El
asesinato de Quintín Banderas
Premeditaron
su muerte, pero no solo eso, sino que lo querían bien muerto, por lo que se
dieron al goce de tasajearlo, como si los autores del crimen temiesen su
inmediata resurrección, o como si las mentes y manos asesinas actuaran por
mandato de los más bajos instintos del odio.
Macheteado,
y escarnecida su figura –al trasladar su cadáver sobre un carretón inmundo-;
luego, escondieron su sepultura, temerosos de tributos e inquietudes sociales.
¿Por qué
–uno llega a preguntarse- tanta villanía, especialmente de gente que fueron
cercanos compañeros de armas, durante la última revolución separatista, en la
que, precisamente, combatieron en las lomas y llanos de la antigua provincia
villareña?
Razones no
existen; justificaciones, tampoco. Tal vez lo único que se pueda intentar es
hallar una explicación al modo en que aquellos patriotas devenidos políticos,
hicieron la carrera de asesinos, materiales e intelectuales, con título de oro…
QUINTÍN SE CREA MALA FAMA: INDÓCIL Y
PENDENCIERO
Quintín
Banderas a los 11 años de edad se aventuró como polizonte en un barco, haciendo
vida de marinería y de marinero a bordo, por cuatro años, hasta la reclamación
de sus padres, en 1849, que lo devolvió al seno de su hogar. Comenzó entonces
su vida de aprendiz de albañil y de conspirador revolucionario, con temprana
fama de negro bravo y de muy poca continencia en su carácter…
Desde los
primeros tiempos de la insurrección del 68 (se alzó el 1. de diciembre de ese
año), confirmó la apreciación de quienes le conocían. En efecto, aunque casi
siempre se da la razón en cada caso –y no dudo que en algunas ocasiones la
tuviese-, tuvo, entre otros seguros, los siguientes encontronazos:
Con el
brigadier José de Jesús Pérez de la
Guardia , quien no lo quiso como teniente ni como capitán de
sus fuerzas; con Guillermón Moncada, muy fuerte, porque este juzgó que fue
Quintín quien provocó el pronunciamiento armado de del 26 de agosto de 1879, el
cual dio inicio a la segunda guerra por la independencia en Santiago de Cuba;
con Victoriano Garzón, por ser este
partidario de Guillermón.
Tuvo
disputa con José Maceo, quien -le dijeron- le disparó por la espalda, en el
combate de Yateras, después de una tensa discusión “por un ayudante de Quintín”;
de nuevo con Guillermón, en el castillo de Isabel II, donde cumplían prisión
-continuación del altercado de la manigua, a fines de agosto de 1879-, cuando
Quintín –hombre conguito; es decir, fornido pero de escasa estatura- le dio dos
puñaladas en la espalda al gigante y hercúleo Moncada, y otra vez con este, en
los días de conspiración y en los inicios de la Guerra del 95;
reminiscencias de las pasadas broncas; al igual que con Garzón, con quien “tuve
algunas palabras”.
Antonio
Maceo, quien era su compadre y jefe, le reconvino por estar “encuevado” y por
desobediencia, en agosto de 1895, que –según Quintín- fue que estuvo enfermo
por esos días; el propio Lugarteniente General lo apostrofó, después del
combate de La Lechuza
(de Galope, refieren algunos), por confusión de los que trasmitieron la orden
de Maceo, o de Quintín al cumplirla, que impidió al jefe invasor obtener una
aplastante derrota sobre los españoles, y motivó –algo más que inusual en él- que
vejara en público a los brigadieres Quintín Banderas y a Pedro Díaz, y que el
primero, evitando una respuesta trágica, pidiera su traslado a Las Villas.
