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martes, 12 de julio de 2016

José Marcelino Maceo Grajales en 3 tiempos (I)



La “imposibilidad” de su muerte


La manigua mambisa se pobló de duda, de incredulidad: “No, no podía ser verdad, no podía ser cierta la caída de aquel hombre…”
Y por más exagerado que parezca aquel pensamiento dubitativo, fue algo rigurosamente real y extendido en el campo insurrecto. Un suceso tan infausto como natural como es la muerte en cualquier conflicto bélico intenso; muy previsible en una persona tan temeraria como el general José Maceo Grajales, venía a ser como un imposible para sus compañeros de armas, especialmente para aquellos que combatieron junto a él desde la Guerra Grande y vivieron o se contaron sus hazañas…
¿Qué justificaba aquella incertidumbre multiplicada?, ¿en qué se fundó tamaña perplejidad mambisa?
Responder tales interrogantes implicaría un amplio ensayo biográfico, que no puede caber en un espacio como este. Pero, he aquí un intento de resumida contestación…


Las más importantes hazañas de José Maceo Grajales

Impar puntería y ardor bravío en Cauto el Paso…
El coronel Fernando Figueredo Socarrás [La Revolución de Yara] aseguró haber visto cómo José Maceo se acercaba de noche a las posiciones enemigas y hacía ruido, para provocar la voz de ¡Alto quién vive! del centinela, y cómo, al eco de la voz, disparaba y jamás erraba el tiro.
El comandante (EL) Manuel Ferrer Cuevas, en su biografía del héroe [José Maceo: el León de Oriente] afirma haber visto a José en el campamento Perico, en Ramón de las Yaguas, la primera vez que cogió un máuser en sus manos, en  presencia de su Estado Mayor y de su escoltas, le disparó al tronco de una palma real, a unos 150 de distancia, y metió todas las balas del peine, una a una, por el mismo hoyo hecho por la primera.
Bastante parecida es la aseveración de  muchos testimoniantes.
Esa puntería y el arrojo temerario de José –sumado al de sus hermanos Rafael, Miguel y otros compañeros de armas de la entonces famosa Legión de Majaguabo- fue el factor con el que contó el oficial mambí Antonio Maceo Grajales, al frente de aquella fuerza, para impedir que una de las columnas del Conde de Valmaseda arrollase al resto de los cubanos en Cauto el Paso y Valenzuela, en los primeros días de enero de 1869, donde, por cierto, Ferrer afirma haber oído, de boca del propio José, que allí este sufrió su primer bautizo de sangre.

 A la caza de un importante enemigo que huye…
El brigadier (EL) Vicente Pujals Puente narra en su diario de campaña recuerdos de cómo, en el combate sobre las trincheras españolas de Santa María de Agüero, después de la toma de Ti Arriba, jurisdicción de Santiago de Cuba (a finales de octubre de 1870), José Maceo -ya tenido como capitán en todos los partes de guerra-, en el colofón de aquel enfrentamiento, salió en persecución del jefe enemigo, capitán Juan Amor, por todo aquel lomerío; lo alcanzó, y, tras fiera lucha personal, lo sometió y cogió prisionero.
A coger españoles por el cogote…
Serían esos los días en que uno de los combatientes más bravos de Oriente, el coronel Policarpo Pineda, picado por la fama de valiente que caía sobre los Maceo, en ocasión que todas las fuerzas de la División Cuba estaban concentradas en un punto, se apareció al campamento donde descansaban José, Rafael y Miguel Maceo, y con cierta sorna –que es la forma más seductora de retar a ese trío de bragados-, les dijo: “A ver si ustedes, que tienen tanta fama de valientes, se atreven a venir conmigo a coger españoles por el cogote”; desafío que tuvo el efecto de un resorte, pues, dicho y hecho: le siguieron los tres Maceo, sin preguntar paradero ni condiciones.
Horas después, llegaron los 4 al campamento, satisfechos de haberse probado con todo éxito, de haber matado a varios enemigos, pero con mucho trabajo para el doctor José Bernandino Brioso, porque todos llegaron con sangrantes pruebas de su valor…

