Tacajó: 8 de febrero de
1869
Aunque la
historiografía nacional la trata como un hecho anecdótico, a lo sumo: como un
suceso que marcó la reafirmación de Carlos Manuel de Céspedes como jefe de
aquella primera campaña separatista en La Mayor de las Antillas, la Junta de Tacajó –aquella
reunión del 8 de febrero de1869, en la que se dieron cita los jefes más
acreditados de la recién nacida revolución- fue infinitamente más que eso…
UN
ANTECEDENTE NECESARIO
Superada ya
la derrota que el general Blas Villate (Conde de Valmaseda) infligió a los
rebeldes sobre el río Cauto, el 8-9 de enero de 1869, durante la defensa
Bayamo, que los cubanos incendiaron, tras haber sido su capital desde su toma,
el 20 de octubre de 1868, y recogidos, con sobrados esfuerzo y paciencia, los
hombres y contingentes dispersos después de esos combates.
Parecía que
después del temporal, venía un período de calma y de recuperación para los
hacedores de la campaña independentista, cuando uno de los jefes más
descollantes del mambisado, el general Donato del Mármol Tamayo -único victorioso
en los inicios de la guerra, tanto con la toma de los poblados de Baire, Santa
Rita y Jiguaní, el 13 de octubre del 68, como con la victoria en Pino de Baire,
a fines de dicho mes, frente al batallón español enviado para reforzar a la
guarnición ibérica de Bayamo-; en fin, cuando el más laureado jefe insurrecto
de entonces se autoproclamó Jefe Supremo de Oriente, con toda las facultades de
un dictador, en Giro punto intramontano, distante unas 13 o 14 leguas, por
caminos extraviados, de la ciudad de Santiago de Cuba), el 15 de enero de 1869.
No habían
transcurrido 4 meses aún del grito de independencia, dado por Céspedes el 10 de
Octubre, al frente de los manzanilleros, y cuya pervivencia –ante el rechazo de
muchos del propio bando- lo debió, por un lado, a la adhesión casi inmediata de
Francisco Vicente Aguilera y de Pedro (Perucho) Figueredo, dos de los tres
dirigentes de la Junta Revolucionaria
de Oriente, gestora de los preparativos revolucionarios en el territorio, y,
por otro lado, a la decisiva y valiente postura de los alzados en Las Tunas,
Holguín y Jiguaní –entre otros grupos menores-, liderados por Vicente García,
Julio Grave de Peralta y el ya referido Donato del Mármol, respectivamente…
No habían transcurrido
los cuatro meses de vida, así era, y la revolución parecía que iba a malograrse
irremediablemente, a causa de un gran cisma, que venía asumiendo por base: una,
las diferencias entre camagüeyanos y orientales, por los fueros absolutistas
que los primeros atribuían a Céspedes y las prebendas que daba a sus
coterráneos en grados y empleos, en detrimentos de ellos, los del Camagüey; otra:
las discrepancias de los militares con Carlos Manuel por decisiones erróneas de
este en el campo bélico, y, también, las divisiones entre los partidarios de
emplear los “métodos democráticos” para hacer la guerra de independencia de
Cuba, y los inclinados por los métodos dictatoriales.
Pero la
misma gravedad de la crisis y, especialmente, sus nefastas consecuencias para
todos: la muerte lamentable de aquella gesta, alentaron una solución viable
–provisional, si se quiere-, a la que debían contribuir todos, cediendo cada
cual en hasta entonces sus “invariables posiciones”.
Mensajes y
mensajeros surcaron los espacios de las comarcas entre una y otra provincia,
entusiasmados con el buen augurio de inminente alzamiento armado –como lo fue
realmente- de Las Villas y algunas localidades más occidentales en la Isla.
De modo
que, enterados de que Mármol y sus huestes habían protagonizado un raid de tea
incendiaria, desde Giro hasta el norte de Oriente (Punta de Lucrecia), contra
decenas de ingenios, cañaverales, cafetales y otras propiedades rurales, y que
merodeaba por la zona de Tacajó (esperando, en verdad, la fracasada expedición
de auxilio del “Mary Lowel”), fueron a su búsqueda.
No solo iba
Céspedes, sino también casi todos los jefes más acreditados de la revolución en
Oriente; dígase: Aguilera, Pedro Figueredo, los dominicanos Luis Marcano,
Modesto Díaz y Félix Chalas, Calixto García, Francisco Maceo Osorio, Esteban
Estrada, Tomás Estrada Palma, Fernando Fornaris, Francisco Javier y Pedro
Céspedes, Ramón Céspedes Fornaris y otros, incluido el a la sazón jefe militar
del Camagüey, Napoleón Arango.
Después de
haberse percatado de las reales intenciones de aquella masiva excursión, y
levantadas ya las emboscadas que, en previsión de cualquier ataque en su contra,
había puesto en los caminos cercanos, Mármol y sus jefes subalternos (sus
hermanos Raimundo, Justo, Leonardo y Francisco Javier del Mármol, su primo
Eduardo del Mármol, el quisqueyano Máximo Gómez, Félix Figueredo, Leopoldo
Arteaga y otros) penetraron en Tacajó y accedieron a debatir en junta de jefes,
tras haberse entrevistado, a solas, él con Céspedes.
EPÍLOGO
FELIZ
Hechas las
cuentas de aquel histórico acontecimiento, Tacajó –que vino a resumir urgentes
y variadas juntas previas- fue un ejemplo de negociación revolucionaria, en la
que los principios particulares o regionales se supeditaron –al menos
temporalmente- a los de la
Patria.
En efecto,
cedió Mármol, que inclinó su dictadura; pero, igual, Céspedes, que depuso su
capitanía general –que, al caso, era del mismo signo que quiso ostentar Donato-,
así como además sus facultades en la dirección de las acciones bélicas;
cedieron los “demócrata”, que tuvieron que acatar la continuación del liderazgo
de Carlos Manuel en la revolución, y, por últimos, los militares y todos
aquellos que tenían prelación por los métodos dictatoriales para dirigir la
guerra, al tener que aceptar la casi inmediata institucionalización de la
revolución, a fin de poner “bridas” a los desbocados instintos absolutistas del
emblemático líder del separatismo cubano y de cualquier otro caudillo que
emergiese en la manigua.
De tal
manera, la Junta
de Tacajó fue un episodio político glorioso de salvación de la muy joven
revolución cubana de 1868, y, a la vez, antesala de la Constitución de
Guáimaro, del 11 de abril de 1869, que vino a ser –¡vaya paradoja!- causa –independientemente de sus magníficas
intenciones- de nuevas y mortales divisiones dentro de aquella formidable gesta
de los cubanos por la independencia nacional, la abolición de la esclavitud y
por la libertad y el progreso del pueblo de esta hermosa isla antillana.
No hay comentarios:
Publicar un comentario