Un asomo al apostolado racial
de Antonio
Maceo Grajales
Antonio
Maceo Grajales ha sido el más grande defensor que ha tenido la raza negra en
Cuba y, a la vez, uno de los más tesoneros propulsores de la unidad racial –sin
menoscabo alguno- de todos los cubanos...
Fue él, sin
duda, quien más abogó y quien con mayor denuedo laboró, no sólo para romper las
ataduras del esclavo en Cuba, sino para elevar al llamado hombre de color
–tanto a los sometidos a la servidumbre como a los nacidos libres- a la alta
categoría de humano pleno y ciudadano gozoso de todos sus derechos, y que ahí
sirven para ilustrarlo su currículo guerrero y su valiosa correspondencia, reflejo de sus múltiples
gestiones en tal sentido.
En medio de
un ambiente saturado de convicciones racistas, que sentenciaban al llamado
hombre de color a ser “inferior al blanco, por naturaleza”, “hecho por Dios
para servir al blanco”, y al que achacaban holgazanería, perversión y
agresividad consustanciales; en medio, en fin, de prejuicios raciales tales,
que incluso muchos de nuestros más ilustres separatistas llevaron a la manigua
mambisa, y a los que se hicieron sólitos gran parte de los negros, Maceo fue
quien más sustento dio, entre los llamados “hombres de color”, al sano orgullo
de ser negro, quien más propendió a la elevación de la autoestima de los de su
raza, con argumentos tan altivos como el que expuso al propio presidente
insurrecto cubano, el 16 de mayo de 1876:
“Y como el
exponente precisamente pertenece a la clase [raza] de color, sin que por ello
se considere valer menos que los otros hombres […]”; o, cuando -rechazando un
decreto del gobierno español, en 1879- exclamaba: “Tal resolución ataca
claramente a la dignidad de la raza de color, a la cual tengo el honor de pertenecer
[…]”, o, como cuando, once años más tarde, en Santiago de Cuba, le preguntaron:
“¿No se ofende Ud., General, cuando sabe
que alguien dice: ‘Ahí viene el negro Maceo’ ? ”, y él, sereno, profundo,
sin ufanía, respondió: “El día en que los
negros –porque en realidad no tienen otro color- no se pongan bravos porque le
digan negros, ese día, amigo mío, quedará salvada la raza”.
Era orgullo
racial basado, por ejemplo, en la entonces historia reciente de Cuba, en la Guerra de los Diez Años, en
la cual el negro cubano descolló: “En nuestros primeros tiempos [de]
revolución…-recordaba al respecto- hubo para mí ascenso a oficial del Ejército,
la necesidad del momento, necesidad que cada día se hacía más imperiosa, porque
los males se acrecentaron y los hombres que dirigían la guerra reconocieron su
incapacidad militar, dejando por tanto comprender que sus ideas de ostracismo [racial]
había dejado de imperar […]”; historia en la que no sólo consiguió Maceo muchas
de las principales victorias bélicas del mambisado y el más alto grado militar
del ejército revolucionario, sino, además, el más grande reconocimiento de las
personalidades cubanas del separatismo y del autonomismo, dentro y fuera de
Cuba, y hasta de sobresalientes figuras del bando español, como fue el caso,
entre otros, el del mismísimo general Arsenio Martínez Campos, quien tuvo muy
alta consideración hacia el líder separatista mulato, y hasta llegó a confesar
a Lacret Morlot la grande inspiración que Maceo le causaba.
Orgullo
asentado tanto en lo que él personalmente había logrado, y, también, en lo que
conquistaron otros hombres de su raza en esa revolución; o sea: Manuel Titá
Calvar, Guillermo Moncada, Paquito Borrero, José Medina Prudente, José Maceo
Grajales y hermanos, Cecilio González, Pepillo Perera, los hermanos Cebreco,
Quintín Banderas, Victoriano Garzón y tantos otros, cuya mención haría una lista interminable.
Orgullo
basado, asimismo, en lo que la experiencia internacional –y Maceo la conocía en
buena medida- había demostrado, en cuanto a lo que había conquistado el negro
en muchas latitudes, lo mismo en el campo militar, que en civilidad, en las
artes y en la ciencia, siempre que tuvo condiciones u oportunidades para ello.
