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jueves, 7 de febrero de 2013

La junta que salvó entonces la joven Revolución del 68

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Tacajó: 8 de febrero de 1869

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Aunque la historiografía nacional la trata como un hecho anecdótico, a lo sumo: como un suceso que marcó la reafirmación de Carlos Manuel de Céspedes como jefe de aquella primera campaña separatista en La Mayor de las Antillas, la Junta de Tacajó –aquella reunión del 8 de febrero de1869, en la que se dieron cita los jefes más acreditados de la recién nacida revolución- fue infinitamente más que eso…
UN ANTECEDENTE NECESARIO
Superada ya la derrota que el general Blas Villate (Conde de Valmaseda) infligió a los rebeldes sobre el río Cauto, el 8-9 de enero de 1869, durante la defensa Bayamo, que los cubanos incendiaron, tras haber sido su capital desde su toma, el 20 de octubre de 1868, y recogidos, con sobrados esfuerzo y paciencia, los hombres y contingentes dispersos después de esos combates.
Parecía que después del temporal, venía un período de calma y de recuperación para los hacedores de la campaña independentista, cuando uno de los jefes más descollantes del mambisado, el general Donato del Mármol Tamayo -único victorioso en los inicios de la guerra, tanto con la toma de los poblados de Baire, Santa Rita y Jiguaní, el 13 de octubre del 68, como con la victoria en Pino de Baire, a fines de dicho mes, frente al batallón español enviado para reforzar a la guarnición ibérica de Bayamo-; en fin, cuando el más laureado jefe insurrecto de entonces se autoproclamó Jefe Supremo de Oriente, con toda las facultades de un dictador, en Giro punto intramontano, distante unas 13 o 14 leguas, por caminos extraviados, de la ciudad de Santiago de Cuba), el 15 de enero de 1869.
No habían transcurrido 4 meses aún del grito de independencia, dado por Céspedes el 10 de Octubre, al frente de los manzanilleros, y cuya pervivencia –ante el rechazo de muchos del propio bando- lo debió, por un lado, a la adhesión casi inmediata de Francisco Vicente Aguilera y de Pedro (Perucho) Figueredo, dos de los tres dirigentes de la Junta Revolucionaria de Oriente, gestora de los preparativos revolucionarios en el territorio, y, por otro lado, a la decisiva y valiente postura de los alzados en Las Tunas, Holguín y Jiguaní –entre otros grupos menores-, liderados por Vicente García, Julio Grave de Peralta y el ya referido Donato del Mármol, respectivamente…
No habían transcurrido los cuatro meses de vida, así era, y la revolución parecía que iba a malograrse irremediablemente, a causa de un gran cisma, que venía asumiendo por base: una, las diferencias entre camagüeyanos y orientales, por los fueros absolutistas que los primeros atribuían a Céspedes y las prebendas que daba a sus coterráneos en grados y empleos, en detrimentos de ellos, los del Camagüey; otra: las discrepancias de los militares con Carlos Manuel por decisiones erróneas de este en el campo bélico, y, también, las divisiones entre los partidarios de emplear los “métodos democráticos” para hacer la guerra de independencia de Cuba, y los inclinados por los métodos dictatoriales.
Pero la misma gravedad de la crisis y, especialmente, sus nefastas consecuencias para todos: la muerte lamentable de aquella gesta, alentaron una solución viable –provisional, si se quiere-, a la que debían contribuir todos, cediendo cada cual en hasta entonces sus “invariables posiciones”.
Mensajes y mensajeros surcaron los espacios de las comarcas entre una y otra provincia, entusiasmados con el buen augurio de inminente alzamiento armado –como lo fue realmente- de Las Villas y algunas localidades más occidentales en la Isla.
De modo que, enterados de que Mármol y sus huestes habían protagonizado un raid de tea incendiaria, desde Giro hasta el norte de Oriente (Punta de Lucrecia), contra decenas de ingenios, cañaverales, cafetales y otras propiedades rurales, y que merodeaba por la zona de Tacajó (esperando, en verdad, la fracasada expedición de auxilio del “Mary Lowel”), fueron a su búsqueda.
No solo iba Céspedes, sino también casi todos los jefes más acreditados de la revolución en Oriente; dígase: Aguilera, Pedro Figueredo, los dominicanos Luis Marcano, Modesto Díaz y Félix Chalas, Calixto García, Francisco Maceo Osorio, Esteban Estrada, Tomás Estrada Palma, Fernando Fornaris, Francisco Javier y Pedro Céspedes, Ramón Céspedes Fornaris y otros, incluido el a la sazón jefe militar del Camagüey, Napoleón Arango.
Después de haberse percatado de las reales intenciones de aquella masiva excursión, y levantadas ya las emboscadas que, en previsión de cualquier ataque en su contra, había puesto en los caminos cercanos, Mármol y sus jefes subalternos (sus hermanos Raimundo, Justo, Leonardo y Francisco Javier del Mármol, su primo Eduardo del Mármol, el quisqueyano Máximo Gómez, Félix Figueredo, Leopoldo Arteaga y otros) penetraron en Tacajó y accedieron a debatir en junta de jefes, tras haberse entrevistado, a solas, él con Céspedes.

EPÍLOGO FELIZ
Hechas las cuentas de aquel histórico acontecimiento, Tacajó –que vino a resumir urgentes y variadas juntas previas- fue un ejemplo de negociación revolucionaria, en la que los principios particulares o regionales se supeditaron –al menos temporalmente- a los de la Patria.
En efecto, cedió Mármol, que inclinó su dictadura; pero, igual, Céspedes, que depuso su capitanía general –que, al caso, era del mismo signo que quiso ostentar Donato-, así como además sus facultades en la dirección de las acciones bélicas; cedieron los “demócrata”, que tuvieron que acatar la continuación del liderazgo de Carlos Manuel en la revolución, y, por últimos, los militares y todos aquellos que tenían prelación por los métodos dictatoriales para dirigir la guerra, al tener que aceptar la casi inmediata institucionalización de la revolución, a fin de poner “bridas” a los desbocados instintos absolutistas del emblemático líder del separatismo cubano y de cualquier otro caudillo que emergiese en la manigua.
De tal manera, la Junta de Tacajó fue un episodio político glorioso de salvación de la muy joven revolución cubana de 1868, y, a la vez, antesala de la Constitución de Guáimaro, del 11 de abril de 1869, que vino a ser –¡vaya paradoja!-  causa –independientemente de sus magníficas intenciones- de nuevas y mortales divisiones dentro de aquella formidable gesta de los cubanos por la independencia nacional, la abolición de la esclavitud y por la libertad y el progreso del pueblo de esta hermosa isla antillana.
 

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