167
aniversario del natalicio
del general
Antonio Maceo
Puede
decirse con entera certeza que el líder independentista cubano que más elogios
cosechó y, a la vez, quien más tuvo que enfrentar prevenciones y vituperaciones
gratuitas, fue, sin duda, el general Antonio Maceo Grajales.
En la
medida en que su nombre y figura se fueron haciendo más populares en la manigua
–y hasta en el exterior-; tan pronto como fue escalando los grados más elevados
del Ejército Libertador y, por consiguiente, su influencia potencial iba
creciendo en los ámbitos de la insurrección y de los emigrados revolucionarios,
Maceo fue blanco de todo tipo de celebraciones y, también, de las más bajas
especies, que él reseñaría, entre otras, de las siguientes maneras: ----“Que de
mucho tiempo atrás, si se quiere, ha venido tolerando especies y
aseveraciones”.
-“[…]
víctima de propaganda atrabiliaria del Gobierno de usted [general Polavieja] y
de algunos cubanos.”
-“Estoy
decepcionado, hasta mis más amigos me hacen sufrir cosas horrorosas, sólo por
Cuba podría yo soportar tales crueldades.”
-“Tengo
bastante con los desengaños recibidos y con el desencanto que producen las
miserias humanas, que han sido para mí una plaga de toda mi vida.”
Le acusaron
de “racismo”, quienes, precisamente, querían apartarle de la jefatura interina
del cuerpo que comandó hasta meses antes el apresado mayor general Calixto
García (1874), y aun de la 1. División que comandaba en propiedad; asimismo,
porque arguyó en diciembre de 1878 que no admitía la supeditación de una clase
(raza) sobre otra, ni en la causa separatista ni en la Cuba liberada; así dijeron
que quería formar una república negra y unirla a Haití; de “racista”, a un
hombre que construyó todo un apostolado de unidad de los cubanos, de palabras y
de obras…
Lo tildaron
de “ambicioso”, porque no se explicaban sus altísimas dosis de coraje y de
combatividad, que determinaron su vertiginoso ascenso; nuevamente, por
protestar en Baraguá, señalándole –los hechos prueban lo contrario- que había
usado la sangre de la juventud blanca como escala para sus triunfos; igual, en
1886, porque era segundo jefe del denominado Plan Gómez-Maceo; de modo que
algunos vieron en ello el “afán” de Maceo de creerse “rey, como si Cuba fuera
África”, y por haber fundado un periódico en la manigua, que hizo ver a un
anciano y prejuiciado luchador que “la hormiga [Maceo] quiera criar ala, y esta
ambición desmedida nos dé mucho quehacer”.
Llegaron
más lejos: cuestionaron su honradez, primero, por supuestamente haber convenido
su salida de Cuba (mayo de 1878) con el general Martínez Campos y aceptado
mucho dinero de este; cuando sabían que lo hizo por misión del Gobierno
Provisional y que había rechazado todo ofrecimiento monetario del gobierno
español. Segundo, porque presuntamente se había cogido parte del dinero que se
le envió para su expedición de Puerto Plata (1880), frustrada, al fin, en islas
Turcas; suma que, al cabo de varios años, se pudo rastrear y recuperar; criterios
esgrimidos a pesar de ser públicas sus extremas carencias, inmediatamente
después de ese episodio, al punto de tener que pedirle ayuda al doctor José
Mayner Ros y de empeñar sus joyas personales por cuatro libras esterlinas, a
fin de socorrer a su esposa María Cabrales, enferma en abril de 1881; también, porque
dio alojamiento y de comer a varios de los que estaban destinados a salir con
él en la expedición que preparaban en Panamá (1886).
Lo tacharon
de vanidoso, por su pulcritud y buen gusto en el vestir; de aislacionista, por
exigir una unidad basada en la igualdad de todos los integrados a la lucha; de
servil, por intentar el olvido momentáneo –y hasta el sacrificio- de cualquier
interés personal por los intereses mayores de la Patria , en el caso del
acatamiento de las órdenes del general en Jefe.
No faltaron
en algún momento –por inconcebibles que parezcan- las inculpaciones a Maceo
como “cobarde” y aun “traidor”, capaz hasta de vender al enemigo algunas de las
expediciones que se iban a preparar; infundios que no merecen siquiera ser
rebatidos.
