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domingo, 20 de noviembre de 2016

José Marcelino Maceo Grajales en tres tiempos (Final)



José ante el enemigo y la hostilidad de los propios



No hubo vida tranquila para el general José Marcelino Maceo Grajales; ni en los días de rudas labores agrícolas y fechas rumbosas de su primera juventud, ni, menos aún, desde que debutó como revolucionario en septiembre-octubre de 1868…
No la hubo, tampoco, tras su segunda y definitiva fuga de la prisión del Castillo de Mola (o de la Mola) hacia Tánger (Argelia), el 22 de octubre de 1884, que lo llevó a Francia y, en noviembre de ese propio año, a los Estados Unidos, donde su hermano, el general Antonio Maceo Grajales, y el general Máximo Gómez, como figura principal del movimiento, pocos días atrás, fundaron en Key West la secreta Convención Cubana, a fin de promover el apoyo a su proyecto revolucionario, y, luego, desde Nueva York, dieron curso a lo que, en el ámbito de la emigración anticolonial cubana, se denominó Plan Gómez-Maceo.
Fue directo: de la prisión extremadamente dura en España, a la conspiración por la libertad de Cuba, tan pronto pisó la llamada Gran Manzana, en noviembre del mismo año 84, como si fuera el llamado del destino.

Así pues, cuando llegó a Jamaica, un mes después, para estrecharse con su madre y otros hermanos, iba ya como iniciado en dicho plan, y como uno de sus líderes principales, lo mismo en las tareas organizativas en Kingston que en los acarreos de una ideada expedición armada a Cuba, junto al ya también brigadier Emiliano Crombet y otros revolucionarios, en 1885.
Hombre de temperamento muy activo y pasional, José sufrió como pocos el fracaso del Plan Gómez-Maceo, en 1886 y, por mandato de las exigencias elementales de la vida y siguiendo la ruta de su entrañable hermano mayor, se fue con este al febril Bas Obispo (Panamá), a construir casas para los trabajadores que, por entonces iniciaban la construcción del célebre canal interoceánico, y de la que ambos fueron, de esta suerte, pioneros…
A la lucha por sobrevivir a la hostil naturaleza del lugar y al esfuerzo por salir adelante en lo material, agregaron el obligado componente de su cuota por  Cuba, ligándose, por entonces (1887-1888) a la Sociedad Patriótica Hispano-Antillana, fundada en aquel país con jóvenes paisanos, como los doctores José Álvarez y Tomás Padró Sánchez-Griñán, y el periodista Pablo Jústiz.
Cuando Maceo elaboró y desarrolló su plan insurreccional de 1890, conocido como La Paz del Manganeso, José, ahora en Jamaica, estuvo entre los principales protagonistas que, desde el exterior, debían accionar cuando estallase la revolución en Cuba.
Para 1891, fue parte del plan de su hermano Antonio que estableció una colonia agrícola cubana en Costa Rica –ubicada en la localidad de Nicoya-, detrás de la cual no solo estaba el aporte económico a dicha nación y el sustento de decenas de familias de revolucionarios cubanos, sino la concentración de un buen núcleo de estos, con el fin de invadir la Isla patria, tan pronto se diera la oportunidad, por la cual no cesaban de laborar…
En ese año, ya en medio del fatigoso laboreo en su incipiente parcela, sufrió la dura pérdida de su mujer, Cecilia López, su compañera de buena parte de la Guerra del 68, de toda la Guerra Chiquita, de las prisiones en España y de sus fugas de 1882 y de 1884. Dos años despues, la muerte de su madre, la inmensa matrona cubana: Mariana Grajales Cuello.
El dolor por estos enormes quebrantos solo acrecientan su determinación en el compromiso con la Patria; de tal manera que, junto a la esteva del arado, lleva en su hombro, o en su mente, el Winchester con el que tantas glorias cosechara, a la espera de la nueva epopeya revolucionaria que vendría y que, al cabo, estalló en la provincia de Santiago de Cuba (Oriente), el 24 de febrero de 1895.
