Desde los
últimos días de abril, el general Antonio Maceo tenía noticias confirmadas, no
sólo de la llegada del general Máximo Gómez y de José Martí, sino de la
cercanía de ambos, procedentes de Guantánamo.
La
información le llegó del general José Maceo, quien, el 25 de ese propio mes,
salvó a ambos líderes separatistas de caer frente al coronel español Joaquín
Bosch, pues este, con fuerzas muy numerosas a su mando, estaba a punto de
lanzarse sobre el pequeño destacamento de Gómez, Martí y otros ilustres acompañantes.
Empeñado,
sin embargo, primero, en la organización de los rebeldes orientales -a la mayor
parte de los cuales convocó para Jarahueca-, y, luego, en afrontar la ofensiva
española del general Juan Salcedo sobre él, en ese propio territorio, pospuso
Maceo su prisa de verse con Gómez y con Martí, con quienes –es evidente- quiso
encontrarse, no sin antes disponer de un cuerpo de ejército impresionante en
varios sentidos, y con el lauro de un resonante triunfo de sus armas, como lo
fue el combate de Jarahueca, el 29 de abril de 1895...
Con ambas coronas sobre su sien, planeó el encuentro, con cita para Altos de Bucuey (actual municipio San Luis) -¿coincidencia?, ¿simbolismo?, ¿recuerdo forzado?-, allí donde el propio Gómez llegó a verlo, desde el Camagüey, tras el Pacto del Zanjón. El huracán no se había apaciguado en su cerebro; antes bien, lo impulsó a adelantarse, y a buscar a Gómez y a Martí en el derruido ingenio de
¿Qué
torbellino era ese que destrozaba la paciencia del general Maceo? Espinas que
sentía clavadas en su corazón; reproches y discordancias impostergables que
juzgaba, debía expresar a Martí y a Gómez, y cuya reseña no significa
forzosamente que dé razón a uno o a otro, puesto que cada cual -con su más alto
sentido patriótico de por medio- tuvo sus propias razones para obrar del modo
como lo hicieron…
A Martí, en
cuestión, porque éste entregó definitivamente a Flor Crombet la conducción
expedicionaria a Cuba, y aunque estaba claro para Maceo que el Partido
Revolucionario Cubano (PRC) tenía la responsabilidad, por una parte, de armar a
los jefes mambises veteranos y, en consonancia con éstos, de llevarlos a las
playas de la Isla
en que tales jefes dispusiesen desembarcar; de que era facultad de Martí,
delegado del PRC, también, decidir, en última instancia, cómo llevarlos hasta
Cuba, a pelear; aunque Maceo –repetimos- sabía todo eso, no le era dable, sin
embargo, aceptar aquella decisión, no tanto porque contradecía los muchos
reconocimientos de sus grandezas que Martí le hiciera, como por haberle dado
éste seguridad de que nunca permitiría “a la fortuna ni atentados, ni
abandonos, ni desdenes contra Ud. ni abuso de su nombre […]”, y de haberle
hecho el siguiente compromiso: “Aquí los gastos por todas partes se me anuncian
dobles, y a Cuba todo se lo tenemos que hacer; pero lo suyo irá como desea y
allá no se dejará de hacer lo imprescindible”.
De manera
que –a los ojos de Maceo- nuevamente se le desdeñaba y, como si fuera poco,
además, “lo suyo” no iría como él lo deseaba (una expedición de 50 veteranos,
cubanos y latinoamericanos, con 50 armas largas), y -lo que para Maceo parecía
menos aceptable aún, aunque fuese provisoriamente, hasta el desembarco- se le
subordinaba a un brigadier subalterno suyo, con quien, por demás, había tenido
muy fuertes encontronazos.
A tales
molestias, para Maceo, se agregaban algunos episodios que apuntan hacia cómo
Flor –instigado por el Dr. Frank Agramonte- pareciera que hubiese querido
prescindir de los Maceo en esa expedición; de cómo –por lo que Maceo juzga
“disparates de Flor”- por poco se malogra la empresa, salvada por la
intervención del funcionario costarricense Carlos Saborio, amigo de Antonio
Maceo.
Son esas
–todo hace indicar- las consideraciones que motivaron las duras frases en su
desgarradura emocional, cuando escribió a su esposa, el 25 de marzo de 1895, ya
en ruta expedicionaria a Cuba: “¡Cómo engañan los hombres pocos leales a sus
amigos! También contigo quiero guardar silencio; no deseo que sufras con la
horrible tempestad que ha empezado a subirse a mi cabeza; que no te duela el
corazón, lleno de dudas y temores; quiero que seas feliz ignorándolo todo._ Ahí
está mi correspondencia, tú la tienes; ella da luz, y la que te incluyo
completa la obra._ Guarda con cuidado[so] esmero todos los papeles; ellos se
encargarán de decir lo que yo prefiero callar.”
El reproche
podría incluir, asimismo, cómo por no aceptar Flor la indicación de Maceo -de
ir a las playas del sur de Oriente, donde éste proyectó, desde 1894, la
recepción a su desembarco- encallaron en Duaba, con la consecuencia de
múltiples odiseas y hechos negativos, todos los cuales pudieron ser fatales,
como la muerte de general Flor Crombet, acaecida el 10 de abril de 1895…
A Martí
–todavía más-, Maceo opugnaba la convocatoria a una asamblea y la selección de
los representantes, con el fin de institucionalizar la Revolución ; algo que
Maceo creyó iba a ser continuación del gobierno civilista que dio al traste con
la Guerra de
los Diez Años.
