De lo dicho por el Tte. coronel Ángel Pérez y el
brigadier Flor Crombet
Infundios
fueron, pues, lo mismo que otros, que poblaron los aires con otras viejas
acusaciones, como la del teniente coronel Ángel Pérez (veterano que era de las
fuerzas de Las Villas), quien, el 5 de agosto de 1878, escribió a su antiguo
jefe, Carlos Roloff, informándole que Flor había llegado a New York, y que éste
sostenía que el espíritu (revolucionario) era “muy alto” en Oriente, lo mismo
que en el Camagüey, a fin de reanudar la lucha. Y afirma Pérez: “La actitud que
hasta ayer hemos experimentado en Maceo...
...es contraria, y ha sido ficticia según
sus tendencias. Este viene trabajando siempre con aspiraciones muy altas, pues
sus tendencias han sido hacerse el hombre no sólo de Oriente, sino del Camagüey
y Villas, o mejor dicho, el hombre de la nueva Revolución”[1][1].
O
Angel Pérez confundió las palabras de Flor, o éste no valoró con objetividad,
con exactitud, la realidad de Cuba, a su salida del país y su llegada a Estados
Unidos; o hubo intención de hacer quedar a Maceo como un renegado...
¿Que
el espíritu de Oriente era alto, a menos de tres meses de haberse desbandado
los restos del ejército protestante en Baraguá, lo cual obligó a la segunda
capitulación ante las autoridades españolas?, ¿en Oriente, donde las pequeñas
partidas de Ignacio Díaz y Francisco Estrada, en Bayamo-Manzanillo, y de
Modesto Fornaris Ochoa, en Holguín, deambulaban sin que se les incorporara ni
un solo hombre?, ¿que el Camagüey vivía un elevado espíritu revolucionario, a
menos de seis meses del Zanjón, y donde no había prácticamente nadie conspirando?,
¿ que lo había en Las Villas, en cuyos lares no engrosaban sus fuerzas, las
pequeñas partidas de Ramón Leocadio Bonachea?
No
hay en estas formulaciones ni un solo punto de verosimilitud, en ese sentido, y
en cuanto a que Maceo pretendía ser el hombre de toda la Revolución que se
quería fraguar, es oportuno decir – no obstante la afirmación de Emeterio
Santovenia, de que preguntado Aldama sobre quién creía él era el hombre de la
nueva etapa revolucionaria, y de que su respuesta fue simplemente: “Maceo”-;
repito: no obstante tal criterio sobre Maceo, no era este general un hombre
fatuo ni carente de memoria...Sabía él que “hombre de Oriente -siempre que se
entendiera por eso a Santiago de Cuba, Guantánamo y Holguín-, podría ser, con
la oposición de algunos personajes; no así de Las Tunas, donde sólo podía
mandar Vicente García u otro caudillo “santificado” por éste; tampoco, del
Camagüey, en el que Salvador Cisneros Betancourt y acaso el general Máximo
Gómez podían ser los líderes de ese
territorio, y menos de Las Villas, donde , aparte de que Roloff, Francisco
Carrillo, Francisco Jiménez, Serafín Sánchez y Emilio Núñez eran los adalides
de los revolucionarios de esa región, estos ya habían despreciado a los jefes
“foráneos” –incluido Maceo- en medio de los planes de invasión a Occidente,
desde 1874, y –como si fuera poco- no fueron pocos de esos jefes sintieron el
dedo acusador de Maceo, cuando se avinieron al Pacto del Zanjón, por lo cual no
le escondían su resentimiento.
Además
de peregrina, la acusación de Ángel Pérez no cuenta – como mismo ha ocurrido
con otras imputaciones contra Maceo, aquí examinadas- con ninguna prueba que la sostenga; de modo
que no alcanza más que la categoría de una frase especulativa intencionada, de
esas que procuran abonar un terreno para menguar la influencia de alguien; en
este caso, de Maceo...