Fue la ocasión para sus nuevos desafíos y, como respuesta, para sus nuevas hazañas…
En efecto, 8 meses y 11 días después de haber contraído en Costa Rica sus primeras nupcias oficiales, con la joven Elena Núñez -jamaicana de origen cubano, radicada allá en tierra tica-, casi de luna de miel, esperando el primer hijo de la pareja, tomó su lugar en la expedición de la goleta El Honor, que prácticamente los lanzó a la costa baracoana, cerca de Duaba, el 1 de abril de ese año 95.
Diez primeros días de efímeras refriegas y de peregrino coqueteo con la suerte; proezas de sobrevivencia, no exenta de timbre de gloria, cuya máxima expresión vive José el 11 de abril, en Loma de Palmarito -donde mismo cayó heroicamente el general Flor Crombet.
Subían los cubanos la señalada loma; iba José a vanguardia del pequeño grupo –uno de los cuatro en que se dividieron los 22 expedicionarios llegados con Flor y los Maceo-, cuando se percata de que por el frente de la estrecha senda ascendía a su encuentro una fuerza enemiga. Era uno de esos momentos en que no cabe pensar, sino de apelar al instinto, y así lo hizo José: su sentido guerrillero lo llevó a disparar un tiro, a modo de advertir a sus compañeros de atrás y, con resolución bragada sin cuento, se lanzó al precipicio…
La atlética anatomía de aquel guerrero cuarentón recibió la golpiza de las ramas de arbustos, de restos de maderos y alguna que otra piedra en aquel agreste piso en que José cayó. Solo la fortuna –la mano de Dios, podría decirse- le salvó de la muerte, limitando el daño a contusiones, leves dislocaciones, raspones ardientes, la ropa hecha harapos y posteriores crisis de ciatalgia.
Este suceso, y los 10 días posteriores de dolores, hambre y vagar en soledad -hasta que hombres del teniente coronel Prudencio Martínez Hechavarría lo rescataron- fueron inmortalizados por el eco de la manigua insurrecta y, especialmente, por un escrito que al respecto hizo el general Máximo Gómez bajo el título de “La Odisea del general José”.
Sin reparar mucho en su estado físico personal, el ya mayor general José Maceo Grajales no se dio descanso: reorganizó la fuerza del coronel Pedro Agustín Pérez (Periquito) y los 110 de refuerzo del coronel Victoriano Garzón, y, de inmediato, sabedor de que más de 600 enemigos, al mando del teniente coronel Joaquín Bosch, intentaban interceptar al general Máximo Gómez, al Delegado José Martí y al pequeño grupo que los acompañaba, se lanzó a chocar antes con aquellas, a las cuales topó y derrotó el 25 de abril de ese 1895, en Arroyo Hondo, sitio de la geografía guantanamera: su primera gran victoria militar en la nueva guerra, con más de 40 muertos y 63 heridos causados a los españoles; contra 4 muertos y 76 heridos cubanos.
El 7 de mayo, junto a su hermano, el general Antonio Maceo, tomó por asalto los poblados de El Cristo y Dos Bocas; seis días después, fue de las piezas claves en la victoria de Antonio en Jobito, frente al mismo teniente coronel Joaquín Bosch.
Allí, precisamente, hizo el general José dos de las suyas: una cuando, en un receso del prolongado combate (duró 7 horas, en total), que para él era cosa de aburrimiento, miraba con sus anteojos que algunos soldados españoles iban a la orilla del río que corría en ese punto, a buscar agua. Decidió José entretenerse…cazando españoles, y adelantándose hasta la orilla opuesta, acompañado de uno de sus asistentes, más conocido por El Brujito.
Bajaba un militar español, y José, con su endiablada puntería, lo derribaba, y entonces mandaba a su asistente a recoger el fusil, la canana y cuanto pudiera. Así lo hizo varias veces, hasta que, un jefe español, apercibido de que algo “raro” pasaba, envió un piquete de 4 soldados, quienes descubrieron al Conguito y se dispusieron a capturarlo.
Desde su envidiable posición, José dio baja a dos de los españoles y, tomando su caballo, que estuvo todo el tiempo a su lado, se lanzó a la ribera opuesta de la corriente, echando plomo a diestra y siniestra con su Winchester; llegó al asustado Conguito, lo alzó por un brazo y lo puso en anca sobre su cabalgadura, y volvió al campamento, a donde el general Antonio lo puso en pabellón por esa aventura bizarra en extremo, pero imprudente.
