Cuba y sus héroes
Trágica
coincidencia esa: ante el súbito pelotón, seguramente pensó –entre innumerables
cosas que pasaron por su mente- que, precisamente, iba a morir la víspera de su 38 cumpleaños…
Con todo, nunca
pareció perder el control; no se mostró acongojado, ni arrepentido. Antes bien -muy
correspondiente con su condición de “librepensador y sin religión”-, rechazó la
última confesión, y en consonancia con su historia y su fama de hombre
valiente, asumió los fogonazos con el grito de “¡Viva Cuba libre!”
Pío Segundo
Celiano Rosado Lorié había nacido donde tantos y tantos héroes: en la ciudad de
Santiago de Cuba; exactamente en la calle en que nacieron varios generales
mambises: la otrora denominada de la Carnicería (que hoy lleva su nombre), el 8 de
julio de 1842, como primogénito del matrimonio de Pío Rosado Vargas y Ana
Vicente Lorié Ferrera, ambos, también, de la misma naturaleza.
De familia con
no muy holgados recursos, más bien humilde, estudió la enseñanza primaria –salvo
muy corto período en la localidad de Baire, a unos 80 km de Santiago de Cuba- en
escuelas públicas de su patria chica, al amparo del notable auge que
experimentó la instrucción en dicho territorio, a tenor del impulso que a ésta
dieron célebres preceptores y mecenas de la ciudad, especialmente Juan Bautista
Sagarra Blez, uno de los más grandes educadores de Cuba, bajo cuya tutela, por
cierto, cursó Pío la
Escuela Preparatoria (luego Escuela Profesional), la cual le
sirvió para ejercer paralelamente como maestro de matemáticas, en una escuela
primaria, y de la cual egresó como agrimensor y maestro de obras.
Ya gozaban
él -sobre todo- y sus hermanos Rafael, Cecilio y Salvador, de una reputación de
corajudos y pendencieros, por lo que se ganaron algunos problemas con las
autoridades, y mayor estimación aún como patriota y anticolonialista.
Sorprendió -mucho
y mal- pues, que a poco del levantamiento del 10 de Octubre, cuando las fuerzas
insurrectas invadieron la comarca santiaguera, en noviembre de 1868, Pío ingresara
al cuerpo de voluntarios, y se paseara por las calles “vestido de rayadito”.
Atónitos lo
miraban los conocidos; pero sólo a los amigos, con la picardía de un muchacho
travieso, guiñaba un ojo, y susurraba:
“Con esto,
tengo arma y municiones seguras”.
En efecto, días
después de su polémico ingreso, tomó camino a la manigua, al campamento del
general insurrecto Donato del Mármol, quien –amigo desde la infancia- lo elevó
primero al cargo de ayudante e, inmediatamente después, al de jefe de su Estado
Mayor.
El resumen
combativo de esa primera etapa (fines del 68, mediados de junio del 70),
incluye: primer intento de invasión hacia el extremo este de la provincia, esfuerzos
para frenar el avance hacia Bayamo del Conde de Valmaseda y de sus 3 500
hombres de todas las armas, apoyo a la “Dictadura de Mármol”, la “excursión” (raid)
de tea incendiaria por propiedades rústicas, desde la zona de Palma Soriano
hasta la zona de Holguín; la
Junta de Tacajó, en que se restituyó el poder a Carlos Manuel
de Céspedes, bao el compromiso de democratizar la revolución; el asalto a
Jiguaní, y decenas de enfrentamientos a columnas españolas, durante la
posterior “creciente de Valmaseda”.
Con la
muerte de Donato del Mármol, a fines de junio de 1870, pasó a desempeñarse en
el Estado Mayor del general Máximo Gómez, sustituto del finado jefe mambí,
quien le encargó, primero, la misión de presentar al ya presidente Céspedes el
plan de invasión a la jurisdicción de Guantánamo, antes esbozado por Donato del
Mármol, su antecesor, y, luego, una misión a los Estados Unidos.
Se alió
allí al general Francisco Vicente Aguilera, vicepresidente de la República de Cuba en
Armas, para tratar de unir la emigración cubana, y organizar expediciones para
apoyar a los libertadores en la
Isla.
En defensa
de Cuba, siempre, sostuvo duelo personal, el 25 de agosto de 1874, frente al
integrista español José Ferrer de Couto, a quien hirió gravemente; pero no
logró mandar ni traer ninguna ayuda grande desde el exterior hacia Cuba, dado
el enervamiento patriótico de la emigración separatista.
Apoyó a
Maceo, en el viaje de este a los Estados Unidos, para allegar recursos a los
protestantes de Baraguá; pero, por discrepancia con dicho general, se retiró de
ese proyecto.
Formó parte
de la Junta Revolucionaria
establecida por los cubanos en Nueva York, a fines de 1878, y luego del Comité
Revolucionario que encabezaron el general Calixto García y José Francisco
Lamadrid.
Con el
general García, precisamente, vino a Cuba en una expedición, en mayo de 1880, y
tras una terrible marcha por lo más intrincado de la Sierra Maestra , el pequeño
destacamento fue sorprendido en la zona conocida como El Diablo. Perdido, desde
entonces, deambuló días sin comer alimento alguno, ni una gota de agua. Así, a
riesgo de ser descubierto; hizo contacto con un morador de la zona, quien le
dio de comer y beber, pero también lo traicionó, informando a los españoles,
quienes capturaron al temido revolucionario, y decidieron fusilarlo de
inmediato, junto a Félix Morejón y Enrique Varona.
Corría el 7
de julio de 1880; los estruendos de un piquete de fusileros rompió el relativo
silencio de la serranía, y un venero de sangre brotó de aquellas lomas; un
fluido espeso y cálido con el que se selló el noble expediente patriótico y
revolucionario de quien sus contemporáneos santiagueros llamaron el “Aquiles cubano”.
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