117 años del desembarco
de Gómez y Martí
Aunque casi
todas las expediciones mambisas, de las organizadas para auxiliar la Revolución del 95 en
Cuba, tuvieron que salvar muy grandes obstáculos para concretarse, las de
Flor-Maceo y Martí-Gómez parecen de las más difíciles que hubo que acometer por
entonces.
La
vigilancia extrema de los españoles sobre esos principales personajes, la
carencia de recursos –especialmente en el caso de la de Costa Rica a Duaba-, el
oportunismo de patrones y marinos, movidos por el afán de sacar ventajas extras
de cualquier acuerdo, y la mala fe de ciertos capitanes, pusieron
extraordinarios valladares a esas dos empresas, que sólo la tenacidad y el
coraje pudieron vencer, para llevarlas a feliz término...
Llegadas discretas
a la población; dispersos y ocultos en sitios seguros; numerosas diligencias
para adquirir los medios necesarios y no menores para burlar las malas
intenciones del capitán Bastián y sus cómplices.
“Después de todos estos gastos enormes, después de vencidos
estos obstáculos –después de dos meses de sufrimientos y torturas-, hemos
logrado embarcarnos, seis compañeros, en la madrugada.”, escribió en su diario,
el general Máximo Gómez Báez.
Tiempo después, desembarcaron en la isla de Inagua, donde
amanecieron el 11 de abril de 1895, y desde donde salieron en esa fecha a las 2
de la tarde. Sobre las 8 de la noche, a 3 millas de las costas de
Cuba, cerca del puerto de Guantánamo…
“La noche es tenebrosa, el mar se siente agitado, la
obscuridad es tal que el mar parece un negro manto funerario donde nos debemos
envolver para siempre. Ni una estrella alumbra el firmamento. El chubasco se
afirma. El vapor se detiene […] y rápidamente se descuelga un bote, se carga de
armas y pertrechos, y caen dentro de él seis hombres; que cualquiera diría que
eran seis
locos”, continuó relatando el gran dominicano.
“[…] Ninguno de los seis somos marinos –agregaba en su
narración-, y con todo, echamos manos a los remos. Martí y César [Salas] a
proa, reman muy mal, pero a la desesperada; los demás al centro, yo he agarrado
el timón, que apenas entiendo que al fin se zafa y se pierde”.
“[…] Fijamos rumbo –dice a su vez Martí en su diario de
campaña-. Llevo el remo de proa. Salas rema seguido. Paquito Borrero y el
General [Gómez] ayudan de popa. Nos ceñimos los revólvers. Rumbo al abra [la
misma que Gómez vio como: “La fortuna nos
depara un recodo, ‘La Playita ’
”]. La luna asoma roja, bajo una nube. Arribamos a una playa de piedras, La Playita (al pie de
Cajobabo). Me quedo en el bote el último vaciándolo. Salto. Dicha grande. […]”
Inicio de marchas extenuantes, llegan rápidos los primeros
amparos; pero horas después, nuevamente solos y sin apoyos, aunque no por tanto
tiempo, pues llega el auxilio de alimento, un práctico y la avanzada del
comandante Félix Ruenes.
Otra vez las jornadas agotadoras, en las que todos se asombran por la resistencia de Martí, “a quien todos suponíamos el más débil por lo poco acostumbrado a las fatigas de esas marchas”, y que siguió “fuerte y sin miedo.”
Con la llegada al campamento de Vega Batea, del
comandante Ruenes y sus 50 baracoenses, el día 14 de abril, concluyó la breve
odisea de Gómez y Martí, de Paquito Borrero y Ángel Guerra, de César Salas y
Marcos del Rosario, los seis héroes protagonistas de aquella hazañosa expedición
y desembarco del 11 de abril de 1895, que vino a confirmar la salvación de la
insurrección cubana y la perspectiva de extender la fortaleza de esta hacia el
centro de Otra vez las jornadas agotadoras, en las que todos se asombran por la resistencia de Martí, “a quien todos suponíamos el más débil por lo poco acostumbrado a las fatigas de esas marchas”, y que siguió “fuerte y sin miedo.”
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