Reanudadas las acciones bélicas, a poco de este episodio, la puja se recrudeció y Antonio reclamó la presencia de José en su puesto; aquel, con una maniobra excelente del coronel Alfonso Goulet, que simuló una retirada y emboscó a los españoles, dio un giro al combate favorable a los cubanos. José lo decidió, finalmente, matando de un disparo al teniente coronel Bosch, tras lo cual, los españoles tocaron retirada,
Con este nuevo laurel, salió el General Antonio a cumplir al norte de la provincia de Oriente, parte de su primera campaña, y dejó al General José en Oriente sur, no sin antes organizarle la entonces llamada Primera División del Ejército Libertador, de que este fue su primer jefe.
Corría el mes de junio de 1895, y José, acompañado de una veintena de hombres, jefes, ayudantes de su Estado Mayor y algunos escoltas, llegó a la cima de una loma, en las afueras de la cabecera de Guantánamo. Como si mirara el caserío, pero cacheando de reojo a quienes le rodeaban, dijo al coronel Tomás Padró: “¿Qué tú crees, si entramos en el pueblo?”, y, sin esperar la respuesta, se lanzó al galope hacia la entrada de la población, guardada por dos morrillos, uno a cada lado del camino, de cuyo fuego hizo caso omiso…No pararon hasta el parque central, donde –entre cierre de puertas y ventanas-, con caballo y todo, varios, con José al frente, penetraron en un café; este pidió una bebida refrescante; con absoluta calma, la consumió; la pagó y, acto seguido, volvió hacia la salida de la población entre el fuego de las dos postas referidas, el susto de los pobladores, y con la única lamentación –si cabe el término- de un herido leve.
Después de la entrada a Guantánamo; exactamente en julio, sostuvo 4 breves combates contra las fuerzas colonialistas, en Casa Soto, El Desierto, La Galleta y Santa Rita de Burenes.
Pero la odisea de la loma de Palmarito le pasa cuenta: se tiene que retirar a La Pimienta, aquejado de una crisis de ciática, que le imposibilitaba montar a caballo y aun hacer mediana caminata. Le acompañan solo su escolta y parte de su Estado Mayor: casi 30 hombres.
Un desertor delató a los jefes españoles en Guantánamo la situación del General José, enfermo y casi solo. Se lanzaron centenares –se dice que hasta 1 200 de infantería, caballería y guerrilleros del Guaso y de Yateras, bajo el mando del coronel Francisco de Borjas Canellas.
Fue un lance harto difícil para el mayor general José Marcelino Maceo Grajales y el pequeño grupo de bizarros mambises que le acompañaban en el desigual combate.
Por fortuna, su hermano y jefe, el General Antonio, se hallaba en la loma de El Escandel, no lejos del iniciado combate, y ya había recibido aviso de José.
Fue un refuerzo verdaderamente oportuno, que puso a los españoles a la defensiva. En este punto de la acción, los del regimiento Hatuey –parte del socorro llegado- tomaron las piezas de artillería del adversario, sitas en Sao del Indio (de ahí el nombre del famoso combate) e intentaron sacarlas hacia la zona fuerte de los insurrectos, pero, en medio de tal esfuerzo, Canellas contraatacó el lugar, y puso en gran aprieto a los cubanos.
De todo eso se percató José, quien envió fuerzas para desalojar a los españoles, y logró restablecer la situación, aunque la pendencia se mantuvo con mucho vigor. Las fuerzas colonialistas casi sitiadas en la escarpada posición de La Pimienta-Sao del Indio; los criollos hostigándolas todo el tiempo.
Buscando definir pronto la acción, el General Antonio ideó una maniobra de falso repliegue, justo por el sitio donde juzgó que el enemigo intentaría romper el cerco, pues era donde más débil estaban los rebeldes. Pero allí mandó a profundizar fosos y trincheras naturales, que los hermanos ingenieros Pedro y Eugenio Aguilera Kindelán (los hijos del patriarca Francisco Vicente Aguilera) sembraron de dinamita e hicieron explotar, en el instante preciso en que el grueso de los contrarios rompía por allí para tratar de escapar del asedio.
