El clero católico en Cuba
frente al yugo español
frente al yugo español
Aunque el
Patronato hizo de la iglesia católica prácticamente una dependencia de la
realeza en todo el reino español, y de que, en concordancia con tal realidad,
buena parte del clero en sus colonias hispanoamericanas dio muestras
fehacientes de rancio y virulento integrismo, decir que el clero católico fue
un enemigo absoluto de la independencia en esa parte del mundo, parece más un
mito, persistente y repetido, que una verdad demostrable…
Son muchos
los ejemplos contrarios, para que se puedan tomar sólo como excepciones de la
regla. A saber: los casos harto conocidos de Miguel Hidalgo. su lugarteniente
José Morelos y Mariano Matamoros, de México, donde casi 100 sacerdotes más
asumieron fervorosos el camino del martirologio por la independencia; los de
Miguel Alberti y Gregorio Funes, miembros de la primera Junta Gubernativa en la Argentina (1810), de
Luis Beltrán, el religioso y militar a quien San Martín confió la maestranza
del Ejército de los Andes; de Justo Santa María de Oro, cura y sabio, de los
más notables miembros del Congreso de Tucumán; de Cayetano Rodríguez, uno de
los redactores del Acta de Independencia en ese Congreso (1816), Pedro Ignacio
Castro de Barros y Antonio Sáenz, primer rector de la Universidad de Buenos
Aires. En total, 16 suscribieron la declaración de independencia de Río la Plata.
“Tuvo el
Perú –al decir de José Carlos Mariátegui- un clero liberal y patriota desde las
primeras jornadas de la
Revolución [independentista]”, que incluyen a los
protomártires Diego Barranco, Bernandino Gutiérrez y Marcos Palomino, y una
apreciable lista, que debe encabezar Francisco Javier Luna Pizarro, presidente
del primer Congreso Constituyente del país, y en la que resaltan –al decir de algunos
investigadores- los 26 eclesiásticos integrantes del congreso de 1822, de 57
miembros en total.
En Ecuador,
tres sacerdotes están entre los que proclamaron la independencia en 1809; en
tanto que –según las autoridades españolas- otros 100 se hallaban en campo
separatista, en 1814, cuyo más señalado ejemplo parece ser el del obispo José
Cuero y Caicedo. En Colombia, tres curas estuvieron entre los miembros de la Junta de 1810, y 9 en el
Congreso de 1811, entre los que resaltan Juan Bautista Rey y José María Estévez;
de Chile, se incluyen Camilo Henríquez –quien proclamó los conceptos de
soberanía popular y la igualdad de todos por naturaleza- y José María
Bozagreciascua, y de Bolivia, sobresalen los sacerdotes separatistas Medina y
Mendizábal, entre varios más.
En
Guatemala, son 13 sacerdotes los curas firmantes de la declaración de
independencia; en El Salvador, fue el padre José María Delgado líder de la
primera sublevación contra España en 1811, y electo presidente de las sucesivas
asambleas Constituyente y Legislativa, quien contó con el presbítero Nicolás
Aguilar como uno de sus principales seguidores; en Panamá, puede distinguirse,
entre los primeros sacerdotes independentistas del Istmo, al padre José María
Correoso Catalán, natural de Santiago de Cuba.
La lucha
por la soberanía del pueblo cubano, frente a la tiranía colonialista de España,
también tuvo no pocos casos de sacerdotes favorables a la independencia
nacional.
Muchos curas
en la Cuba de
esos y posteriores años –aparte de los numerosos que militaron en el bando
liberal-, se hallaron en el campo del separatismo; esto es: desde el “belemita”
habanero José Chávez y los también religiosos Domingo José Hernández y Luis
Martínez, de Guamuta (Matanzas); Felipe Melo, de Guanajay, y Rafael Torres, de
Jesús del Monte, ambos en La
Habana ; hasta Diego Alonso Betancourt, Tomás Borrero y José
Manuel Rivera (asesinado en su casa), pasando –desde luego- por Félix Varela.
Los padres
Joaquín Valdés y José Rafael Fajardo, con Narciso López y Joaquín de Agüero;
Timoteo Rodríguez, en la “Conspiración de Vuelta Abajo”, y los curas Calixto
María Alfonso de Armas y José Cecilio Valdés, en la de Ramón Pintó.
PRIMEROS
CURAS MAMBISES
Ellos
abonaron el camino para que, en la
Guerra de los Diez Años, la relación fuera más sobresaliente
aún, a partir de los siguientes y destacados ejemplos:
Gerónimo Emiliano
Izaguirre,
párroco de Barranca, que bendijo la bandera de Céspedes, el 14 de octubre de
1868 y quien, el 10 de octubre de 1869, celebró una acción de gracia por el
primer aniversario de la
Revolución , por lo que fue expulsado de la parroquia,
perseguido y vigilado, como enemigo, Diego Joseph Baptista, párroco de la Iglesia Mayor de
Bayamo, y el presbítero santiaguero Juan Luis Soleliac, también
bendijeron, en esa ciudad oriental, la bandera de Céspedes, y celebraron Te
Deum en honor de las fuerzas revolucionarias.
Conspiró
como vicepresidente de la Junta Revolucionaria en Sancti Spíritus, el padre
Bartolomé
Camejo, que tuvo que emigrar para no ser apresado; se fueron a la
manigua redentora con buena parte de sus respectivas feligresías, los párrocos Joaquín
Carbó Serrano, de Sibanicú (Camagüey); Antonio Hernández, de
Santa Rita; Miguel Antonio García Ibarra, de Cacocum, y Manuel
Serrano Jaenz, de San Luis Obispo de El Caney, así como también su
teniente cura, Manuel Lussón, en los primeros días de la guerra.
