Tributo a una
gran heroína
Parir y educar
un hijo virtuoso debiera ser el más grande mérito que la sociedad reconozca a
madre alguna; alumbrar, alcanzar la sobrevivencia y cultivar a once vástagos en el
ejercicio de las mejores cualidades humanas, no sólo es multiplicar la
estimación social, es, en verdad, lograr algo tan extraordinario, que la
sociedad debe justipreciar tanto o más que a las divas de la intelectualidad, a
las más encopetadas de la ciencia y de la política, porque aporte mayor -ni
igual siquiera- jamás ha sido dado, al menos en nuestra Isla.
Nació el 12
de julio de 1815, en la parte más humilde de la barriada de Santo Tomás, de la
ciudad de Santiago de Cuba, al sureste de la Mayor de las Antillas, donde poblaban el ambiente
no sólo decenas de miles de seres, sino también densos aires de dignidad,
traducido en el orgullo de pardos y morenos libres – lo mismo dominicanos que
descendientes de éstos; tanto como criollos provenientes de El Cobre, rebeldes
airosos contra la esclavitud-, que no admitían en su mundo interior, por lo
menos, la inferioridad racial, y que, más aún, se sentían herederos de muchas
ideas de liberalidad.
Allí,
además, creció Mariana, la hija del quisqueyano José Grajales Matos, y de la
santiaguera Teresa Cuello Zayas; allí construyó su primer hogar, tras sus
nupcias con Fructuoso Regüeiferos Hechavarría (hombre 15 años mayor que ella),
el 31 de marzo de 1831, y allí crió a los tres vástagos de ese matrimonio:
Felipe (1832), Manuel (¿?, muerto en la niñez o adolescencia) y Fermín (1838).
Quedó
viuda, sola con sus tres hijos, pero, en mayo de 1843, alumbró a su cuarta
criatura, a quien bautizó con el nombre de Justo Germán Grajales, por ser hijo
natural, quizás el primero que tuvo con Marcos Evangelista Maceo.
Vendrían,
luego: Antonio de la Caridad
(14/6/1845-7/12/1896), María Baldomera (20/2/1847-1893), José Marcelino
(2/2/1849-5/7/1896), Rafael (24/10/1850-octubre, 1882), Miguel (16/9/1851-17/4/1874),
Julio (1854-1869), Dominga de la
Calzada (11/5/1857-), José Tomás (21/12/1857-1918), Marcos
(mayo de 1860-1902) y María Dolores (22/7/1861-6/8/1861), con la mayor parte de
los cuales abandonó la ciudad para incorporarse a las huestes rebeldes, que
iniciaron la guerra contra la esclavitud y el colonialismo español en Cuba.
Inmersa en
una porción intrincada del otrora bosque húmedo de las montañas que rodean a
Santiago de Cuba, al mejor recaudo de las tropas españolas, sus manos callosas,
de mujer cincuentenaria y laboriosa, rompieron el monte para hacer la estancia
sustituta, con la ayuda intensa de sus rapaces (hijos menores y nietos), construcción
de la retaguardia de la familia, de “su finca errante”, que fue posesión
solidaria para cuanto cubano insurgente requiriese de un plato de comida, de un
refugio para el descanso, del cuidado sanitario, como lo demuestran varios
testimonios, como del comandante (EL) Francisco Arno, y de aquel habanero de 22
años, apellidado Otero (o Sotero), expedicionario del “Fanny” del general Julio
Grave de Peralta, asistido y curado en el bohío de Mariana, esta vez en Piloto
del Medio, durante el segundo semestre de 1872…
Había hecho
de enfermera, igual, con su esposo, el sargento Marcos Maceo, desde mayo a
septiembre de 1869, en que este murió, y con sus hijos todos, que sumaron
decenas y decenas –sin exageración alguna- de heridas de balas y de armas
blancas en sus cuerpos; sanitaria, en efecto, de cubanos y aun de españoles, y
costurera, labriega, cocinera, y forjadora de los más jóvenes, en el crisol del
patriotismo, acicate de los que se debilitaban en el sacrificio y en la
resolución para el combate.
A José
Martí debe la posteridad cubana grandes aportes para una biografía de Mariana,
como este retrato: “[…] en un día triste de la guerra, en que un hombre que
estuvo en ella los diez años, la vio “ataviada con una pañoleta sobre su
cabeza, cuando le trajeron el cuerpo casi exánime del general Antonio, con el
instinto de quien sabía echar de su lado la debilidad, cuando sólo hacía falta
fortaleza, dijo: “¡Fuera faldas de aquí! ¡No aguanto lágrimas! Traigan a Brioso
[al medico de oficio José Bernardino
Brioso Horta] Y a Marcos, el hijo menor “[…] se lo encontró en una de las
vueltas: ‘¡ y tú, empínate, porque ya es hora de que te vayas al campamento!’.
