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domingo, 29 de septiembre de 2019

Santuario de la Virgen de la Caridad del Cobre: la casa de todos los cubanos




Por: David Mourlot Matos

El 16 de abril de 1906, llegaron a El Cobre, desde el poblado de San Luis, Pinar del Río, América Guerrero y su familia. Venían donde la Virgen de la Caridad, a probar —como asentara la pequeña en el libro de autógrafos— “que, del uno al otro confín de la isla, se extiende su fama de protectora de los cubanos.” Realizaron el escarpado ascenso hasta alcanzar el viejo Santuario del Cardenillo, herido ya de muerte por la insensibilidad y la codicia... Dieron de frente con la imagen de la virgen morena, ante la cual se arrodilló América para pedirle, con el fervor y la pureza propios de su edad, “que no olvide a esta niña de once años que desde tan lejos vino a visitarla”.


Por más de cuatro siglos, miles de cubanos han llegado hasta el santuario de nuestro mayor símbolo de cubanía, con la misma devoción de sus ancestros y el mismo sobrecogimiento de la pequeña América; a pedir o agradecerle a Cachita, la Patrona de Cuba. “Ampáranos, acompáñanos, protégenos, guíanos, cúbrenos, ayúdanos, sálvanos, acógenos...”; “no nos abandones, no nos desampares, salud, paz y prosperidad...”, son las súplicas más frecuentes.

Y en este proceso continuo de afirmación y reafirmación de nuestra identidad, “el templo —como bien asevera la Dra. Olga Portuondo Zúñiga— viene a resultar tan trascendental como la imagen... colocada... en su interior, [pues] adquiere, por simpatía, un valor que se añade al culto, al desempeñar funciones de residencia u hogar”. Y si la Virgen de la Caridad del Cobre es por decisión histórica, voluntaria, nuestra Madre, entonces su mítico santuario es —por extensión— la casa de todos los cubanos.

Todos estamos familiarizados de una forma u otra con el Santuario de El Cobre. La inmensa popularidad del culto mariano que acoge, las visitas de grandes personalidades —incluidos dos Sumos Pontífices— y, claro está, su imponente belleza, le han convertido en una verdadera celebridad arquitectónica. Pocos, sin embargo, conocen sus antecedentes y la fascinante cadena de eventos que precedieron a su inauguración en 1927.

De una choza en Barajagua a un Santuario Nacional de $300 000


Representación del hallazgo de la Virgen
La tradición histórica asume que el hallazgo de la Virgen del Cobre tuvo lugar en el año de 1612, cuando dos indios, los hermanos Rodrigo y Diego de Hoyos, recorrían en su bote la bahía de Nipe (Holguín), junto al niño Juan Moreno, “el negrito de la Virgen”. La imagen fue llevada por los hermanos de Hoyos hasta el hato de Barajagua, zona históricamente muy ligada a los cobreros, donde Rodrigo la colocó en su choza. Allí permaneció hasta que, enterado de su naturaleza milagrosa, Francisco Sánchez de Moya ordenó su traslado hacia el Real de Minas Santiago del Prado.

Aunque el enclave minero —que luego sería el poblado de El Cobre— contaba con una iglesia y una ermita, dedicada esta última a Nuestra Señora Guía Madre de Dios de Illescas, la imagen de la Caridad fue colocada en la capilla del pequeño hospital de la mina, donde eran atendidos los negros esclavos y los indios, que se convirtieron en sus primeros devotos fervientes. Pero un cambio sustancial estaba por ocurrir...

Hacia la década de 1640, la producción cuprífera a gran escala había dejado de ser factible para los dueños privados de las minas, por lo que estas quedaron prácticamente abandonadas. Con los amos blancos desentendidos de El Cobre, los esclavos fueron ganando preponderancia en la escena social de la comunidad, y junto con la de ellos, vino la de su virgen protectora. Para esta fecha, se reconstruyó la ermita ubicada en el cerro de la mina y se colocó a la Virgen de la Caridad en el altar principal —en los registros ya ni se mencionaría a la de Illescas.

