A 143 años de la primera
Cámara de Representantes de Cuba
No sólo
fueron el miedo a los efectos del caudillismo, del que muchos de los grandes
libertadores de las ex colonias hispanoamericanas dieron muestra, y al saldo de
tiranías en que derivaron tras conquistar la independencia de España; también
fue el temor a que en eso concluyesen la Capitanía General
de Carlos Manuel de Céspedes, o las pretensiones de otros, como Donato del Mármol
–así pues, no únicamente el afán de encantar al Norte con la copia de un Estado
como el suyo-, lo que movió a los repúblicos demócratas de la insurrección
cubana en 1868, a
crear un contén a cualquier potencial dictadura, a poner brida al poder desmedido
que pudiera ansiar el entonces virtual Presidente…
Las huellas
de la aversión a toda forma de centralización del poder –manifiesta desde las
aulas universitarias-, lo mismo que de las sospechas contra Céspedes
–infundadas o no- desde el mismísimo 10 de Octubre, en que este diera el grito
de libertad en La Demajagua ,
resultan harto visibles en esos jóvenes insurrectos ilustres, y llegaron al
paroxismo con la Dictadura
de Mármol, proclamada el 15 de enero de 1869, en Giro (actual municipio de
Palma Soriano).
La
reconciliación de ambos señalados jefes, que casi todos los demás líderes
revolucionarios promovieron en Tacajó (Holguín), algo menos de un mes después,
sirvió de prólogo y punto de partida para institucionalizar la Revolución , en aquella
memorable cita de Guáimaro (en el Camagüey), el 10 de abril de 1869, en que 14
delegados, en presencia de Carlos Manuel de Céspedes, aprobaron y proclamaron
la primera Constitución de Cuba, compuesta de 28 artículos.
Los
célebres “constituyentistas” fueron: Miguel Jerónimo Gutiérrez, presidente;
Salvador Cisneros Betancourt, Manuel Valdés, Honorato del Castillo. Miguel
Betancourt Guerra, José María Izaguirre, Arcadio García, Eduardo Machado,
Antonio Lorda, Antonio Alcalá, Jesús Rodríguez, Francisco Sánchez Betancourt y
los secretarios Antonio Zambrana e Ignacio Agramonte.
Aquella
trascendental Carta Magna dio forma republicana al Estado revolucionario cubano,
con la división de los tres poderes públicos: es decir: el Legislativo,
materializado en una Cámara de Representantes –órgano supremo de dicho
Estado-, presidida por Salvador Cisneros Betancourt, con Miguel Jerónimo
Gutiérrez, como vicepresidente; el Ejecutivo –cuyo ejercicio recayó en Carlos
Manuel de Céspedes, como presidente, y Francisco Vicente Aguilera, como
vicepresidente- y el Judicial.
A la
postre, la CC. RR., con
sus muchas leyes aprobadas, otras tantas trabas para el ejercicio libre de la
guerra; víctima, en gran medida, de sus exagerados celos democráticos, en medio
de una guerra tan cruenta y desigual –muy desfavorable materialmente para los
mambises-, resultó un pesado fardo; un lujo para la Revolución , que no
contaba con territorio propio en que basarse, ni gran población civil a la que
beneficiar, sino militares que debían más que todo hacer la sacratísima guerra,
y eran distraídos –y divididos-, sin embargo, en certámenes y algaradas
civilistas, que en mucho contribuyeron a azarar aquella memorable década de
empeño libertario; eventos, en fin, que sirvieron de extraordinaria lección
para quienes tuvieron la misión de hacer las posteriores campañas militares
separatistas.
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