Son
las mismas intenciones con las que, a todas luces, escribió el 10 de diciembre
de 1879, al general Carlos Roloff, con el deseo expreso de que se la entregase,
también, a Calixto García, y en la cual
dice a ambos, pues, que no duda nada del general Maceo -según los
antecedentes de éste- ni de los “demás jefes partidarios del dominio de la
gente de color en la revolución”, y, tras autocatalogarse entre los de máximo
patriotismo y fe, sentencia “[...] pero jamás seré de los que desean a Cuba
africana antes que española. No y mil veces no. Si mi patria tuviera escrito
para ser de África, deseo verla confundida entre las olas del mar y sus hijos
errantes y proscritos como yo [...]”[2][2]
Pérez
–quien radicaba entonces en el norte colombiano- refiere de la llegada allí de
un presunto comisionado del general Maceo, Pedro Arrastía (desconocido, por
demás, en toda la biografía del general), y quien, supuestamente, fue a pedir
recursos para que Maceo organizara una expedición para ir a Cuba, y que,
ilógicamente, dijo –siempre según A. Pérez-, que era para hacer éste la
revolución con la gente de color; pues, Maceo indicaba que no trabajaba para el
Comité Revolucionario Cubano de New York, porque eso disminuía su prestigio, ya
que éste no tenía apoyo, y que los blancos habían fallado en la cuestión de la
revolución de Cuba, y que “ésta renacería iniciada por la gente de color y
llevada a su triunfo por el apoyo de Santo Domingo, Jamaica y los negros
esclavos de Cuba, en fin, General no quiero cansarlo con las conjeturas y
disenciones [sic] habidas acá.”[3][3]
¡Cuántos
veneno y errores fácticos!
¿Qué
tenían que ver con África, por ejemplo, los Maceos, cuyos ancestros nacidos en
el sufrido continente (tal vez algún tatarabuelo o alguien más atrás), no son
ni rastreables? Es más: puede probarse que Juana Alberta Moncada, la abuela de
Guillermón era santiaguera, al igual que la madre, María Dominga; que el padre,
Narciso Veranes, lo era de Ti Arriba, sin que podamos precisar aún los
ascendientes de éste: Los padres de Quintín Banderas, también eran nacidos en
Santiago de Cuba, como, al parecer, lo eran sus abuelos; algo parecido a los
casos del coronel Pepillo Perera y del comandante Victoriano Garzón. En
cuestión, ningún jefe de los llamados del color era nacido en África, ni tuvo
nunca programa alguno de anexar Cuba a África, ni establecer regímenes
similares a los existentes allá en aquella época, ni siquiera las costumbres,
de las que no eran, en verdad, herederos directos.
Las
menciones a África y a Cuba africana eran otros dos “cocos” para amedrentar a
los racistas blancos indecisos y a los prejuiciados raciales; en fin, para
aterrorizar a aquéllos susceptibles de admitir un rol protagónico del general
Maceo o cualquier otro líder mambí “de color”, a tenor de sus méritos y
talentos demostrados.
En
cuanto a la supuesta argumentación del “comisionado de Maceo”, resulta
imposible admitir que haya pedido recursos a los blancos emigrados cubanos, con
la advertencia de que era para hacer una revolución de y para los negros en
Cuba. Tampoco es admisible la razón del porqué Maceo no laboraba de acuerdo con
el Comité Revolucionario Cubano (cuestión de prestigio y de racismo negro),
tanto por lo alejado que eso está de su conducta y de su pensamiento, expresado
en cartas, proclamas y escritos, como porque lo desmienten su acuerdo con
Calixto, en junio de 1879, de trabajar ambos conjuntamente; así como también
los lazos de Maceo con las posterior dirección de ese comité, encabezada por
José Francisco Lamadrid, con la cual laboró de consuno para llevar su
expedición a Cuba, en 1880.
