La vida y la obra de José Martí Pérez
no han requerido nunca de las tantas invenciones, con las cuales muchos autores
–verdaderos idólatras de su figura, más que estudiosos de ella- han querido
revestirlas, o impresionarnos.
“Santo de América”, “Cristo cubano”,
“el Maestro”, “Apóstol de la independencia”, “Apóstol de la libertad”, son
calificativos de un peregrino misticismo, al que se ha llegado por la
propagación y aceptación de algunos mitos sobre su protagonismo, que la
grandeza de Martí no necesita, ni la historia de Cuba tampoco.
No fue un santo, porque... no fue
soberanamente perfecto, ni un elegido, ni un asceta, sino un hombre de bien –
con virtudes y defectos, fortalezas y debilidades- que dedicó su mucha inteligencia
al mejoramiento humano y, sobre todo, a la lucha por la emancipación de su
patria, causa a la que hizo grandes aportes y a la cual dedicó grandes
sacrificios.
Cristo, lo fue menos, ni “el Maestro” –otra
sinonimia del Mártir del Gólgota-, pues no creó -adaptado al caso de Cuba- la
doctrina de su independencia ni de su libertad, ni fue quien enseñó éstas a los
cubanos, como tampoco el modo de conquistarla frente a la dominación española.
Apóstol – si por tal se entiende a
quien propaga una doctrina y quien convierte a muchos a su fe – sí fue, de la
causa separatista cubana y del mejoramiento humano; pero no el único, pues bien
se sabe que muchos hubo antes que él y contemporáneos con él, algunos de ellos que tal rol desempeñaron por
más tiempo que Martí, o que, en la propia época de éste, lo hicieron con igual
fervor; en fin, no el único apóstol de nuestra libertad y de nuestra
independencia, porque también lo fueron Francisco Vicente Aguilera, Carlos
Manuel de Céspedes, Perucho Figueredo, Ignacio Agramonte, José Francisco
Lamadriz (el gran desconocido de hoy), José Dolores Poyo, Máximo Gómez,
Antonio Maceo, Calixto garcía y Serafín Sánchez, por sólo señalar algunos de nuestros padres fundadores.
Martí –por encima de epítetos de
creación literaria– fue grande por sus propias glorias, méritos reales que tuvo
en muy diversos campos, en los muchos quehaceres a los que se dedicó en sus 42
años de existencia fecunda; pero, fundamentalmente, por su labor patriótica y
revolucionaria, lo mismo desde que fundara los periódicos El Diablo Cojuelo
y Patria Libre, y publicara su poema dramático “Abdala”, que desde su
prisión y trabajo forzado en la cantera de San Lázaro, en 1869, y su
deportación a isla de Pinos (hoy Isla de la Juventud) y a España, pasando por su inmensa
labor en la emigración en los Estados Unidos, hasta su caída en Dos Ríos, el 19
de mayo de 1895.
Veintiséis años de creación y lucha, en
los que se distinguen la publicación de su “Presidio Político en Cuba”,
aleccionadora denuncia contra el despotismo español y su folleto “La República Española
ante la Revolución
Cubana” (Madrid, 1871 y 1873, respectivamente); su peregrinar
por las tierras de América (México, Guatemala, Cuba, Venezuela y Estados
Unidos), en las cuales dio su valioso aporte intelectual, a la vez que su obra
por la redención de su patria: magnífica y colosal obra literaria,
periodística, indigenista, de trascendentes correspondencia, piezas oratorias y de conspiraciones
políticas, entre todas las cuales – en un espacio tan sucinto como éste- cabe
mencionar: sus Versos Libres y Versos Sencillos, sus ensayos y crónicas sobre
nuestra América y de las escenas norteamericanas, sus discursos en Steck Hall,
Hardman Hall y el Liceo Cubano de Tampa, sus estudios sobre la Conferencia Monetaria
de las Repúblicas de América; el movimiento clandestino de 1879, en La Habana, donde fue
vicepresidente de un comité revolucionario, y por lo que sufrió su segunda
deportación a España; la constitución de la Liga de los Independientes y Comisión Ejecutiva
Cubana de Nueva York, de las que fue distinguido miembro, entre varias organizaciones a las que perteneció, y, sobre todo, su obra
magna: la fundación del Partido Revolucionario Cubano (PRC) –conjuntamente con un
grupo de grandes compatriotas-, que tuvo como epílogo la organización del alzamiento revolucionario
en la Isla (
definitivamente realizado el 24 de febrero de 1895) y la realización de las dos expediciones que
colocaron a los principales jefes mambises en las costas de Cuba para dirigir
la guerra.
Esa obra – valga decir-, Martí la
ejecutó, no precisamente con el acatamiento por todos de su liderazgo civil,
sino, por el contrario, con sistemática oposición de no pocos – patriotas valiosos,
también -, que hicieron más tensa su labor y más meritorios sus extraordinarios
logros.
La revelación de una supuesta vida
mística de José Martí parece, realmente, la imposibilidad de algunos grandes
monarcas de la palabra y de la invención –desconocedores de muchos pormenores
de nuestra historia– para enjuiciar la figura del Héroe de Dos Ríos, de nuestro
Héroe Nacional, sin disminución ni exageraciones...
gran trabajo, realmente profundo a pesar del espacio tan reducido.Cuba tiene muchos heroes desconocidos, como virtuosamente usted hace mencion.
ResponderEliminarPocas veces he leido trabajos tan buenos como este, el historiador debe decir siempre la verdad, no importa su pensamiento politico.
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