Su primera “muerte” en combate…
Varios testigos de aquellas duras jornadas de los primeros años de la Guerra Grande, relatan el ataque cubano a las trincheras y casa-fuerte del cafetal La Indiana (4 de agosto de 1871), primer gran combate de la célebre Invasión a Guantánamo…Duro escollo ese para las fuerzas del general Máximo Gómez, jefe de los insurrectos atacantes, tan duro que los defensores, desde posiciones muy ventajosas, no dejaban avanzar a los mambises. Solo el teniente coronel José Cortés y un grupito de sus hombres –entre los que se encontraba José Maceo- se aventuraron sobre las trincheras del adversario, y allí cayeron…muertos, a todas luces, por varios disparos.
Gómez dio entonces la orden de retirada, pero el coronel Antonio Maceo se dirigió a su jefe en estos términos: “General, allá -dijo, señalando las trincheras-, está mi hermano José, muerto o herido grave, y no pienso dejar su cuerpo en manos del enemigo…”, impresionante forma de pedir autorización para rescatarlo. La obtuvo, pues, y con un ataque bravo, loco, se lanzó con sus huestes –él delante, por supuesto-, desalojaron a los contrincantes de las trincheras y de la casa-fuerte y, como mayor botín: recuperaron el cuerpo de José, quien –“resucitado”, jornadas más tarde- fue uno de los principales actores en las victorias rebeldes en los combates, entre otros, de los cafetales Dos Amigos, El Oasis y Monte Rus, donde una bala española le dejó nuevo rastro.

La segunda “muerte” de José…
Corría el año de 1872, y el coronel Antonio Maceo, coronados los objetivos de la Invasión a Guantánamo, cumplió operaciones por Las Cuchillas de Palma Soriano, Arroyo Blanco y otros puntos cercanos. Luego, con súbita y arrasadora carga al machete, auxilió a las fuerzas del general Manuel Titá Calvar, en Rejondón de Báguanos, donde, junto a este, propinó soberana derrota a unos españoles que estuvieron a punto de destrozar a los sitiados de Calvar.
Allí se destacó José, al igual que en Samá, El Paso, Veguita de Banes y, entre otros puntos, en Loma de Báguanos (que no es Rejondón), donde –cuenta Ferrer Cuevas, del testimonio del héroe-, que una de las miles de balas disparadas por los españoles, en aquel tiroteo endemoniado, hirió al ya comandante José en el pecho, y este cayó evidentemente “muerto”…
Corrieron sus compañeros hacia él, lo acostaron en improvisada camilla, y se lo llevaban a enterrar, en algún punto donde el enemigo no profanara su cadáver. Pero –con José siempre había un pero así de sorpresivo-, cuando lo conducían, se sentó en la camilla, y agarró su famoso Winchester, y comenzó a disparar con su habitual puntería.
La bala, en cuestión, no le había interesado ningún órgano, aunque –por algún efecto extraño-, le cerró momentáneamente una válvula del corazón, provocando su provisorio
“deceso”. La herida taponeada evitó mucha pérdida de sangre; por eso se pudo reanimar pronto, y, a pesar de todo, seguir combatiendo…

En los llanos de El Zarzal de Yara, Manzanillo…
Cuentan  el propio brigadier Antonio Maceo (en parte de guerra de 1973), así como Fernando Figueredo, en su obra citada, y Juan Gualberto Gómez, en un sólido relato recordatorio, de lo reñido que fue el combate de El Zarzal de Yara, el 6 de junio de 1873, contra fuerzas numerosas y bien armadas del coronel español Sostrada.
Fueron horas de intensos tiroteos, de tira y encoge y, finalmente, de cuerpo a cuerpo, donde el valiente coronel enemigo murió –según Figueredo- a manos de Justico Trabas, niño de 11 años, hijo el capitán Martín Trabas, caído heroicamente en ese empeño insurrecto; conforme otros, a manos del coronel mambí Guillermón Moncada.
Tan reñida fue dicha acción, de tanta exigencia para los cubanos, que el más grande premio que obtenían los mambises por sus glorias combativas –el ascenso militar- le cupo a muchos por el bravo comportamiento, incluido, por supuesto, José Maceo, ascendido a teniente coronel y hecho cargo del Regimiento Guantánamo, con el que acudió a muy serios compromisos bélicos librados por el brigadier Antonio Maceo, como fueron los casos de Santa María de Ocujal, y bajo el mando superior del general Calixto García, el asalto a Manzanillo y, abriendo 1874, en Melones.

