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jueves, 8 de marzo de 2012

El proceso extraordinario que fue la Protesta de Baraguá



No fue solo un hecho, sino,
tambien, un complejo proceso

Cuando en 1876, el general Martínez Campos llegó a Cuba, con la encomienda de pacificar la Isla, pocos dieron crédito a que esa carta que la metrópoli española empezaba a jugar en la guerra que libraba en la Isla, tenía posibilidades de triunfo…
Así fue, ante una insurrección que incursionaba ya en los ricos campos matanceros y amenazaba con extenderse a los de la Habana y Vuelta Abajo (el emporio que sostenía la economía del reino, al decir de muchos), y porque, precisamente, en ese mismo año, los rebeldes cubanos sumaron numerosos y muy sonados éxitos militares, casi nadie podía prever una victoria.
Sin embargo, el experimentado jefe español vino con 20 000 soldados de refuerzo, facultades omnímodas para hacer la paz a toda costa y la bolsa repleta de dinero, que venía a ser un esfuerzo último y colosal de su erario metropolitano.
Con tamaño refuerzo en hombres, y determinadas medidas de reorganización de sus fuerzas, emprendió una contraofensiva militar, de oeste a este; a la par, con la autoridad que le otorgaron, ofreció devolver las propiedades y bienes confiscados, eximir de impuestos, por cinco años, las propiedades rescatadas que se pusieren en producción, y la amnistía a todo aquel que se aviniera a su plan de paz, con promesa solemne de respeto a la vida y a la dignidad personal; en tanto que, con el dinero traído, puso tarifa a todas las presentaciones, con incentivos según el grado militar, las armas que portara y el número de gente que arrastrara.
A poco más de un año de su llegada, su éxito fue notorio: pacificó Las Villas occidentales, minimizó las acciones insurrectas en la parte este de esa provincia; neutralizó las acciones en el Camagüey y en algunos puntos de Oriente, y obtuvo su indiscutible triunfo estratégico con el Pacto del Zanjón, el 10 de febrero de 1878.
Sólo las fuerzas del general Antonio Maceo mantuvieron un apreciable nivel de belicosidad -no exentas, por cierto, de conatos de indisciplinas, sediciones y enervamiento-, y con triunfos tales como: Pinar Redondo, Vega Sucia, Llanada de Juan Mulato, San Ulpiano, Tibisís y El Infierno, que dieron mucho pábulo a la idea de que aún era posible derrotar al colonialismo español en aquella guerra, y, por ende, a la formación de un frente común para rechazar la capitulación calificada de ignominiosa, por cuanto no se obtenía ni la independencia ni la abolición de la esclavitud, las dos grandes banderas por las que los cubanos se fueron a la manigua redentora, el 10 de octubre de 1868.
La protesta ante aquel pacto fue, pues, la concertación de todos los que en Oriente –los mayores generales Vicente García, Manuel Titá Calvar y Francisco Javier de Céspedes (este con un perfil más bajo) y sus tropas- comulgaban con esas dos ideas capitales, y cuyo principal protagonismo le cupo al general Antonio Maceo. Este, en efecto, primero escribió a cada uno de los otros jefes de su misma e inferior jerarquía, tocando el punto del honor, y razonando que ningún enemigo buscaría negociar la paz desesperadamente con su adversario si hubiera podido derrotarlo por las armas, los persuadió para continuar la guerra, no sin antes laborar persistentemente en hacer las paces de todos con Vicente García y los tuneros.
La protesta fue, asimismo, el esfuerzo del propio Maceo para derrotar el contagio de los capitulantes dentro de sus propias fuerzas, en asambleas libres y democráticas de estas, en las que sus alegaciones, al amparo de su influyente prestigio y de su ejemplo personales, vencieron sobre las de los que estaban decididos –en vista de los acontecimientos del Camagüey, y de lo que sobrevendría para los orientales- a deponer las armas...
La protesta fue, además, la oportuna información a los emigrados del resuelto gesto de los orientales, y la ingente reclamación de auxilios de guerra, que no tuvo el eco esperado, lamentablemente.
Fue, en su punto culminante, la entrevista del 15 de marzo de 1878, en los Mangos de Baraguá, entre Maceo, Calvar y numerosos jefes y oficiales subalternos, por un lado, con el jefe militar español Martínez Campos y su Estado Mayor, por el otro, con el fin deliberado de los cubanos de obtener reconocimiento de beligerancia y ganar tiempo para reorganizar las fuerzas y reiniciar la lucha, fue, también, la aprobación de una Constitución, a fin de dar institucionalidad al esfuerzo prolongador de la guerra, con la formación, por voto, secreto y directo, del Gobierno Provisional, para dirigir la gran empresa patriótica, y, por último, el rompimiento nuevamente de las hostilidades, a fines de marzo de ese 1878.
 

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