Un héroe
genuino de Cuba:
Quintín
Banderas Betancourt
El 30 de
octubre de 1834 nació en el seno de la humilde familia santiaguera, la formada
por los negros libres Juan Sabas Banderas y Caridad Betancourt, uno de los
combatientes más recios y consecuentes, de los héroes más auténticos en la
lucha contra la esclavitud en Cuba, por la independencia de la Isla , la libertad y la
soberanía del pueblo.
Vida digna
de una novela, preñada de peripecias sobrecogedoras, desde que, con once años
de edad, se aventuró a viajar como polizonte en un barco español, en el que fue
mozo de limpieza, ayudante de cocina y de caldera, volatinero, con cuyas
piruetas agració a personajes reales.
Regresó al
puerto de Santiago de Cuba, cuatro años después, y enterado su padre, lo reclamó
y obtuvo su vuelta a casa, donde lo indujeron a aprender el oficio de albañil,
justo cuando –con sólo quince años, según recuerda él- debutó como conspirador
contra el dominio español, enrolado de alguna manera con varios egregios
complotados de la ciudad.
respondió el 1. de
diciembre de 1868 al llamado de la
Patria , engrosando las filas del general Donato del Mármol,
cuando éstas invadieron la jurisdicción santiaguera persiguiendo los restos del
batallón del coronel Demetrio Quiroz.
Ingresó en las fuerzas
de El Cobre, bajo el mando de José de Jesús Pérez, quien lo hizo cabo por sus
primeros desempeños. En lo adelante, a las órdenes sucesivas de los capitanes
Jesús Infante, Navarro, Cayamo y Limbano Sánchez, combatió en Tabacal, Sevilla
y Madrugón, cumplió misiones en la costa oeste de Santiago de Cuba y de auxilio
a los expedicionarios del “Perit”, que le permitieron ascender hasta alférez,
hacia 1872.
Bravo, como pocos, se
destacó en nuevos y numerosos combates, tales como: Rejondón, Samá, toma de
Guisa, asalto a Holguín, El Retiro, Cuatro Camino de Chaparra, asaltó a
Manzanillo, Bueycito, Santa Rita, Melones y muchos más, que le permitieron
crecer su imagen de corajudo y el ascenso a teniente.
En 1876, formó parte
del segundo contingente oriental que, a las órdenes del entonces coronel
Paquito Borrero, marchó al Camagüey y a Las Villas, en apoyo al general Máximo
Gómez, en cuyo trayecto sostuvieron duros pero favorables enfrentamientos en
Puerto Padre, Mayajigua, Morón y Turiguanó.
Tras nueve meses de campaña,
retornó a Oriente -condecorado honrosamente con heridas de balas y de arma
blanca-, cuando los villareños se opusieron a la jefatura de orientales y
camagüeyanos y, finalmente, a la del mismo Gómez, en uno de las mayores y más
perjudiciales muestras de regionalismo durante la Guerra Grande.
Se integró, el ya
comandante Quintín Banderas, a la brigada de Cambute, bajo la jefatura del
coronel Leonardo del Mármol, quien -después del descalabro de la red
clandestina revolucionaria en Santiago de Cuba- dio la misión al hábil mambí se
restaurar el trabajo conspirativo en la ciudad, comisión que Banderas
Betancourt cumplió satisfactoriamente.
Volvió a la manigua,
y fue protestante en Baraguá, junto a los generales Antonio Maceo y Manuel Titá
Calvar; ascendido, por tanto, a teniente coronel por el Gobierno Provisional
resultante de aquella protesta, y jefe del Regimiento de Caballería Santiago,
con el cual asistió a los combates de Caobal y Arroyo Municiones, entre otros
de abril y mayo de 1878, y con el que -desde fines de abril de 1878, convencido
de la falta de apoyo casi absoluto del interior y exterior de la Isla- fue de los que más
presionaron al Gobierno Provisional para gestionar la capitulación ante la
jefatura española, sin haberse logrado ni la independencia ni la abolición de
la esclavitud, y habiendo dejado en ese camino por la libertad, muertos en la
manigua, a sus seis pequeños hijos, de
su primer matrimonio con Francisca Zayas.
Cumpliendo
orientaciones del general Maceo, pidió al jefe español Martínez Campos
autorización para fundar una comunidad agrícola en Suena el Agua, con la
verdadera intención de tener agrupadas sus fuerzas, para cuando se diera el
nuevo grito revolucionario.
Fue, pues, una de las
figuras prominentes, al frente de decenas de hombres, en el pronunciamiento
rebelde de Santiago de Cuba, el 26 de agosto de 1879, que reinició la guerra
por la independencia de Cuba y la abolición de la esclavitud en Cuba.
Por más de 8 meses,
combatió a las armas españolas en la manigua heroica de Oriente, hasta el
Convenio de de Celina (Guantánamo), del 1. de junio de 1880, que establecía la
salida de los cubanos para un país extranjero (Jamaica), con los cónsules de
Estados Unidos, Francia e Inglaterra en Santiago de Cuba, como garantes de la
salida de los jefes y oficiales rebeldes en el vapor Tomás Brook, por
Caimanera; acuerdo que las autoridades españolas deshonraron, al abordar dicho
buque en alta mar y capturar a los cubanos, tras lo cual lo condujeron
prisioneros a Puerto Rico y, finalmente, a cárceles de Ceuta y Las Baleares.