En 1670, las minas y todos sus recursos, incluidos los esclavos, pasaron a ser propiedad de la Corona, lo que aumentó el vacío de poder existente; provocando al mismo tiempo un cambio evidente, y a la larga beneficioso, en las relaciones sociales de la población. Grandes implicaciones tendría, por ejemplo, el que a los esclavos se les permitiera la explotación individual de las escorias del mineral.

Desde el último tercio del siglo XVII, y a lo largo del siglo XVIII, lo cobreros se convirtieron no solo en los principales, sino también —con la excepción de algunas interrupciones— en los únicos productores de cobre en Cuba. Y lo hacían de manera independiente: a coste y beneficio propios. El carácter limitado de la producción minera de la villa no impedía que estos esclavos realengos suministraran a un mercado considerable —y no tan legal—; de hecho, sus ventas se extendían por toda la isla y, a menudo, por el Caribe. Devotos como eran, los cobreros decidieron emplear una parte de su bonanza económica en la construcción de una residencia digna para su Virgen.

Cuenta la leyenda que tres luces fosforescentes, como “de fuego”, salieron de las minas durante tres noches consecutivas, lo que los pobladores de la villa interpretaron como una señal; más tarde —dicen— la Virgen se le apareció a la niña Apolonia, para señalarle el lugar exacto donde quería que se le erigiera su santuario.

Los trabajos del primer Santuario, ubicado en el cerro de la mina, “en derecho a la fuente”, comenzaron a finales de la década de 1670 y se extendieron hasta inicios de la del 80, con la contribución decisiva de los cobreros —aunque las remodelaciones y mejoras fueron continuas hasta los años 30 del siglo XVIII. En esa fecha, ya el culto se había extendido por todo el Oriente, de modo que, más allá de la comunidad minera, otros creyentes también hicieron sus aportes para aumentar la prestancia del Santuario.
 
Grabado de la Villa del Cobre, con el Santuario al fondo, siglo XIX
Los más acaudalados contribuían sus dineros, mientras los más pobres ofrecían su mano de obra. Un maestro carpintero de Santiago de Cuba donó su trabajo en los años 80 del siglo XVII, tras recuperar su visión. Otro carpintero santiaguero prometió cuatro meses de trabajo si la Virgen le curaba de una enfermedad. El teniente Antonio Espinoza, de Bayamo, construyó él mismo un órgano y lo donó al templo en pago por una cura.

Así, al resumir su visita pastoral por toda la Isla, realizada en 1756, el obispo Pedro Agustín Morell de Santa Cruz afirmaba categóricamente: “[...] el Santuario del Cobre, es el más rico, frecuentado, y devoto de la Ysla, y la señora de la Caridad la más milagrosa efigie de cuantas en ella se veneran.”

La primera mitad del XIX, coincidió con la época de mayor esplendor de las ferias de la Virgen de la Caridad, que se extendían por entonces durante casi un mes. Sin embargo, después del inicio de la Guerra de los Diez Años la relevancia de estas fiestas patronales decaería considerablemente — aunque las peregrinaciones del 8 de septiembre sí se mantuvieron. En 1866, aproximadamente, el santuario fue sometido a una nueva remodelación.

Deterioro del viejo Santuario, principios del s. XX
En 1902, el consorcio The Cobre Mines se hizo con los derechos de explotación de los más ricos depósitos del mineral, incluidas las galerías que se encontraban justo debajo del santuario. El laboreo irresponsable de esta compañía norteamericana traería como consecuencia la inutilización del santuario que hacía más de 200 años los cobreros habían erigido a su Virgen. En 1906 sucedió la desgracia. Una explosión en la mina afectó considerablemente el edificio, que, a pesar de mantenerse en pie, tenía el piso fracturado y las paredes y arcos quebrados. No importa cuán grande fuera la restauración que se acometiera, su ruina era evidente. En septiembre de 1910, la Virgen tuvo que ser trasladada a la parroquia del poblado del Cobre.

