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viernes, 22 de febrero de 2013

Verdad…, eso fue lo que sucedió en esas jornadas

Al César, lo que es del César; a Guillermón, lo… de Guillermón

 
El 24 de Febrero no fue lo que sus organizadores concibieron, ni lo que, hasta último momento, creyeron…
Planificaron encender la Isla con un levantamiento armado general, con lo que debía comenzar una guerra formidable (masiva, civilizada y rápida) que diera al traste con 400 años de coloniaje, y para lo cual se constituyeron juntas o comités revolucionarios provinciales y municipales en prácticamente todo el país.
Sus objetivos eran: captar y enrolar a cuantos hombres y mujeres fueran partidarios de la independencia cubana y estuvieran dispuestos a materializarla con las armas en la mano; allegar armamento, parque y todo tipo de vituallas, organizar las partidas que debían protagonizar –simultáneamente, en toda la geografía nacional- el grito separatista, y esperar el desembarco de los grandes jefes veteranos del mambisado, a quienes esos mismos organizadores tenían la misión de armar, embarcar y poner, con sus pequeñas fuerzas acompañantes, en puntos escogidos por esos adalides militares en las costas de Cuba.
¿La verdad? El saldo de aquellos planes fue frustrante y, en algún que otro lugar, trágico…Veamos si no:
Vuelta Abajo estuvo indiferente; la Habana y Las Villas –por indicación expresa del general Máximo Gómez-, a la espera de la real orden suya, y Camagüey, al margen del compromiso.
Cierto que Matanzas respondió; pero en parte, pues solo cumplieron la palabra empeñada: el comandante Manuel García –cuya alevosa muerte, el propio día 24 de febrero de 1895, determinó a su hermano salir de la revolución con los 200 que les acompañaban-; el grupo de Ibarra, donde el principal complotado, Antonio López Coloma, no garantizó el exagerado número de hombres que él había previsto; de modo que un pequeño núcleo de bisoños alzados, con Juan Gualberto Gómez al frente, fue disuelto, al primer enfrentamiento con el enemigo, el mismo día 24.
Algo más hizo, en Jagüey Grande, el doctor Martín Marrero con sus 39 seguidores  quien logró permanecer en la manigua por nueve fechas, antes de chocar con el enemigo en Aguada de Pasajeros,  donde la partida resultó disgregada, y casi todos sus integrantes, hechos prisioneros.; destino parecido al del habanero Joaquín Pedroso y un reducido grupo de complotados, quienes, en un punto vecino, en Jagüey Chico (Charcones), se levantaron en armas, mas, ante la falta de adhesión, escasez de armas y municiones, así como también por la persecución tenaz del adversario, capitularon.
¿La verdad?, repetimos:
Sólo Oriente respondió aquel memorable día, y quiérase reconocer, o no, no sólo por el honor de los hombres y mujeres comprometidos para pronunciarse en la jornada, sino por las diligencias, el tipo organizativo y la autoridad moral y militar de varios líderes revolucionarios, dentro y fuera de la Isla; pero, sobre todo, por la labor del mayor general Guillermón Moncada.
Ante los juicios que omiten su crucial liderazgo en aquella gesta gloriosa, forzoso es repetir la demanda: “Al César lo que es del César, y a Guillermón, lo… de Guilermón”…
Y recordar, primero, que el general Moncada comandó en la ciudad de Santiago de Cuba, en toda la zona de El Cobre y en Guantánamo, las relevantes conspiraciones de 1893 –por la que sufrió destructiva prisión en el cuartel que hoy lleva su nombre- y de octubre de 1894; que, segundo, fue el quien estructuró el movimiento en el citado territorio -y más allá- para el pronunciamiento armado del 24 de Febrero, a través de varias reuniones sucesivas (entre diciembre del 94 y el propio febrero del 95) presididas por él, y a las cuales concurrieron veteranos separatistas del calibre de: Quintín Banderas, Alfonso Goulet –vinculo directo de otros, como Martín Torres y Víctor Ramos-, Victoriano Garzón, Joaquín Planas y Tomás Padró, así como los entonces civiles: Diego y Rafael Palacios Messa, Francisco Sánchez Hechavarría y Mariano Sánchez Vaillant, con frecuentes contactos con Rafael Portuondo Tamayo –presidente de la Junta Revolucionaria, que respondía al Partido Revolucionario Cubano- y los hermanos Demetrio y Joaquín Castillo Duany, representantes del general Maceo en Santiago de Cuba.
A través de aquellas juntas clandestinas llevadas a cabo en las casas de Moisés Sariol, de Justo Izaguirre y la propia de Guillermón, y por medio de sus comisionados a Guantánamo, ante Pedro Agustín Pérez; los Sartorio y José Miró, en Holguín; Ambrosio Garcés y (tras la muerte de este) Urbina y Saturnino Lora, en Baire; Fernando Cutido Zamora (Manana), en Jiguaní; Bartolomé Masó, en Manzanillo; Francisco Varona y los Capote Sosa, en Las Tunas, e, incluso, ante Joaquín Castillo López, en Chambas, actual Ciego de Ávila.
Con sus muchas glorias pasadas, ganó la confianza de todos esos líderes de que el alzamiento sería exitoso; con su mando, cohesionó a todos los participantes; con su experiencia, tejió los hilos de una conspiración difícil, en medio de un enemigo advertido y vigilante; con su tino y sangre fría, salvó de la prisión o la muerte a las principales cabezas de aquel complot revolucionario, antes de que las autoridades españolas se lanzasen sobre ellas, y con su ejemplo –el de un hombre con una tuberculosis en estadío terminal- acicateó el honor de todos los comprometidos con aquella cita, y tuvo así, la respuesta positiva de aquellos alzamientos:
En La Confianza, con Periquito, pero igual en ocho zonas guantanameras; en Bayate, con Masó, y también varios puntos manzanilleros; en Platanillo, Las Tunas, con los Capote Sosa; de los más de 300 –para algunos más de 400-, en Baire, con Lora y  Florencio Salcedo; con Garzón y sus 14, Quintín y sus 4, los Camacho (El Negro y Bernardo, el blanco), La ‘O y Marcos   , con sus respectivos grupos, en San Luis, y los 513 hombres de Goulet, Portuondo Tamayo, Planas, los Ducasse, Martín Torres y Victor Ramos, en El Cobre.
De que fue el jefe verdadero de aquella gloriosa gesta, lo dice esta anécdota del general Masó. En efecto, cuando Juan Tranquilino Letapier, enviado de Juan Gualberto Gómez, fue a trasmitir a Masó la orden de alzamiento, éste, sin escucharlo siquiera, le dijo: “Comuníqueselo, primero, al general Moncada, y vuelva por aquí con lo que él ordene.”, y a los intentos de réplica de Letapier, estas fueron las conclusivas palabras del bayardo manzanillero: “El general Moncada es el superior jerárquico, ningún subalterno tiene derecho a arrogarse una decisión, ni discutir una orden; le reitero: vaya a ver al General y vuelva aquí con lo que él ordene”.
Alzado él mismo en Tumba Siete, antes del día 24, tras escapar –gracias a una estratagema- de las garras del jefe local de policía-, su presencia en la manigua, ya moribundo, fue señal de una determinación heroica e inclaudicable, a la que hoy y siempre debiéramos rendir homenaje, junto al que debemos a nuestros grandes padres nacionales: José Martí, Máximo Gómez, Antonio Maceo y todos aquellos destacados en estas líneas, entre otros grandes protagonistas de nuestra independencia.

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