Por
otra parte, la revolución de agosto del 79, no la iniciaron los negros, sino
los blancos: el brigadier Belisario Grave de Peralta, seguido de Remigio
Almaguer, y el ex teniente de guerrilla Garmendía, el 25 de agosto, y,
prácticamente horas después, Cornelio Rojas, Luis de Feria, Remigio Marrero y
otros; todos de la comarca holguinera.
De
raza blanca fue, asimismo, el jefe del levantamiento de Baire-Jiguaní: el
entonces teniente coronel Mariano Torres, conjuntamente con el negro de
idéntica graduación Jesús Rabí, y blancos fueron, igualmente, los principales
líderes de Mayarí Abajo (los hermanos Viros), de Las Tunas (los Varona y los
Capote Sosa) y de Guantánamo (Periquito Pérez).
Incluso,
en Santiago de Cuba, donde predominó la oficialidad negra, se alzaron junto con
Guillermón, José Maceo, Pepillo Perera y Quintín Banderas, el coronel blanco
Emiliano Crombet Ballón, el comandante blanco Tomás Padró Sánchez-Griñán, el
capitán Juan Massó Parra, entre otros más de esa propia raza.
Léase
la carta de Maceo al presidente Estrada Palma, del 16 de mayo de 1876, y se
comprobará que él tenía conciencia de cuántos enemigos solapados y abiertos le
adversaban en el bando separatista; léase la que le dirigió al Dr. Félix
Figueredo, por esos mismos días –ambas citadas en el presente trabajo-, y se
tendrá conocimiento de que Maceo sabía
perfectamente el fervor de sus oponentes para disminuirlo de méritos y
apartarlo de cualquier importante destino, por celos y prejuicios raciales.
Pero,
bien vistas las cosas, se trataba, en realidad, del liminar de una nueva
campaña contra el célebre general mulato, de opiniones y rumores, como se puede
distinguir, por los ejemplos que siguen:
El
14 de octubre de ese año 1878, en misiva de Odoniel Melena (pseudónimo del
brigadier Flor Crombet) al mayor general Calixto García, presidente entonces
del Comité Revolucionario Cubano de New York,
aquél le comunicaba:
Desde
mi llegada a esta (Kingston), mi mayor
empeño ha sido averiguar la conducta del in-
dividuo que Ud. sabe (Maceo).
Por fortuna , no me ha sido costoso, pues sa-
bido es la confianza ilimitada que tiene en mí,
así es: no tardó en
ponerme al corriente de
todo.
Verdad es, no cumplo con él como amigo,
pues me confió todo en la
esfera privada,
pero también sería yo un criminal si olvidara
a Cuba por un hombre que ya no puede ser
mi amigo [4][4]
Y
he aquí la esencia del problema que –según
Flor – impide su amistad: “Me dijo que entre Gómez, Calvar y él, habían
tenido varias reuniones (...), y agregaba Flor:: Nuestro hombre apoyó a Gómez,
añadiendo que nunca creía que los blancos tenían ni más derecho, ni más deberes
que los de su raza; pero que, de momento, veía difícil tan gigantesca empresa,
por la razón de no contar con dinero y elementos indispensables.”[5][5]
El
día 25, del propio mes y año, le decía “Melena” a Calixto: “Se me olvidaba
decirle que Maceo no espera más que arreglar (...) su familia para ir a Cuba a
entrevistarse con aquellas gentes.
“Soy
de opinión que Ud. le dé órdenes
contrarias, y que vaya cuando Ud. tenga a bien, pues como él no sabe que yo
obedezco órdenes de Ud. Querrá quizás meterme de lleno en trabajos de él que
jamás podría aceptar”[6][6]
Aunque
las dos cartas de Flor son harto elocuentes, leo en esta oportunidad, entre 5
misivas dirigidas por Maceo a Miguel Aldama, en el lapso comprendido del 7 de
marzo al 8 de agosto de 1878, una muy propicia, que así reza, en parte:
“Estimado
amigo:
“El
joven Flor Crombet queda aquí solo, abandonado y sin recursos de ninguna clase.
