El
primero que documentalmente apuntó negatividad acerca de Maceo, fue el
camagüeyano Ignacio Mora Pera (1829-1875), según una versión de su diario
personal en la Campaña del 68 –y que tuve ocasión de leer-, al considerarlo -sin
agregar razón alguna-
“un hombre ambicioso”[1];
no sabemos si por considerarlo codicioso de poder, o de gloria, o de ambos;
como tampoco sabemos del hecho, o los sucesos que determinaron esa apreciación;
o si fue tan sólo la creencia de que el ardor y la casi temeridad del mulato,
le mostraban a un hombre que quería llegar a la cumbre muy rápidamente, o por
lo “inconcebible” de que alguien de la llamada “raza de color” pudiera, al fin,
estar trepando tan alto...
No se puede, en verdad, precisar la causa de esa sentencia
asentada por Mora –conforme esa versión-, pero es deber, en un trabajo como el
presente, consignarlo, del mismo modo como el propio mártir camagüeyano, al
comparar al jefe santiaguero con otro personaje de la guerra, -siempre según la
ya referida versión- dejó escrito no exento de admiración: “...porque al menos
Maceo tiene valor” [2],
que era casi un blasón de hidalguía para aquellos abnegados insurrectos.
Igual, de los primeros que hicieron formulaciones contrarias
a Antonio Maceo Grajales –al menos, de los conocidos por nosotros-, se hallan
algunos de quienes se hizo eco Carlos Manuel de Céspedes y del Castillo, siendo
presidente de la República Cubana en Armas (1869-1873).
En efecto, con fecha 31 de julio de 1872, Carlos Manuel
anotó en su diario de campaña “Dicen que (José Antonio) Maceo y sus soldados
han causado mucho perjuicio a la causa en Guantánamo, porque hasta a las
mujeres aun les quitaban las pantuflas que traían puestas. No atendían más que
a robar a trochemoche, perdiendo después las armas para salvar los robos”.[3]
Ayuda a comprender esta nota del Héroe de Demajagua,
recordar que la forma más común de abastecimiento del mambisado –y a la que
debieron mayormente su supervivencia- fue el saqueo de establecimientos y de
viviendas de todos aquellos que moraban a la sombra del régimen colonial. De
los botines obtenidos así, se avituallaban para la guerra y para la vida dura
que tenían que llevar en los campos de Cuba, y el mismo Céspedes fue
beneficiario de esos botines de conquistas, a los cuales dio su aprobación, de
facto, como cuando, al propio Maceo, le dijo el 10 de septiembre de 1872:
“Mucho me alegro de que usted haya estado tan feliz en su excursión por Sagua
de Tánamo. Nuestras sufridas tropas habrán hallado así algún alivio a sus
privaciones, y los ilusos cubanos que sostienen allí la causa española, habrán
visto que la Revolución está potente”[4]
Lo anormal, en el caso que anotó Céspedes en su diario,
estaría en quitar esas prendas que llevaban las mujeres, y la pérdida del
armamento, acusaciones –a propósito sea dicho- que tienen, sin embargo, la
vaguedad del “dicen que”, como queda demostrado, al reclamar al mayor general
Calixto García Iñiguez –jefe de Maceo, a la sazón- elementos más precisos, a fin de proceder
conforme las leyes de la República en Armas. La respuesta del Presidente arroja
luz:
No puedo indicar a usted más que en
general los excesos que se dicen cometidos en Guantánamo por algunos individuos
de nuestras tropas; pero creo que son delitos que deben corregirse sobre la
tabla, a menos que no se tengan los comprobantes necesarios para la
justificación de los más notables. Lo que siempre debe procurarse es evitarlo
para lo sucesivo y con tal objeto le recomiendo a usted que investigue
seriamente lo que ha pasado actualmente con los prisioneros de Sagua.[5]
La ausencia de un
Consejo de Guerra contra Maceo –ni en esa oportunidad ni en otra, según obra en
su Hoja de Servicios- permite inferir que el rumor era falso, o que, por lo
pronto, él estuvo exonerado de responsabilidad de lo que pudo haber pasado,
como también del destino de los prisioneros de Sagua de Tánamo, a los que
aludió Céspedes en su comunicación a Calixto García.
