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miércoles, 7 de marzo de 2012

A propósito de este 8 de Marzo


Palabras de nuestros grandes
próceres acerca de la mujer...

Sin pretensiones de ir a la hondura de todo el ideario de nuestros padres fundadores, para hurgar en sus convicciones sobre la mujer; tan sólo con el justificado pretexto de este 8 de marzo, día en que internacionalmente se brinda ocasional homenaje a las féminas, resulta asunto de mucho valor –como oportuno- traer a punto algunas valoraciones sobre la mujer -al calor de las exigencias y del sentimiento, sin afanes de filosofar, sin duda-  de emblemáticos próceres de nuestra nación…
Las amaron ardientemente – y algunos de ellos, cubanos, al fin, a más de una a la vez-, aunque sin hacer de ellas fatuos altares, con un grande y masculino sentido del respeto, en el campo del amor; pero las veneraron, en más amplio terreno, dándoles un valor de su superior personalidad.
Revisando, en efecto, escritos de Carlos Manuel de Céspedes, Francisco Vicente Aguilera y, por supuesto, José Martí, resaltan sus ideas sobre la mujer, que bien debieran ser indicativos muy estimables para saber apreciarla y tratarla hoy, con similar justicia a la que ellos nos legaron.
Es la virtud –dígase: la honestidad, la honradez, la capacidad de comprensión, de afecto y de sacrificio; el valor y la entereza, entre otras-, lo que más alaban y reclaman de la mujer todos ellos, no sólo en relación con el hombre amado y con la familia, sino –y sobre todo- con la patria.
Llevar el sacrificio no con resignación, sino con orgullo, pidió Aguilera a su esposa e hijas, porque, tratándose de Cuba, todo era poco.
Martí fue mas lejos: le demandó, primero, evitar la fealdad del alma y alcanzar la belleza de la virtud; conquistar la altivez y la fortaleza del alma como la grande y verdadera elegancia de su vestir, y le pidió mucho más; esto es: así como para él, las niñas y los niños debían saber lo mismo; así como igual pensaba que “[…] el hombre, y entiéndase mujer también, es lo mismo en todas partes, y aparece y crece de la misma manera, y hace y piensa lo mismo, sin más diferencia que la tierra que vive […]”; de similar modo le veía en los grandes menesteres de la patria, por lo cual dijo lo que ya no es poco conocido:
“Las campañas de los pueblos son débiles cuando en ellas no se alista el corazón de la mujer; pero cuando la mujer se estremece y ayuda. Cuando la mujer tímida y quieta de su natural, anima y aplaude, cuando la mujer culta y virtuosa unge la obra con la miel de su cariño, la obra es invencible.”
Con infinitamente menor caudal académico que las anteriores celebridades, Antonio Maceo Grajales se unió a esos grandes padre nacionales en el justiprecio a la mujer.
“Decir a las mujeres de respeto lo que por ella se siente es para mí un placer que estimo deber de gratitud y cariño[…]”, dijo en agosto de 1884 a Rosaura Prince, a su partida de Hondura, y a la cual agregaba: […] pido al Supremo Creador fraternidad en la familia, felicidad en el hogar y fortuna que legar a los hijos; pero deseo más: que las goce todas, sin disfunción de ninguna […]”
Hay en su numerosa correspondencia, cartas en las cuales sobresale el trato deferente hacia la mujer y su grande estima por el rol que muchas veces ha cumplido; pero donde más alto se pone la evidencia de su pensamiento formidable sobre la mujer, es en su proclama dirigida “A las hijas de la libertad”, en la cual, entre otros aspectos destacables, le vindica a las mujeres una poderosa acción, indispensable, de ingente necesidad en la lucha por la Patria y por la rehabilitación de los derechos de la humanidad, en medio de las grandes miserias espirituales imperantes:
Nuestra sociedad –les dice Maceo- carece de buen fondo intelectual y moral, de perfecta armonía y unión, y a vosotras, que sois las que dirigís el espíritu humano, está encomendada esta reforma social […]“.
Y apunta más lejos aún: “A vosotras que por vuestros servicios [y] ejemplo de abnegación podéis ser comparadas con las vírgenes romanas, y las hijas del Paraguay, que se sacrificaran en aras de la Patria”, advirtiéndoles más honrosos problemas que resolver en el futuro.
“Un pueblo heterogéneo y con preocupaciones sociales sólo la mujer puede salvarlo en el desenvolvimiento de sus fines”. Y agrega: "Con un hecho, con una mirada o una palabra envuelta en una sonrisa [la mujer] hace todo lo que quiere, y puede influir a que las grandes causas se realicen felizmente”.
“Si registráis –diría finalmente Maceo- la historia de la humanidad encontraréis a cada paso [a] la mujer ejerciendo su poder sobre el hombre”; razón por la que Maceo le encarga una misión redentora: “Sacar de las miserias intelectuales, las almas que por pobreza de espíritu necesitan de vosotras, y [a] aquéllas que la suerte impía las condenó al martirio de la ignorancia.”
En 1895, al agradecer a la mujer camagüeyana su gesto de bordar la bandera cubana para la Invasión, diría de la mujer: “tan tierna y dulce en el hogar como heroica en la defensa de su honra, […] mas que como símbolo de nuestra independencia, como una promesa de ayudarnos en esta grandiosa obra, con los recursos inapreciables que la naturaleza ha puesto en la mujer para dirigir al hombre en las arduas empresas de la vida.”
 

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