Pero –cabe
aclararlo- un blasón alejado, absolutamente, de toda idea fatua de predominio
negro, y evidentemente derivado de su concepto de republicanismo, que en Maceo
equivalía a única forma de poder político capaz de asumir y practicar de modo
cabal el lema que él consideró siempre como justicia suprema: “Libertad, Igualdad
y Fraternidad”.
He ahí la
primera clave del pensamiento racial de Antonio Maceo Grajales, y de su
consecuente modo de afrontar la cuestión racial de Cuba: derrotar el
estereotipo de inferioridad del negro, tanto en los blancos como en los propios
representantes de la raza.
La segunda,
que mucho resalta en su vida, es la defensa de los de su raza frente a la
propaganda y medidas que persisten en considerarlos ya “subhumanos”, ya
inhabilitados para ejercer todos sus derechos plenamente, sin sobreestimarlo,
tampoco, ni enfrentarlos a los representantes de otras razas.
Así nos
muestra la segunda esencia de sus convicciones raciales: la igualdad en
derechos y en potencialidades, a pesar de las desigualdades en condiciones y
facilidades.
Ya, el 16
de mayo de 1876, asombró y alarmó a varios, cuando escribió al Presidente de la República de Cuba en
Armas, que no se sentía de menor valer por ser de la “clase de color”; médula
de su ideario racial que, en reunión de diciembre de 1878, ante Máximo Gómez,
Flor Crombet y varios líderes más de la emigración cubana, reiteró, al exponer
su inalterable convicción de que los negros eran iguales a los blancos, y de
que no admitiría la subordinación de una raza por otra, que le ganó
animadversión de Flor, Ángel Pérez y otros, no obstante lo cual volvió a
reiterar en su proclama del 9 de septiembre de 1879, en que sentenció: “¡El
hombre negro es tan libre como el blanco!”.
No se
limitó a la proclamación, buscó la solidaridad de gobernantes y de
personalidades extranjeros para que colaborasen en el logro de la abolición de
la esclavitud en Cuba y para elevar la raza a un estadío de acorde con los
progresos de la civilización de su época, y, además, cuando el gobierno
colonial español decretó limitación de entrada a la Isla a los negros y
expulsiones de los elementos de dicha raza, en 1880, azuzando las prevenciones
y hasta la hostilidad contra ellos, el Héroe de Baraguá escribió: “[…] y como
no es posible que yo vea con indiferencia una declaración de guerra a mi raza
–diría, igualmente, en una réplica a medidas injustas y discriminatorias del
gobierno español en la Isla-,
hoy por medio de la prensa llamo la atención de los pueblos civilizados y, muy
particularmente, a los interesados para que, si posible fuere, se eviten los
desastres que puede traer una contienda que carece de lógica en nuestra época
de civilización y progreso.”
La tercera
clave para comprender el pensamiento racial de Antonio Maceo Grajales está en
su modo de apreciar cómo podrían los negros cubanos –“a quienes el egoísmo
material tiene postrados en la más profunda ignorancia”- alcanzar no sólo esa
igualdad en derechos, sino también en la consideración de toda la sociedad
nacional, mediante el autodesarrollo, del propio mejoramiento como hombre, como
persona, como ciudadano.
Cultura y
virtud, eran los dos secretos que descubrió para alcanzar tales metas, por eso exigía
a los de su raza no aceptar nada sobre la base del color de su piel, sino por
el ejercicio de las virtudes humanas, que para él se resumían en la honradez de
miras y de acción, la seriedad y responsabilidad, la voluntad, la
autosuperación máxima, por todas las vías; la firmeza de principios, y los
sacratísimos deberes, casi obsesivos, de conquistar la libertad, no sólo de
Cuba, sino del hombre, y de alcanzar el sueño de la igualdad y la fraternidad
humanas.
Refrendó
todas esas aspiraciones y abogacías con su propio ejemplo, con el cual
demostró, en efecto, que el hombre negro podía llegar a la misma estatura
general del hombre blanco, sin favoritismo; antes bien; frente a muchos
obstáculos naturales e interpuestos para alcanzar esos elevados presupuestos
humanos, tocó, sobre todo, el punto más crucial de los hombres de su tiempo: la
conciencia, con una labor paciente e inmensamente activa, de persuasión, desde
la base de los principios: sin aceptar –repetimos- la usurpación de derechos de
una raza por otra, ni la subordinación de la raza blanca sobre la negra, ni
tampoco la de esta sobre aquella.
