Una nota de homenaje en el 165 aniversario del
natalicio de José Martí
David Mourlot Matos y Joel Mourlot Mercaderes
Un
capítulo casi desconocido en la vida de nuestro Héroe Nacional
Corrían
los días finales del mes de marzo de 1880, y el presidente del Comité
Revolucionario de Nueva York, general Calixto García y un grupo de seguidores
habían salido de esta ciudad con rumbo a Jamaica, antesala de su previsto
desembarco en Cuba. José Fernández Lamadrid, sustituto del general en el
liderazgo del comité, no pudo asumir el cargo por hallarse enfermo.
De tal
suerte, los restantes directivos nombraron presidente interino al vocal José
Martí, no ha mucho fugado de España, donde estuvo deportado-preso, por conspiración
revolucionaria en La Habana durante 1879.
Activos,
como nunca antes, se vieron por la ciudad, y fuera de ella, todos los
integrantes de aquel comité de emigrados cubanos, pero ninguno, en verdad, con
la energía inagotable y el feraz patriotismo de aquel joven que se tomaba tan
en serio su interinatura.
Nueva
York no basta; se sienten en Philadelphia y otros núcleos de emigrados cubanos,
donde conmovidos los comités revolucionarios locales, a su influjo, se muestra
levantado el sentimiento patrio, o desarbolada la propaganda enemiga que busca
desalentar, o muy estimulada la labor de allegar recursos para los combatientes
por Cuba libre…
Ahora
bien, en ese ambiente y en tal sentido, destacan dos interesantes e importantes
reflexiones de Martí sobre la Guerra Grande y de la nueva contienda que se
libraba entonces; dos declaraciones sorprendentemente lacónicas, cual un parte
militar, y casi desvestidas de la galanura propia del verbo martiano, que nos
vemos forzados a ofrecer sin comentarios ni anotaciones, pues, el reducido
espacio y el deseo de ofrecer la mayor cantidad del texto posible, no lo
permiten.
Así, de
las correspondientes a finales de mayo de 1880, citamos:
“En la Isla de Cuba, el Gobierno español
siguió dos cursos politicos de acción. En los departamentos revolucionarios del
oriente de Cuba mantuvieron un estado de ley marcial. Persiguieron y acosaron a
los patriotas con un vigor implacable. Los líderes del movimiento a los cuales
el Gobierno tenía alguna razón para temer, fueron apresados o misteriosamente
desaparecidos. Entre estos estuvieron [Arcadio] Leite [sic] Vidal, quien fue
asesinado en un vapor de guerra español; Espinosa, quien se embarcó en Nuevitas
para la Habana, a donde nunca llegó; Cosso [¿?], quien fue asesinado en
Camagüey; Betancourt y dieciocho más, que fueron capturados mientras trabajaban
pacíficamente en los campos y [luego] asesinados. Este último crimen ocurrió en
Colón, cerca de la Habana. Además de estos que sufrieron la muerte, muchos han
sido desterrados a España, como son los casos de Silverio del Prado, un anciano
de setenta y cinco años; [Mariano] Domínguez y [Francisco] Guevara. Me alegra
anunciar que todos ellos han efectuado su escape desde las costas españolas.
“En la parte
occidental de la Isla de Cuba el Gobierno de España ha dado muchas protestas de
amistad a los cubanos, permitiéndoles tomar algunos sorbos tentadores en la
copa de la Libertad, y arrojándoles algunas migajas de justicia, haciendo
promesas que nunca han pretendido cumplir. El Gobierno busca mantener a los
habitantes del Distrito de Oriente en completa ignorancia de sus actos y la
actitud de la parte occidental de la Isla, a fin de ahogar el sentimiento de
rebelión e impedir incorporaciones a las filas de los insurrectos […] La guerra
se detuvo solo para tomar aliento para una nueva lucha. Fueron las divisiones y
riñas personales las que precipitaron la ‘Paz del Zanjón. Estas divisiones
desaparecieron y las verdaderas causas de la guerra permanecieron, aumentadas
por la perfidia del Gobierno español, por la pobreza ocasionada por la guerra,
por la ira de Cuba al verse engañada por España, y por la necesidad que se
tiene de vivir en libertad, una vez que esta se ha probado [...]
