El verdadero antecedente de
Cerraba
mayo de 1895, y el general Antonio Maceo Grajales aún permanecía en Bijarú,
víctima de una grave indigesta, cuyos interesantes pormenores nos han llegado por
los relatos del doctor puertorriqueño Guillermo Fernández Mascaró, médico
personal del héroe.
Allí, en
medio de su franca recuperación, se enteró Maceo de la caída heroica de José
Martí, en Dos Ríos, y creyó impostergable el proceso de institucionalizar la
revolución, que ya sobrepasaba sus tres meses de vida.
Así pues,
como liminar de tal acto, convocó a una junta con los mayores talentos de su
Estado Mayor, a fin de que –absteniéndose él de emitir criterios- propusiesen
ellos sus puntos de vista acerca de la forma de gobierno que debiera tener la República de Cuba en
Armas, que querían crear, los debatiesen y llegaran a feliz acuerdo, el cual
sería la fórmula esencial de los mambises orientales a la que habría de ser
asamblea fundacional…
Los
concurrentes a aquella junta –todos hombres de saber y de hondo patriotismo-
fueron: el procurador holguinero Rafael Manduley del Río, el periodista catalán
José Miró Argenter, el escribano y periodista Jesús Castro Palomino, el
hacendado holguinero –teniente coronel de las dos anteriores campañas
separatistas- Luis de Feria Garayaldes, y los santiagueros: Rafael Portuondo
Tamayo, Fernando Salcedo Bonastra, abogados ambos, el ingeniero Mariano Sánchez
Vaillant, el periodista Juan Maspóns Franco, y los cultos empleados Diego
Palacios Messa y Carlos González Clavel.
¿Qué
propuso cada uno, esencialmente, en cuestión?
Lo
siguiente:
Manduley: Robustecer el poder militar y
tener delegados en el exterior.
Rafael Portuondo: Si el gobierno debe ser militar y
civil, el Presidente debe ser el General en jefe. Al lado del Generalísimo, un
representante por cada provincia, con atribuciones civiles, bajo la presidencia
de aquél, con facultades, tal consejo, para levantar un empréstito, pedir
beligerancia.
José Miró: Que sea un delegado civil [que no
sea militar de origen], al lado de cada comandante en jefe de cada provincia
que estuviera interviniendo en la guerra, y un delegado en el exterior, que se
ocupe de arbitrar relaciones y otros asuntos. Y en el caso de tener que
proceder a la terminación de la guerra por evacuación [¿del enemigo?] o
intervención [¿extranjera?], reunirse todos los delgados para deliberar y hacer
conocer la opinión a las fuerzas revolucionarias.
Sánchez Vaillant: Como fórmula de gobierno: un jefe
militar que obre con entera independencia en los asuntos militares; para
resolver los asuntos que no sean militares, lo asistirá un consejo.
Jesús Castro
Palomino:
Se sumó a lo planteado por Portuondo.
Luis de Feria: Igual al anterior.
Juan Maspóns Franco: Un General en Jefe, que sea el
único que dirija las cuestiones militares, nombrado por un consejo que
represente el poder civil, completamente independiente del militar. Dicho
consejo se formará con delegados de las provincias.
ACUERDOS
1.- Que el estado
de guerra demandaba un gobierno capaz de asumir responsabilidades para
garantizar el crédito de la
Revolución.
2.- Que se
convoque a una Asamblea Constituyente para redactar la Carta Magna , y que, luego, el
gobierno asumiera todas las clases de funciones, tanto legislativas como
ejecutivas para llevar a cabo la dirección suprema del país en armas, cuyo
gobierno pudiera estar formado por: 1 presidente, 1 vicepresidente y varios
secretarios de despacho.
3.-Que la Jefatura del Ejército
debiera tener las amplias facultades para realizar la campaña, reservándose el gobierno sólo el derecho de
intervenir para fines altamente políticos y diplomáticos [el más funesto
apéndice, que –como casi toda estos acuerdos- al fin fue aprobado en
Jimaguayú].
4.- Que
toda la organización interior sea realizada por el gobierno para fines de
administración, exclusivamente, coadyuvando al éxito de las operaciones
militares en la forma solicitada por la Jefatura del Ejército, y promulgando un cuerpo de
leyes para el gobierno interior.
El momento,
las consideraciones expresadas y las resoluciones asumidas en Bijarú le dan
categoría de verdadero antecedente de lo que fuera, casi tres meses y medio
después, la Asamblea
de Jimaguayú, y más aún: esencia de lo que allí se acordara, no sólo por el
poder que representó en la
Revolución el ideal de las fuerzas de Oriente, sino porque no
pocos, en el centro y occidente de la isla, concordaban con esa visión de
gabinete de país en guerra.
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