Es una persona que por primera vez se ve en esta situación. Vea Ud. Lo que por
él puede hacer.
“El
se iría a Jamaica si pudiera ser.”[7][7]
Contrasta
la actitud de Flor hacia Maceo, tan sólo dos meses después de este gesto, sobre
todo, si se tiene en cuenta que Flor fue a New York por su cuenta; y contrasta,
asimismo, sus expresiones de :” un hombre que ya no puede ser mi amigo”, del 14
de octubre del 78, y su “[...] meterme de lleno en trabajos de él que jamás
podría aceptar.”, con otras expresiones empleadas por Flor para con Maceo, como
éstas que siguen: “[...] yo soy su amigo de siempre” (noviembre de 1882)[8][8],
“[...] Ud. sabe cuánto le quiere su afmo. Amigo” (enero de 1883)[9][9],
“Dos palabras nada más para recordarle que soy siempre su amigo.”, frase esta
última que acompaña con la queja por el retraimiento que la gente de la
emigración tenía con él (19 de abril de 1883)[10][10]
Años
después, sin embargo, rebrotaron en Flor
sus ataques contra Maceo, seguidos de más votos de amistad, con procederes
inamistosos...
Sin
demeritar su inmenso valer patriótico y otras prendas que le hicieron gran
prócer en nuestra historia, Flor dio muestra de palpable inconstancia. Pongamos
por casos: la propia carta a Maceo de 1882, en la que califica a Gómez de
“descarado”, al parecer porque éste no formó parte del plan de Calixto García.
Luego, elevó al dominico-cubano al cenit. También, en su carta a Maceo, de
noviembre de 1882, le indicaba: “Incluí una carta de Martí torpemente escrita
[...]”, y aconseja a Maceo que, en su respuesta, pase por alto “ciertos halagos
inoportunos que hizo Martí. Tiempo después, casi idolatró al Apóstol.[11][11]
Pero,
volviendo al momento de fines de 1878, y principios del año siguiente; exactamente,
el 4 de enero de 1879, Flor escribió a Francisco Cabrera lo siguiente: “Tuve a pesar mío que
mandar a capitular las fuerzas de Bayamo a consecuencia de una imprudencia de
Pedro Martínez (Freire) y José Antonio Maceo. Mas luego le informaré sobre este
último particular.”[12][12]
Diferente
es la versión que, al respecto, da el entonces comandante Francisco Estrada
Estrada, en su diario de campaña, en el que narra –después de muy
significativos detalles -, cómo, en medio de una refriega reñida entre cubanos
y españoles, al cuarto día de pelea, el 16 de junio de 1878, según él, se
apareció Flor Crombet, acompañado de varios soldados enemigos, con bandera
blanca, con la orden de capitular, tal y como ya lo había hecho el Gobierno
Provisional en Sierra Pelada, días antes.
El
coronel Pedro Martínez Freire, con las fuerzas de Guantánamo, estaba en
situación similar, en su comarca de acción; libró el último combate de aquella
guerra, y fue, en verdad, el último en capitular en dicha campaña. En cuanto a Maceo, estaba por esas fechas en New York,
cumpliendo las tareas de su comisión. No es apreciable relación alguna de la
capitulación de los bayameses con la actuación directa de estos dos jefes, y
más, conforme lo expresado por el brigadier Guillermón Moncada, en carta al
presidente Calvar, del 21 de mayo de 1878, en la cual refiere que la deposición
de las armas se debió a la oleada de presentaciones de las fuerzas y a la
indiferencia de la emigración cubana ante la demanda de auxiliar la
insurrección, y –agregaríamos nosotros- de la población oriental que concurrió
con muy pocos hombres a la manigua...
