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miércoles, 21 de marzo de 2012

Los curas independentistas en Cuba


El clero católico en Cuba
frente al yugo español

Aunque el Patronato hizo de la iglesia católica prácticamente una dependencia de la realeza en todo el reino español, y de que, en concordancia con tal realidad, buena parte del clero en sus colonias hispanoamericanas dio muestras fehacientes de rancio y virulento integrismo, decir que el clero católico fue un enemigo absoluto de la independencia en esa parte del mundo, parece más un mito, persistente y repetido, que una verdad demostrable…


Son muchos los ejemplos contrarios, para que se puedan tomar sólo como excepciones de la regla. A saber: los casos harto conocidos de Miguel Hidalgo. su lugarteniente José Morelos y Mariano Matamoros, de México, donde casi 100 sacerdotes más asumieron fervorosos el camino del martirologio por la independencia; los de Miguel Alberti y Gregorio Funes, miembros de la primera Junta Gubernativa en la Argentina (1810), de Luis Beltrán, el religioso y militar a quien San Martín confió la maestranza del Ejército de los Andes; de Justo Santa María de Oro, cura y sabio, de los más notables miembros del Congreso de Tucumán; de Cayetano Rodríguez, uno de los redactores del Acta de Independencia en ese Congreso (1816), Pedro Ignacio Castro de Barros y Antonio Sáenz, primer rector de la Universidad de Buenos Aires. En total, 16 suscribieron la declaración de independencia de Río la Plata.
“Tuvo el Perú –al decir de José Carlos Mariátegui- un clero liberal y patriota desde las primeras jornadas de la Revolución [independentista]”, que incluyen a los protomártires Diego Barranco, Bernandino Gutiérrez y Marcos Palomino, y una apreciable lista, que debe encabezar Francisco Javier Luna Pizarro, presidente del primer Congreso Constituyente del país, y en la que resaltan –al decir de algunos investigadores- los 26 eclesiásticos integrantes del congreso de 1822, de 57 miembros en total.
En Ecuador, tres sacerdotes están entre los que proclamaron la independencia en 1809; en tanto que –según las autoridades españolas- otros 100 se hallaban en campo separatista, en 1814, cuyo más señalado ejemplo parece ser el del obispo José Cuero y Caicedo. En Colombia, tres curas estuvieron entre los miembros de la Junta de 1810, y 9 en el Congreso de 1811, entre los que resaltan Juan Bautista Rey y José María Estévez; de Chile, se incluyen Camilo Henríquez –quien proclamó los conceptos de soberanía popular y la igualdad de todos por naturaleza- y José María Bozagreciascua, y de Bolivia, sobresalen los sacerdotes separatistas Medina y Mendizábal, entre varios más.
En Guatemala, son 13 sacerdotes los curas firmantes de la declaración de independencia; en El Salvador, fue el padre José María Delgado líder de la primera sublevación contra España en 1811, y electo presidente de las sucesivas asambleas Constituyente y Legislativa, quien contó con el presbítero Nicolás Aguilar como uno de sus principales seguidores; en Panamá, puede distinguirse, entre los primeros sacerdotes independentistas del Istmo, al padre José María Correoso Catalán, natural de Santiago de Cuba.
La lucha por la soberanía del pueblo cubano, frente a la tiranía colonialista de España, también tuvo no pocos casos de sacerdotes favorables a la independencia nacional.
Muchos curas en la Cuba de esos y posteriores años –aparte de los numerosos que militaron en el bando liberal-, se hallaron en el campo del separatismo; esto es: desde el “belemita” habanero José Chávez y los también religiosos Domingo José Hernández y Luis Martínez, de Guamuta (Matanzas); Felipe Melo, de Guanajay, y Rafael Torres, de Jesús del Monte, ambos en La Habana; hasta Diego Alonso Betancourt, Tomás Borrero y José Manuel Rivera (asesinado en su casa), pasando –desde luego- por Félix Varela.
Los padres Joaquín Valdés y José Rafael Fajardo, con Narciso López y Joaquín de Agüero; Timoteo Rodríguez, en la “Conspiración de Vuelta Abajo”, y los curas Calixto María Alfonso de Armas y José Cecilio Valdés, en la de Ramón Pintó.
PRIMEROS CURAS MAMBISES
Ellos abonaron el camino para que, en la Guerra de los Diez Años, la relación fuera más sobresaliente aún, a partir de los siguientes y destacados ejemplos:
Gerónimo Emiliano Izaguirre, párroco de Barranca, que bendijo la bandera de Céspedes, el 14 de octubre de 1868 y quien, el 10 de octubre de 1869, celebró una acción de gracia por el primer aniversario de la Revolución, por lo que fue expulsado de la parroquia, perseguido y vigilado, como enemigo, Diego Joseph Baptista, párroco de la Iglesia Mayor de Bayamo, y el presbítero santiaguero Juan Luis Soleliac, también bendijeron, en esa ciudad oriental, la bandera de Céspedes, y celebraron Te Deum en honor de las fuerzas revolucionarias.
Conspiró como vicepresidente de la Junta Revolucionaria en Sancti Spíritus, el padre Bartolomé Camejo, que tuvo que emigrar para no ser apresado; se fueron a la manigua redentora con buena parte de sus respectivas feligresías, los párrocos Joaquín Carbó Serrano, de Sibanicú (Camagüey); Antonio Hernández, de Santa Rita; Miguel Antonio García Ibarra, de Cacocum, y Manuel Serrano Jaenz, de San Luis Obispo de El Caney, así como también su teniente cura, Manuel Lussón, en los primeros días de la guerra.