La llaman una
revolución de negros, y mire usted que el gobierno provisional está compuesto
todo de blancos [Se refiere al creado, a la salida de Calixto de Nueva York,
presidido por este]. Dicen que nuestro ejército está formado solo de hombres de
color, y aunque es cierto que entre los soldados de los distritos orientales
hay muchos negros valientes y capaces, aun así son superados en número por los
blancos, y en el Departamento de Las Villas solo hay soldados blancos en las
filas de los insurrectos. El Gobierno español dice que nuestros antiguos jefes
todavía se mantienen alejados de nosotros. Pero al contrario, el General García
fue uno de los iniciadores del movimiento de Yara, y continuó la lucha hasta
que, al ser capturado por los españoles intentó quitarse la vida. Todos los
jefes de Las Villas participaron en la primera guerra. [Francisco], Carrillo, [Serafín] Sánchez, [Cecilio] González y [Carlos
Roloff] Roloff [que] están ahora a la cabeza
de sus antiguos soldados. Y aquellos que fueron jefes y no están [ya peleando
en la Isla] están en camino hacia allá, y probablemente lleguen [mucho antes]
de lo que España imagina.
“En este momento
estamos librando una guerra doble”: una en el campo cubano con a… [ininteligible]
la otra aquí entre extrañados en pro…[ de allegar fondos para adquirir] todo tipo de recursos. Tenemos la [exigencia de] trabajar juntos, el uno un
ejército de combatientes, el otro un ejército de auxiliares. En la
[continuación de esta] guerra tenemos que temer los peligros de las
[ininteligible] humanas, [de los] retrocesos y de las rivalidades. Pero no tenemos
miedo de [ininteligible], o de los resultados de la [ininteligible] política o
militar, que causó tantos problemas en la
[pasada] guerra. El General García ha demostrado ya en [ininteligible]
campaña cuán bueno es como estratega. [Le gusta] el enfrentamiento abierto,
favorece las concentraciones de tropas y la agresividad y la actividad
constantes. Ha tenido una amplia oportunidad de planear y meditar durante sus
cinco años de prisión en España. En cuanto a
[ininteligible] el General García tiene un espíritu democrático, y así
lo ha puesto de manifiesto con su Gobierno [Provisional]. El pueblo cubano ya
está acostumbrado al ejercicio de la libertad, y nosotros, los fugitivos, hemos
aprendido su valor por el [ininteligible] sobre de nosotros de esta noble
República de América.”
[…] “ha habido
cubanos aquí que han sido débiles de corazón, y que han temido que el momento
para dar el golpe por la independencia no hubiese llegado aún. Pero están
tomando valor, ahora que nuestra fuerza es evidente, y están viniendo
gustosamente en nuestra ayuda. Si han existido cismas dolorosos en el pasado,
el Comité no ha de recordarlos. Los errores solo deben recordarse para evitar
su repetición. No somos jueces, sino hermanos, y debemos unirnos todos por la
causa gloriosa de la revolución”.
Con
un fin de publicidad y contra la propaganda enemiga, estas palabras martianas,
por momento, reflejan lo cierto de lo que está ocurriendo; a veces, dicen lo
que quieren significar; callan lo que debe ser reservado, o saltan por sobre los
ríspidos e inconvenientes temas, pues –es preciso advertirlo- son reflejo de la
astucia necesaria de un político sagaz, que sabe qué efecto quiere lograr con
cada término empleado en aquel crucial instante: cuando, en la manigua cubana, Calixto
García y sus hombres vivían ya el apremio de la máxima solidaridad posible, y,
en la emigración cubana, se sentía la urgencia de confianza, de aliento y de fe
en la lucha y en el triunfo.
Astucia
de un político hecho, a sus 27 años de edad, cuyas señas se verán acrecidas en
las otras reflexiones que Martí hace al respecto semanas después, y que daremos
a conocer, por este mismo medio, en venidera entrega.
Una nota de homenaje en el 165 aniversario del
natalicio de José Martí
De la febril actividad martiana en el
Comité Revolucionario de Nueva York (II)
David Mourlot Matos y Joel Mourlot Mercaderes
Una semana después de su primera declaración
pública, en calidad de presidente interino de del Comité Revolucionario Cubano
de New York —de las que dimos sucinta cuenta en la edición pasada de este
rotativo—, José Martí sostuvo una reunión en su “cuartel general” en la calle
Broadway, en la tarde del 28 de mayo de 1880. Una sesión larga, en la que —se
dice— sus integrantes discutieron muchos trabajos de vital importancia para la
causa de la independencia cubana.
Terminado el cónclave, Martí —sopesando los
posibles efectos de las especies echadas a rodar por los medios españoles—, hizo
una segunda declaración, en la cual, tras advertir sobre la naturaleza seria y
privada de las actas de la reunión, que le impedía hablar detallada y públicamente
acerca de estas, señaló:
“Diré, sin embargo, que el Comité no ha
terminado aún de preparar el manifiesto destinado al público [norte]americano [y
que él había prometido, en sus declaraciones del 21 de mayo]. Será emitido
después de ciertos eventos importantes que probablemente tendrán lugar dentro de
pocos días”.
