Dar al
César, lo que es del César,
y a
Guillermón, lo…de Guillermón
Sin
favoritismo de ninguna clase, los héroes del 24 de Febrero son muchos y, por -el mismo hecho de conquistar
tal categoría en aquella gesta- de una labor crucial…
Le cabe
perfectamente el título –digamos inicialmente- a José Martí, quien, como
delegado del Partido Revolucionario Cubano, laboró, por poco más de tres años,
en esa colectividad para estructurar un movimiento nacional, con vistas a un
levantamiento simultáneo en la Isla. A
Martí, que coordinó los esfuerzos de decenas de clubes revolucionarios de
cubanos en la emigración, para allegar recursos –pecuniarios, primero, de
guerra, después- y hacer posible, de consuno con los grandes jefes mambises
veteranos -al cabo de prevenciones y desacuerdos- el “Día D” de aquella
revolución…
A los
generales Máximo Gómez y Antonio Maceo, entre otros posibles, sin los cuales no
se hubieran movido los combatientes de dentro ni de fuera, para hacer la guerra
a España colonialista., y quienes llevaron una labor inmensa y formidable, por
medio de numerosos comisionados, avisar, formar los grupos de acción y diseñar
la estrategia de los primeros momentos de la guerra.
Pero,
comoquiera que no hubo aquel estallido, sino en muy pocos lugares de todos los
previstos, ni la sincronizada invasión de las costas cubanas por las legiones
de libertadores, ni en el tiempo previsto, la situación demandó extraordinarios
desempeños de otras figuras patrióticas: de Periquito Pérez –prácticamente
alzado desde meses antes del alzamiento; de Alfonso Goulet, que pudo aglutinar
a los cientos de rebeldes de la serranía de El Cobre; de Victoriano Garzón,
que, como un artesano diestro, configuró la salida al monte con su grupo, en
las mismas narices de las advertidas autoridades; de Saturnino Lora y de
Florencio Salcedo, quienes hicieron lo mismo con los heroicos bairenses;
Bartolomé Masó Márquez, alma de las acciones de la jurisdicción de Manzanillo;
de Francisco Varona González, su hijo y los hermanos Capote Sosa, en Las Tunas,
que hicieron su modesta y digna contribución; lo mismo que Juan Gualberto
Gómez, en Ibarra; el Dr. Martín Marrero, en Jagüey Grande, y Joaquín Pedroso,
en Jagüey Chico, que realizaron su parte…
Ahora bien –y
con sentido de plena justicia-, el héroes de los héroes de aquella inmortal
acción fue el mayor general Guillermo Moncada Veranes (Guillermón, para todos
los cubanos).
No sólo era
el veterano de mayor graduación militar del Ejército Libertador en Oriente,
sino el líder sereno, calculador, aquél que -en medio del levantamiento de
Santa Rita (El Cobre), del 10 de octubre de 1894, protagonizado por subalternos
suyos en la conspiración- se paseaba por las calles de la ciudad, para distraer
a las autoridades españolas; o aquél que, a fines de diciembre de ese año 94,
cuando Quintín y otros exaltados van a su casa a las 2 de la madrugada, para
pronunciarse, ante circunstancias peligrosa, les dice: “Para hacer hoy
política, hay que ser muy sereno y demasiado hombre. Yo mismo soy incapaz de
levantarme sin recibir antes la orden de la Junta Revolucionaria.”
Así, con su
experiencia y sangre fría, fue él, a decir lo cierto, quien tejió la madeja de
la conspiración, y no sólo en la ciudad de Santiago de Cuba, sino en todo
Oriente, según testimonios de sus comisionados; indicando la fecha de la
acción, evitando a tiempo las detenciones de las principales figuras por parte
de las autoridades, que ya, desde el 16 de febrero, las habían ordenado, y con
lo que, en realidad, salvó la gesta, desde antes de darse; coordinando las
acciones del alzamiento, con sus comisionados: capitán Tomás Bueno, a
Guantánamo; José Figueredo, a Baire-Jiguaní.
Proverbial como
episodio que demuestra el rol de Guillermón en aquellas jornadas, es el hecho
de cuando Juan Tranquilino Letapier, enviado de Juan Gualberto Gómez, le fue a
trasmitir a Bartolomé Masó la orden de alzamiento, y éste, sin escucharlo
siquiera, le dijo: “Comuníqueselo, primero, al general Moncada, y vuelva por
aquí con lo que él ordene.”, y a los intentos de réplica de Letapier, la
conclusivas palabras de Masó: “El general Moncada es el superior jerárquico,
ningún subalterno tiene derecho a arrogarse una decisión, ni discutir una orden;
le reitero: vaya a ver al General y vuelva aquí con lo que él ordene”.
La acción
de Guillermón llegó más lejos: a Chambas (actual provincia de Ciego de Ávila),
a donde –conforme el relato autobiográfico del general Joaquín Castillo López-
envió su comisionado para insistir en que éste hiciera cuanto le fuera posible
para no dejar solos a los orientales en el alzamiento, que fue razón –todo hace
indicar- por la que este fue el primero de los jefes que se alzaron en Ciego y
en Las Villas.
Es dable
considerar, incluso, mensajeros de Guillermón a otras partes de la Isla con idénticos fines…
Pero –como
si fuera poco- con su propia acción personal, dio la sazón del héroe clásico,
cuando –no obstante estar en fase terminal de la tuberculosis que padecía- se
le escapó a las autoridades, refugiándose en los montes sanluisero-mayariceros,
desde el 17 de febrero, para garantizar el mando central del alzamiento, y aún
más: cuando, de un modo temerario, se apareció a su casa, prácticamente unas
horas antes del 24, a
recoger su jarabe de anacahuita y otros medicamentos, y fue capturado por la
policía, a la entrada de su hogar, tras lo cual –con la estratagema de que iba
a recoger unas medicina, pues estaba echando la sangre- protagonizó
espectacular fuga, saltando la tapia de su casa y de varios patios, hasta salir
al monte nuevamente.
Fue por
orden suya que se libró una de las primeras acciones de guerra –y de las más
importantes- en la provincia, el propio 24 de Febrero, cuando mandó al teniente
Silvestre Savignón a tomar y quemar el poblado de Loma del Gato, lo que se
cumplió cabalmente, y la primer combate defensivo contra los españoles, que
iban en persecución de Silvestre y sus hombres, en la emboscada de Charco
Grillo, el 27 de febrero de 1895.
Tuvo la
visión, también, de enviar al entonces capitán Rafael Portuondo Tamayo, a fines
de febrero, hasta los alzados en Baire y Jiguaní, para evitar el curso autonomista
que algunos allí querían dar al alzamiento, lo que se logró con el crucial
apoyo de Jesús Rabí y de los Lora, y tuvo el valor de resistir lo suficiente, debilitado
como estaba, como par entregar al coronel de la Guerra Grande , Bartolomé Masó
–segundo en jerarquía en la provincia, después de él- el mando de todas las
fuerzas sublevadas en Oriente, en Sabana la Burra , el 17 de marzo de 1895.
He aquí, parte
del porqué fue el héroe de los héroes de aquella gesta gloriosa, y de que se
debe pedir que se dé al César, lo que sea del César; a Guillermón, lo…de
Guillermón.
muy buen trabajo
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