Una mención más a su valor…
Marchó al Camagüey, como parte del contingente de cientos de orientales, que, con el general Antonio Maceo a la cabeza, iban a apoyar la Invasión a Occidente, que debía liderar el general Máximo Gómez. Allí, combatió en Potrero de Naranjo-Mojacasabe, el 10-11 de febrero; en el gran combate de Las Guásimas de Machado, a mediados de marzo de ese año, y en los ataques a Nuevitas y Cascorro; así como también en Caobilla, en Las Villas, tras los cuales Antonio y su fuerza debieron regresar a Oriente, por exigencias regionalistas de la oficialidad villareña.

No bien pisa el territorio oriental, sostiene varios choques con el enemigo, entre ellos, en Veguerío de Villalón, cafetal Los Ciegos y, con su hermano Antonio, en el asalto y captura de Arroyo Hondo, donde se hizo acreedor de la siguiente cita, en el parte de guerra:
[…]
“ El Cuartel General se complace en encomiar la digna conducta que a vista del Jefe de la Operación observaron en general jefes y oficiales, sobresaliendo por su valor el Teniente Coronel José Maceo […] ”

A ver cuál de los dos era el más arrestado
También durante la Guerra Grande, en momentos en que incursionaban las fuerzas del brigadier Antonio Maceo Grajales por las zonas montañosas de las jurisdicciones de Santiago de Cuba y de Guantánamo, coincidieron en el campamento, el holguinero Remigio Marrero, entonces teniente coronel insurrecto, y el de igual graduación José Maceo. Los dos buenos amigos se cuquearon mutuamente, a ver cuál de los dos era el más arrestado, y decidieron probarlo, los dos solos. Y así, se fueron en busca de una de las columnas españolas que operaban por allí.
Estaban en área del cafetal La Isabel al notar, detrás de un promontorio donde se echaron, una fuerza enemiga, a cierta distancia prudencial, comenzaron ambos –Remigio eran también un excelente tirador- a disparar con tino envidiable contra la formación colonialista, la cual, percatada por la cadencia de los tiros, de que eran pocos los tiradores, enfiló hacia ellos, sin importar las bajas que estos les iban haciendo.
Se acercaba la columna, y los rostros de la soldadesca comenzaban a distinguirse cada vez más. Marrero y José, aún imperturbables, aguantaban a pie firme; pero, en la misma medida que avanzaba el enemigo, Marrero inició a mostrar impaciencia por la retirada; primero, la insinuó; luego, urgiendo a José, que parecía de lo más entretenido causándole bajas a los contrarios.
Hasta que Marrero, se incorporó, y le espetó a José: “Está bien, ¡tú eres el más valiente!; pero ¡vámonos!, que nos cogen por el pescuezo
 Entonces, y solo así, José también se incorporó, y como dos muchachos díscolos, rápidos y conocedores del lomerío, se fueron de allí entre disparos que les picaban cerquita