Mas, ante los graves sucesos que estaban
aconteciendo en la isla, especialmente en la provincia de Santiago de Cuba, a
raíz del desembarco del general García —y el pavor de un anunciado desembarco
del general Maceo—, el presidente interino del señalado comité adelantó una
grave denuncia contra el poder colonial en Cuba:
“Para mostrar —señala Martí— el efecto que
nuestro accionar ha tenido en España, ofreceré algunos hechos relativos a la
presente actitud del Gobierno español. Las medidas crueles y arbitrarias adoptadas
por las autoridades de Madrid son objeto del comentario general”. Y erigido
vocero y cronista oficial de la Revolución en el exilio, relata:
“Se efectúan arrestos sin evidencia, se
encarcela y se destierra sin siquiera la figura de un juicio. Hace seis meses,
los buques del Gobierno empezaron a llenarse de abogados y jóvenes distinguidos
que habían tomado parte en la primera Revolución, los cuales fueron desterrados
a España simplemente por sospecha. Casi todos los principales ciudadanos de
Santiago de Cuba y de otras poblaciones en la parte oriental de la Isla fueron
apresados, primero en Cuba y luego en España, tras haber sido transportados
como convictos. Como una medida política, casi todos estos patriotas exiliados
fueron liberados. [Pero] Su libertad fue completamente ficticia, pues estaban
bajo la vigilancia constante de la policía, e incluso esta media-libertad solo
les fue permitida durante un corto tiempo. Sabían que en cualquier momento
podrían ser encarcelados nuevamente, y eso fue exactamente lo que sucedió”.
Martí se refiere aquí a la segunda razia
desplegada por el general Camilo de Polavieja y del Castillo, comandante
general del Departamento Oriental de la Isla de Cuba, en mayo de 1880. Esta
redada la inició, primero, por la noticia del desembarco de García, pocos
kilómetros al oeste de la ciudad de Santiago de Cuba, con hombres que
potencialmente podrían revertir la pacificación que el jefe español había conseguido
en gran parte del territorio, haciendo a un lado todos los escrúpulos que un
gobernante debe tener; y en segundo lugar, dado el persistente rumor de que el
general Antonio Maceo había desembarcado o estaba a punto de hacerlo, lo cual
le echaría por tierra toda posibilidad inmediata de hacer presentar a
Guillermón, José y Rafael Maceo, Periquito Pérez, Limbano Sánchez y todas las
partidas que a estos seguían.
El nerviosismo, el miedo, llevó al general
Polavieja a cometer tales desafueros, que llevaron a la prisión del Castillo
del Morro —y de ahí a España u otros puntos de la Isla—, a los hermanos
Joaquín, Eduardo y Manuel Cotilla Miranda, el notario Pedro Secundino Silva,
doctores José Joaquín Navarro Villar (concejal del Ayuntamiento) y Federico Carbonell
Hechavarría, médico municipal; Benigno Corona (padre de los Corona Ferrer),
León Barragán Mármol, Juan Portuondo Estrada, director de escuela municipal,
los veteranos mambises brigadier Emiliano Crombet, coronel Miguel Santa Cruz
Moreno, teniente coronel Agustín Cebreco, comandantes Alfonso Goulet y Santos
Medina y el capitán Pedro Castillo; inclusos el prelado Emilio de los Santos
Fuentes y Betancourt y las señoras Dominga Moncada, madre de Guillermón, y
Dolores Menas de Canalejo, entre otros, hasta llegar a un número superior a 80
personas, blancos, pardos y morenos (según la clasificación de la época);
arbitrariedades que se sumaron a las perpetradas en otros lares por otras altas
autoridades españolas, como bien termina de denunciar Martí:
“La llegada del General García a Cuba, la
constitución del nuevo Gobierno de la Revolución [en realidad este nunca no
llegó a ejercer función], y los primeros hechos de armas que se sucedieron,
causaron tal efecto, que sin esperar el desarrollo de nuevos acontecimientos, y
simplemente por miedo y conjeturas, los exiliados fueron arrojados
inmediatamente a prisión por tercera vez. Esto causó una gran sensación y un sentimiento general de indignación aun
entre los cubanos más tímidos. Vieron que, incluso, la actitud más pacífica de
su parte no los salvaría de la crueldad del gobierno local, aterrado como
estaba [este] por el estallido de la nueva Revolución, y que igual podrían
identificarse con los insurgentes [sin que eso hiciera la diferencia].
