el 1. abril
de 1895
Al margen del interés de sus
organizadores, y de la voluntad de hacerla un éxito, la expedición mambisa que
trajo desde Costa Rica hasta las costas cubanas a los Maceos, Flor Crombet,
Agustín Cebreco, Silverio Sánchez Figueras y 18 libertadores más, en la situación
de la recién iniciada guerra en la
Isla , hizo de dicha expedición invasora el desiderátum de
quienes tenían la responsabilidad de poner en Cuba a los grandes jefes mambises
residentes en el exterior.
Se peleaba en el oriente cubano desde
el 24 de febrero de ese mismo año 1895; pero aunque los combatientes por la
independencia compilaban una treintena de acciones bélicas de relativa
importancia, realmente no constituían aún una fuerza verdaderamente organizada,
sino sólo grupos de valientes aislados, en espera de la llegada de los adalides
mencionados, así como del General en Jefe Máximo Gómez, cuya demora mayor en
llegar al teatro de operaciones amenazaba con malograr la supervivencia del
movimiento revolucionario, al punto de que ya algunos líderes de partidas
rebeldes habían puesto plazos de permanencia en la manigua.
Tocábale al mayor general Antonio Maceo
la organización de esa empresa expedicionaria desde Costa Rica, para lo cual
pidió al Partido Revolucionario Cubano (PRC) que los armaba, la suma de 5 000
pesos, a fin de llevar a la Isla
50 jefes y oficiales cubanos y latinoamericanos, provistos de armas largas, y
convenientemente municionados. Víctima de su entusiasmo – tal vez ansioso de
mayores glorias patrióticas -, el brigadier Flor Crombet se comprometió ante el
Delegado del PRC a realizar la empresa por sólo 2 000 pesos.
Aceptada esa última propuesta, con
agravio explicable del general Maceo, más aún, en la medida que le fueron
ocultando pormenores esenciales de la expedición, que él debía conocer...
El plan de desembarco, a decir verdad,
fracasó, por estar amarrado a aquella fórmula menos costosa; es decir, formando
parte del viaje de un buque de pasajero y de carga (el “Adirondack”), entre
Puerto Limón (Costa Rica) y Nueva York, que al tomar pasaje en Kingston
(Jamaica), con ello imposibilitó cumplir la parte esencial del proyecto de
Crombet: que era salir los cubanos de su escondite en el barco, abordar los
botes del buque, y dirigirse a las playas cubanas, desde aguas cercanas a la
zona sureste de Santiago de Cuba.
Definitivamente, los cubanos tuvieron
que desembarcar en Isla Fortuna (de las Bahamas), donde por mediación del
capitán del “Adirondack”, hubo que alquilar la goleta L’Honor por algunos
cientos de pesos, a los que hubo que agregar otros 300 más, de regalía a los
marineros, por su actitud “temeraria” de llevarlos a Cuba; meta que al fin se
cumplió, después de vencer un mar harto proceloso y de lanzar la pequeña
embarcación contra los arrecifes de Duaba, aquel memorable 1. de abril de 1895,
y a despecho de las indicaciones de Maceo de enrumbar hacia al sur, buscando
las costas guantanameras, por donde le esperaban los hombres del coronel Periquito
Pérez y de su enviado especial Emilio Giro Odio.
Todavía hubo arrostrar otras
consecuencias...
Fue absolutamente imprescindible para
el general Maceo dar a conocer su presencia – y la de los jefes que lo
acompañaban - en tierras cubanas, toda
vez que la impaciencia y la desesperación habían puesto plazo de presentación
al enemigo en varias partidas alzadas; aunque con ello, también, convocaba en
su contra al enemigo, numeroso y mejor armado, ya que él, como consecuencia de
haberse optado por el plan de Flor, estaba carente de armas largas, al punto de
que tuvo que declinar el ingreso de las decenas de hombres con que Félix Ruenes
se le presentó, limitando así a unos 25, lo que hubiera podido ser un
contingente de casi 80 números, de haber contado con fusiles suficientes.
Tal realidad determinó la suerte
corrida por aquellos expedicionarios, que estuvieron a punto de morir todos en
varias emboscadas del enemigo, víctimas de la traición y de la cacería por
parte de fuerzas superiores; perdidos en los bosques baracoanos, sin agua y sin
alimentos, y dispersos por la sorpresa de los contrarios; adversidad que cobró
la valiosa vida del gallardo Flor Crombet y de otros expedicionarios, la
prisión de algunos más y las odiseas tanto del grupo de Agustín Cebreco y
Silverio Sánchez, que sobrevivió alimentándose de raíces, algunos frutos
montunos y semillas de cayajabo; como la del general José Maceo, quien, en el
episodio donde murió Flor, salvó la vida milagrosamente lanzándose al abismo en
Loma de Palmarito, y la del General Antonio, con trece días de deambular por
aquellos espesos bosques, hambriento, hinchadas sus piernas, buscado por el
adversario como el más preciado botín de la guerra comenzada...
Razonable es pensar que muy
probablemente el proyecto de Maceo hubiese evitado todos los percances
referidos; pero, de todas formas – y no obstante el alto precio pagado y de las
probabilidades vistas de que ese costo hubiese sido mayor-, el plan de Flor, al
cabo, trajo a aquellos héroes a Cuba, especialmente a los generales José Maceo,
que unido a Periquito Pérez y a Victoriano Garzón, salvó las vidas de José
Martí y Máximo Gómez, con el combate de Arroyo Hondo, y, especialmente, Antonio Maceo, quien con su
presencia en la Lombriz
de Jarahueca (Mayarí Arriba), unió allí a miles de insurrectos dispersos, y con
ello salvó la revolución, al decir de todos aquellos bravos mambises...
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