Especialmente,
por último, vale dedicar algo más de espacio a una de las más persistentes
imputaciones contra el general Antonio Maceo, mayormente desde 1883, con la
cual quisieron siempre –era evidente- anular su influencia y disuadir a sus
admiradores de cualquier peregrina reivindicación: el socorrido y terrorífico
cartel de caudillo (como jefe egocéntrico, pendenciero e incivil); así pues,
potencial tirano, a partir de su manifiesta preferencia por el método
dictatorial para hacer la guerra.
Es decir,
Maceo pensaba: “El sable dará Patria, y los hombres honrados y de ciencia,
constitución y leyes, cuando aquél haya redimido a ese pueblo de esclavos […]”;
consideraba provisional, la prevalencia de ese método, con lo deja entrever en
su carta Juan Gualberto Gómez, en 20 de octubre de 1894: “La guerra depurará
nuestros vicios y defectos coloniales; que se truque en rifles la sublime y
grandiosa labor de usted: que la educación política y social que usted da a
nuestro pueblo infeliz, sea por un tiempo y no más, cambiada por ordenanzas de
los cuarteles militares.”
Creía
firmemente –y eran la experiencia suya y las de otros jefes veteranos muy
persuasivas- que el lastre de los órganos civiles, haciendo leyes como si fuese
una república, sin ser dueños del terreno que pisaban -y a veces hasta
inconvenientes para las operaciones militares-, era un lastre demasiado pesado
para llevar a feliz término la revolución.
Pero de ahí
a caudillo y potencial tirano es infinita la distancia. Maceo fue no solo un
enemigo rotundo de la monarquía y de la tiranía en cualquiera de sus formas,
sino un apóstol convencido, un practicante ejemplar del republicanismo, de la
democracia y del liberalismo.
A lo largo
de su vida, sobran los ejemplos que pueden demostrar tales asertos. Sin
embargo, a tenor del breve espacio del presente escrito, valga uno, que bien
puede hablar por todos: el de su exposición a los Delegados a la Asamblea Constituyentes ,
el 30 de septiembre de 1895, en la cual, al querer estos crear el cargo de
Lugarteniente general del Ejército Libertador exclusivamente para él (Maceo),
les dijo:
“La República es la
realización de las grandes ideas que consagran la libertad, la fraternidad y l
igualdad de los hombres: la igualdad ante todo, esa preciada garantía que,
nivelando los derechos y deberes de los ciudadanos, derogó el privilegio de que
gozaban los opresores a título de herencia y elevó al Olimpo de la inmortalidad
histórica a los hijos humildes del pueblo, a aquélla que, cultivando el
espíritu con las luces que da la educación, fundaron la útil e indispensable
aristocracia del talento, la ciencia y la virtud. Fundemos la República sobre la base
inconmovibles de la igualdad ante la ley. Yo deseo vivamente que ningun derecho
o deber, título, empleoo grado alguno exista en la República de Cuba como
propiedad exclusiva de un hombre, creada especialmente para él e inaccesible
por consiguiente a la totalidad de los cubanos. Si lo contrario fuese decretado
en nombre de la República ,
semejante proceder sería la negación de la República por la cual hemos venido combatiendo, y
nos arrebataría el derecho con que Cuba enarboló la bandera de la guerra por la
justicia, el 10 de octubre de 1868.”
Habidas las
cuentas, Maceo sufrió, no por los infames cargos provenientes del enemigo
español –que podían verse como naturales, si se quiere-, sino realmente por los
originados y propalados desde el bando separatista; sobre todo, por la bajeza
de aquellos que, con toda intención de dañar su ya colosal imagen, los echaron
a rodar y los insuflaron…
Pero Maceo
tuvo, muy abundante, lo que hoy la Psicología Positiva
califica como “resiliencia”, o capacidad para enfrentar las adversidades; en su
caso, derivadas de tantas bajas pasiones, provenidas del celo con que muchos
apreciaban su amplia y equilibrada inteligencia
–la natural y la cultivada-; de la tremenda impresión que causaba su carácter,
de su tanta bravura, que hacía ver carencia en otros valientes; de los sobrados
méritos que muchos codiciaban; en fin, de su personalidad comúnmente envidiada.
Afincado en
sus virtudes y en su inmenso amor a Cuba, en efecto, supo, no solo oponerse a esos
infortunios, sino vencerlos… Y es alguno bueno, es algo digno de recordarse en
ocasión del 167 aniversario de su natalicio.
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