Amnistiado por voto
de gracia de la Corona
española, regresó a Cuba en 1886, no sin antes haber perdido en Cuba -víctima
de la tuberculosis, en 1882- a su esposa Francisca Zayas y Zayas.
Se empleó desde su
retorno como arrendatario agrícola, con no muy buen éxito, porque era su tiempo
mayor para Cuba.
En efecto, conspiró
nuevamente, en 1889, con Flor; en 1890, con el general Maceo; en 1893, con el
general Moncada, por lo que fue apresado, cuando Manuel Cardet, espía del gobierno,
delató el movimiento.
Libre desde junio de
1894, volvió por sus fueros: conspiró con Guillermón Moncada, José Francisco
Lacret Morlot, Alfonso Goulet, Joaquín Planas y los hermanos Diego y Rafael
Palacios, en el fallido intento de alzamiento de Santa Rita (El Cobre), el 10
de octubre de 1894, así como también, bajo la dirección del propio Moncada, en
el movimiento revolucionario que desembocó en el 24 de febrero de 1895, cuando
salió al campo con tres hombres, para continuar su larga y gloriosa carrera por
la libertad de Cuba.
Rencillas con Moncada
desde la Guerra Chiquita ,
seguida de reyertas durante la prisión de ambos en 1880, lo determinaron
incorporarse a las fuerzas de Bartolomé Masó.
Con posterioridad al
fatídico combate de Dos Ríos, fue el único jefe insurrecto cubano al que cupo
la gloria de intentar, por tres ocasiones, el rescate del cadáver de José
Martí, hoy Héroe Nacional de Cuba.
Con el general Maceo,
hizo la Campaña
de Oriente y la Invasión
a Occidente, al frente de la infantería, hasta las lomas de Trinidad, donde
quedó por orden de Gómez y Maceo, hasta el 20 de enero de 1896, en que marchó
hasta Pinar del Río.
Sufrió –junto al
general Pedro Díaz Molina- inusual vejamen de Maceo durante el combate de
Galope, por confusión en el cumplimiento de una orden, que privó a dicho jefe
de infligir una de las mayores derrotas de toda la guerra al ejército español.
En agosto de 1896,
cruzó la trocha de Mariel a Majana, sin sufrir ni una baja, volvió a las lomas
trinitarias, como jefe en comisión de la 1. División del IV Cuerpo del Ejército
Libertador, de la que fue destituido, meses más tarde, por el General en Jefe,
ante denuncias de “inmoralidades” (de faldas), que le valieron, además, consejo
de guerra, y, por sanción de éste, rebajado en su graduación militar de general
de división.
Vuelto a Oriente,
recibió la encomienda del general Calixto García de formar un contingente
expedicionario de voluntarios para marchar a occidente, con el cual retornó al
oeste cubano, en los primeros meses de 1897, hasta Las Villas, ante el general
Mayía Rodríguez.
Otra vez en Oriente,
aquí quedó en excedencia del servicio, hasta el final de la guerra, cuando, sin
embargo, se le reconoció el grado de general de división.
En tiempos de la
intervención, Quintín -no obstante sus limitaciones culturales- hizo galas de
su inteligencia natural, de su vasta y profunda experiencia, de su amor a Cuba
y de su emblemática figura como soldado de la libertad y de la soberanía
popular.
En efecto, tanto como
en la guerra lo fue de España, en esta etapa se señaló como enemigo consecuente
del intervencionismo y de las “bases carboneras” de la Gran Nación del Norte
en Cuba, tanto como de la
Enmienda Platt , la que aborreció con toda su alma; dispuesto,
en general -lo mismo que los generales José María Rodríguez (Mayía) Pedro
Agustín Pérez, Agustín y Juan Pablo Cebreco, Lacret, Francisco Sánchez
Hechavarría, Rafael Montalvo y otros importantes jefes mambises- a retornar a
la manigua redentora, si los Estados Unidos no reconocían la soberanía nacional
y no abandonaban la Isla.
En los cuatro años de
era republicana, en que vivió, amén de sufrir el abandono del gobierno de Tomás
Estrada Palma -que también intentó humillarlo con dádivas como para un mendigo-
hizo política socialista y a favor de los trabajadores, a quienes alentó a
organizarse unitariamente y celebrar su congreso constitutivo, por lo cual se
ganó la animadversión de los empresarios y exacerbó al gobierno, antecedentes
que explican el porqué –a raíz del alzamiento de 1906, contra la reelección de
Estrada Palma- fue el único jefe liberal rebelde muerto; mejor dicho:
asesinado, con premeditación, alevosía y sevicia inconcebible, sin que sus
autores intelectuales y materiales reparasen en sus 72 años de edad ni en
historia de héroe genuino, entre los padres fundadores de la nación cubana,
para machetearlo salvajemente…
No hay comentarios:
Publicar un comentario