Palabras de
nuestros grandes
próceres
acerca de la mujer...
Sin
pretensiones de ir a la hondura de todo el ideario de nuestros padres
fundadores, para hurgar en sus convicciones sobre la mujer; tan sólo con el
justificado pretexto de este 8 de marzo, día en que internacionalmente se
brinda ocasional homenaje a las féminas, resulta asunto de mucho valor –como
oportuno- traer a punto algunas valoraciones sobre la mujer -al calor de las
exigencias y del sentimiento, sin afanes de filosofar, sin duda- de emblemáticos próceres de nuestra nación…
Las amaron
ardientemente – y algunos de ellos, cubanos, al fin, a más de una a la vez-,
aunque sin hacer de ellas fatuos altares, con un grande y masculino sentido del
respeto, en el campo del amor; pero las veneraron, en más amplio terreno,
dándoles un valor de su superior personalidad.
Revisando,
en efecto, escritos de Carlos Manuel de Céspedes, Francisco Vicente Aguilera y,
por supuesto, José Martí, resaltan sus ideas sobre la mujer, que bien debieran
ser indicativos muy estimables para saber apreciarla y tratarla hoy, con
similar justicia a la que ellos nos legaron.
Es la
virtud –dígase: la honestidad, la honradez, la capacidad de comprensión, de
afecto y de sacrificio; el valor y la entereza, entre otras-, lo que más alaban
y reclaman de la mujer todos ellos, no sólo en relación con el hombre amado y
con la familia, sino –y sobre todo- con la patria.
Llevar el
sacrificio no con resignación, sino con orgullo, pidió Aguilera a su esposa e
hijas, porque, tratándose de Cuba, todo era poco.
Martí fue
mas lejos: le demandó, primero, evitar la fealdad del alma y alcanzar la
belleza de la virtud; conquistar la altivez y la fortaleza del alma como la
grande y verdadera elegancia de su vestir, y le pidió mucho más; esto es: así
como para él, las niñas y los niños debían saber lo mismo; así como igual
pensaba que “[…] el hombre, y entiéndase mujer también, es lo mismo en todas
partes, y aparece y crece de la misma manera, y hace y piensa lo mismo, sin más
diferencia que la tierra que vive […]”;
de similar modo le veía en los grandes menesteres de la patria, por lo cual
dijo lo que ya no es poco conocido:
“Las
campañas de los pueblos son débiles cuando en ellas no se alista el corazón de
la mujer; pero cuando la mujer se estremece y ayuda. Cuando la mujer tímida y
quieta de su natural, anima y aplaude, cuando la mujer culta y virtuosa unge la
obra con la miel de su cariño, la obra es invencible.”
Con
infinitamente menor caudal académico que las anteriores celebridades, Antonio
Maceo Grajales se unió a esos grandes padre nacionales en el justiprecio a la
mujer.
“Decir a
las mujeres de respeto lo que por ella se siente es para mí un placer que
estimo deber de gratitud y cariño[…]”, dijo en agosto de 1884 a Rosaura Prince, a su
partida de Hondura, y a la cual agregaba: […] pido al Supremo Creador
fraternidad en la familia, felicidad en el hogar y fortuna que legar a los
hijos; pero deseo más: que las goce todas, sin disfunción de ninguna […]”
Hay en su
numerosa correspondencia, cartas en las cuales sobresale el trato deferente
hacia la mujer y su grande estima por el rol que muchas veces ha cumplido; pero
donde más alto se pone la evidencia de su pensamiento formidable sobre la mujer,
es en su proclama dirigida “A las hijas de la libertad”, en la cual, entre
otros aspectos destacables, le vindica a las mujeres una poderosa acción,
indispensable, de ingente necesidad en la lucha por la Patria y por la
rehabilitación de los derechos de la humanidad, en medio de las grandes
miserias espirituales imperantes:
Nuestra
sociedad –les dice Maceo- carece de buen fondo intelectual y moral, de perfecta
armonía y unión, y a vosotras, que sois las que dirigís el espíritu humano,
está encomendada esta reforma social […]“.
Y apunta
más lejos aún: “A vosotras que por vuestros servicios [y] ejemplo de abnegación
podéis ser comparadas con las vírgenes romanas, y las hijas del Paraguay, que
se sacrificaran en aras de la
Patria ”, advirtiéndoles más honrosos problemas que resolver
en el futuro.
“Un pueblo
heterogéneo y con preocupaciones sociales sólo la mujer puede salvarlo en el
desenvolvimiento de sus fines”. Y agrega: "Con un hecho, con una mirada o una
palabra envuelta en una sonrisa [la mujer] hace todo lo que quiere, y puede
influir a que las grandes causas se realicen felizmente”.
“Si
registráis –diría finalmente Maceo- la historia de la humanidad encontraréis a
cada paso [a] la mujer ejerciendo su poder sobre el hombre”; razón por la que
Maceo le encarga una misión redentora: “Sacar de las miserias intelectuales,
las almas que por pobreza de espíritu necesitan de vosotras, y [a] aquéllas que
la suerte impía las condenó al martirio de la ignorancia.”
En 1895, al
agradecer a la mujer camagüeyana su gesto de bordar la bandera cubana para la Invasión , diría de la
mujer: “tan tierna y dulce en el hogar como heroica en la defensa de su honra,
[…] mas que como símbolo de nuestra independencia, como una promesa de
ayudarnos en esta grandiosa obra, con los recursos inapreciables que la
naturaleza ha puesto en la mujer para dirigir al hombre en las arduas empresas
de la vida.”
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