Las
debilidades de los grandes hombres, de
aquellos
que tenemos el deber de reconocer
como
libertadores de la patria, producen hondas
congojas,
pero la verdad tiene fueros imprescriptibles
y
respetar esos fueros es deber de todos.- Arturo Carricarte
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Al tiempo en que
Antonio Maceo Grajales ascendió a planos verdaderamente importantes en
escalafón del Ejército Libertador, y desde que, consecuentemente, se empezó a
tener presente su potencial influencia política, en el complejo panorama de la
manigua redentora –y hasta fuera de ella-, una corriente de insinuaciones
perniciosas, de especies, censuras y calumnias, le siguió durante toda su
existencia, a la par que otra de elogios y elevadas consideraciones...
Incomprensiones, celos, envidia –la que habla y la que
calla-, odios y prevenciones, intereses distintos, atávicos prejuicios, parecen
haberse conjugado para alentar esos criterios negativos en su contra; aunque,
como hombre no perfecto, también hubo cabida a los juicios de espíritus
honrados.
No fue el único prócer cubano en sufrir la sucesión de
criterios adversos que, por temporada, caracterizaron ambientes plomizos –y a
rato oscuros- en sus vidas. Pero, a pocos como a él causaron tan hondas cavilaciones,
tan sentidas congojas, tan inmensos obstáculos e injustas pretericiones.
El hilo de sus correspondencias deja claras huellas de los
sufrimientos que padeció por tales causas. Podríamos comenzar con aquella
famosa carta del 16 de mayo de 1876, dirigida al Presidente de la República de
Cuba en armas, Tomás Estrada Palma, que en una de sus partes dice:
Que
de mucho tiempo atrás, si se quiere, ha venido tolerando especies y
conversaciones que verdaderamente condenaba al desprecio porque las creía procedentes
del enemigo, quien, como es notorio, esgrime y ha usado toda clase de armas
para desunirnos y ver si así puede vencernos, pero más tarde, viendo que la
cuestión clase tomaba creces y se le daba otra forma, trató de escudriñar de
donde procedía, y convencido al fin no era del enemigo, sino, doloroso es
decirlo, de individuos hermanos nuestros...[1]
Igual podría citarse, la dirigida a Ernesto Bavastro, el 31
de julio de 1880, [2]
al general Camilo Polavieja, el 16 de mayo de 1881, en la que le dice que es
víctima de propaganda atrabiliaria del gobierno colonial español y de algunos
cubanos, entre otros aspectos dolorosos[3];
a Enrique Pérez, del 16 de enero de 1885,[4]
a Benito Machado, del 29 de enero de 1886, [5]
y a otros más, a los que dio fe de sus sentimientos.
En abril 3 de 1886, a Fernando
Figueredo, desde Colón (Panamá) le precisó:
Rodeado
siempre de inconsecuencias, de impostores y controversias, concluirán por
hacerme pública acusación... lo que sufro por nuestra causa me duele, pero no
me intimida. Hasta hoy he hecho cuanto he podido con arreglo a mis actitudes,
contraídas siempre por propios y extraños... ¡Pobre humanidad! ¡Cuàntas
miserias y engaños para los ilusos...![6]
Cinco meses después, el 11 de agosto de 1886, a Ernesto
Bavastro, le dice:
Todos
son sufrimientos y martirios para mí... después de todo, me asaltan ideas
terribles, y me entristece la mala actitud que van tomando las cosas y los
hombres. Estoy decepcionado, hasta mis amigos me hacen sufrir cosas horrorosas;
sólo por Cuba podría yo soportar tantas crueldades. Ayer, para condenar la
conducta de un hombre que se le cree servil, se me hirió en lo más íntimo de mi
reputación, y hoy se cree todavía que no he trabajado para conseguir fondos. [7]
A José A. Rodríguez, en
una de las más importantes de sus cartas, el 1º de noviembre de 1886, le
expresaba:
(...) causas bien
conocidas, ajenas a mi voluntad y buen deseo me han alejado del teatro de las
armas redentoras. Y esta vez hasta con injusticia suprema.
Y aún más: “tengo bastante con los
desengaños recibidos y con el desencanto que producen las miserias humanas, que
han sido para mí, una plaga toda mi vida [8]
Sólo 23 días más tarde, demuestra que
su pesar había llegado más hondo, al decir a Fernando Figueredo: “(...) había
concebido la fatal idea de que todo era malo en esta vida, y que yo debía ser
lo mismo para sufrir menos”[9]
A Martí, y a cuantos con este le escribieron, pidiéndole su
parecer “sobre el modo más rápido y certero” de llevar nuevamente a Cuba una
guerra de independencia, en carta del 4 de enero de 1888, dice: “[...] esa
carta que tanto me honra y que ha venido a endulzar un tanto la amargura de mi
obligado ostracismo... [10]
A María, en esa belleza de escrito, de marzo de 1895, dice:
“En tu camino como en el mío, lleno de abrojos y espinas [...]”
A ella, también, le diría por aquellos días, el 25 de marzo
de 1895, decepcionado: “(...) escribo tan largo a Don Eduardo Plochet,
sufriendo lo más interesante aquello que se relaciona con mi vida íntima y
entera en nuestros planes revolucionarios ¿Para qué contarte miserias humanas a
quien de sobra debe conocerlas?. He pasado tantas amarguras, estoy pasando
tantos disgustos y sinsabores, que tengo el alma llena de penas y tristezas,
por los que tanta mezquindad abrigan en su corazón, disfrazados casi siempre de
pulimento de bondad. ¡Como engañan los hombres poco leales a sus amigos!.
También contigo quiero guardar silencio; no deseo que sufran la horrible
tempestad que ha empezado a subirse a mi cabeza”.[11]
¿Quiénes fueron?, ¿qué expresaron?, ¿cuándo lo
dijeron?, y ¿por qué lo hicieron?...
Interesantes preguntas son éstas, cuya contestación nos
llevará por honduras de algunos personajes de nuestro proceso emancipador; por
aspectos poco revelados de sus vidas, por facetas desagradables de próceres que
nos son simpáticos y hasta entrañables.
Fueron también, en buena medida, héroes independentistas de
mayor o menor calibres, envueltos en situaciones muchas veces complejas y
confusas, de las que resultaron la mayor parte de esos criterios, sin excluir
los desbordes de pasiones y las buenas y malas intenciones...
He aquí, pues, lo que hay elucidar: ¿respondían esos juicios
a la verdad, o no?,
¿puede la trayectoria vital y la palabra de Maceo
transitar feliz por tan dura prueba?. Es justamente, lo que
pretende verificar –mucho más que hacer un inventario ordenado de calificativos
y anatemas- el presente estudio de...
¿Quiénes, cuándo y
por qué, hablaron mal de Maceo?
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