La astucia guerrillera de José Maceo
Cuenta el teniente coronel Luis González Ascencio (a) Rustán, que, en 1875, José tomó el poblado de Jamal (Baracoa) y se decidió a tomar el fuerte del lugar: aparentó una retirada, y subrepticiamente retornó por sendas extraviadas, mató al centinela de un machetazo y sorprendió a los defensores del lugar, si tener ni una sola baja.
Días después del combate de Mangos de Mejía, en el que el general Antonio Maceo sufrió heridas múltiples, los españoles sorprendieron un campamento rebelde, en el cual tomaron prisioneros la familia de la mulata Eduarda y el maestro Justo de los Santos, por quienes supieron la gravedad de Maceo y el lugar donde se hallaba, por lo que decidieron cazarlo, con una persecución implacable, guiados, además, por las huellas de los zapatos de María Cabrales, la esposa del general.
De la astucia y el arrojo de José en esas jornadas heroicas, cuenta al general Máximo Gómez, el doctor y entonces coronel mambí, Félix Figueredo:
“[…] vinieron [los españoles] a Bio a merendarse mi vaca, mis gallinas y hasta el ternero, y de que si no lograron tostar mi pellejo junto con el de mi amigo Maceo, ha sido por haber tenido la fortuna de estar el campamento del herido a cargo del denonado José Maceo, el héroe de la trinchera de la Indiana […], y respecto de José Maceo se hace necesario que nuestro Gobierno acabe de ascenderle con el empleo inmediatamente por su heroico comportamiento en esta célebre jornada, lo mismo que en las otras anteriores, en la que debemos incluir la que sostuvo cuando resultó herido el codo del brazo izquierdo [inmediaciones de Palma Soriano, en mayo de ese 1877], que ya son méritos suficientes para que esa escrupuloso cámara cuando se reúna para el examen de su brillante hoja de servicios, vote el ascenso por unanimidad, sin discusiones ni reparos.”

Como si fuera poco: ¡Pinar Redondo…!
El gobierno y la Cámara de Representantes desoyeron la proposición del doctor Figueredo; es más ni se dieron por enterados. Pero tampoco el teniente coronel José Maceo se opacóó por tamaño desdén.
En noviembre de ese año 1877, supo José que una columna bajo el mando del coronel Valenzuela se dirigía hacia la zona del hospital de campaña de Piloto Arriba, con el fatídico vaticinio de muerte y destrucción entre los heridos, enfermos y cuidadores.
Con unos 15 hombres –entre quienes se encontraban sus hermanos Rafael y Tomás Maceo-, acudió a marcha forzada a interceptarla en Pinar Redondo, donde emboscó a decenas (se dice que centenares) de soldados de dicha columna, mandados por el comandante Iglesia.
Hicieron con tal tino los movimientos, los disparos certeros y, sobre todo,  el brioso ataque al machete, que ni los disparos de cañón del enemigo evitaron la derrota de este, que abandonó el campo –y sus propósitos- con decenas de muertos y heridos, incluido el comandante Iglesia, mientras el puñado de cubanos sufrían algunas bajas significativas, como fueron las de Rafael y Tomás Maceo -el máximo héroe de esa acción, según el general Antonio, heridos ambos de consideración, con varias perforaciones cada uno.

Las tres acciones extraordinarias con las que José cerró la Guerra Grande
I.- Narra el coronel y doctor Félix Figueredo Díaz, jefe de Sanidad de Oriente:
Tras participar activamente en algunas acciones anteriores, el 9 de febrero de 1878, el aún teniente coronel José Maceo Grajales, no lejos del Pinar Redondo de su reciente gloria, esta vez, sobre el arroyo Tibisí, con solo 12 hombres a su mando, e igualmente temeroso de que una columna enemiga descubriese las sendas de los ranchones de las familias y de los heridos, le salió al encuentro, a fin de impedirlo.
Así, hostilizaron a los españoles desde uno de los flancos. Tras una hora, poco más o menos de tiroteo, en un momento dado de la refriega, José hirió mortalmente de un disparo al jefe de aquella fuerza enemiga, el coronel Gonzalo-Sojo, y aprovechando la confusión del contrario, se lanzaron como fiera sobre sus atribulados contrincantes, los cuales huyeron, dejando muchas bajas en el campo, a su jefe, entre ellas, y de cuyo cadáver se apoderaron los mambises; lo llevaron fuera del camino, donde tomaron su revólver, el reloj con su leontina de plata, el sombrero y el anillo de oro, y volvieron a colocarlo en el camino, para que fuese encontrado por refuerzos españoles.
Fue otra jornada memorable rendida por José y su pequeña fuerza, que se sumó a las resonantes victorias de su hermano Antonio, en Juan Mulato y San Ulpiano, solo días antes, quien llegó a los ranchones de Tibisial, tres días después del triunfo de José, al que felicitó ante muchos presentes no bien llegó al campamento, donde, además, fue a visitar todos los heridos, incluidos sus hermanos Rafael y Tomás