Máximo
Gómez no escapa de sus reproches, lo mismo por la indiferencia de este ante
aquella decisión, y aun por el ascenso a Martí como mayor general, sabida la
oposición de Maceo al modo cómo se dieron los grados en los inicios de la Guerra del 68 y a las
promociones gratuitas hechas por Calixto García, durante los preparativos y
comienzos de la Guerra Chiquita.
Lamentablemente,
para Gómez la reunión de La
Mejorana “no existió”; es decir, no la relató en su Diario
de Campaña, ni en otro de sus escritos; Maceo –se dice- la describió
en una carta a María, que el propio Gómez –según cierta versión- incautó a
Francisco de Paula Coronado; de manera que –aparte de rescatar algunas frases
claves en algunos documentos relacionados- sólo podemos asomarnos a aquella
célebre entrevista a través del Diario de Campaña de Martí, quien dio
muy pocos detalles de la reunión, en general, y, de acuerdo con él mismo, a los
temas que abordó Maceo allí en La
Mejorana :
1.- “[…] la
reducción a Flor y gasto de sus dineros” (se refiere al dinero recolectado por
Maceo y sus colaboradores en Costa Rica para la expedición de 1895); 2.- la
forma de gobierno para el período de la guerra, que Maceo consideraba debía de
ser con predominio del poder militar, en lo cual difería de Martí, quien, a su
vez, acusa a Maceo de cortarle la palabra (“como si fuera yo la continuación
del gobierno leguleyo”); 3.- rechazo a los representantes convocados por Martí
a una asamblea para institucionalizar la Revolución , y decisión de Maceo de mandar a los 4
delegados de Oriente, “[…] y que serán gente que no me las pueda enredar allá
el sabio Martí”, quien, en su versión citada, da sucinta, pero vehemente
defensa de su ideario de gobierno en la revolución, civil, pero sin trabas a
los militares para hacer la guerra.
De aquel
memorable 5 de mayo de 1895, de aquella magna entrevista -entre los tres
líderes más importantes de la nueva gesta independentista recién iniciada-, hay
decenas de referencias en la historiografía tradicional, presunciones, casi
todas, de lo que allí se expuso, se discutió, y hasta se acordó…
Así, la
célebre junta celebrada aquel día por los generales Antonio Maceo, Máximo Gómez
y José Martí ha pasado a ser –por obra y gracia de esas versiones- una especie
de convenio unitario de aquellos tres grandes patriotas cubanos para afrontar
el futuro de la Revolución
del 95…
De tal
suerte –según tales interpretaciones-, allí se “acordó”, entre otras cosas:
designar a Martí jefe máximo de la Revolución ; a Gómez, General en Jefe, y a Maceo,
jefe de Oriente. Se “convino”, también –conforme otros - realizar la Invasión a Occidente.
Pero los
deseos pueden hacer obras, y la voluntad, una historia; mas, la realidad,
impertinente, no avala ninguna de esas hipótesis y, por el contrario, las niega
de plano…
La estricta
verdad, en efecto, parece lejana de esas aseveraciones. Lo dice Martí, cuando
describió en su diario, el fin del encuentro: “A caballo, adiós rápido. ‘Por
ahí se van ustedes’_ y seguimos, con la escolta mohína; ya entrada la tarde,
sin los asistentes, que quedaron con José [Maceo], sin rumbo cierto, a un
galpón del camino, donde no desensillamos […] Y así, como echados, y con ideas
tristes, dormimos.”
Por su
parte, sin hacer referencia alguna al debate, Gómez apunta: “Después, y como a
eso de las 4 de la tarde [Maceo] nos condujo a las afueras de su campamento, en
donde pernoctamos solos y desamparados, apenas escoltados por 20 hombres
bisoños y mal armados.”
No pudo
Maceo haber votado –o acatado- a Martí como jefe máximo de la Revolución , ni a Gómez,
incluso, como General en Jefe, y acto seguido prácticamente “echarlos” de su
campamento, tal como lo plantean los dos últimos; ni éstos haber nombrado a
Maceo jefe de Oriente, cuando, a pocos días de aquello, Gómez designó a
Bartolomé Masó Márquez jefe del 2. Cuerpo del naciente ejército, sazonándolo
con una frase de sorna y de desconocimiento: “Si a Maceo le pica, que se
rasque…”
En cuanto a
la Invasión
a Occidente, era asunto acordado desde el Plan Gómez-Maceo (1884-1886),
reiterado en el plan de la
Fernandina (enero de 1895), y retomado por Gómez y Maceo,
después del fracaso de dicho plan. El Generalísimo dejó expresado varias veces
su criterio contrario a una insurrección en Occidente, favoreciendo sí, la de
las provincias de Oriente, Camagüey y Las Villas, desde donde era propósito, tanto
de Gómez como de Maceo, invadir el emporio occidental y allí librar el Ayacucho
cubano.
Los hechos
concretos y visibles, y la lógica más elemental contradicen esos supuestos
acuerdos en La Mejorana ,
deslindando claramente los mitos de la realidad, en cuanto a lo que allí
aconteció.
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