En agosto de 1896,
cruzó la trocha de Mariel a Majana, sin sufrir ni una baja, y volvió a las
lomas trinitarias, como jefe en comisión de la 1. División del IV Cuerpo del
Ejército Libertador, de la que fue destituido, meses más tarde, por el General
en Jefe, quien, abrumado por la persecución implacable de las fuerzas del
general español Valeriano Weyler, propagó así la causa de su decisión: “Quintín
Banderas, metido en la sierra de Trinidad, llevando una vida inmoral, tampoco
ha podido secundar en nada”
Aserto
-dígase con toda justicia- que un testigo excepcional, el general Enrique Loynaz del Castillo, niega: “Si las tuvo
en otros días, solo en servicio de cocina y lavado de ropa –que yo sepa- tenía
dos cuando lo encontré en el Campamento de Veguita el 25 de junio [de 1897],
fecha y lugar donde lo sustituí en el mando de su infantería por orden del
general Mayía Rodríguez […]”.
Con este,
precisamente, se enfrentó –fue un fuerte razonamiento que contrariaba una orden
militar de Gómez-, al oponerse que sus fuerzas, las que con mucho esfuerzo
había reunido y organizado, la mandaran a Matanzas y la Habana , “a una muerte
segura”…
De toda, o
de buena parte, de esa historia de Quintín Banderas supo Tomás Estrada Palma,
especialmente por Gómez, su buen amigo y correligionario, en la primera campaña
política en Cuba independiente; pero no dudo que –sea por medio de la policía o
de la Legación Americana
en La Habana ,
que seguía cada paso del veterano mambí- se enterase de otros hechos, reales o
ficticios, que desacreditaban la imagen del destacado luchador separatista.
A saber:
que Quintín se reunía con elementos del pasado régimen colonial, propugnando
una reconciliación de todos los latinos en Cuba, frente al gobierno
norteamericano, en cuya gestión se publicaron periódicos de muy corta vida y
folletines; que celebró actos en Bejucal, con una comitiva de 25 personas, de él
y de su novia, y que no pagó los gastos del hotel donde se alojó; que en Colón,
se fajó con el jefe de la policía local (Dr. Armas), por lo que fue procesado,
condenado e indultado por “delito menor”, el 9 de octubre de 1901; que mantenía
relaciones cordiales con los jefes de grupos de obreros de La Habana , y con algunos
anarquistas, y que pretendía ser jefe del movimiento socialista en la capital.
No es nada
exagerado pensar en la mala voluntad que tales antecedentes –falsos o
verdaderos- inspirarían al presidente y a sus allegados en contra de Quintín
Banderas, quien ya había sufrido la humillación del gobernante, al recibir 5
pesos como respuesta a la ayuda que le solicitó por estar sumidos en la pobreza
él y su familia.
De modo que
–y es el vínculo antecesor que veo con el fatídico suceso del 22 de agosto de
1906-, uno puede explicarse el porqué,
al conocer el Ejecutivo que uno de los alzados en armas contra la reelección de
Estrada Palma era el general Quintín Banderas, se conjugaron la ira y el odio
contra este, para que la más alta entidad del país rechazara los intentos de
presentación del veterano de 72 años de edad, y se diera vía libre al atroz
asesinato de este polémico –si se quiere díscolo patriota-, pero genuino
luchador contra la esclavitud en la isla, por la independencia de Cuba y la
libertad de su pueblo; un héroe que se elevó del bajo mundo a la sublime
estatura de uno de los padres fundadores de la nación cubana.
La Triste Realidad de Nuestra Historia.
ResponderEliminarCuando era niño escuché varias veces, por las propias palabras de los protagonistas de la Historia, anecdotas como esta de Quitín Banderas.
Estas Historias contribuyeron a la formación de mi caracter.
Soy partidario de que se institucionalice una enseñanza que tenga el proposito de educarnos en la tedencia de evitar estas cosas que, como dije antes, son muy triste. Ocurrieron al principio, sucedieron posteriormente, estan ocurriendo hoy y, lamentablemente, no hay indicio de preocupación por parte de nuestros intelectuales de crear aducación para evitar que siga ocurriendo lo mismo.