Breve
tributo a los 8 estudiantes de
Medicina
fusilados por los españoles
º Y a las decenas que sufrieron el
injusto y torturante presidio
º Aquel execrable hecho en palabras de Céspedes, Martí y en Maceo
º Aquel execrable hecho en palabras de Céspedes, Martí y en Maceo
No era de
extrañar aquella salvajada. No era la primera vez, ni sería la última del
integrismo español, durante los más de diez años de guerra, de las dos primeras
campañas cubanas por la independencia y
la abolición de la esclavitud.
Aunque
no previsto por las autoridades españolas –que dieron pábulo y cuño a aquel
monstruoso crimen-, “La ira de aquella turba desenfrenada de voluntarios que
asesinó a los estudiantes de medicina en la Habana ” -cual lo calificó Antonio Maceo Grajales-, alcanzó gran trascendencia, no ya a lo
largo y ancho de la Isla
y en la emigración cubana –cosa muy lógica por demás-, sino, especialmente, en
la propia España, como lo demuestra esta referencia de Carlos Manuel de Céspedes,
casi dos meses después del fatídico hecho:
“Esta
sobreexcitación de los ánimos en la Península reconoce, entre otras, a dos causas
especiales: es la una la ejecución de varios jóvenes estudiantes de la Habana apenas entrados en
la adolescencia y la condena de mayor número de ellos, a presidio por haber,
según dicen, profanado, ensuciado y con letreros ofensivos la tumba de Castañón
([…] los voluntarios anteriormente habían hecho lo mismo con la del cubano José
de la Luz Caballero )
[…]”
A la luz de
las protestas de la emigración cubana, de los republicanos consecuentes de todo
el mundo y de los hombres honrados todos, el hecho devino imagen del
colonialismo español en Cuba: salvaje y terco, injusto y degradante.
La denuncia
y la condena de aquella indignante farsa de juicio y de la macabra ejecución
que le siguió, así como también la lucha por la liberación de los otros estudiantes
presos por la misma causa (la supuesta profanación de la tumba del periodista
español Gonzalo Castañón), la encabezó en España un mozalbete genial, José
Martí Pérez, quien, con el concurso de muchos españoles virtuosos –entre
muchos que presionaron en el mundo civilizado-, obtuvo el indulto de aquellos
verdaderos rehenes del régimen.
A la pluma
de aquel joven portento cubano –más que a las rúbricas aparecidas en las hojas
impresas plantadas en Madrid, al año exacto de aquella tragedia- se deben estas
palabras, que llevaban el timbre indiscutible de la verdad, tanto como el de la inevitable
fructificación de tales muertes: “ [...] el día
tremendo en que el cielo robó ocho hijos a la tierra y un pueblo lloró sobre la
tumba de ocho mártires”, pero que, transformando dolor y lágrima en resolución
firme y decidida, hallóel propio Martí la fórmula viril en que deben reaccionar los pueblos
dignos: “Hay –escribió- un límite al llanto sobre las sepulturas de los
muertos, y es el amor infinito a la patria, y a la gloria que se jura sobre sus
cuerpos.”
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