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sábado, 24 de junio de 2017

El “Santa” de Cuba y de México


186 años del natalicio
de un héroe genuino

Cierta vez escribí: “Pedro Santacilia Palacios debiera ser, para todos los cubanos, uno de esos sempiternos patriotas, a quienes de continuo debiéramos recurrir, para asomarnos a su obra y a su pensamiento, a tomar de ellos pautas y aliento…” y me parece oportuno repetirlo en un trabajo como este, en ocasión del 186 aniversario de su natalicio.
Hablar de este vástago de un pudiente matrimonio: el del culto capitán granadero del ejército español, Joaquín Santacilia Pérez, con la santiaguera Isabel Palacios Mena; del nieto, por línea paterna, del capitán de infantería Pedro Santacilia, debía ser la reseña de un destino manifiesto: el de ser un seguro y leal servidor de la Corona, en Santiago de Cuba, la ciudad que le vio nacer aquel 24 de junio de 1826, o en cualquier ámbito a donde fuera...
Fue, a pesar de su natal pronóstico, todo lo contrario: uno de los más grandes enemigos de la dominación colonial en Cuba; por ende, de los más grandes y excelsos exponentes del patriotismo en la Isla, y, por extensión, de los más consecuentes enemigos de las pretensiones imperiales –fuese de España, Francia o Estados Unidos- sobre la América hispana.
Hombre de múltiples y verdaderas grandezas, sobresalió como educador, historiador, periodista, cuentista, ensayista, traductor, poeta, político y revolucionario.
Fue su labor magisterial de gran trascendencia, tanto en las aulas de la Institución Cubana, -donde fueron alumnos suyos, entre otros: Pablo Lafargue, y otros que, años después, inscribirían sus nombres con ribetes destacados, en la historia patria, como fueron los casos de los hermanos Abraham y Tomás Portuondo, Antonio Espinal, Rodrigo Rodríguez, Ismael Bestard, y muchos otros-; como también en sus reclamos escritos para extender y modernizar la enseñanza en su natal Santiago de Cuba y mucho más allá: en las áreas rurales, como base de un verdadero progreso.
Santacilia, asimismo, merece prominencia por su labor pionera en la historia, tarea en la cual se revela lo mismo su pensamiento anticolonialista que ese poderoso patriotismo del que hablamos, y cuyo feliz saldo fue: sus “Lecciones orales sobre la historia de Cuba”, sus anales de Palma Soriano, el ensayo “Gobierno, religión, uso y costumbres de los primitivos habitantes de la Isla de Cuba; sobre el idioma Ciboney, su crónica sobre un “Singular combate en la bahía de Santiago de Cuba”; su artículo acerca de la historia del cacao y su introducción Cuba, el prólogo a la “Tabla cronológica de Santiago de Cuba”, de Ambrosio Valiente Duany, o sus “Curiosidades bibliográficas”.                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                  
Periodista cáustico y profundo, desde las páginas de las publicaciones santiagueras, a las de El Guao, que fundara en Nueva York, en junio de 1853, y hasta los grandes periódicos de México en los que escribió, su prosa, picante y profunda, sirvió a sus lectores para denunciar, para aclarar, para enaltecer, para enseñar.
Fue traductor de acierto, tanto de ensayos como de producciones varias, y su obra literaria, prolífica en verdad, alcanzó el cuento, las fábulas, ensayos, análisis e historias literarias y un poemario, cuyos exponentes, muy variados en la forma, son, sobre todo, de los primeros y más dicientes cantos en la Isla al patriotismo, la elevación del alma cubana, contrarios a la tiranía y como himnos de combate.
Tuvo la vida de Santacilia, además, una perfecta simetría entre sus sentimientos y pensamientos patrióticos y revolucionarios y su conducta social.
Cantó a la reivindicación de lo cubano frente a lo foráneo, del valer del cubano ante el desprecio español, clarín del combate abierto a la tiranía, joven educador, esclarecido e incansable, de la adolescencia santiaguera; así que  no fue la mera y desafiante acción de haber repartido banderitas cubanas, en medio de celebraciones oficiales españolas, y de boicotear un baile de homenaje a la reina, vertiendo polvo fétido sobre la representación del trono y tasajeando el retrato de la monarca, sino, incluso –como dijera el entonces gobernador provincial, Joaquín del Manzano-, “los constantes partes de la policías y la enunciación de sus ideas, no tan embozadamente emitidas que no se trasluzcan y de boca en boca corran a formar la opinión de anexionista que disfruta [No lo fue realmente, y el término hay que tomarlo como forma de desacreditar todo criterio o acto contrario a la dominación española en Cuba] y que se da entre los suyos influencia aumentada por su saber y por su conducta irreprensible.”
Preso en Santiago de Cuba y en La Habana, en 1852, fue proscrito desde marzo a España, donde tuvo por destierro a varias ciudades (Sevilla, Málaga, Granada, Córdoba y Montilla, localidad –esta última- de la huyó a Gibraltar, y de allí a los Estados Unidos, donde compartió sus esfuerzos independentistas con la solidaridad hacia México, llevando armas y municiones al general Catarino Garza, al norte del país, y apoyando al presidente Benito Juárez, de quien, con el tiempo, llegó a ser secretario particular –también su yerno-, y compartir la lucha por la instauración en el país azteca de las reformas de dicho adalid.
Entró a México con Juárez, en 1867, y fue electo diputado federal siete veces seguidas, hasta 1876, en que cayó el gobierno de su amigo Sebastián Lerdo, a partir de lo cual renunció a la vida política, y sólo se dedicó al periodismo, la literatura, la oratoria ocasional y, especialmente, a su familia, sin olvidar a Cuba, de cuyo gobierno republicano en armas fue delegado plenipotenciario ante el ejecutivo azteca; agente –digamos de paso- que envió a muchos mexicanos y cubanos establecidos allá a pelear a los rebeldes campos de la Isla, durante la Guerra de los Diez Años; ideales que siguió enarbolando en los años posteriores de lucha de su pueblo, a través de una valiosa correspondencia con eximios cubanos de la polìtica y de las letras, y como introductor del general Antonio Maceo Grajales ante las alta autoridades de la nación, durante la comisión de este en dicho país, en octubre de 1884, en los inicios del Plan Gómez-Maceo; héroe coterráneo suyo sobre quien dejó frases de genuina admiración.
Recibió en vida los elogios de divos en ciernes como Juan de Dios Peza y de Amado Nervo, por haberse “conquistado un buen nombre con sus liadísimos apólogos y con sus escritos de afiligranado estilo”, y hasta la Real Academia de la Lengua Española, al elogiar al presidente Juárez por la corrección y facilidad en el empleo del español, y ofrecer un puesto  a este como correspondiente en su entidad, por tal mérito, lo distinguió realmente a él, a Santacilia, porque –como apuntó Juárez, a espalda de su yerno, en la posdata a la carta de agradecimiento que este escribió- “la corrección y buen estilo que le atribuían no son obras mías, sino de mi secretario, don Pedro Santacilia.”
Casado con Manuela Juárez, hija mayor de don Benito, tuvo con ella tres hijas, y falleció el 1. de marzo de 1910, hace ya 102 años, que no es tiempo bastante para el olvido del legado tan grande, de un hombre que cumplió –tanto y bien- con el sentido de su vida…                            


 







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