Decenas de muertos y heridos dejados en el campo de batalla fue el saldo de la refriega para las tropas del coronel Canellas, quien llegó a Guantánamo derrotado y herido leve, por lo cual fue –irónicamente- ascendido a brigadier.
Los españoles no escarmentaron, y el 5 de octubre volvieron a atacar el campamento de un pequeño destacamento mambí. Esta vez fue el coronel José Baquero Martínez quien asaltó La Economía o Trucutú. Acudió el general José Maceo en auxilio y se empeñó un reñidísimo combate, en que los españoles fueron rechazados, pese a contar el jefe mambí con pocos hombres de armas.
Concentrados los principales jefes y unidades militares mambisas de Oriente, en Baraguá, junto al Consejo de Gobierno, el 22 de octubre de 1895, se celebró la constitución de la Columna Invasora y su partida a occidente, con Antonio Maceo al frente.
El ya Lugarteniente General del Ejército Libertador hizo un aparte con su amigo Tomás Padró, y pidió a este le relatara la hazañosa entrada de su hermano a la ciudad del Guaso, cuyos detalles escuchó con los ojos chispeantes, a la vez que movía la cabeza lentamente, de lado a lado, como diciendo: “¡Qué locura!”, ¡Que valentía!…
Ese mismo día, quedó investido como jefe del Departamento Oriental el General José,  a quien quedaban subordinados los dos cuerpos insurrectos del territorio. 
Ya al atardecer, Antonio y José se despidieron –sin saber que aquel era un adiós para siempre.

El nombramiento de José, lo supo el Consejo de Gobierno que presidía Salvador Cisneros Betancourt, y calló, sin dar muestras ni de apoyo ni de contrariedad por la decisión adoptada por  el General en Jefe Máximo Gómez y el Lugarteniente General Antonio Maceo, conforme sus atribuciones militares y constitucionales.
Parecía un momento cumbre de la Revolución, de unidad y empuje; pero los celos silenciosos, la ambición política desmedida, la envidia muda y venenosa, también se dieron cita dentro del Poder Ejecutivo de la República de Cuba en Armas; bajas pasiones no extrovertidas bajo aquellos gloriosos mangos, pero que pusieron blanco a sus dardos deletéreos: el general José Maceo.
Ajeno, como siempre a esas veleidades humanas, se dio de lleno José a cumplir el encargo de sus superiores Gómez y Antonio; esto es: emprender operaciones militares suficientes como para distraer toda la fuerza enemiga sobre sí, y dejar más expedito el camino hacia Vuelta Abajo, el oeste de Cuba.
Sin bajar el tono de los tiros, escribió a las autoridades revolucionarias en la emigración solicitándoles el envío de armas y municiones para los invasores y para cumplir su cometido en Oriente: “[…] porque Antonio marchó a las Tunas sin armas presumiblemente, escaso de parque. Necesito dar un buen golpe para resistir las fuerzas que se oponen a la invasión.”
También, ideó formas alternativas para el suministro de vituallas de guerra desde el exterior, y líneas de suministros interiores, fundamentalmente desde la ciudad de Santiago de Cuba, donde orientó crear -y apoyó en su fundación y desarrollo- células clandestinas de apoyo a los insurrectos, que devendrían entidades tan activas como Jóvenes Orientales y el Club Moncada.
En cuanto al accionar bélico, las fuerzas de los dos cuerpos orientales, libraron, en días previos y posteriores a la concentración de Baraguá, las acciones de Los Saltaderos, Las Chivas, Vega Sucia, La Curía (I) Maibío (I) (aquí los cubanos sufrieron 11 bajas, incluidos dos comandantes), Dos Caminos de San Luis, Maffo, Palmarito de Cauto, Ramón de las Yaguas, la Juba (José herido en una pierna), ataque al fuerte de Ventas de Casanova y el notable choque de Managuaco, cerca de Baire, en que los españoles sufrieron unas 60 bajas.
Cuando iba a reunirse con el Consejo de Gobierno –ya empezaba su torpedeo al general José-, sostuvo intenso combate contra los españoles en La Curía (II), el 2 de enero de 1896, que tuvo una saga, en ese propio sitio, cuatro días más tarde (La Curía III) -ambos favorables a los cubanos, pese a la persistencia enemiga.
