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jueves, 23 de enero de 2014

Lo que la Invasión aún exige decir…



Pudo haber propiciado el Ayacucho cubano




Tal vez, el término levante sospecha de exageración, pero la Campaña de la Invasión a Occidente –comprendidas la marcha y las acciones en el extremo oeste de la Isla de Cuba- sufrió por incredulidad y por el torpedeo dentro de campo mambí casi tanto como por la oposición armada de las fuerzas coloniales…




Quizás fuese por adopción de las convicciones españolas en tal asunto, puesto que, para el mando ibérico en su posesión  antillana –y probablemente, también, para las principales autoridades militares en la Metrópoli- una invasión insurrecta desde el oriente cubano hasta el extremo occidental del país, era un verdadero imposible

En efecto, para las autoridades militares colonialistas, era una quimera mambisa concebir el cruce de notables fuerzas insurrectas por la llana y extensa geografía de sabana que mediaba entre la otrora provincia de Santiago de Cuba y el extremo oeste de la del Camagüey; cubierta, además, por nutrida y bien pertrechada soldadesca, a cuyo frente estaban muchos de sus mejores jefes; defensa rematada por el imponente valladar de la trocha de Júcaro a Morón; es decir, de sur a norte de esa última demarcación: un conjunto de fosos, alambradas y fuertes, defendido por otros miles de hombres; de modo que si pensarlo era un “sueño irrealizable”; intentarlo no era menos que un “suicidio”…
También, entre no pocos jefes cubanos rebeldes, invadir las zonas cubanas de Vuelta Abajo (Matanzas, la Habana y Pinar del Río) no pasaba de ser una “utopía”, que era tanto como decir: una absoluta locura.
Por ejemplo, para el mayor general Bartolomé Masó Márquez, jefe del 2. Cuerpo del Ejército Libertador:
 “La idea de llegar no a Pinar del Río, sino a la Habana, desde la Sierra Maestra, es ilusoria. ¿Qué hombres harían la jornada de infantería?, ¿con qué caballos?, ¿dónde se aprovisionaría ese Ejército? En caso de una derrota, ¿adónde se retirarían a reponerse? [Además] En los llanos no hay emboscadas, tiroteos ni pequeños fuegos, hay que presentar batallas. Eso en cuanto a nuestro Ejército.
“En cambio el enemigo tiene ventajas mayores y mejores comunicaciones por mar y tierra, muchos caminos, carreteras, muchos poblados fortificados, cruzados de ferrocarriles de vía[s] ancha y estrecha […]”
Y concluía Masó:
 “¿Cómo sacar 1 400 hombres con 15 000 tiros, a 10 tiros por soldado para recorrer 424 leguas, la mitad de sabanas, por entre 42 aguerridos Generales españoles seguidos de 110 000 soldados bien vestidos, bien comidos, mejor municionados, y con ellos a la más escogida oficialidad?”
Razonamiento aparentemente muy apegado a la lógica, que no tuvo en cuenta, sin embargo, otras premisas muy valederas; razonamiento, en fin, que dio pábulo, además, a un evidente resentimiento del ilustre manzanillero, por no haber sido electo primer presidente de la República de Cuba en Armas (1895), de lo que culpaba –injustamente, a todas luces- al general Antonio Maceo, y que –peor aún- se conjugó con otras tendencias del propio campo rebelde, y dieron lugar a una hostilidad manifiesta contra la Invasión, la cual se puede compendiar así:
Por parte de la Jefatura del 2. Cuerpo: obstáculos, sin tapujos, al cumplimiento de las órdenes del General en Jefe y del Lugarteniente General sobre el cupo en hombres (unos 1 200), caballos, armamentos y parques que debía aportar el 2. Cuerpo a la expedición a occidente; probada incitación a la deserción de los integrantes de las fuerzas de los coroneles Francisco Estrada y Juan Massó Parra, quienes decidieron integrar la gran marcha de Maceo;  contemporización –o, en el mejor caso, indiferencia- ante la promoción de un personaje, otrora mambí, a la pacificación en el territorio de dicha entidad.
Por parte del presidente del Consejo de Gobierno -por celos políticos, esencialmente-: socavamiento del mando sustituto del Departamento Oriental (el general José Maceo por el general Antonio Maceo), previamente convenido entre el General en Jefe, el Lugarteniente General y el propio presidente Salvador Cisneros Betancourt, que fue comunicado debidamente de la decisión castrense; disolución de los contingentes de ayuda del general José a los invasores en Pinar del Río, y otras acciones que llegaron desde la distracción de las fuerzas operativas del Departamento Oriental, como escoltas y otras simplezas, reuniones injustificadas, desconocimiento de José, intrusiones absurdas en las operaciones militares e intentos desnudos de imponer cualquier suplente a las fuerzas orientales, y la distribución abusiva de las expediciones (hombres y medios llegados del exterior), con olvido –según muchas luces, intencionado- de las fuerzas invasoras en occidente, a pesar de que estaban llevando el peso principal de la guerra y de que –¡vaya ironía!- el arquitecto principal del financiamiento de esa ayuda fue el general Antonio Maceo con su Departamento de Hacienda, durante su mando en Oriente.
