El
apostolado de Antonio Maceo Grajales por la independencia y la libertad de
Cuba, no sólo es uno de los más largos y constantes en la historia patria; no
sólo, también, de los más conmovedores, en materia de sacrificio y abnegación,
sino, además, de los más lúcidos, en cuanto a refulgencia, derechura y tino.
Sí, casi 30
años de intensa y permanente propagación y praxis –desde la conspiración de
Majaguabo, antes de octubre de 1868, hasta su caída heroica, el 7 de diciembre
de 1896- dan cuenta, en Antonio Maceo, de una luenga y persistente actividad
por esas sagradas metas; vida colmada, por demás, de abundantísimos episodios de
peligros permanentes y extremos, de heridas y privaciones de todo tipo, de
lauros y de famas, asumidos con impresionantes desprendimiento y humildad.
Lo más
portentoso de su empresa libertaria y separatista debiera apreciarse, sin embargo,
en la sindéresis que caracterizó su pensamiento, y la perfecta armonía entre
sus juicios (su modo de ver) y su conducta política y civil; o como él mismo
dijera: “La conformidad de ‘la obra’ con ‘el pensamiento’: he ahí la base de mi
conducta, la norma de mi pensamiento, el cumplimiento de mi deber”; en fin, su
sentido moral, el cual –sin hipérbole, y bien miradas las cosas-, le dio tan
grande talla e influencia -para servir a Cuba y al mejor ideal humano hombre-
como sus centenares de exitosas acciones militares.
Las huellas
de ese extraordinario proceder son sobradamente conocidas, aunque casi nunca
recordado con la unicidad de un todo absolutamente coherente, sino como adornos
episódicos de una figura “marcadamente guerrera”, quien también -¡vaya peregrino
mérito!- a veces pensaba; visión conculcada que, a la postre, siempre ha disminuido
la verdadera proyección de su personalidad.
Pero, todo
lo contrario: pensó siempre, mucho y bien, razón primera por la que se fue a la
guerra, que no por contagio, sino por conciencia, como lo indica aquel
juramento hecho por la familia al partir al monte, ante la imagen del Cristo
crucificado, “el hombre más liberal del mundo” de hacer a Cuba libre o morir en
el intento, y cuya “utopía” de libertad,
igualdad y fraternidad es cita constante en él, del porqué de su lucha y – como
diría luego a José Martí (el 15 de enero de 1888)-, “a pesar de 18 siglos de
expresadas, llegará a ser, a no dudarlo, una hermosa realidad.”
La
corrección y acierto de su pensamiento, verbigracia, se traslucen en sus
juicios y actuaciones con respecto a Laguna de Varona 1875), movimiento con el
que concordó en aspiraciones, pero no con la forma sediciosa como se expresó, y
la cual fustiga, dentro de un marco que procura el mantenimiento de la unidad
de las fuerzas revolucionarias; se manifiesta, también, en relación con la
atmósfera que algunos, por motivos raciales, promovieron en 1876, para sacarlo
del puesto que, por sus méritos reales, había conquistado; igual, frente al
deletéreo movimiento de Santa Rita (1877), y más aun: ante el Pacto del Zanjón,
liderando la corriente protestante, que descubrió –incluso en esa difícil
etapa- la posibilidad todavía de un triunfo real sobre el colonialismo español,
por medio de las armas, y que tanto dignificó al mambisado, frente a la
ignominia de la capitulación.
Se aprecia,
además, cuando impidió, por aquellos días de la protesta, se consumase un
atentado contra la vida del comandante general español Arsenio Martínez Campos,
porque no quería la victoria, si unida a ella va la deshonra”.
Se
distinguen, de igual modo, en su lucha por la elevación del negro sin
detrimento para el blanco; porque el llamado “hombre de color” no aceptase nada
en base al tinte de su piel, sino por medio del ejercicio de la virtud; en su
incesante batallar por la “unidad moral y política” de todos los cubanos, sin
predominio de una raza sobre otra, porque tenía “sobre el interés de raza,
cualquiera que esta sea, el interés de la Humanidad ”; unidad así indispensable para
alcanzar no sólo la independencia y la libertad, sino una “República organizada
bajo sólidas bases de moralidad y justicia”, con una Constitución “que sea
resumen de las leyes de la
Humanidad , fundada en la moral humana, con “principios y
derechos para todos”, en la que –como dijera en 1896- “la democracia hallará
terreno a propósito para su desarrollo […], donde tendrá merecida recompensa la
idoneidad probada y el verdadero mérito”; con educación para todos, sin
privilegios, como obra de instrucción y regeneración de un pueblo; en fin, una
república que diera a los cubanos el “sentido moral de vida, única condición
posible para que los pueblos se eleven a la categoría de sujetos superiores de la Historia ”.
Habidas las
cuentas: fundar la patria “para llenar sacratísimos deberes, superiores a los
que el hombre en su delirio se imagina: el bien de la humanidad.”
“En el marco formidable [del General Antonio]
cabe un gran corazón”, con esta frase, José Martí inició uno de los mejores
retratos del Héroe de Baraguá, en el que lo delinea de esta manera:
“_Y hay que poner que poner asunto a lo que
dice, porque Maceo tiene tanta fuerza en la mente como en el brazo.”, frase que
-resulta fácil advertir- no es un mero piropo político del Delegado hacia quien
califica de hombre con “sagaz experiencia”, de “pensamiento firme (o sea,
consistente, seguro) y armonioso” (esto es: agradable); de “palabra sedosa
(suave) y de elegancia artística” a tenor de un “esmerado ajuste a la idea
cauta (prudente, precavida) y sobria” (sosegada); palabra –prosigue Martí-,
“que es notable de veras” [importante, valiosa, grande, trascendental], que no
se hincha nunca (es decir, que no es ni exagerada ni rebuscada), que no la deja
en “frase rota” (inconclusa) y que no “usa voz impura” (o término impropio).
“Con el
pensamiento [a la patria] la servirá, más aún, que con el valor. Le son
naturales el vigor [empuje, eficacia] y la grandeza [la nobleza, el honor, la
dignidad].”
Hay una
perfecta conexión entre este retrato de Maceo hecho por Martí –en aquellas
circunstancias de 1893- y el que pudiera hacerse del propio General
Antonio, a
partir del rastro que su proceder dejó en la cotidianidad o en los momentos
cruciales, tanto del mambisado heroico como de la emigración gloriosa, lo mismo
en sus no pocos escritos que en los actos significativos de su vida.
Apóstol,
pues de la independencia y de la libertad de Cuba, del ideal democrático y
humanista, de la unidad política y social de los cubanos, del sentido moral de
la vida; tal fue – a más del extraordinario guerrero- Antonio Maceo, imagen que
vale hoy y siempre recordar...
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