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domingo, 1 de septiembre de 2013

Una misiva aparentemente inédita de Gregorio Luperón



Del héroe de Capotillo y de la Restauración Nacional
a Miguel Aldama...



Grand Turk, mayo 24,1870
C. Miguel Aldama
Presidente Junta Cubana de New York
Respetable Sr.:

Sin tener la honra de conocer a Ud. personalmente,  me tomo la libertad de incluirle una carta para el impertérrito general Carlos M. Céspedes.
Los hombres que como Ud., Sr., sus heroicos compañeros y el que suscribe, luchan y defienden con tesón y constancia la libertad de los pueblos, la emancipación de las Antillas, y la autoridad general de la América del Sur, se pertenecen mutuamente son solidarios de las glorias y sacrificios, abnegaciones, martirios de todos. Así pues, señor, la realidad es que esta  santa comunicación de ideas y principios constituyen entre nosotros una coalición, también, que nos hace simpatizar y amarnos mutuamente en nombre de nuestra propia religión política. Amigo de todos los libertadores, yo creo que todos los libertadores son mis amigos, mis hermanos, y aquí, pues la causa que me autoriza a escribirles.
Hijo de la independencia dominicana, soldado y prohombre de la Cruzada del 63, bautizada con el nombre de Restauración Nacional, mi patria es la América; mi causa, la de los pueblos oprimidos, y mis enemigos todos los tiranos…
Cuando en los sacros bosques de Capotillo, levanté junto con mis otros colegas nuestra enseña nacional, envilecida y humillada en mayo del 61, juré guerra eterna a los aventureros trasatlánticos, y hasta hoy no he violado jamás mi juramento. Mi objeto ha sido siempre el mismo: coadyuvar a su expulsión del suelo americano y prestar mi franco concurso a la libertad de Cuba y de Puerto Rico para satisfacer así mi permanente anhelo de ver esas preciosas islas constituidas en cuerpo de nación, gobernándose por sí mismas, y, en consecuencia, me prometía  ser de los primeros que, rodeado de varios compatriotas, hubiese pisado la arena de ambas playas, pero fue totalmente [imposible], [por] la reaparición del intruso y mal americano Báez, usurpando impúdicamente la primera magistratura […]
Además, nunca faltan Termópilas en nuestros países, donde se estrellan los esfuerzos de grandes armadas.
Tengo, igualmente gran satisfacción al manifestarle que hago mis mayores esfuerzo cerca del pueblo haitiano y su gobierno para que no tan solo sean reconocidos los cubanos como beligerantes, cuanto porque sí es posible se les acuerde un puerto de escala en el “malde” [es lo que parece decir] que solo dista 30 millas de la Punta de Maisí. Ciertamente, hasta hoy mis gestiones no han sido bien comprendidas por las autoridades, pero los hombres más capaces de ese país nos secundan poderosamente y su eficaz concurso puede precisar la decisión del gobierno en un asunto tan vital para la gran causa cubano-puertorriqueña.
Pasaré a otros pormenores: yo creo que la revolución cubana es simpática a otras naciones Europeas, que sirviéndola, servirían (a) su propia política y que si [no] han obrado de acuerdo con este sentido es porque, temiendo la absorción yanqui: La inmiscusión de esa mal interpretada Doctrina Monroe ha producido y puede producir graves contrariedades a la libertad de Cuba y Puerto Rico.
La Inglaterra, por ejemplo, que ha siempre patrocinado todas las emancipaciones, no habría sido indiferente a la cubana, si no temiese servir de este modo los intereses de las legiones de los sajones norteamericanos. Una entrevista que tuve en El Cabo (haitiano) con el plenipotenciario inglés de Puerto Príncipe, en marzo pasado, me ha hecho formar este concepto. Yo me tomé la libertad de desvanecer las aprehensiones y él, en cambio, me ofreció contribuir a que se suspenda el embargo ante el armamento detenido en Nassau. Esto me hace pensar que una vez entablada en el gabinete inglés negociaciones de un carácter propio a desarmar dichas prevenciones, él podría ser más favorable a la independencia de Cuba que el farsante de  [Ulysses] Grant.
