Pocos
amaron así al pueblo
cubano y
pelearon tanto por él
No escapa
al estudioso de la vida de Máximo Gómez –categoría que debiéramos tener todos
los cubanos- que siendo como fue, humano de grandes ambiciones, profundas
pasiones e inmerso en el vórtice de complejos conflictos personales y sociales,
fuera, pues, hombre de grandes contradicciones y, por ende, extraordinariamente
polémico.
Así fue
Máximo Gómez, en verdad: severo hasta los límites de la crueldad; tierno hasta
la emoción; sacrificado y cariñoso a la vez que despectivo con los amigos;
apologista de los héroes muertos, nunca lisonjeros con los vivos; de trato afable y de groseros arrebatos; hizo
de la disciplina un culto inflexible y extremo, aunque –no exento de razones-, en
ciertos momentos, algunos le acusaron de insubordinado; creyente fervoroso en
la espada de la guerra, al punto de menospreciar la legalidad; fue, también,
devoto ardiente de la Ley
en la paz; desconfiado de los demás –especialmente de los de elevada posición-
tuvo fe inmensa en el pueblo…
Le
embriagaban el afán de mandar a los hombres y la gloria; pero podía, muy bien,
hacerse a un lado voluntariamente, y asilarse en su hogar, a recaudo de las
ordenanzas y de los honores públicos.
Pero si
bien todo eso cuenta para el estudio integral de su personalidad, no debe
escapar, tampoco, las más inmensas cualidades manifiestas en él y por él, con
las que conquistó merecidos títulos, como los de maestro guerrero de
generaciones de cubanos _Generalísimo por antonomasia-, uno de los padres
fundadores de la patria cubana y de los héroes nacionales de nuestro pueblo.
Nació en
Baní, República Dominicana, el 18 de noviembre de 1836 –que también pudiera ser
de 1838, y hasta de 1839, confusión a la que él mismo contribuyó al escribir de
sus orígenes-, donde, en las complicadas situaciones políticas de su país, se
inclinó pronto a la carrera de las armas, tanto en la defensa de la soberanía
de su país contra las invasiones haitiana, como en la defensa de la soberanía
española sobre dicha isla contra sus propio connacionales.
Se vino a
Cuba en 1865, con lecciones válidas de su trágica experiencia, que completó
aquí con su visión cruda del colonialismo español. Se fue a la región de
Bayamo, y en 1868 renunció a su grado y uniforme de comandante en la reserva
española, porque –como escribió posteriormente-: “[…] sabía que si los
conservaba tendría que encontrarme algún día con mis propios hijos en el campo
de batalla, y combatir contra su aspiración de libertad”.
El 16 de
octubre de ese mismo año 68, se alzó en Dátil (comarca bayamesa) con Esteban
Estrada –quien lo hizo cabo-, Francisco Maceo Osorio, Lucas del Castillo y los
hermanos Eduardo y Salustiano Bertot Céspedes, primos éstos del jefe de la Revolución , y quienes
lo presentaron al caudillo.
Lo
quisieron hacer jefe, pero “adujo no tener caballo”; aceptó, al cabo, ser
coronel jefe de Estado Mayor de las fuerzas de Donato del Mármol, en Baire,
para contén del batallón de Demetrio Quiroz enviado contra el Bayamo libre, y a
cuyas órdenes dio el célebre combate victorioso.
Fue una
carrera guerrera vertiginosa, emocionante, bella, que ninguna pluma puede
resumir en varias cuartillas. Mas, pronto fue
jefe de brigada, luego mayor general jefe del Distrito de Holguín, y
poco después (julio de 1870), de Santiago de Cuba, con cuyas fuerzas practicó
el proyecto de Invasión a Guantánamo del malogrado Donato del Mármol. Sustituto
del fallecido Mayor Ignacio Agramonte, como jefe del Camagüey; llevó al paroxismo
de la gloria a aquellas huestes, con victorias tan sonadas como Palo Seco,
Potrero de Naranjo-Mojacasabe, Las Guásimas de Machado, Nuevitas y Cascorro,
las cuatro últimas con el apoyo del contingente de 500 orientales del entonces
brigadier Antonio Maceo Grajales.
Invasor de
Las Villas. General en Jefe del Ejército Libertador.
Exiliado
voluntario tras el humillante Pacto del Zanjón (10-2-1878), dio luz a la
comprensión de aquella Guerra Grande con sus escritos y memorias;
revolucionario trashumante, fue a dar su concurso al pueblo hondureño, donde
ocupó cargo de general del ejército de dicho país centroamericano, que le dio
provisoria vida sosegada, y a la cual renunció, para volver al bregar
revolucionario, encabezando, con precedentes de 1883, el Plan Gómez-Maceo
(1884-1886), cuyo fracaso (por múltiples causas, ajenas muchas a ambos líderes)
lo llevó a Panamá, al Perú, tratando de proseguir el esfuerzo preparatorio de
una nueva guerra, pero que el descrédito del fiasco del plan se tradujo en
oposición de gran parte de los propios cubanos, que le obligaron a recluirse en
“La Reforma ”,
su finca de su natal Quisqueya.
