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viernes, 7 de julio de 2017

Trágica coincidencia en la vida del “Aquiles cubano”


Cuba y sus héroes

Trágica coincidencia esa: ante el súbito pelotón, seguramente pensó –entre innumerables cosas que pasaron por su mente- que, precisamente, iba a morir la víspera de su 38 cumpleaños…
Con todo, nunca pareció perder el control; no se mostró acongojado, ni arrepentido. Antes bien -muy correspondiente con su condición de “librepensador y sin religión”-, rechazó la última confesión, y en consonancia con su historia y su fama de hombre valiente, asumió los fogonazos con el grito de “¡Viva Cuba libre!”
Pío Segundo Celiano Rosado Lorié había nacido donde tantos y tantos héroes: en la ciudad de Santiago de Cuba; exactamente en la calle en que nacieron varios generales mambises: la otrora denominada de la Carnicería (que hoy lleva su nombre), el 8 de julio de 1842, como primogénito del matrimonio de Pío Rosado Vargas y Ana Vicente Lorié Ferrera, ambos, también, de la misma naturaleza.
De familia con no muy holgados recursos, más bien humilde, estudió la enseñanza primaria –salvo muy corto período en la localidad de Baire, a unos 80 km de Santiago de Cuba- en escuelas públicas de su patria chica, al amparo del notable auge que experimentó la instrucción en dicho territorio, a tenor del impulso que a ésta dieron célebres preceptores y mecenas de la ciudad, especialmente Juan Bautista Sagarra Blez, uno de los más grandes educadores de Cuba, bajo cuya tutela, por cierto, cursó Pío la Escuela Preparatoria (luego Escuela Profesional), la cual le sirvió para ejercer paralelamente como maestro de matemáticas, en una escuela primaria, y de la cual egresó como agrimensor y maestro de obras.
Ya gozaban él -sobre todo- y sus hermanos Rafael, Cecilio y Salvador, de una reputación de corajudos y pendencieros, por lo que se ganaron algunos problemas con las autoridades, y mayor estimación aún como patriota y anticolonialista.
Sorprendió -mucho y mal- pues, que a poco del levantamiento del 10 de Octubre, cuando las fuerzas insurrectas invadieron la comarca santiaguera, en noviembre de 1868, Pío ingresara al cuerpo de voluntarios, y se paseara por las calles “vestido de rayadito”.
Atónitos lo miraban los conocidos; pero sólo a los amigos, con la picardía de un muchacho travieso, guiñaba un ojo, y susurraba:
“Con esto, tengo arma y municiones seguras”.
En efecto, días después de su polémico ingreso, tomó camino a la manigua, al campamento del general insurrecto Donato del Mármol, quien –amigo desde la infancia- lo elevó primero al cargo de ayudante e, inmediatamente después, al de jefe de su Estado Mayor.
El resumen combativo de esa primera etapa (fines del 68, mediados de junio del 70), incluye: primer intento de invasión hacia el extremo este de la provincia, esfuerzos para frenar el avance hacia Bayamo del Conde de Valmaseda y de sus 3 500 hombres de todas las armas, apoyo a la “Dictadura de Mármol”, la “excursión” (raid) de tea incendiaria por propiedades rústicas, desde la zona de Palma Soriano hasta la zona de Holguín; la Junta de Tacajó, en que se restituyó el poder a Carlos Manuel de Céspedes, bao el compromiso de democratizar la revolución; el asalto a Jiguaní, y decenas de enfrentamientos a columnas españolas, durante la posterior “creciente de Valmaseda”.
Con la muerte de Donato del Mármol, a fines de junio de 1870, pasó a desempeñarse en el Estado Mayor del general Máximo Gómez, sustituto del finado jefe mambí, quien le encargó, primero, la misión de presentar al ya presidente Céspedes el plan de invasión a la jurisdicción de Guantánamo, antes esbozado por Donato del Mármol, su antecesor, y, luego, una misión a los Estados Unidos.
Se alió allí al general Francisco Vicente Aguilera, vicepresidente de la República de Cuba en Armas, para tratar de unir la emigración cubana, y organizar expediciones para apoyar a los libertadores en la Isla.
En defensa de Cuba, siempre, sostuvo duelo personal, el 25 de agosto de 1874, frente al integrista español José Ferrer de Couto, a quien hirió gravemente; pero no logró mandar ni traer ninguna ayuda grande desde el exterior hacia Cuba, dado el enervamiento patriótico de la emigración separatista.
Apoyó a Maceo, en el viaje de este a los Estados Unidos, para allegar recursos a los protestantes de Baraguá; pero, por discrepancia con dicho general, se retiró de ese proyecto.
Formó parte de la Junta Revolucionaria establecida por los cubanos en Nueva York, a fines de 1878, y luego del Comité Revolucionario que encabezaron el general Calixto García y José Francisco Lamadrid.
Con el general García, precisamente, vino a Cuba en una expedición, en mayo de 1880, y tras una terrible marcha por lo más intrincado de la Sierra Maestra, el pequeño destacamento fue sorprendido en la zona conocida como El Diablo. Perdido, desde entonces, deambuló días sin comer alimento alguno, ni una gota de agua. Así, a riesgo de ser descubierto; hizo contacto con un morador de la zona, quien le dio de comer y beber, pero también lo traicionó, informando a los españoles, quienes capturaron al temido revolucionario, y decidieron fusilarlo de inmediato, junto a Félix Morejón y Enrique Varona.
Corría el 7 de julio de 1880; los estruendos de un piquete de fusileros rompió el relativo silencio de la serranía, y un venero de sangre brotó de aquellas lomas; un fluido espeso y cálido con el que se selló el noble expediente patriótico y revolucionario de quien sus contemporáneos santiagueros llamaron el “Aquiles cubano”.
 

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