Páginas

jueves, 2 de febrero de 2012

José Maceo: arquetipo del héroe antonomástico


En el 163 aniversario de su natalicio

 
José Marcelino Maceo Grajales no pasaba de ser un joven muy modesto; eso sí: alto, fuerte y pulcro; pero tan entregado a la esteva como al guateque, a las mujeres y a las brevas; gago y de malas pulgas, que no aguantaba gracias a nadie –excepto a su hermano Antonio-; sencillo en su porte y enemigo de toda afectación. Quien lo viese y aquilatase así, en ese cascarón de tipo común y hasta romo, no podía reparar en que estaba ante un tipo hombre extraordinario.
Diferente, en su arquitectura externa de las más notorias personalidades de acción que nos han legado los anales de la antigüedad, el medioevo y los muchos procesos posteriores en todo el mundo –mayormente distinguidas como gente de la nobleza-, José Maceo es, sin embargo -a los ojos de sus contemporáneos y de las generaciones de cubanos que le han sucedido-, el ejemplo vivo del héroe antonomástico, cuya vida toda, y especialmente sus proezas proverbiales, llenarían fácilmente las páginas de un buen libro de historia, para la lectura de un día como hoy (163 aniversario de su natalicio) y para el deleite de la cotidianidad…
Imposible de volcar todo su contenido en un espacio tan estrecho como este, pueden sí –como imprescindible tributo a su memoria- algunos pasajes de su vida.
UNA DE SUS PRIMERAS HAZAÑAS EN LA GUERRA GRANDE
Corría los días finales del mes de octubre de 1870, y muy fresca en la memoria estaban los triunfos de Bucuey, Cueva de Bruñí y Ti Arriba, con el general Máximo Gómez al frente ya de la División Cuba del Ejército Libertador.
Las huestes del teniente coronel Antonio Maceo –en las que descollaba el teniente José- trabaron combate en la finca Santa María (hoy zona del municipio Songo-La Maya) con una sección española comandadas por el capitán Amor.
Tuvo la desgracia este jefe enemigo, no sólo de ver derrotada su fuerza a mano de los criollos, sino que él, en franca retirada –no digamos huida- tuvo la propia: ser perseguido por José Maceo y obligado a batirse en duelo con este, quien, a la vista más o menos lejana de todos sus compañeros –que presenciaban desde los promontorios que rodeaban la escena- lo venció y, ya herido su oponente, lo tomó prisionero y condujo al Cuartel General.
Aquello, como otros hechos anteriores, vendría ser solo el prólogo de su biografía formidable. Le seguirían, grosso modo:
-El Cafetal Indiana, en agosto de 1871, al inicio de la Invasión a Guantánamo, en que, durante una arremetida temeraria contra las trincheras de dicho cafetal guantanamero, cayó casi muerto dentro de ella; trofeo de guerra que no pudieron celebrar sus enemigos, a causa de otro gesto inmortal de su hermano, el entonces teniente coronel Antonio Maceo, que –dada la orden de retirada por el general Gómez- pidió a este jefe le diera la oportunidad de rescatar a su hermano, pues él no podía retirarse dejándolo en manos del adversario.
-El Rayo (mayo de 1872), en que, ya comandante, con un puñado de hombres solamente batió a fuerte columna española, aprovechando la protección natural que le daba el terreno.
-Fue de los más sobresalientes “macheteros” que dieron la resuelta carga contra los españoles en Rejondón de Báguano (29 de junio de 1872), bajo el mando Antonio Maceo, y salvaron a las fuerzas cubanas de Titá Calvar, que, cercadas, sin alimento ninguno por más de 3 días, y casi sin municiones, parecía iban a morir allí, o a caer prisioneras de los colonialistas.
-Después de regresar del Camagüey, donde su acción fue notable en Potrero de Naranjo-Mojacasabe, Las Guásimas de Machado, Nuevitas y Cascorro, a fines de 1874, volvió a resonar el nombre del ya teniente coronel José Maceo, con el asalto y toma del fuerte de Arroyo Hondo, al punto de ganar en el parte de guerra esta honrosa mención: “[…] sobresaliendo por su valor, el Teniente Coronel José Maceo [...]”.
