Máximo Gómez:
heroísmo y
carácter
La figura de
Máximo Gómez a veces nos parece apresada entre la extraordinaria dimensión de
su heroísmo y la gran repulsión de su carácter...
Y es lo grave
del asunto que pocos son los que, al intentar retratarlo, dejan al lector -al receptor,
en término más general- oportunidad alguna para el juicio equilibrado, pues o
nos dan al hombre exclusivamente héroe, o nos dan solamente al hombre huraño,
agrio y abusivo, como si hubieran existido dos Máximo Gómez Báez, como si
virtudes y defectos no fueran partes suyas, como todo de un ser humano...
Verdad
compartida por muchos -opositores y amigos-, resulta que... fue el Generalísimo de
nuestras huestes independentistas hombre de un carácter insufrible, que sólo pudo
resistir -que sepamos- el general Vicente Pujals Puente, quien fuera jefe de su
Estado Mayor por largo tiempo, y quien confesó el modo como lo pudo hacer: algo
así como un constante acopio de todo un arsenal, táctico y estratégico, de
líneas de comportamiento: ocasional sordera, indiferencia momentánea, según
conviniese; omisión de cualquier juicio, si no se lo pedía; elevadísima
disciplina y no menor eficiencia; pero, sobre todo, imponiéndose así como, también, el más cabal amor a Cuba, a fin
de apreciar cualquier hecho del General, o relacionado con él...
Autor que le
estudió profundamente, Leonardo Griñán Peralta lo consideró severo, agresivo y
altanero, de modales toscos, ariscos, hombre que disfrutaba del placer de
mandar.
Las huellas de
su vida, también, autorizan a considerarlo implacable, lo mismo con el adulón
que con quienes lo contrariaban o combatían.
Suprema prueba
de patriotismo significaba soportar sus raptos y desmanes, como cuando mandó a
atar al comandante Juan B. Sánchez, o cuando mandó a poner en cepo el
comandante Villa, o amenazó con hacerlo a un general, al Lacret protestar por
tan grande abuso de autoridad.
Sus creencias
sobre el rol de la disciplina en la guerra, y sobre la importancia del buen nombre
del Ejército Libertador -a fin de obtener el máximo reconocimiento y apoyo
nacional e internacional-, están en el porqué dejó sin efecto la clemencia del
general José Maceo en el caso de teniente coronel Francisco Bejerano, o en la razón por la cual mandó a fusilar a cuatro
invasores que hurtaron algunas piezas de vestir, o a otro que robó una camisa,
durante la Invasión
a Occidente; o en el porqué estuvo dispuesto a proceder con severidad extrema
contra Quintín Banderas, por sus “desórdenes de faldas” en las lomas
trinitarias (Las Villas).
Su carácter,
en fin, le trajo problemas con Donato del Mármol, con Carlos Manuel de Céspedes
y con muchos otros jefes de la
Guerra Grande ; con Martí y otros líderes civiles, y con el
general Maceo, en la denominada “tregua fecunda” y, en la última contienda,
entre sus muchos enfrentamientos, sobresalen los que tuvo con el Consejo de
Gobierno y el secretario del Interior, Santiago García Cañizares -en los que,
creo firmemente, tuvo toda la razón- y con el secretario de la Guerra , Rafael Portuondo Tamayo,
que pudo haber tenido un vuelo escandaloso.
Sin embargo,
de todos estos señalamientos e incriminaciones -que no siempre estuvieron exentas
de serias justificaciones-, Máximo Gómez Báez fue para Cuba y los cubanos
infinitamente más que un mal carácter y algunos actos en cierto sentido censurables;
y tanto más, porque, en verdad, esas faltas reales y presuntas, no pueden
compararse con los sacrificios que hizo por el bien de nuestro país, y las
muchas grandezas personales que alcanzó en los más de treinta años de su vida
dedicados al servicio del pueblo cubano.
En suma, fue,
asimismo, un colosal heroísmo.
Quienes lo
juzgan únicamente por su carácter y por algunos hechos polémicos protagonizados
por él, extrapolan hasta hoy, por un lado, los moldes y usos de una época; olvidan,
además, que este hombre fue maestro guerrero de una legión numerosísima de
jefes y oficiales mambises, desde los inicios de la Guerra del 68, pasando por
los años de conspiraciones entre el 78 y el 95, y de la última gesta separatista.
Olvidan, igual, que fue el artífice de la exitosa Invasión a Guantánamo, de la reestructuración
de las fuerzas camagüeyanas, tras la muerte del general Ignacio Agramonte, de
la hazañosa primera Invasión a Occidente (1874-1876), en la que dio a la gloria
combativa rebelde las victorias de Naranjo-Mojacasabe, Las Guásimas, San Miguel
de Nuevitas y Cascorro, así como también en el cafetal Juan González, entre
otros triunfos memorables.
Olvidan, de
forma similar, que fue él la cabeza elegida para organizar la reanudación de la
guerra revolucionaria en los años 80 del siglo XIX, con el Plan Gómez-Maceo,
principalmente, así como fue, también, una de las figuras claves en la
preparación de la guerra, para la última
gesta independentista contra España, tanto que sin él - cada
día estoy más convencido de eso - no hubiera habido levantamiento separatista,
al menos en 1895.
Dio -junto con
Martí, Maceo, Serafín Sánchez y otros ilustres patriotas- fundamentos
ideológicos a la lucha de los cubanos por la independencia, la libertad, contra
la esclavitud y por el desarrollo de la isla, y su figura fue, asimismo, uno de
los horcones sobre los que se erigieron los cubanos en su lucha contra la
prolongación de la intervención norteamericana y cualquier mengua de la soberanía
e independencia de Cuba.
Ver sus máculas
no es delito; diríase objetivamente que es deber de todo aquel que se asome a
su gran personalidad; pero apreciar sus enormes méritos, además de
imprescindible, debía ser motivo suficiente para rendirle perpetuo homenaje
como uno de nuestros grandes padres fundadores
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