Se incorporaron a las fuerzas revolucionarias –igual, desde los primeros momentos-: Juan Casto Rosell (más tarde prisionero y deportado a Isla de Pinos), el catalán Pedro Soler, cura de San Agustín de Aguarás, luego mártir mambí; Braulio Odio Pécora, párroco de San Miguel de Manatí (único sacerdote que permaneció durante todo el tiempo que duró la Guerra Grande); Julio Villasana Mas, teniente cura de la iglesia de Santa Lucía (Santiago de Cuba), desde la cual –a través de la Archicofradía del Cristo de la Misericordia- “sacó al monte” a decenas de jóvenes santiagueros, luego héroes de la guerra; Benito Castro, cura de Guamo (Camagüey), que fue enfermero y camillero entre los insurrectos, y apresado por los españoles el 15 de febrero de 1874; Ricardo Arteaga, párroco de Santo Cristo, también del Camagüey, que fue apresado e internado en la cárcel por más de 9 meses; luego deportado a Santiago de Cuba, bajo estricta vigilancia, y Amador de Jesús Milanés, párroco de la Santísima Trinidad de la capital oriental, detenido y encarcelado en una fragata por varios meses, por sus ideas separatistas.
Fueron deportados a Fernando Poo y a otras prisiones españolas fuera de Cuba, en 1869, acusados de infidencia: el párroco de Calabazar, Rafael Sal y Lima; el capellán del convento de monjas “Hijas de María”, Adolfo del Castillo; pbros: Pedro Yera, José Cecilio Santa Cruz, José Miguel Hoyo, y el párroco de Güira de Melena, José Alemán, desde mayo de ese propio año; así como también los padres Juan Jenaro Mora, de Madruga; José Hilario Valdés, cura propio de Colón, acusado de laborante en octubre de 1876 y que murió en la deportación, en 1877; el isleño Luciano Santana, y Manuel José Duval García, extrañado en noviembre 11 de 1871, y privado de licencia para predicar, en 1876, por acusar a España, durante la novena de la Virgen del Pilar.
Fueron demostradamente separatistas, asimismo: el párroco de Jiguaní, José Vicente Capote, destituido de su parroquia por ser partidario de la rebelión y excitar a favor de esta; José Ismael Bestard Roméu, párroco de Manzanillo, suspendido de sus funciones sacerdotales, y obligado a residir en Santiago de Cuba, bajo estricta vigilancia, por apoyar la causa de la libertad de la Isla.
Otros que estuvieron bajo la bandera del separatismo cubano fueron, los sacerdotes Francisco de Paula Barnada Aguilar (acusado de desafecto a españa, en 1876) y su hermano Antonio; Francisco Carbó Serrano, Tomás Demetrio Serrano, párroco en el Camagüey, a quien le embargaron todos sus bienes por infidente, y Francisco Esquembre, fusilado en Cienfuegos por bendecir la bandera de la Estrella Solitaria.
Ingresaron más tarde en ese honroso bando patriótico, el presbítero dominicano Andrés Domingo Carsino, y los por entonces religiosos católicos: Emilio de los Santos Fuentes Betancourt, Luis Alejandro Mustelier Galán y Antonio Santa Cruz Pacheco Ortiz; el presbítero Desiderio Mesnier Cisneros, el anciano (82 años de edad) sacerdote Pedro Alberro, párroco de San Cristóbal; Enrique (mambí) y Luis Felipe Beltrán Díaz, este último párroco de San Luis, Pinar del Río, quien tuvo que huir a México, como el padre Pablo Gonfau, por manifiesto apoyo a la lucha de los rebeldes; algo en lo que comulgaron, también, los párrocos Joaquín Martínez, de Espíritu Santo; Emilio Moreno, de Nueva Paz, y Santiago Papiol, de Wajay  (las tres en la Habana); Juan Bautista Miñagaray, de San Carlos (Matanzas), y Francisco Aurelio del Rivero, de Vuelta Abajo, desterrado a México por sospecha de infidencia, donde murió, pobre, el 16 de enero de 1898.
Por pura sospecha de simpatizar con la insurrección cubana, tuvieron que huir al extranjero, en la Guerra del 68, el pbro. Juan Pujada, a quien se quiso fusilar por prestar auxilio religioso a acusados de infidencia; escapó con la ayuda del padre Barján: y Pedro Pablo Duval García, que se vio obligado a marcharse a Santo Domingo.
Inseguro, por haber molestado a las autoridades españolas con su vocación humanista pastoral, vivió Manuel Martínez Saltage, por haber lavado el cadáver del mayor general Ignacio Agramonte y prestar auxilio religioso a varios condenados a muerte; apresado en algún momento, se asegura.
Verdad que unos 50 o 60 integrantes del clero católico en Cuba, igualmente tomaron las armas o el púlpito para defender fervorosamente el poder español en Cuba, lo mismo que la cúpula de la institución en el país y en la Metrópoli; mas eso no avala el juicio de que la iglesia católica fue enemiga de la independencia de la Isla; primero, porque esta abultada relación de los que sí simpatizaron con esa causa o la favorecieron con su esfuerzo, peculio y talento, lo desdice; segundo, porque parte de esa iglesia, también, fue el pueblo, que luchó y logró su soberanía y la libertad en aquellas heroicas jornadas, a lo largo de 30 años…
 

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