El 3 de septiembre de 1872, el Presidente, también, escribió
en su cuadernillo: “...se susurra (¿?) que Maceo ha cogido parte del cargamento
(de la malograda expedición del “Fannie”, que trajo al general Julio Grave de
Peralta) y que (Calixto) García ha apresurado su marcha a Guantánamo, porque
desconfía de aquél y del auditor (Francisco Maceo Osorio)” [6]
“Dicen que”, “se susurra que”; tales términos indican, más
que acusaciones concretas, especies echadas a rodar, con el fin deliberado de
crear una imagen negativa del entonces coronel mulato ante el mandatario, una
atmósfera de prevenciones; afán, tal vez, de alojar en la mente del Presidente
–el hombre que entonces concedía grados y destinos importantes- el “bichito” de
la duda, con respecto a Maceo.
No muy lejos del rumor, igual, es esta otra anotación sobre
Maceo en el diario de Céspedes: “(...) vino un capitán Ávila de Guantánamo [o sea, que a ciencia cierta no se determina
bien ni quién es] acusando al [Coronel
A.] Maceo de varios excesos...”[7]
Seis meses después de esta denuncia, Maceo fue ascendido a Brigadier del Ejército Libertador; algo que no sólo
implicaba reconocimiento a su valor, actividad y éxitos, sino, además, a una
conducta cívica sobresaliente.
A propósito: acaso porque 1873 fue un año capitalizado en la
manigua por las contradicciones entre la Cámara de Representantes y el
Presidente –que conllevaron a la deposición de éste, el 27 de octubre-; tal vez,
porque también se caracterizó por prolongadas concentraciones de fuerzas, en
osadas y aún espectaculares acciones militares, y, quizás, porque 1874 fue
mayormente para Maceo de un accionar fuera de Oriente (en la primera invasión a
Occidente); quién sabe si por todas esas razones juntas, la cuestión es que, en
ese período, solo hemos hallado, en diarios y en cartas –que no quiere decir
absolutamente que no hubiera más-, dentro de una opinión positiva sobre él, una
atmósfera con cierta carga negativa, de manifestaciones contrarias con respecto
al ya brigadier insurrecto, .
En efecto, en el diario de campaña del jefe tunero Francisco Varona González, en su
primera impresión del general Maceo, mezcla su apreciación personal sobre este,
con los ecos de otras opiniones en la manigua:
“El brigadier José Antonio Maceo es joven aun [sic] pues
apenas tendrá unos treinta años según demuestra, alto, algo grueso, de color
moreno achinado aunque un poco claro, usa patillas, las que tiene negras, viste
con decencia, casi lujo comparado con los demás […]”[8].
Y agrega Varona González:
“[…] tipo muy militar y, se ha instruido bastante en esta
Guerra, en su conversación se espresa [sic] con amabilidad […] Hoy según vos jeneral [sic] es en
extremo ambicioso de gloria […]”; aunque termina el comentario con este
reconocimiento ineludible: “[…] se ha batido mucho y bien, despreciando los
peligros; muy arrojado habiendo recibido ya varias heridas. Como jefe no me ha
disgustado a primera vista; como amigo, no sé aún, pero me han dicho es algo egoísta.”[9]
Habidas las cuentas: pelear con denodado esfuerzo, con
temeridad, incluso, por la independencia, por la plena abolición de la
esclavitud y por la libertad, como si en cada acción propia se consiguiera un
pedazo de aquellas tres metas, también suele verse con recelos, de quienes en
eso ven ambiciones – entiéndase: aspiraciones desmedidas- ocultas
No menores, serán las opiniones adversas, de1875 en lo
adelante, cuando los sucesos de Lagunas de Varona, Santa Rita, la Protesta de
Baraguá y otros conflictos de fines de aquella guerra separatista.
[1] Ignacio Mora. Diario de
Campaña.(ojo)
[2] Ibidem,
[3] Carlos Manuel de Céspedes.
Escritos, t.1, p. 343. Edit. Ciencias Sociales, La Habana, 19
[4] Ibidem, t. 2, p. 397.
[5] Ibidem, p. 398.
[6] Ibidem, t.I, p. 353.
[7] Ibidem, p. 379.
[8] Diario de Campaña del
general Francisco Varona González (copia manuscrita)
[9] Ibídem
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