Carta-manifiesto
de Maceo
asombrosa y
trascendente
Son varias
las epístolas del general Antonio Maceo que adquirieron –por la forma
expositiva y la importancia de su contenido- la categoría de manifiesto. Podrían
señalarse las dirigidas al Presidente de la República de Cuba en
Armas, el 16 de mayo de 1876; al general español Camilo Polavieja, con su
respectivo comentario a ese propio escrito, en 1881; a Ramón Leocadio Bonachea,
en octubre de 1883; a José Dolores Poyo (director del periódico Yara), el 14 de junio de 1884;
las dos que dirigió a José Martí y a otros miembros destacados de la emigración
cubana de Nueva York, en enero de 1888; la que envió a Salvador Cisneros Betancourt, el 8 de
septiembre de 1895, y a los delegados orientales a la Asamblea de Jimaguayú, el
30 de septiembre de 1895, entre otras posibles.
Sin
embargo, no cede en importancia a ninguna de las anteriores –antes bien: figura
entre las tres más significativas- la que dirigiera, el 1. de noviembre de 1886
al general cubano José A. Rodríguez, director del periódico El Imparcial, de Nueva York, de
la que ahora se cumplen 126 años.
Misiva
extensa –no obstante estar trunco el original que hoy se conserva-, puede
dividirse, temáticamente, en tres partes, como se verá…
La primera
es una especie de introducción, pero interesante en extremo, pues fija la
posición de Maceo sobre un asunto tan espinoso para la emigración cubana
separatista, como era la aceptación de un líder para dirigir esa etapa en la
lucha contra la dominación española en Cuba.
Tan solo
semanas después, del fracaso del Plan Gómez-Maceo, puesta en cuestionamiento de
la capacidad de los militares para organizar un movimiento insurreccional en la Isla , ganó fuerza, además, la
aversión de los más vehementes defensores de la democracia por aquellas figuras
militares caracterizadas como potenciales caudillos (más que todos, Máximo
Gómez, según la creencia general) que podrían establecer, una vez liberado el
país de España, y al amparo de tamaño lauro, una nueva tiranía en Cuba.
Primero,
pues, intenta dejar claro que su única ambición es hacer la guerra a España, y
“tener la gloria de haber contribuido al bien e independencia de Cuba, y llevar
con orgullo el título de buen ciudadano, que da brillo y grandeza, cuando se
obtiene sin mancha.” Luego, como tal potencialidad no era ciento por ciento
posible, ni mucho menos, y, sobre todo, como esa creencia resultaba
divisionista y enervante para el bando independentista, el general Antonio Maceo
aprovecha la introducción para fijar su posición al respecto:
“[…] yo
desearía para mi país un hombre que tenga la virtud de redimir al pueblo cubano
de la soberanía española, sin haber tiranizado a sus redimidos, y que no
ambicione otra fortuna que la conquistada por ese medio”, porque “El que tal
haga, llegará a la suprema gloria y completa dicha”, que es lo más grande y
hermosos para un ser humano: “inmortalizar su nombre con la bendición de todo
un pueblo […]”.
Y
seguidamente, con evidente sentido común, pragmatismo y su acostumbrado valor,
agrega: “Pero yo, entre la tiranía española que sufrimos [es decir; no una posible, sino una real, presente y horrenda] y
cualquiera otra [posible] que venga
para destruir esta, estoy por la última; la acepto con todos sus horrores y
consecuencias”; pero no para resignarse a sufrirla, porque “El día después de
nuestra independencia, repararemos las faltas e inconvenientes que ella deja
detrás de sí […]”; por lo que urge: “[…] reemplacemos, pues, el gobierno nacional
con la soberanía nacional de nuestro pueblo.”
I Parte: Organización
del partido de la emigración separatista
La segunda
parte de esa carta-manifiesto –más importante aún, sin duda- llama a constituir
a la emigración independentista, “con el voto popular” de todos, que “deben y pueden
hacer una votación libérrima de los hombres que quiere elevar a la categoría de
genuina representación; que dirijan la opinión de nuestros emigrados y levanten su ánimo; elecciones –dicho sea de
paso- que deberían efectuarse en cada uno de los centros de la emigración
cubana.
Una vez
formado ese partido -propuso Maceo, también- se podría “constituir un órgano
oficial de comunicaciones, y hacer relaciones dentro y fuera de Cuba”,
propagando el amor patrio, con juntamente con la exigencia de “los deberes
superiores y sagrados.”
Planteó,
igualmente en esa carta-manifiesto, el establecimiento de dos poderes: dos
cuerpos, dos jefes: “el de la guerra y el del partido”, propiamente dicho.
