día 24.
Algo más hizo, en Jagüey Grande, el doctor Martín Marrero
con sus 39 seguidores quien logró
permanecer en la manigua por nueve fechas, antes de chocar con el enemigo en
Aguada de Pasajeros, donde la partida
resultó disgregada, y casi todos sus integrantes, hechos prisioneros.; destino
parecido al del habanero Joaquín Pedroso y un reducido grupo de complotados,
quienes, en un punto vecino, en Jagüey Chico (Charcones), se levantaron en
armas, mas, ante la falta de adhesión, escasez de armas y municiones, así como
también por la persecución tenaz del adversario, capitularon.
¿La verdad?, repetimos:
Sólo Oriente respondió aquel memorable día, y quiérase
reconocer, o no, no sólo por el honor de los hombres y mujeres comprometidos
para pronunciarse en la jornada, sino por las diligencias, el tipo organizativo
y la autoridad moral y militar de varios líderes revolucionarios, dentro y
fuera de la Isla ;
pero, sobre todo, por la labor del mayor general Guillermón Moncada.
Ante los juicios que omiten su crucial liderazgo en aquella
gesta gloriosa, forzoso es repetir la demanda: “Al César lo que es del César, y
a Guillermón, lo… de Guilermón”…
Y recordar, primero, que el general Moncada comandó en la
ciudad de Santiago de Cuba, en toda la zona de El Cobre y en Guantánamo, las
relevantes conspiraciones de 1893 –por la que sufrió destructiva prisión en el
cuartel que hoy lleva su nombre- y de octubre de 1894; que, segundo, fue el
quien estructuró el movimiento en el citado territorio -y más allá- para el
pronunciamiento armado del 24 de Febrero, a través de varias reuniones
sucesivas (entre diciembre del 94 y el propio febrero del 95) presididas por
él, y a las cuales concurrieron veteranos separatistas del calibre de: Quintín
Banderas, Alfonso Goulet –vinculo directo de otros, como Martín Torres y Víctor
Ramos-, Victoriano Garzón, Joaquín Planas y Tomás Padró, así como los entonces
civiles: Diego y Rafael Palacios Messa, Francisco Sánchez Hechavarría y Mariano
Sánchez Vaillant, con frecuentes contactos con Rafael Portuondo Tamayo
–presidente de la Junta Revolucionaria ,
que respondía al Partido Revolucionario Cubano- y los hermanos Demetrio y
Joaquín Castillo Duany, representantes del general Maceo en Santiago de Cuba.
A través de aquellas juntas clandestinas llevadas a cabo en
las casas de Moisés Sariol, de Justo Izaguirre y la propia de Guillermón, y por
medio de sus comisionados a Guantánamo, ante Pedro Agustín Pérez; los Sartorio
y José Miró, en Holguín; Ambrosio Garcés y (tras la muerte de este) Urbina y
Saturnino Lora, en Baire; Fernando Cutido Zamora (Manana), en Jiguaní;
Bartolomé Masó, en Manzanillo; Francisco Varona y los Capote Sosa, en Las
Tunas, e, incluso, ante Joaquín Castillo López, en Chambas, actual Ciego de
Ávila.
Con sus muchas glorias pasadas, ganó la confianza de todos
esos líderes de que el alzamiento sería exitoso; con su mando, cohesionó a
todos los participantes; con su experiencia, tejió los hilos de una
conspiración difícil, en medio de un enemigo advertido y vigilante; con su tino
y sangre fría, salvó de la prisión o la muerte a las principales cabezas de
aquel complot revolucionario, antes de que las autoridades españolas se
lanzasen sobre ellas, y con su ejemplo –el de un hombre con una tuberculosis en
estadío terminal- acicateó el honor de todos los comprometidos con aquella
cita, y tuvo así, la respuesta positiva de aquellos alzamientos:
En La
Confianza , con Periquito, pero igual en ocho zonas
guantanameras; en Bayate, con Masó, y también varios puntos manzanilleros; en
Platanillo, Las Tunas, con los Capote Sosa; de los más de 300 –para algunos más
de 400-, en Baire, con Lora y Florencio
Salcedo; con Garzón y sus 14, Quintín y sus 4, los Camacho (El Negro y
Bernardo, el blanco), La ‘O y Marcos ,
con sus respectivos grupos, en San Luis, y los 513 hombres de Goulet, Portuondo
Tamayo, Planas, los Ducasse, Martín Torres y Victor Ramos, en El Cobre.
De que fue el jefe verdadero de aquella gloriosa gesta, lo
dice esta anécdota del general Masó. En efecto, cuando Juan Tranquilino Letapier, enviado de Juan
Gualberto Gómez, fue a trasmitir a Masó la orden de alzamiento, éste, sin
escucharlo siquiera, le dijo: “Comuníqueselo, primero, al general Moncada, y
vuelva por aquí con lo que él ordene.”, y a los intentos de réplica de
Letapier, estas fueron las conclusivas palabras del bayardo manzanillero: “El
general Moncada es el superior jerárquico, ningún subalterno tiene derecho a
arrogarse una decisión, ni discutir una orden; le reitero: vaya a ver al
General y vuelva aquí con lo que él ordene”.
Alzado él
mismo en Tumba Siete, antes del día 24, tras escapar –gracias a una
estratagema- de las garras del jefe local de policía-, su presencia en la
manigua, ya moribundo, fue señal de una determinación heroica e inclaudicable,
a la que hoy y siempre debiéramos rendir homenaje, junto al que debemos a nuestros
grandes padres nacionales: José Martí, Máximo Gómez, Antonio Maceo y todos
aquellos destacados en estas líneas, entre otros grandes protagonistas de
nuestra independencia.
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