-En 1877, durante la persecución implacable de los españoles contra su hermano Antonio –en camilla por heridas múltiples y graves-, con menos de una docena de hombres, y su certera puntería, rechazó las numerosas incursiones enemigas, y puso a salvo al mayor general Maceo, en Piloto Arriba, en las estribaciones del actual municipio San Luis, algo que repetiría con tanto timbre de gloria, muy cerca de allí, en Pinar Redondo (noviembre de ese año), en que con sus hermanos Rafael, Tomás y varios números derrotó e hizo huir a cientos de españoles, bajo el mando del comandante Iglesias; lo mismo que logró, finalmente, en Tibisí (febrero de 1878), cuando venció a una fuerte columna española y dio muerte a su jefe, el coronel Gonzalo, según palabras muy bien escritas del entonces coronel Félix Figueredo Díaz, por quien conocemos, además, la sorprendente toma por José del poblado de Dos Caminos de San Luis, y la ya casi irremediable captura del general en jefe español Martínez Campos, de la que este se libró por la intervención del propio Figueredo, que estaba allí en parlamento autorizado por el Gobierno Provisional cubano.
En la Guerra Chiquita, entre numerosísimas acciones dignas de ser narradas, descuella la de Altos de la Doncella, donde venció inobjetablemente a la gran fuerza conjunta del teniente coronel Puyón, a quien hirió en el combate de aquel marzo de 1880.
Como para no quedarse corto, fuera del escenario de la guerra, protagonizó dos memorables escapadas durante su encierro español, el primero de los cuales –dada su devolución a los españoles, por parte de las autoridades inglesas del Peñón de Gibraltar- dio pie a un sonado escándalo internacional, del que se hicieron eco el parlamento inglés y los líderes socialista Carlos Marx y Federico Engels.
La Guerra del 95 –y estamos haciendo grandes saltos en su vida- le vio protagonizar en Jobito, con su asistente “El Conguito”, la caza de españoles, en río cercano,a donde estos iban buscar agua, y el rescate –en muy riesgosa acción- de su fiel subordinado, cuando estuvo este a punto de caer en poder del enemigo. También, con aquel episodio, en que, respondiendo a un reto del coronel Remigio Marrero, se fueron los dos solos, a enfrentar una fuerte columna española, resistirla hasta el último momento, y así determinar cuál de los dos era el más valiente.
Y su entrada a Guantánamo, desconcertante no sólo para los defensores de esa plaza, sino para todo el grupo de patriotas que lo acompañó, en junio de 1895 cuando se lanzaron –él, como siempre, bien por delante- a todo galope, por la única entrada (y salida) del pueblo, hasta parar en un café, donde penetraron con sus corceles, armas en manos, pidieron cerveza, la apuraron, pagaron, y con la misma salieron, entre el cerrar de puertas y ventanas, con la misma prisa y sangre fría, sin sufrir daño alguno.
Pero no eran esas sus únicas acciones. Contrariamente a lo que se ha hecho criterio común, sabía pensar bien y planificar en detalles complicada acciones de guerra, como su intento de atacar la ciudad de Santiago de Cuba –que comunicó al general Máximo Gómez, en mayo de 1896-, trasladando subrepticiamente la artillería mambisa hasta las inmediaciones de El Caney, por donde pensó dar el golpe principal.
En fin, general cabal, pero  que nunca pudo olvidar su inveterada costumbre de hacer lo que nadie frente al enemigo, aunque en eso le fuera la vida, como fue, en definitiva, en Loma del Gato, aquel fatídico 5 de julio de 1896, y que le han valido el reconocimiento en vida y postrero de modelo de héroe antonomástico.

No hay comentarios:

Publicar un comentario