Aun cuando la política de Napoleón [III] es bien conocida, me parece también que si se apela a la naturaleza heroica y entusiasta del pueblo francés, algo podría obtenerse puesto que el sentimiento de la libertad agita constantemente a aquella nación, y su genio es favorable a nuestras ideas. En suma, la política de reivindicación Europea, habiendo muerto Maximiliano, la Europa puede hoy, por egoísmo, o cálculo, ser hostil a la política de absorción norteamericana, y prestar ayuda a la obra de independencia cubana y puertorriqueña, siempre que esta sea absoluta; es decir, nacional.
Permítame Ud., usar la franqueza de invitar a todos los patriotas cubanos, y por su mediación a los puertorriqueños a vivir prevenidos y alertas contra la política invasora del general Grant. Yo pienso que los grupos sociales del sur norteamericano están tan amenazados por el yanqui como lo fueron antes por la Europa. Y dudo mucho de nuestra estabilidad. Si los Estados Unidos hubiesen adquirido a justo título el derecho […] político que quiere ejercer en este hemisferio, quizás con el tiempo podría verificarse sin lucha ni dificultades, la posesión de toda América, pero en el estado actual de cosas eso me parece una quimera impracticable, cuya imposición violenta solo produciría graves y sangrientas complicaciones.
No olvide Ud. las ingratitudes del mismo Washington, Adams y Jefferson con respecto al pueblo francés que tanto le había socorrido en su independencia, a trueque de favorecer el reconocimiento de la Inglaterra, prueba [de] que la fe púnica fue la maestra del Gobierno norteamericano y que [es]  la piedra angular de la [ininteligible] de ese país. Con los años, 1, 2, 3 y 4 [¿primero, segundo, tercero y cuarto?], el pueblo haitiano no puede obtener la menor demostración de simpatía de los norteamericanos, porque estos negociaban ya la Luisiana. Madison obró lo mismo con respecto a Colombia, a pezar [sic] de las grandes promesas hechas a Miranda cuando este le ayudaba a conquistar su libertad. Lincoln, igualmente, dejó la Restauración dominicana abandonada a sus propios esfuerzos, y con protestas de aflicción y simpatía despidió a nuestro enviado.
Comprendo muy bien que el pueblo y gobierno de la Unión son cosas distintas, pero como en todos los países donde impera la raza sajona, la ley y la autoridad obran sin restricción, como su expansión, en el cálculo del deber, temo por eso mismo que nada obtengan Uds. del primero, en tanto que el segundo, consecuente con su política tradicional, flemática, egoísta y especulativa, será de hecho hostil a la autonomía Cubana, para hacer indispensable la anexión, o mejor dicho, la absorción.
Ud. debe conocer mejor que yo la oferta de venta que ha hecho el gobierno español al de Washington; para que dicha venta sea efectiva, la revolución cubana debe ser comprimida. Así pues, los Estados Unidos tienen hoy interés directo en su compresión. Es decir, que trafica con los sentimientos, la miseria, la sangre de Cuba (¿?) Y podremos nosotros, los verdaderos sudamericanos soportar tanta injusticia. Yo creo que no, Sr., y parece imposible navegar entre los dos escollos que nos amenazan, sacando partido de todas las rivalidades.
Volveré a España: la revolución que actualmente agita aquella monarquía no está aún en vía de detenerse. Para derrocar todos los vicios infundados en el sur español durante 16 siglos, no bastan dos años de lucha; es preciso que los españoles derramen su sangre largos días, y cuando se hayan hundido y desaparecido todos los sistemas que hoy se combaten, entonces y solo entonces, asomará allí la aurora de la paz. Cuba, pues, tiene tiempo sobrado para proveer a su seguridad y cimentar su nueva constitución política.
Ni Fish ni Grant pueden impedir el desarrollo de los acontecimientos: contra el “forme” [parece decir] natural nadie puede. Cuba y Puerto Rico serán libres: su hora ha sonado en la péndola del destino: la estrella que les cobija brillará para siempre, esplendente, en el cielo de la libertad.
No olvide un momento las guerrillas. Las sorpresas nocturnas, la privación del sueño al enemigo, obligándolo a soportar al rocío mortífero de nuestro clima; ojalá Dios me permitiera poder ser a Ud. más útil en el terreno de los sucesos.
Antes de cerrar la presente, permítame excusar mi atrevimiento. A ello me autoriza tanto intereses como la amistad particular que me une al Dr. Betances, quien, sin dudas, habrá tenido ocasión de mencionarme entre sus amigos. Espero que Ud. me honre […]


 

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