Por: Joel N. Mourlot Mercaderes y David Mourlot Matos
La Alameda de Santiago de Cuba es un verdadero
privilegio para cualquiera de las personas que a ella concurren en busca de
solazarse. Desde su creación, este gran parque-paseo ha deleitado a infinidad
de visitantes, tanto por los elementos que componen su entorno formidable, como
por la belleza de los escenarios que lo rodean.
En años recientes, ha cobrado
especial importancia en la dinámica social de esta urbe; convirtiéndose en un espacio
de visita obligada para santiagueros y peregrinos de todos lados. ¿Quién no ha
llegado hasta su remozado malecón a saludar las tranquilas aguas de nuestra
bahía? ¿Quién no ha reclamado su foto junto al gigantesco “CUBA”?
Apreciándola en su actual esplendor, es casi
imposible imaginar que surgió, hace más de 180 años, de lo que era básicamente
lodo y pantanos.
Fue en 1833 que el entonces gobernador de la
provincia, brigadier Juan de Moya, ordenó disecar las zonas pantanosas aledañas
al puerto de la ciudad, dando lugar al nacimiento de una calle que nombró María
Cristina, en honor de la reina regente, y, al mismo tiempo, marcando el modesto
origen de lo que hoy conocemos como Alameda.
No podría, sin embargo, tenérsele por tal hasta
septiembre de 1840, cuando, a raíz de la insuficiencia de parques que traía
consigo el crecimiento de la población, el Cabildo, bajo los auspicios del
mariscal de campo don Juan Tello, ejecutó la construcción de Alameda de la
Marina. Se plantaron árboles y se le dotó de verjas, bancos y una fuente
central (fuente de Minerva). La Alameda (también conocida como “de Tello”), se
convirtió en el espacio de recreo y diversión más solicitado por los
santiagueros.
La Alameda a fines del siglo XIX |
En 1893, el comerciante, benefactor y mecenas
alemán Germán Michaelsen la remozó; más tarde, en 1908, le dio alumbrado
eléctrico. Michaelsen fue además fundador del Club Náutico erigido desde la
etapa colonial en esta misma área de la ciudad —que con el tiempo recibiría el
nombre de “Alameda Michaelsen”.
Edificio de la Aduana 1915 |
Club Náutico 1915 |
Entre 1927 y 1929, en tiempos del polémico alcalde
Desiderio Arnaz, volvió a remozarse totalmente, incorporándosele glorietas y
arcos de bienvenida. También en este período se instala el famoso Reloj de la
Alameda, donado por la Cámara de Comercio de la ciudad.
Labores de construcción en la Alameda 1951 |
Finalización del parque central 1951 |
La cuarta remodelación tuvo lugar entre 1949 y 1951, impulsada por el alcalde Luis Casero Guillén. Esta, aunque mantuvo algunos elementos preexistentes, (tales como las fuentes decorativas y los monumentos en honor a Michaelsen, el filántropo germano; al almirante Sir Lawton Lorraine, quien impidió prosiguieran los españoles las infames ejecuciones de expedicionarios y marinos del vapor Virginius, en noviembre de 1873; a nuestro Héroe Nacional, José Martí, y a la norteamericana Clara Barton, fundadora de la Cruz Roja Internacional), dio una imagen más actualizada a este formidable y concurrido espacio —de hecho, es el aspecto con el que hoy en día estamos familiarizados.
Vista como el complejo monumentario único que es actualmente,
la Alameda se compone de tres áreas principales:
La primera, adyacente al mar, va desde la calle
General Lahera, hasta el gran almacén contiguo al edificio de la Aduana. El
espacio fue sometido a una amplia remodelación, como parte del Plan Maestro de
la Oficina del Conservador de la Ciudad, en saludo a los 500 años de la ciudad.
Comprende los parques Infantil (con implementos para el disfrute de los más
pequeños) y Martí; seguido este último de las áreas deportivas frente al Club
Náutico (hoy restaurante especializado en pescados y mariscos) y una zona verde
dotada de bancos. Completan esta parte de la Alameda, el malecón —ampliado
hasta los 400 m de extensión— y el llamado “Parque Azul”, espacio lúdico que
destaca por su diseño innovador. Esta porción ha ganado gran popularidad en los últimos cuatro años.
Vista del "Parque Azul" al caer la tarde |
Pero la Alameda es, sobre todo, el grande y oblongo
parque central —separado de aquella primera área por una calle vehicular
interior—, ese paseo de unos 450 m de longitud por unos 40 de ancho, con sus bancos
que emergen de las dos verjas que limitan del ámbito de estar y sus dos
espaciosos parterres laterales, en los que añejos almendros se levantan para
dar sombra y frescor al visitante. Ese recinto de piso amplio, hermoso,
escaqueado, con sus dos fuentes ornamentales, pobladas de peces y sirenas
metálicos. Sitio de esparcimiento infantil y citas de enamorados.
Si el observador se coloca de espaldas al mar,
entonces no solo podrá admirar el lado este de la Alameda, con su pintoresca
arquitectura y su ya famosa cervecera “Puerto del Rey”; sino que también
experimentará el embrujo urbanístico de Santiago de Cuba, cual ciudad
anfiteatro, con los seductores balcones naturales y las portentosas calles que
se derraman desde las alturas hacia la bahía…
Ya sea como espacio de recreo, como escenario de
singulares y multitudinarios actos políticos y religiosos (50 000 personas se
reunieron allí para la ceremonia de coronación de la Virgen de la Caridad del
Cobre, en 1936), o como centro de festejos populares tradicionales (piénsese en
la Quema del Diablo, cada 9 de julio), la Alameda de Santiago de Cuba ha sido y
sigue siendo uno de los lugares predilectos de la sociedad santiaguera: el más
grande y bello parque de nuestra ciudad.
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