Guillermón,
en efecto, relaciona las últimas y numerosas presentaciones al enemigo: la del
prefecto de Jutinicú y del teniente Limbano Gutiérrez, arrastrando a varios
hombres de tropa y muchas familias, y lo peor: capitularon el 7 de mayo, en
Florida Blanca, entregando al enemigo el único parque con que contaba la
división de Moncada para hacer frente a los españoles.
También,
de acuerdo con lo referido por Moncada, sólo los capitanes Fulgencio Arias y
Manuel Reyes eran autoridades civiles fieles y firmes; los demás prefectos y
subprefectos de la división guantanamera capitularon; como lo hizo, igualmente,
la guardia secreta de Arroyo Limbambí ( de ocho hombres), que abandonó su
puesta y se presentó al enemigo; como mismo lo hicieron el comandante Alfonso
Guillot y los capitanes Naro y Cornielle, con 35 hombres; el sargento Brea, con
ocho hombres; el sargento Torres, con 15,
el capitán Santiago Medero, junto con los tenientes Repilado y Peguero,
el subteniente Luis Barrios, y varios hombres más...[13][13].
El día 9 de mayo, capituló el comandante Emilio Leyte-Vidal
y los subtenientes Columbié y Justo Soler, al frente de 15 hombres que se
habían despachado en comisión para Holguín; el teniente coronel Antonio Soria,
con 5 oficiales y 35 de tropa, se presentaron en Sojo (Mayarí), y el general
Céspedes, al frente del 2. Bon. del Regimiento Jiguaní; en tanto que el coronel
ya había solicitado zona neutral para él y sus hombres.[14][14]
Como
si fuera poco, el teniente Porfirio Escalona capituló al frente de la compañía
que en el Regimiento Santiago mandaba el capitán José de la Cruz Martínez,
quien se quedó absolutamente solo. El auditor de guerra, Joaquín Acosta, se
presentó al enemigo con varios de tropa, y el teniente coronel Miguel Palacios,
también con algunos hombres. Finalmente, Moncada confiesa la presión del jefe
(Quintín Banderas) y oficiales del Regimiento de Caballería Santiago y de la
tropa de su división (Guantánamo) para que capitulase; así como que Lacret
había llegado de Jamaica con la nefasta noticia de que los emigrados cubanos se
negaban a dar auxilios para continuar la guerra.
Así,
pues, los hechos no responsabilizan de ninguna manera a Martínez Freire ni a
Maceo con la capitulación de los insurrectos cubanos, entre fines de mayo y
primeros días de junio de 1878, y califican esas palabras de Flor a Cabrera de
insinuación con un fin deliberado, a
juzgar por los antecedentes
7 2 ANC. Fondo
Donativos y Remisiones. Leg. 475 n. 78.
73 Ibidem.
[1][1] Documentos para servir a la historia de la
Guerra Chiquita (DPSHGCH); tomo I, pp. 26-27.
[2][2] DPSHGCH, t.
III, p. 49; La Guerra Chiquita: una experiencia necesaria, pp. 257-258;
Editorial Letras
Cubanas,
Instituto del Libro; La habana, 19 .
[3][3] DPSHGCH., p. 48; La Guerra Chiquita: una
(...), pp. 258-259.
[4][4] Ibidem, pp. 46-47.
[5][5] Ibidem.
[6][6] Ibidem, p. 50
[7][7] ANC. Fondo Donativos y Remisiones: Leg. 158
n. 54-4
[8][8] Papeles de Maceo, tomo II, p. 287.
[9][9] Ibidem, p.
289.
[10][10] Ibidem, tomo
I, pp. 301-302.
[11][11] Ibidem, tomo
II, p. 287.
[12][12] DPSHGCH:, tomo
I , p. 133.
[13][13] ANC. Fondo Donativos y Remisiones. Leg. 475 n. 78.
[14][14] Ibidem.
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