Y dando
muestra de su grandeza de miras, propone que ese jefe siga siendo Máximo Gómez
–no obstante la cruda polémica con este, de tan solo semanas antes, que ha
dejado mal parada la amistad entre ambos-; aunque se muestra dispuesto a
aceptar a cualquiera que se designase
No obstante
ver las ventajas de tal división de funciones, vislumbra la necesidad de
mantener la cohesión y por eso expresa a Rodríguez, y con él a la emigración:
“Divididos
los dos poderes, quedan separadas las funciones de ambos cuerpos, en cuanto a
la intervención, manejos y medios de obtener recursos; pero como hay que tener
en cuenta nuestra unidad, debemos conservar mutuas relaciones, y dar lugar a
que ese orden de cosas sirva, únicamente, para hacernos más fuertes, y sostener
la organización y estabilidad que se dé al partido; para mandar a Cuba
cuantiosos elementos revolucionarios que tenemos en el exterior, y conservar
fuera de influencias extrañas la unidad de los cubanos independientes, que hoy
más que nunca requieren riguroso celo en nuestros intereses, extraviados en algunos
puntos, y que si se desatienden, será nuestro borrón político.”
Trascendentes
son, asimismo, estas palabras de Maceo en la misiva, que demuestran su visión
inclusiva y unitaria: “Nuestras aspiraciones son amplias, y en ellas caben
todos los hombres, cualquiera que sea su modo de pensar y el juicio que formen
de las cosas; esto es: no sólo de cualquier raza –algo que se debe dar por
descontado en la mentalidad de Maceo-, sino también de cualquier religión,
visión política y filosófica.
Esta
carta-manifiesto, propone, pues, ni más ni menos: a) la constitución –por
primera vez en nuestra historia, que se sepa- de un partido de toda la
emigración independentista cubana para dirigir la nueva etapa de lucha por la
independencia nacional; b) formula el criterio de constituirlo con la elección,
por sufragio universal, de toda la directiva de dicho partido; c) recomienda,
igualmente, elegir la representación de todos los centros (entiéndase: clubes
revolucionarios) de emigrados en diferentes países americanos; d) crear un
periódico como órgano oficial de dicho partido; e) dividir funcionalmente al
partido en dos cuerpos: el de la guerra, y el político: el del partido,
propiamente dicho, y f) envolver a todos los emigrados cubanos que quieran
hacer la independencia patria, sin exclusiones.
II Parte: la Invasión a Cuba
Aún más: en
su carta-manifiesto al director de El
Imparcial de Nueva York, indica Maceo: “Una vez formada la Directiva del Partido
Independiente, conseguiría de los diferentes Centros […] que armen a tantos
Jefes expedicionarios, como les fuese posible equipar, y enviar a Cuba, con la
cooperación de sus respectivos oficiales. El Jefe Supremo de la guerra podría
indicar al del Partido, o a los de los centros, previo conocimiento del
primero, el equipo, armas y municiones que desee para sus expediciones; planes
de campaña y otras cosas correspondientes al mismo ramo, quedarían
exclusivamente al cuidado del Jefe de la guerra.
Y agrega su
propuesta de que se hagan expediciones pequeñas y simultáneas a todas las
jurisdicciones de la Isla ,
de cuyo interior deberá saber con qué elementos exactos se cuenta; que dichas
expediciones se acometan no muy antes de la llegada de fuerzas invasoras
mayores, para evitar prisiones y desesperadas defensas.
III Parte: el autonomismo
y cómo debe verlo el separatismo
Interesante
resulta, la parte final de esta misiva, dedicada a toda una reflexión sobre el
autonomismo, a su surgimiento como fuerza política, a su existencia en aquel
momento, sus pretensiones de superar el coloniaje español y sobre sus
debilidades y dependencia del bando separatista, cuyo objetivo básico parece, a
todas luces, un tendido de mano…
“Algunos
protestarán diciendo que no tienen participación en nuestros asuntos políticos,
e influirán con todas sus fuerzas materiales para el hundimiento de nuestra
causa; pero no porque lo deseen allá en el fondo de su alma. Por el contrario,
quieren, como nosotros, la
Independencia de Cuba, y ansían el triunfo de nuestra
revolución y aman las libertades patrias. ¿Pero qué pueden hacer allí, rodeados
de bayonetas e inconvenientes, sin el desenvolvimiento de la guerra? Mientras
esta no se declare con probabilidades de éxito, nada pueden hacer con provecho
de todos; demos, pues, tiempo al tiempo y no seamos impacientes en la espera.
Ningún cubano es español de corazón, ni los peninsulares le tienen por tal; por
el contrario, dicen mal del que lo finge y lo desprecian.
Y agrega
Maceo: “Entre ellos [los autonomistas] hay hombres de ciencia, saber y cultura;
muchos con probidad y virtuosas dotes de abnegado patriotismo que probarán más
y más, llegada la hora feliz de nuestra lucha redentora […]”, y debe sumar
muchas más ideas interesantes; pero, lamentablemente –como referíamos al inicio
de este trabajo-, la quedó trunca, por evidente rotura del papel.
Vale, a
pesar de todo, este significativo asomo, a este monumental documento, el cual
–no obstante haberse publicado, al menos tres veces en estos 125 años- sigue
siendo casi desconocido.
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