”; gesto que fue realidad repetida, porque antes lo hizo con Julio, cuando
murió Marcos (1869), y con Tomás, cuando se enteró de la muerte de Miguel, allá
en Cascorro, en abril de 1874.
Tras el fracaso de
aquel primer gran intento, fue pábulo, igualmente, para que sus hijos José y
Rafael empuñaran nuevamente las armas, y sólo los achaques de sus 64 años de
edad impidieron su nueva presencia en la
manigua redentora, trocándola por el exilio, donde, entre recuerdos y
exigencias suyas, su figura resultó siempre aliento renovado para la lucha por
los ideales patrios, hasta su muerte, el 27 de noviembre de 1893, en Kingston,
Jamaica.
No por
simple retórica, Martí dijo de ella, en la edición de Patria del 12 de diciembre de 1893: “Muchas veces, sin que
me hubiera olvidado de mi deber de hombre, habría vuelto a él con el ejemplo de
aquella mujer”; o cuando (el 6 de enero de 1894), aún conmovido por la muerte
de la ilustre matrona, escribió en el propio Patria: “¿Qué había en esa mujer, qué epopeya y misterio
había en esa humilde mujer, que santidad y unción hubo en su seno de madre, qué decoro y grandeza hubo en su
sencilla vida, que cuando se escribe de ella es como la raíz del alma, con
suavidad de hijo, y como de entrañable afecto?”
“¿Qué, sino la unidad del alma cubana, hecha
en la guerra, explica la ternura unánime y respetuosa, y los acentos de
indudable emoción y gratitud, con que cuantos tienen pluma y corazón han dado
cuenta de la muerte de Mariana Grajales, la madre de nuestros Maceo?”.
“Los cubanos todos (...) -había dicho el
propio Patria, fechas
antes- acudieron al entierro, porque no hay corazón de Cuba que deje de sentir
todo lo que debe a esa viejita querida, a esa viejita que le acariciaba a usted
la mano con tanta ternura.
“Patria –señaló
Martí, además- en la corona que deja en la tumba de Mariana Maceo, pone una
palabra: !Madre!”
A él, respondió
agradecido Antonio, el hijo pródigo de Mariana, en diciembre de 1893: “!Ah¡
¡Qué tres cosas¡: Mi padre, el pacto del Zanjón y mi madre […] La tercera causa
de pena la conoció usted de cerca, cuando apenas podía oírsele hablar de las
cosas de Cuba libre, como ella decía, de la Revolución , con la
ternura de su alma y el encanto maternal que produce lo que se amasó con tanta
sangre generosa y nos obliga al
cumplimiento de nuestros deberes políticos. A ella, pues, debo la consagración
de este momento, y ojalá no lo enfade con este desahogo de pesar su agradecido
amigo A. Maceo.”
A ellos se
unió uno de los grandes emancipadores cubanos de aquellas contiendas, alguien
que la conoció y admiró bien en los campamentos y escenarios de batallas, el mayor
general José María Rodríguez Rodríguez (Mayía), quien, enterado tarde de la
muerte de Mariana, escribió meses después del suceso:
“Pobre
Mariana, murió sin ver a su Cuba libre, pero murió como mueren los buenos,
después de haber consagrado a su Patria todos sus servicios y la sangre de su
esposo y de sus hijos. Pocas matronas producirá Cuba de tanto mérito, y ninguna
de más virtudes.”
Por todas
estas razones, pues, el pueblo cubano –primero en los años 50 del siglo XX, y
hoy nuevamente, en la mayoría de los compatriotas- exalta la figura de Mariana
Grajales Cuello en calidad de Madre de la Patria.
Sr. Mourlot.
ResponderEliminarEs grande mi agradecimiento y respeto hacia Ud por este trabajo que ha presentado sobre Mariana Grajales. Se siente llorar cuando se lee esta historia tan conmovedora. Qué doloroso pensar en lo que sufrió esta mujer en carne propia, que uno se pregunta cómo pudo soportar tanto sufrimiento. Cuanto bien le hiciera a muchos cubanos conocer sobre esta historia. Ya la comparto en mi página de Facebook para que llegue a muchos más, y ojalá que le presten atención.
Muchas gracias una vez más.