“Los
cubanos no tienen más que una sola bandera –postuló-, la de la independencia,
que cobija a todos los hombres de cualquier origen o raza que sean; allí [en Cuba] se lucha por la igualdad del
hombre y por la emancipación de la esclavitud”
Precisamente,
lo que sobresale en ese apostolado racial de Antonio Maceo es su inveterada
afición a la unidad de todos los cubanos, por encima de las razas, a ver en el
hombre su esencia humana, y no el color de la piel; el imperativo de que los
negros se aliaran siempre a sus hermanos blancos: “¡Uníos a sus hermanos
blancos!, hijos del país, que os defienden vuestros derechos, y seréis
felices!” -clamaba-, para alcanzar las metas de Cuba, a la par que las propias;
el afán –como dijo a su hermano José, en carta del 1. de julio de 1896- de que
la democracia hallara terreno en Cuba, donde se premiaría “la idoneidad probada
y el verdadero mérito”.
A los blancos, les
decía: “Miren lo que los negros hacemos a vuestro lado; ayúdenlos con esta obra
de abnegación y patriotismo, para la conquista de la libertad y los beneficios
de la democracia, y
a los de su propia
raza: “Van a crecer y a desarrollar con la libertad, pero por vuestro propio
esfuerzo y merecimientos; tienen que conquistar la admiración de vuestros
hermanos, para que les den, luego, esas admiración y el cariño, y así es como
se establecerá entre ambos el imperio de la confraternidad—.”
Enemigo fue
de las banderías raciales, y mucho más de cualquier intento de guerra de razas,
porque –mil veces lo dijo y demostró-: “[…] nada rechazo con tanta indignación
como la pretendida idea de una guerra de raza. Siempre, como hasta ahora,
estaré al lado de los intereses sagrados del pueblo todo e indivisible sobre
las mezquinas [ideas] de partidos y
nunca se manchará mi espada en guerras intestinas que harían traición a la
unidad interior de la mi Patria”; que no era “una política de odio la suya, es
una política de justicia en que la ira y la venganza ceden a favor de la
tranquilidad y la razón […]”, pese a sufrir él en carne propia tantos intentos
de humillación y de pretericiones, sólo por el color de su piel.
Dijo más:
“En cuanto a mí, amo a todas las cosas y a todos los hombres, porque miro más a
la esencia que al accidente de la vida, y por eso tengo sobre el interés de
raza, cualquiera que ella sea, el interés de la Humanidad […]”.
Eso que lo señaló
en 1881, a
Camilo Polavieja, lo refrendaría con otras palabras a Martí, Fuentes, Trujillo
y cuantos le escribieron en diciembre de 1887: “[…] hoy como ayer pienso que
debemos los cubanos todos, sin distinciones sociales de ningún género, deponer
ante el altar de la patria esclava y cada día más infortunada, nuestras
disensiones todas y cuántos gérmenes de discordias hayan podido malévolamente
sembrar en nuestros corazones los enemigos de nuestra noble causa.”
Y aún
agregaría: “La unión cordial, franca y sincera de todos hijos de Cuba, fue en
los campos de Cuba, tanto en los días prósperos como en los nefastos de nuestra
guerra, el ideal de mi espíritu y el objetivo de mis esfuerzos”; también:
“Protestaré, asimismo, y me opondré hasta donde me sea posible, a toda
usurpación de los derechos de una raza sobre otra; viniendo a ser, como ésta mi
resuelta y firme actitud, una garantía para todos”, ideas que, habidas sus
cuentas, concuerdan con su objetivo de fundar así la nueva Cuba: “Una República
organizada bajo sólidas bases de moralidad y justicia, es el único gobierno
que, garantizando todos los derechos del ciudadano, es a la vez su mejor
salvaguarda con relación a sus justas y legítimas aspiraciones; porque el
espíritu que lo alimenta y amamanta es todo de libertad, igualdad y
fraternidad, esa sublime aspiración del mártir del Gólgota, que caso utópica
aún, a pesar de 18 siglos de expresada, llegará a ser mañana, a no dudarlo, una
hermosa realidad.”
Conforme el
ideal de Maceo, el hombre es más que blanco, más que negro, más que mulato;
hombre era para él, ejercicio constante de virtud, afán de perfectibilidad del
individuo, como perteneciente a la única verdadera raza de hombres que debe
haber sobre la tierra: la
HUMANA.
No hay comentarios:
Publicar un comentario