“El 2 de mayo, todos los cubanos que estaban
en Cádiz fueron encarcelados. En Madrid, el señor [José] Lacret, quien últimamente ha tenido
amistad con el General español Martínez Campos, fue enviado a Saladero, la
Bastilla de Madrid. Los señores [Dr. Francisco] Mancebo y [Lic. Pedro
Celestino] Salcedo, dos de los ciudadanos más prominentes de Santiago [en
verdad: jefe e integrante del comité revolucionario, respectivamente], fueron
buscados ansiosamente por la policía. Almaguez otro antiguo líder [debe tratarse de Remigio
Almaguer Hidalgo, uno de los iniciadores de la nueva insurrección en Holguín,
el 25 de agosto de 1879, y capitulado semanas después], [Rafael] Gutierrez y
muchos otros han sido también apresados.
“El boletín oficial publicado en Madrid fue
una producción muy curiosa. Fue emitido el 6 de mayo por el Gobierno español,
cuando se conoció el desembarco del General García [hay un anacronismo en esa
información española, pues el desembarco fue el día 7]. Aquí está: ‘El
ministerio ha considerado la conspiración detectada en Cuba. El Gobierno ha
enviado instrucciones por telégrafo al General Blanco [capitán general y
gobernador superior civil de la Isla]; Maceo y García fracasaron en sus
intentos de desembarcar en la Isla.’
“He ahí un ejemplar de la confiabilidad
española”, dijo el señor Martí, con una burlesca sonrisa, para agregar: “Así es
como intentan engañar al pueblo.
“En Guantánamo, una ciudad muy importante de
la parte oriental de la Isla, han encarcelado a todos los cubanos que permanecían
allí y que podían brindar ayuda a los insurgentes. Y el Gobierno español obligó
a todos los españoles en Cuba a tomar las armas. Pero casi todos los españoles
de los Distritos orientales apoyan materialmente a la Revolución. Saben que la
guerra no es contra ellos, sino solamente contra el Gobierno de España. Los
cubanos de Key West tuvieron un festival, que duró tres días, para celebrar la
llegada del General García a Cuba. Toda la ciudad fue decorada con banderas y
hubo procesiones, reuniones públicas, espectáculos privados y el mayor regocijo
y entusiasmo. En New Orleans, también, el incremento del ardor revolucionario
es realmente maravilloso. Los cubanos allí tienen mucho ánimo y muchas ansias
de renovar la lucha. Tienen la fe más inquebrantable en el feliz resultado de
la guerra de liberación. De hecho,” concluye el presidente interino del Comité
Revolucionario de Nueva York, “nuestras perspectivas mejoran cada día.”
Por
supuesto –insistimos-, no hay que asumir lo dicho por Martí en los últimos tres
renglones —tan solo en esas tres líneas— como la verdad de lo que estaba
ocurriendo en la Isla; porque debemos recordar que en estas declaraciones suyas
—además de denunciar los abusos y arbitrariedades que el gobierno colonial en
Cuba estaba cometiendo— pretende contrarrestar la propaganda adversaria, derrotista
y desalentadora, con un esfuerzo de publicidad revolucionaria, que estimulara
la ayuda a quienes quedaban sobre las armas en la manigua redentora…
A
quienes quedaban alzados –enfatizamos-, porque ya, a esa altura, si bien en New
York no conocían las tratativas de presentación de los generales José Maceo y
Guillermón, en el sur de Oriente; así como también las de Limbano y José Prado,
en Baracoa, desde finales de ese mayo de 1880 –sin saber ellos tampoco del
desembarco de Calixto por Aserradero, al suroeste de la Sierra Maestra-, el
Comité sí debió estar bien informado de las presentaciones, desde octubre de
1879, de Belisario Grave de Peralta, Luis de Feria, Ángel Guerra y el ya
mencionado Almaguer; incluso de los hermanos Francisco y Andrés Viro y sus
mayariceros, algo después; y de Emiliano Crombet, con los Cebreco, Higinio
Martínez, Martín Torres González, en las estribaciones de El Cobre, el 5 de
enero de 1880, e incluso, la de Mariano Torres Mora, Víctor Ramos, Rabí y los
Lora, en Guisa-Jiguaní-Baire, y el pequeño brote de los hermanos Capote Sosa,
en Las Tunas.
En
fin, a quienes quedaban levantados en armas, que eran, ni más ni menos que
Calixto, sus expedicionarios y cuatro o cinco incorporados, y los villareños de
Pancho Jiménez, Serafín Sánchez, Emilio Núñez, Maximiliano Ramos y otros
líderes de pequeñas partidas.
A
la luz de los especialistas y demás amantes de nuestra historia patria, no
escapa el valor de estas declaraciones –casi desconocidas, por no decir
inéditas- de José Martí, en calidad de presidente del Comité Revolucionario de
New York, como aporte al compendio de sus datos personales y como fuente de
alta estima de estos aspectos relativos a un tema tan poco -o mal- tratado por
nuestra historiografía general, como es la Guerra Chiquita, de la que algunos
historiadores no han querido ni darse por enterados.
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