II.-Tan pronto concluyó el plazo de la tregua concedida por Martínez Campos a Maceo en Baraguá, y después de que las dos primeras acometidas cubanas fueran respondidas solo con gritos de ¡Viva la Paz!, los españoles activaron la persecución de los mambises con objetivos muy bélicos. Dura, en extremo, fue la porfía sobre las riberas de Arroyo Municiones, de tan fuertes recuerdos para los dos bandos ahí empeñados, pues, buena parte de ambos libraron el episodio donde José impidió la captura de su hermano Antonio, cuando iba gravemente herido.
Y bien, fue la pericia, el valor y el tesón del ya coronel José Maceo –conjuntamente con la activa acción militar del mayor general Titá Calvar, presidente del Gobierno Provisional, y del brigadier Leonardo del Mármol- lo que evitó una derrota cubana ante las superiores fuerzas de los generales españoles.
Tan atinado estuvo José como jefe de la defensa mambisa, que no solo frustró el objetivo enemigo de destruir a los cubanos y tomar prisionero al Ejecutivo rebelde, sino que le causó cuantiosas bajas, y logró sacar airosos a los cubanos hacia lugares seguros.

III.- Tal vez, la historia de Cuba hubiese sido otra, si una de las acciones más intrépidas y prometedoras del coronel José Maceo, a finales de dicha guerra, no hubiera terminado de modo tan súbito y caballeroso…
En efecto, el 27 de abril de 1878, el coronel José Maceo supo, por un compadre suyo de Alto Songo, que el comandante en jefe español, Arsenio Martínez Campos, iba a instalarse momentáneamente en el poblado de El Cristo, donde tenía previsto sostener conversaciones con el ya brigadier Dr. Félix Figueredo, enviado, en verdad, del Gobierno Provisional cubano y del General Antonio Maceo, detalle que, al parecer, desconocía José.
José ordenó sus ideas e improvisó un plan para tomar dicho pueblo, por lo cual se situó a solo 300 m de distancia del cuartel de Martínez Campos, seguido de unos 40 hombres.
Aclaradas sus dudas sobre ese diálogo del que él no tenía conocimiento previo, desvió su ataque a Dos Caminos de San Luis, donde arrasó incluyendo la casa del comandante de armas del lugar, a quien capturó, pero que, al cabo, no quiso hacer prisionero.
Al recibir a Figueredo, temprano en la mañana del día 28, justo, en el portal de la casita donde pernoctó, Martínez Campos, le dijo a interlocutor: “Anoche, me han asaltado a Dos Caminos, y en aquellos mangos que usted ve, en aquella colina, también estuvieron los insurrectos. Si hubieran querido llegar hasta nosotros, hubiese tenido que defenderme con mi espada”.
Con posterioridad, no exento de cierta sorna, José le dijo a Figueredo: “Vamos a ver mi amigo don Félix, ¿qué hubiera hecho usted anoche si en vez de yo atacar Dos Caminos, hubiera caído sobre El Cristo para traerme prisionero a su nuevo amigo, el General Martínez Campos?”, y, tras la respuesta de desconcierto del doctor, José le agregó: “Pues, amigo Dr., usted puede ahora comer tranquilo, pero a la verdad, si no hubiese sido por hallarse usted en El Cristo […] ¡quién sabe a estas horas todo lo demás que yo pudiera haber hecho!”

Sumido en el recuerdo de aquel episodio, en el que de alguna forma se vio envuelto, Figueredo concluiría: “[…] de haber pasado como su actor lo iba preparando, no solo se hubiera eclipsado la estrella del Gral. Martínez Campos, destruyéndole todo el trabajo de pacificación, sino que también hubiera cambiado el modo de ser de la guerra, sobrecogiendo a todo el Ejército de operaciones, aunque se hubiera alborotado toda Cuba española”.


 

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