Nueva casa en La Maboa
Ocho años transcurrirían antes de que se tomara la determinación de iniciar la construcción de un nuevo Santuario. El arquitecto e ingeniero civil cienfueguero Federico Navarro —el mismo que remodelara la catedral de Santiago de Cuba con su actual estilo ecléctico—, diseñó un proyecto que fue aprobado en 1918. Durante las fiestas de la Caridad de ese mismo año, la señora Marianita Seva, esposa del entonces presidente de la República, Mario García Menocal, visitó El Cobre, y al realizarse la procesión, el 8 de septiembre, la imagen de cachita fue llevada en andas hasta la altura de La Maboa, donde se colocó la primera piedra de la nueva casa que allí se le construiría.

Sin embargo, mucho tiempo habría de transcurrir antes de que se reunieran los fondos y la voluntad política necesarios para hacer realidad el deseo de miles de cubanos devotos. Fue el párroco Valentín Zubizarreta, nombrado arzobispo de la diócesis santiaguera en 1925, quien dio el impulso decisivo para la culminación de las obras. Desde su llegada a Santiago, llevó a cabo labores de promoción y recolección de fondos, que redundaron en que, ya en 1927, quedarán concluidos los elementos principales del proyecto de Navarro.
 
Postal en la que se aprecia el nuevo Santuario de La Maboa (antes de construida la escalinata)
El costo de la obra fue estimado en $300 000, financiado con el dinero de la indemnización que la iglesia recibió de la compañía minera, por los daños ocasionados al templo del siglo XVII; pero también, sobre todo, con los donativos de ciudadanos de toda Cuba. Muchos regalos se hicieron para la ornamentación, destacándose los vitrales, que describen el mito de la aparición de la virgen —y que aún hoy se conservan.

Con el tiempo se irían completando los trabajos. El edificio del Seminario San Basilio el Magno, se concluiría en 1931, también por encargo del arzobispo Zubizarreta. El altar de mármol de varios colores, comprado específicamente para el templo, fue instalado en 1936. Su icónica escalinata se construyó a finales de la década del 40; mientras que la hospedería se inauguró en 1952.

Interior del Santuario Naciona de la Virgen de la Caridad del Cobre
En el interior del Santuario, la Virgen se encuentra dentro de una urna giratoria, ubicada en el altar de mármol, plata maciza y oro. Debajo de este altar, se ubica el “cuarto (o capilla) de los milagros”, que alberga miles de exvotos de las más disímiles naturalezas: desde joyas de oro y piedras preciosas, hasta ropitas de bebé; pasando por las medallas olímpicas, la del Premio Nobel obtenido por Ernest Hemingway, en 1954, o el frasco con tierra de Cuba, llevado al espacio por el astronauta Arnaldo Tamayo...

El Santuario Nacional de la Virgen de la Caridad del Cobre, ostenta desde 1977 el título papal de Basílica Menor (una de las cuatro existentes en Cuba y la segunda más antigua). Se calcula que unas 500 personas lo visitan cada día, convirtiéndole en el más visitado del país. Sin duda, una reliquia y un lujo de nuestro Santiago.


Fuentes consultadas:
Julio Corbea Calzado: “Autógrafos en los libros de visita al Santuario de Virgen de la Caridad del Cobre”; en Revista Del Caribe, no. 57-58, 2012; pp. 73-82.
Olga Portuondo Zúñiga: La Virgen de la Caridad del Cobre. Símbolo de cubanía. Editorial Oriente, Santiago de Cuba; 2011.
María Elena Díaz: The Virgin, the King, and the royal slaves of El Cobre. Stanford University Press, Stanford, California, 2000.
Omar López Rodríguez: “Los caminos de la Virgen de la Caridad del Cobre”; en Revista Excelencias (digital) http://www.revistasexcelencias.com/excelencias-turisticas/caminos-de-fe-turismo-religioso/historia/los-caminos-la-virgen-de-la-caridad-
“Santuario de Nuestra Señora de la Virgen de la Caridad del Cobre”, en enciclopedia colaborativa Ecured (https://www.ecured.cu/Santuario_de_Nuestra_Se%C3%B1ora_de_la_Virgen_de_la_Caridad_del_Cobre)

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