Se
incorporaron a las fuerzas revolucionarias –igual, desde los primeros momentos-:
Juan
Casto Rosell (más tarde prisionero y deportado a Isla de Pinos), el
catalán Pedro Soler, cura de San Agustín de Aguarás, luego mártir
mambí; Braulio Odio Pécora, párroco de San Miguel de Manatí (único
sacerdote que permaneció durante todo el tiempo que duró la Guerra Grande ); Julio
Villasana Mas, teniente cura de la iglesia de Santa Lucía (Santiago de
Cuba), desde la cual –a través de la Archicofradía del Cristo de la Misericordia- “sacó
al monte” a decenas de jóvenes santiagueros, luego héroes de la guerra; Benito
Castro, cura de Guamo (Camagüey), que fue enfermero y camillero entre
los insurrectos, y apresado por los españoles el 15 de febrero de 1874; Ricardo
Arteaga, párroco de Santo Cristo, también del Camagüey, que fue
apresado e internado en la cárcel por más de 9 meses; luego deportado a
Santiago de Cuba, bajo estricta vigilancia, y Amador de Jesús Milanés,
párroco de la Santísima Trinidad
de la capital oriental, detenido y encarcelado en una fragata por varios meses,
por sus ideas separatistas.
Fueron
deportados a Fernando Poo y a otras prisiones españolas fuera de Cuba, en 1869,
acusados de infidencia: el párroco de Calabazar, Rafael Sal y Lima; el
capellán del convento de monjas “Hijas de María”, Adolfo del Castillo;
pbros: Pedro Yera, José Cecilio Santa Cruz, José
Miguel Hoyo, y el párroco de Güira de Melena, José Alemán, desde mayo
de ese propio año; así como también los padres Juan Jenaro Mora, de
Madruga; José Hilario Valdés, cura propio de Colón, acusado de laborante
en octubre de 1876 y que murió en la deportación, en 1877; el isleño Luciano
Santana, y Manuel José Duval García, extrañado en noviembre 11 de 1871, y
privado de licencia para predicar, en 1876, por acusar a España, durante la
novena de la Virgen
del Pilar.
Fueron
demostradamente separatistas, asimismo: el párroco de Jiguaní, José Vicente
Capote, destituido de su parroquia por ser partidario de la rebelión y
excitar a favor de esta; José Ismael Bestard Roméu, párroco
de Manzanillo, suspendido de sus funciones sacerdotales, y obligado a residir
en Santiago de Cuba, bajo estricta vigilancia, por apoyar la causa de la
libertad de la Isla.
Otros que
estuvieron bajo la bandera del separatismo cubano fueron, los sacerdotes Francisco
de Paula Barnada Aguilar (acusado de desafecto a españa, en 1876) y su
hermano Antonio; Francisco Carbó Serrano, Tomás Demetrio Serrano, párroco en
el Camagüey, a quien le embargaron todos sus bienes por infidente, y Francisco
Esquembre, fusilado en Cienfuegos por bendecir la bandera de la Estrella Solitaria.
Ingresaron
más tarde en ese honroso bando patriótico, el presbítero dominicano Andrés
Domingo Carsino, y los por entonces religiosos católicos: Emilio
de los Santos Fuentes Betancourt, Luis Alejandro Mustelier Galán y Antonio
Santa Cruz Pacheco Ortiz; el presbítero Desiderio Mesnier Cisneros,
el anciano (82 años de edad) sacerdote Pedro Alberro, párroco de San
Cristóbal; Enrique (mambí) y Luis Felipe Beltrán Díaz, este
último párroco de San Luis, Pinar del Río, quien tuvo que huir a
México, como el padre Pablo Gonfau, por manifiesto apoyo a
la lucha de los rebeldes; algo en lo que comulgaron, también, los párrocos Joaquín
Martínez, de Espíritu Santo; Emilio Moreno, de Nueva Paz, y Santiago
Papiol, de Wajay (las tres en la Habana ); Juan
Bautista Miñagaray, de San Carlos (Matanzas), y Francisco Aurelio del Rivero,
de Vuelta Abajo, desterrado a México por sospecha de infidencia, donde murió,
pobre, el 16 de enero de 1898.
Por pura
sospecha de simpatizar con la insurrección cubana, tuvieron que huir al
extranjero, en la Guerra
del 68, el pbro. Juan Pujada, a quien se quiso fusilar por prestar auxilio
religioso a acusados de infidencia; escapó con la ayuda del padre Barján: y Pedro
Pablo Duval García, que se vio obligado a marcharse a Santo Domingo.
Inseguro,
por haber molestado a las autoridades españolas con su vocación humanista
pastoral, vivió Manuel Martínez Saltage, por haber lavado el cadáver del mayor
general Ignacio Agramonte y prestar auxilio religioso a varios condenados a
muerte; apresado en algún momento, se asegura.
Verdad que
unos 50 o 60 integrantes del clero católico en Cuba, igualmente tomaron las
armas o el púlpito para defender fervorosamente el poder español en Cuba, lo
mismo que la cúpula de la institución en el país y en la Metrópoli ; mas eso no
avala el juicio de que la iglesia católica fue enemiga de la independencia de la Isla ; primero, porque esta
abultada relación de los que sí simpatizaron con esa causa o la favorecieron
con su esfuerzo, peculio y talento, lo desdice; segundo, porque parte de esa
iglesia, también, fue el pueblo, que luchó y logró su soberanía y la libertad
en aquellas heroicas jornadas, a lo largo de 30 años…
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