Por
aquellos días, no obstante, dijo: “[…] me moriré con el corazón cubano; que no
puedo olvidar ni el Toa, ni al Cautillo, ni al Yao, ni al Yara, ni al Cauto, ni
al Zaza, ni al Tana, ni al Najasa. Que aún resuena en mis oídos, como latidos
del corazón el murmullo de sus aguas donde tantas veces nos lavamos el polvo de
glorioso combates.”
Así fue:
llamado por los veteranos mambises de dentro y de la emigración y –a causa de eso- por el Partido
Revolucionario Cubano, se dio a la tarea de organizar la nueva guerra,
conjuntamente con José Martí (líder político de aquel objetivo) y con otros
connotados adalides del independentismo cubano…
Y se vino a
Cuba, en una endeble expedición –también junto a Martí, los generales Paquito
Borrero y Angel Guerra, y otros combatientes-, el 11 de abril de 1895, a partir de los cual
llegó a Camagüey, hizo la
Campaña Circular , fue elegido General en Jefe del Ejército
Libertador (EL) por la
Asamblea de Jimaguayú, realizó la colosal Invasión a
Occidente, junto con el Mayor general Antonio Maceo, Lugarteniente del EL, y
llevó a cabo numerosas campañas –que es igual todo eso a numerosísimos
combates-, comprendida la casi inverosímil Campaña de la Reforma , que comprendiendo
un reducido espacio de la geografía villareña, resistió el embate de unos 50
000 soldados españoles, que lo perseguían con saña inaudita.
Receloso
siempre de las intenciones norteamericanas con respecto a la soberanía de Cuba,
aceptó la intervención de los Estados Unidos, a tenor, por un lado, de la
situación extremadamente complicada de la guerra; por otro, de las declaradas
muestras de respeto al derecho de los cubanos a ser libres e independientes, dadas
por las máximas autoridades de ese poderoso país.
Desconocida
su autoridad por estas mismas autoridades y, por la jefatura cubana involucrada
en la guerra hispano-cubano-americana-, y luego destituido de su cargo de
Generalísimo por los mismos cubanos, por viejos y nuevos resentimientos, se
retiró a su casa.
Fue
receptor de las múltiples disposiciones de muchos jefes y oficiales mambises
contra la prolongación de la intervención norteamericana en Cuba, y contra la Enmienda Platt.
Cuba, su
familia y el pueblo fueron los altares de su vida. A Cuba le dio casi todo: sus
esfuerzos, sus grandes pensamientos, su talento y su sangre; a su familia, el amor
y el desvelo educativo, como nunca le dio a nadie, y al pueblo, un contingente
poderoso de ideas estratégicas muy claras y el fervor de aplicarlas, y su
sentido profundamente democrático en la paz, pese a haber sido en la guerra
defensor del método dictatorial.
A Carrillo
le explica su declinación a una importante designación, en 1893, por creerla sólo dable por el voto de la
mayoría: “Yo he sido elegido (pero por el propio Martí) Jefe del Ejército, pero
yo no debo hacer uso de esa autoridad que me da ese nombramiento porque la
considero ficticia o deficiente mientras no la sancione la voluntad del
Ejército, siquiera representada por las de sus principales jefes ya que no
podemos contar ni con Congreso, Gobierno ni Pueblo congregado. De ahí nace, esa
es la causa de mi silencio que usted no se explica”.
Y cierra
diciendo: “Mientras no se llene ese requisito (que agitaré [hasta] que se llene) yo no puedo
funcionar porque me expongo poniendo en peligro el orden y la disciplina.”
Precisamente,
acerca del pueblo, diría en carta a Francisco Carrillo, el 21 de mayo de 1897:
“Yo tengo mucha fe en el pueblo, siento amor por el pueblo, y esto debe ser
inspirado por algo más positivo que la palabra, por lo que el pueblo tiene de
bueno y sufrido. Cuando él se desvía o procede de un modo torcido son
responsables sus directores”
Y agregaba:
“Las desviaciones las hace el ingeniero. Cuando los soldados de un cuerpo
desertan o no son decentes, écheme para acá, digo yo entonces, al jefe y a los
oficiales. Ahí está la llave del secreto.”
El secreto que
debiéramos buscar para hallar, en un sentido más amplio, porqué dedicó su vida
a Cuba, a su libertad y a su independencia absoluta, “sin otra ambición que
obligar a los cubanos [a] que me amen
a los míos y me recuerden mañana con cariño”.
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