Para el 11 de febrero, nuevamente previo a una citación del Consejo de Gobierno –al que tiene encima como gran impedimenta-, José se bate contra los españoles, según el diario del general español José Lachambre, desde el 2 al 4 de febrero, desde El Zarzal a Maibío; esto es: a lo largo de 1 km, poco más o menos, río de por medio. Un combate regular, de posición, de los pocos que reportan las crónicas de las guerras cubanas por la independencia, y que el general José libró exitosamente, al conservar intacta su posición y obligar al enemigo a retirarse, pese a los abundantes medios y tropas con que este contaba.
El día 11 de ese mismo mes, mientras parte de sus fuerzas chocaban con los españoles en Pozo de Lajas (El Cobre) –encontronazo que se repetiría 4 fechas más tarde-, el Consejo de Gobierno sustrajo a José y a todos los altos jefes militares mambises de Oriente, primero, para una reunión en Mayarí Arriba, cuyo objetivo era socavar la autoridad del general José, y preparar el anuncio de un cambio en la jefatura del Departamento Oriental.
José Maceo ripostó con certeza tremenda, y allí –al decir de testigos, y como mismo lo detalló en carta al general Máximo Gómez- apostrofó a Salvador Cisneros y su gabinete, por:
1.- Errores cometidos por el gobierno que forzoso es remediar a tiempo, so pena de consecuencias fatales para la Revolución.
2.- Necesidad de deslindar las funciones del gobierno y la de los militares, de modo que deje a los militares iniciativa y libertad de acción, reclamadas para la eficacia de las operaciones.
3.- Que se están empeñando muchos de los hombres de armas para funciones civiles, para librarlos de los sacrificios y peligros, en perjuicio del ejército.
4.- Sustracción de muchos combatientes valiosos para escoltas del gobierno, gobernadores y tenientes gobernadores civiles, administraciones de Hacienda y otras funciones civiles, con lo que se priva al ejército de importante concurso.
5.- Ineptitud del Secretario de la Guerra, general Carlos Roloff.
El Consejo de Gobierno no tuvo en cuenta ninguna de estas observaciones críticas del general José Maceo y, por el contrario, le impuso un súbito ataque a Sagua de Tánamo.
Como que combatir era su gran pasión, el General José aceptó el proyecto, y propuso acometerlo, dos fechas después, el día 13 de febrero; pero el Consejo de Gobierno lo difirió para el 14, factor clave para el saldo de la acción, pues ese día entró una columna de refuerzo a esa población.
Ya en la zona de ataque, José, indicó situar el cañón con que contaba en un punto que los hechos posteriores demostraron era el punto idóneo; por orden de Roloff, se colocó la pieza en otro lugar, desde donde no tuvo ningún efecto práctico.
En fin, el Consejo optó por el plan del general Roloff, y el ataque a Sagua de Tánamo resultó un completo desastre. Sin embargo, el ánimo predispuesto de Salvador Cisneros y su gabinete, sus prejuicios contra José y su secreta resolución de orillar a este a como diera lugar, fueron las razones para que –contra toda lógica- se imputase a José la derrota.
Aún el 28 de marzo de 1896, el Consejo sigue ocupando al general José con una reunión en Canastas (Guantánamo), y obligando a este a designar importante número de combatientes para su custodia.
Sin consultar siquiera al General en Jefe ni al Lugarteniente General, nombró al general Francisco Carrillo (quien desembarcó el 11 de noviembre de 1895 con una expedición, por la costa cercana a la ciudad de Santiago de Cuba) jefe del Departamento Oriental del Ejército Libertador.
El hecho, por supuesto, causa profundo malestar entre las tropas de dicho departamento, no solo porque venía a incorporarse a la guerra 10 meses después de haberse iniciado esta –algo que se tenía muy en cuenta entre los mambises en esa época-, sino –y mucho más importante-  porque, en verdad, no alcanzaba los méritos militares de José, era desconocedor absoluto del territorio y no contaba con ascendencia –autoritas, se dice hoy- sobre las fuerzas de esta porción de la Isla.
A Carrillo, igualmente, el cuerpo ejecutivo le impuso sus planes militares, y lo hizo fracasar y, consecuentemente, renunciar al cargo; historia que vino a ser parecida con la elección posterior del general José María Rodríguez (Mayía), a quien le asignó caprichosamente atacar La Zanja, con fatal saldo.
