Iglesia de Nuestra Señora del Carmen
Modesta
joya de la arquitectura
religiosa
de Santiago de Cuba
Como en
casi todas las ciudades coloniales fundadas por España en América, las marcas
del crecimiento, o expansión, de Santiago de Cuba parecen registradas por el
surgimiento de los templos católicos y las plazas que –salvo muy raras
excepciones- les acompañaron.
Hablar de
esas iglesias, en sus variadas muestras
arquitectónicas, y de los parques o plazas –grandes, medianos o
pequeños- que les fueron propios, puede ser un modo de seguir no sólo la
puntual evolución monumental de esas preciadas reliquias de nuestra añeja urbe
y de las cuotas que, como entidades activas, pudieron haber aportado a la
moralidad y el desarrollo espiritual de sus respectivas comarcas, sino,
también, una manera concreta de referir los cambios fisonómicos de este ámbito
citadino caribeño, que ya frisa el medio milenio de existencia…
Resulta,
pues, conjugación casi simétrica la expansión de la ciudad hacia los cuatro
puntos cardinales, y la construcción de esas iglesias con sus parquecitos
aledaños, como sellos constitutivos de las nuevas barriadas.
Así, en
efecto, surgieron las iglesias de Santo Tomás Apóstol, de Nuestra Señora de los
Dolores ¿?, de Santa Lucía (todas en el primer cuarto del siglo XVIII), de la Santísima Trinidad ,
de San Francisco y De los Desamparados, en la centuria siguiente.
Marcando,
quizás, la primera expansión hacia el norte de la población, surgió una de las
primeras edificaciones religiosas santiaguera: la iglesia de Nuestra Señora del Carmen, sita
sobre la acera oriental de lo que más tarde fue la calle de Santo Tomás, justo
en la esquina del callejón al cual da nombre, a menos de 100 metros de la
populosa arteria de las Enramadas (hoy José Antonio Saco).
Edificio
sobrio, de estilo neoclásico, es una nave rectangular de unas 20 varas de ancho
por 50 o 60 de largo, y cuya fachada –oculta como está su pequeña
torre-campanario- solo muestra relevantes su imponente portón de madera
preciosa, con sencillo pero bello trabajo ebanista de calado y botonería, y la
orgullosa tarja que da fe de que, en su interior, yacen los restos mortales de
quien fuera el primer gran intérprete y compositor de música culta de Cuba: el
presbítero habanero Esteban Salas Montes de Oca (1725-1803), maestro de música de la catedral de Santiago de Cuba durante los últimos 39 años de su vida.
El alargado
y alto muro del costado izquierdo del templo es lo único, junto con el frente
de la iglesia, que da vista pública del inmueble. Justo es, tal vez, el punto
más interesante de la construcción, donde
se aprecian los ventanales antiguos, y aún conservados, con sus barrotes
torneados de madera, así como también –muchas veces expuestos por pérdidas del
revestido- los componentes del paredón; es decir: puntos en que se revelan los
grandes cantos, algunos como sillarejos, y lo que pudiera ser sistema de
verdugada, en algún que otro punto de dicha pared.
No son
indicios de poca monta; al contrario, son evidencias de muy antiguos procederes
constructivos, los cuales tienden a desmentir a quienes fechan la erección de
esta iglesia hacia los años 1760-1762, y dan razón a Carlos Bottino y otros
estudiosos de los orígenes de la ciudad, que datan la construcción del templo
hacia el último tercio del siglo XVII; a los que asistiría, además, la fundada
sospecha del profesor catalán Francisco Prat Puig, el más grande amante de
nuestra ciudad y el más importante estudioso de su arquitectura colonial de
Santiago de Cuba –por no decir de Cuba-, quien confesó a este autor su creencia
de que era muy posible que esta iglesia, reliquia de mi ciudad, se hubiera
levantado mucho antes de lo que muchos autores suponían…
A un
costado de la iglesia, callejón del Carmen por medio, aledaño a la casa que
fuera de la familia Cisneros-Correa (hoy tienda “El Dragón), se alzó, cual la
costumbre española mandaba, el parquecito homónimo: una pieza de casi 20 metros de ancho por
casi 40 de largo, en el que creció una inmensa Ceiba, cuyas ramas han dado
fronda a muchas generaciones de concurrentes.
Hace
décadas, el parquecito –que físicamente aún está- no existe como tal, pues su
mayor espacio forma actualmente el patio de juegos de los niños del círculo
infantil Danilo Lozada, de la ciudad; de modo que de aquella placita son
indicativos en el presente, la escalera de acceso, por Santo Tomás, y un muy
bien esculpido busto del general de división de Ejército Libertador Rafael
Portuondo Tamayo.
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