Breve relato de la captura, hecho por su hijo homónimo…
Joel
Mourlot Mercaderes
A
fines de enero [de 1874] hubo noticias de que el enemigo operaba por Aguada y
temiendo mi pobre padre que pudieran dirigirse al lugar de su residencia
(campamento de Cambute) resolvió trasladarse a San Lorenzo.
Dos o tres días antes de la captura, le
manifesté que sería prudente nos mudásemos a otro paraje, porque hacía ya mucho
tiempo que estábamos en ese mismo sitio, y
como no teníamos escolta, podíamos
sufrir un contratiempo; él me contestó que era de la misma opinión. Mas que
supuesto que [el general Manuel Titá] Calvar y [el brigadier José de Jesús]
Pérez debían de llegar de un momento a otro, aguardásemos 4 o 6 días más para
verlos antes de marchar al lugar que nos había indicado B[enjamín]. Ramírez.
El
27 del ppdo. [próximo pasado] Febrero, después de almuerzo pasó a casa de una
familia vecina que estaba a la vista de la nuestra, y contra su costumbre no
llevó a Jesús P[ilegible] que siempre lo acompañaba cuando salía cerca, y no
íbamos Lacret [comandante José Francisco Lacraite Mourlot, también Lacret
Morlot, prefecto mambí de San Lorenzo] o yo. A poco de haber salido fui yo a
otra casa que estaba a unas varas de aquella en que él se encontraba y cuando
[…] oí los primeros disparos en ese rumbo, y comprendiendo que era el enemigo
que nos había asaltado; comprendí [ilegible] para reunirme con mi padre, pero
ya no era [ilegible] tiempo, pese a las pocas varas que andube [sic] [ilegible] imposible resistir el
fuego que me hacían los [ilegible] españoles que coronaban la lomita en que él
[su padre] se hallaba, viéndome obligado a retroceder perseguido por los gritos
y tiros de los que se empeñaban en capturarme, no sin haber dado una caída en
la que me lastimé tanto que la sangre manchó mi ropa.
No
me quedaba duda de que mi padre había caído en poder del enemigo, y situándome
entonces en una estancia vecina desde donde vigilaba sus movimientos. Aguardé
al Teniente Coronel [José] Medina [Prudente], que al otro día temprano acudió
con unos pocos números armados en auxilio nuestro, a pesar de estar sufriendo
de una herida. Dispusimos que salieran unos hombres a reconocer a San Lorenzo
por un lado y nosotros con el resto nos dirijimos [sic] por el otro sitio donde se encontraba mi desgraciado padre,
hallando allí señales evidentes de su muerte y del combate que había sostenido
con sus bárbaros verdugos.
Me
trajeron la ropa que él llevaba puesta ese día toda desgarrada, abaleada y
empapada en su preciosa sangre, la cual conservaré en ese mismo estado, como
único recuerdo que me queda suyo. Buscamos en vano su cadáver porque el enemigo
se lo había llevado para ecsibirlo [sic]
como su mayor trofeo en esta guerra […]
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