Y así, molesto por las imposiciones caprichosas del gabinete en el ámbito militar, y percatado de las sombrías intenciones contra el general José Maceo, el general Mayía también renunció como jefe del Departamento Oriental.
Llegó la gran expedición de Rafael Portuondo por Baconao, el 31 de marzo de ese año 96, como 5 días antes llegó Calixto García con la suya, por Maraví (Baracoa), las cuales exigieron del Primer Cuerpo del Ejército Libertador muchos hombres para el alijo de los miles de fusiles, centenares de miles de municiones, cañón de dinamita y otros útiles de guerra; lo que –si bien era de enorme importancia para el curso posterior de la guerra- se tradujo en menos hombres dispuestos para el combate.
El Consejo de Gobierno, tan pronto se enteró de la llegada del mayor general Calixto García Íñiguez a Cuba, contrarió los planes del General en Jefe y del propio García de ubicar a este en la zona central de la Isla, y le nombró jefe del Departamento Oriental, con mando sobre los dos cuerpos orientales y el tercero, de Camagüey; medida que colmó la paciencia del general José Maceo Grajales, quien presentó la renuncia a la jefatura del Primer Cuerpo, que desempeñaba en propiedad. Por su concepción del mérito, no podía aceptar como superior a un jefe que -desde su punto de vista- no había peleado los 4 años finales de la Guerra Grande, se había incorporado a la Guerra Chiquita ya al final, capitulando casi de inmediato y sin gloria, en agosto de 1880; y ahora arribaba 13 meses –y decenas de combates- después de iniciada la contienda de 1895.
A pesar de la turbulencia, entre finales de febrero y mayo de 1896 –meses en que fue despojado tres veces de la jefatura interina del Departamento Oriental del Ejército Libertador, y cuenta aparte del Segundo Cuerpo-, José y los hombres bajo su mando sumaron numerosas acciones combativas; tales como: Ramón de las Yaguas, Dajada, San Prudencio (donde cayó prisionero el comandante libertador Francisco Vega), La Isabelita, cafetal Ampudia, La Seiba, Majaguabo, Manacas y El Cristo, ingenio El Triunfo de Bolaño (excelente victoria de José contra el coronel Eduardo Resca, al que causó –se dice- 115 bajas, por 25 los cubanos, entre ellos los comandantes Antonio Borrero y Alberto Boulé y el capitán Manuel Bergues Pruna, jefe de Despacho del Primer Cuerpo).
Días más tarde, el 6 de mayo, José se anotó otro sonado éxito en Alto de Troncones, Cauto Abajo-Monte Amarillo-Monte Dos Leguas, puntos estos últimos donde causó 68 muertos al enemigo y decenas de heridos, por 12 heridos y 4 muertos, los cubanos, incluido el teniente coronel Diego Palacios Messa entre los primeros.
Justo ese día, escogió por su cuenta a 300 hombres bien armados y con 100 cápsulas per cápita para ir a occidente, a apoyar a su hermano Antonio, a quien el Consejo de Gobierno tiene si socorro, pese a enfrentar dicho general a más de 40 000 adversarios.
A tan notable historial bélico, sumó los choques de Ducureaux (El Caney) Cuabitas, El Cristo, El Caney, Altos de Villalón y Espartillar I y EspartiIIar II, donde hizo 35 bajas a los españoles, comprendidos un teniente coronel y el práctico Toribio Pozo.
Pero siguió renuente a acatar el mando de Calixto, y pedía su salida para el exterior.
El General en Jefe, Máximo Gómez, mandó al Inspector General del Ejército Libertador, el mayor general Serafín Sánchez Valdivia, junto al brigadier Vicente Pujals y a Enrique Loynaz del Castillo a persuadirlo. No pudieron…
No obstante, para la causa Cuba tiene sus últimos planes: un ataque a la ciudad de Santiago de Cuba, cuyo proyecto expuso al general Gómez, en carta del 30 de junio de 1896, dos días después de haberse entrevistado con los tres enviados de este.
Cinco días después, cayó heroicamente en Loma del Gato, cuando 10, 15, 20 pasos por delante de la vanguardia de sus fuerzas, fue a buscar y a batir, por enésima vez, al enemigo.


 

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