La
apoteosis inicial de
aquel
asombroso hecho
Para
otro
jefe militar insurrecto, hubiera bastado cumplir los requisitos
organizativos:
las precisiones de suministros del momento y ulteriores, las previsiones
de
orden y de operaciones...
Para
Antonio
Maceo eso no era suficiente; para él significaba mucho que todos
adquirieran conciencia de que aquella misión que iban a emprender era
continuación de lo que 17 años antes aconteció en esa misma sabana, que
todos
los allí presentes –así como también quienes recibieran noticias del
suceso e,
incluso, la posteridad- tuvieran constancia del magno hecho, toda vez
que eso
se traduciría, por un lado, para crecimiento de la conciencia en su
fuerza y en
todos los libertadores de justeza de la causa de la independencia y de
la
libertad de Cuba y, consecuentemente, acrecer el compromiso de honor de
concluir con éxito el empeño, comprendidos los sacrificios soberanos de
la
descomunal expedición que iban a llevar a cabo.
Es
que
aquel menestral humilde no era el mismo que en octubre de 1868 ingresó a
las
legiones que comenzaban a hacer la guerra patria. Veintisiete años del
más
vasto y completo andar y del más fructífero intercambio con la
ilustración de
toda índole y de muchas partes, lo habían terminado de formar y de
madurar no
sólo como un jefe cada vez más brillante en el arte militar, sino como
político
de gran estimativa.
Por
eso fue
deliberado el lugar, por eso fue premeditada la solemnidad y no menos
intencionados los dos actos que previó para aquel 22 de octubre de 1895,
fecha
del liminar de la
Invasión
a Occidente, la más portentosa marcha insurrecta de la historia
americana, la
hazaña militar más grande del siglo XIX, según el criterio de algunos
respetabilísimos especialistas.
Y
así fue:
escogió, no Cayo Francés, donde recibió al Consejo de Gobierno, sino la
sabana
de Baraguá, el monumento perenne al honor revolucionario, simbólico
indicativo
de la continuidad de aquella lucha trunca por el vejamen, alegórica
advertencia
-¿quién sabe?- de que no sería probable, ni admisible, otro Zanjón.
Para
la
ocasión, asimismo, mandó a construir una calzada, a cuyos lados se
alzaron las
carpas de la tropa, y al fondo de ella: una explanada y una glorieta (o
templete) de madera rústica, de doce varas de diámetro, engalanada con
arcos de
triunfo, ramos de flores silvestres y pencas de nuestra palma real, con
farolitos de colores, donde se ubicó al Consejo de Gobierno, a los jefes
militares y el Estado Mayor del general Maceo.
En
la
planicie, bajo los acordes de marchas y danzas, interpretados por la
banda de
música del Cuerpo Invasor, se reunió, debidamente formadas las fuerzas
expedicionarias; después, el general Maceo presentó el Ejecutivo
–integrante
por integrante- a la tropa, y seguidamente ésta hizo el Juramento de
Honor ante
el Consejo de Gobierno, encabezado por su presidente Salvador Cisneros
Betancourt, ante la
Enseña
nacional y los acordes del Himno de Bayamo, en acto que el propio
Marqués
calificó de impresionante, “imposible de describir”.
De
noche –y
con no menos intencionalidad-, se celebró el acto en el templete, en el
que
tras los temas musicales de ocasión, entraron Maceo cogido del brazo por
el
Presidente Cisneros; detrás el resto del Consejo de Gobierno mezclado
con
algunos jefes orientales y del Estado Mayor de la columna invasora.
Ya
sentados
en órdenes jerárquicos, discursaron el abogado holguinero, coronel
Francisco
Freixes, auditor de la columna; Gustavo Ortega, literato y periodista
colombiano, y el periodista y maestro santiaguero, Federico Pérez Carbó,
secretario
particular y jefe del Despacho de Maceo, respectivamente.
A
todos
respondió Cisneros Betancourt, reiterando el compromiso de apoyarlos
siempre
–lo que, adelantemos- no se cumplió realmente-, y cerraron la velada con
una
cena mambisa, con 100 cubiertos primero y otros 100 después.
A
la mañana
siguiente, con la bruma de la alborada, guiados con por aquella gloriosa
estafeta de la Estrella
Solitaria ,
partieron los cientos de soldados orientales a los confines del oeste
cubano,
con las miras puestas derrotar, al fin, los más de 4 siglos de
dominación
española sobre Cuba.
Les
esperarían
casi
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