Olvido –vale decir- que compartió, en parte, la representación del mambisado en el exterior, que no supo dirigir las expediciones hacia donde Maceo y Gómez.
No es difícil señalar las consecuencias de tales procederes con respecto a la Invasión; es decir, por culpa de Masó, el general Maceo perdió varios días en la espera del contingente que debía aportar dicho cuerpo rebelde, con lo que pudo el capitán general español Arsenio Martínez Campos movilizar decenas de miles de hombres hacia el centro de la Isla para tratar de impedir el paso de los invasores a Occidente, que hubiera sido casi expedito, si no se hubiese perdido todo ese tiempo. Igual, Maceo y Gómez se vieron imposibilitados de contar con casi mil combatientes fogueados más en su llegada a Las Villas, y en los grandes combates iniciales que allí enfrentaron; así como también, a su vez, distracción de gran parte de las fuerzas de Manzanillo y Bayamo, que no pudieron imprimir –especialmente en las primeras, después de la partida de Maceo a Vuelta Abajo- el ritmo que necesitaba la campaña, para inmovilizar a las fuerzas españolas.
Las grandes culpas que se pueden achacar al Consejo de Gobierno, pasan por: sacar –o pretender sacarle- cuadros militares del 1. Cuerpo para convertirlos en funcionarios civiles; impedir el paso a occidente de dos contingentes organizados por el general José Maceo Grajales; evitar al general Mayía Rodríguez  cumplir la orden de marchar a Vuelta Abajo con 200 hombres, a ocupar su puesto allí; hacerle la guerra al General José, por prevenciones acerca de la influencia de los Maceo en la Revolución, lo que debilitó la capacidad combativa de dicho cuerpo, y por dejar abandonando a su suerte al General Maceo, quien así se refiere sobre el asunto:
“Parece que ni el Delegado ni el Gobierno han tenido en cuenta la importancia de la invasión para favorecerme a tiempo, pero sí lo han hecho con los hijos mimados de la fortuna, con los cuales siguen los privilegios y desaciertos preparando disgustos”,
 pues a ellos llegaron las más y mayores expediciones de auxilios desde el exterior.
Eso lo decía a su ex jefe de Despacho y amigo, coronel Federico Pérez Carbó; en tanto que al mayor general Mayía Rodríguez aclaraba, en tono acusatorio:
 “A no ser [por] tanto valor, abnegación y pericias demostrados por cada hombre de las fuerzas de este Departamento [Occidental], la Revolución hubiera fracasado aquí, mientras que los señores del Gobierno veían desde la barrera, con impasible indiferencia, el sacrificio que hacía este ejército sin socorro, y sin otro auxilio que su propio esfuerzo […]”
A pesar de los malos vaticinios y de los torpedeos, iniciales y posteriores, sufridos, el 22 de enero de 1896, las fuerzas del Héroe de Baraguá izaron la enseña nacional en Mantua, en los límites occidentales del país, y dieron testimonio de la portentosa hazaña en acta inolvidable, con lo cual destrozaron totalmente esos conceptos arrogantes y pesimistas.
Así, el gigantesco esfuerzo mambí se coronó con el éxito total, lo cual implicó vencer, resumido en cifras-: 424 leguas (unos 1 700 km) recorridas, 78 jornadas, durante 90 días de expedición y de bregar; con 27 combates sostenidos y 22 pueblos ocupados, con un botín global de 1 120 fusiles y 82 000 cartuchos tomados al enemigo; dígitos que dirían más si se acompañaran con lo que significó, primero, el haber destruido, en gran medida, el emporio económico que sostenía gran parte de la economía española, con la cual sufragaba la propia guerra colonial contra los cubanos; el haber incorporado a varios miles de compatriotas a la lucha insurreccional y, tercero, haber movilizado hacia el occidente de Cuba a miles y miles de soldados  para hacer frente, precisamente, a la expansión de la rebeldía nacional.
El mundo se impresionó.
“El plan más audaz de la centuria”, fue el calificativo del norteamericano Clarence King, en la Revista Militar de Bruselas. Por su parte, el líder autonomista cubano, Eliseo Giberga Galí, dio el título de “grandes estadistas” para Gómez y Maceo, por esa obra colosal. El presbítero tico Bobadilla dijo, a su vez: “Si Costa Rica tuviera dos generales como Gómez y Maceo, podría enorgullecerse de ser una de las principales del mundo”.
No menor fue el elogio del sabio español Pi y Margall, al hablar de
“[…] la atrevida expedición que del extremo Oriente al extremo de Occidente, hizo Maceo, pasando entre fortaleza y columnas españolas sin más pérdidas que las de 200 hombres”. 
Pero ninguna consideración fue más espontánea, más sincera y reveladora que, la del entonces presidente español, Antonio Cánovas del Castillo, cuando dijo a los nuevos diputados y senadores de las Cortes españolas: “¡Qué tristeza!. Hemos asistido a la despedida inicial de la soberanía española en Cuba.”
No cabe duda, así hubiera sido: de no haber afrontado tantos obstáculos absurdos por la miopía política responsable, la Invasión a Occidente hubiera dado –tal cual lo previeron los generales Gómez y Maceo- el Ayacucho cubano, y otra, hoy, sería la historia posterior de nuestra patria…



        



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