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domingo, 4 de febrero de 2018

De la febril actividad martiana en el Comité Revolucionario de Nueva York



Una nota de homenaje en el 165 aniversario del natalicio de José Martí
David Mourlot Matos y Joel Mourlot Mercaderes
Un capítulo casi desconocido en la vida de nuestro Héroe Nacional
 

Corrían los días finales del mes de marzo de 1880, y el presidente del Comité Revolucionario de Nueva York, general Calixto García y un grupo de seguidores habían salido de esta ciudad con rumbo a Jamaica, antesala de su previsto desembarco en Cuba. José Fernández Lamadrid, sustituto del general en el liderazgo del comité, no pudo asumir el cargo por hallarse enfermo.
De tal suerte, los restantes directivos nombraron presidente interino al vocal José Martí, no ha mucho fugado de España, donde estuvo deportado-preso, por conspiración revolucionaria en La Habana durante 1879.



Activos, como nunca antes, se vieron por la ciudad, y fuera de ella, todos los integrantes de aquel comité de emigrados cubanos, pero ninguno, en verdad, con la energía inagotable y el feraz patriotismo de aquel joven que se tomaba tan en serio su interinatura.
Nueva York no basta; se sienten en Philadelphia y otros núcleos de emigrados cubanos, donde conmovidos los comités revolucionarios locales, a su influjo, se muestra levantado el sentimiento patrio, o desarbolada la propaganda enemiga que busca desalentar, o muy estimulada la labor de allegar recursos para los combatientes por Cuba libre…

Ahora bien, en ese ambiente y en tal sentido, destacan dos interesantes e importantes reflexiones de Martí sobre la Guerra Grande y de la nueva contienda que se libraba entonces; dos declaraciones sorprendentemente lacónicas, cual un parte militar, y casi desvestidas de la galanura propia del verbo martiano, que nos vemos forzados a ofrecer sin comentarios ni anotaciones, pues, el reducido espacio y el deseo de ofrecer la mayor cantidad del texto posible, no lo permiten.
Así, de las correspondientes a finales de mayo de 1880, citamos:

 “En la Isla de Cuba, el Gobierno español siguió dos cursos politicos de acción. En los departamentos revolucionarios del oriente de Cuba mantuvieron un estado de ley marcial. Persiguieron y acosaron a los patriotas con un vigor implacable. Los líderes del movimiento a los cuales el Gobierno tenía alguna razón para temer, fueron apresados o misteriosamente desaparecidos. Entre estos estuvieron [Arcadio] Leite [sic] Vidal, quien fue asesinado en un vapor de guerra español; Espinosa, quien se embarcó en Nuevitas para la Habana, a donde nunca llegó; Cosso [¿?], quien fue asesinado en Camagüey; Betancourt y dieciocho más, que fueron capturados mientras trabajaban pacíficamente en los campos y [luego] asesinados. Este último crimen ocurrió en Colón, cerca de la Habana. Además de estos que sufrieron la muerte, muchos han sido desterrados a España, como son los casos de Silverio del Prado, un anciano de setenta y cinco años; [Mariano] Domínguez y [Francisco] Guevara. Me alegra anunciar que todos ellos han efectuado su escape desde las costas españolas.

“En la parte occidental de la Isla de Cuba el Gobierno de España ha dado muchas protestas de amistad a los cubanos, permitiéndoles tomar algunos sorbos tentadores en la copa de la Libertad, y arrojándoles algunas migajas de justicia, haciendo promesas que nunca han pretendido cumplir. El Gobierno busca mantener a los habitantes del Distrito de Oriente en completa ignorancia de sus actos y la actitud de la parte occidental de la Isla, a fin de ahogar el sentimiento de rebelión e impedir incorporaciones a las filas de los insurrectos […] La guerra se detuvo solo para tomar aliento para una nueva lucha. Fueron las divisiones y riñas personales las que precipitaron la ‘Paz del Zanjón. Estas divisiones desaparecieron y las verdaderas causas de la guerra permanecieron, aumentadas por la perfidia del Gobierno español, por la pobreza ocasionada por la guerra, por la ira de Cuba al verse engañada por España, y por la necesidad que se tiene de vivir en libertad, una vez que esta se ha probado [...]

La llaman una revolución de negros, y mire usted que el gobierno provisional está compuesto todo de blancos [Se refiere al creado, a la salida de Calixto de Nueva York, presidido por este]. Dicen que nuestro ejército está formado solo de hombres de color, y aunque es cierto que entre los soldados de los distritos orientales hay muchos negros valientes y capaces, aun así son superados en número por los blancos, y en el Departamento de Las Villas solo hay soldados blancos en las filas de los insurrectos. El Gobierno español dice que nuestros antiguos jefes todavía se mantienen alejados de nosotros. Pero al contrario, el General García fue uno de los iniciadores del movimiento de Yara, y continuó la lucha hasta que, al ser capturado por los españoles intentó quitarse la vida. Todos los jefes de Las Villas participaron en la primera guerra. [Francisco], Carrillo,  [Serafín] Sánchez, [Cecilio] González y [Carlos Roloff] Roloff  [que] están ahora a la cabeza de sus antiguos soldados. Y aquellos que fueron jefes y no están [ya peleando en la Isla] están en camino hacia allá, y probablemente lleguen [mucho antes] de lo que España imagina.
“En este momento estamos librando una guerra doble”: una en el campo cubano con a… [ininteligible] la otra aquí entre extrañados en pro…[ de allegar fondos para adquirir]  todo tipo de recursos. Tenemos la  [exigencia de] trabajar juntos, el uno un ejército de combatientes, el otro un ejército de auxiliares. En la [continuación de esta] guerra tenemos que temer los peligros de las [ininteligible] humanas, [de los] retrocesos y de las rivalidades. Pero no tenemos miedo de [ininteligible], o de los resultados de la [ininteligible] política o militar, que causó tantos problemas en la  [pasada] guerra. El General García ha demostrado ya en [ininteligible] campaña cuán bueno es como estratega. [Le gusta] el enfrentamiento abierto, favorece las concentraciones de tropas y la agresividad y la actividad constantes. Ha tenido una amplia oportunidad de planear y meditar durante sus cinco años de prisión en España. En cuanto a  [ininteligible] el General García tiene un espíritu democrático, y así lo ha puesto de manifiesto con su Gobierno [Provisional]. El pueblo cubano ya está acostumbrado al ejercicio de la libertad, y nosotros, los fugitivos, hemos aprendido su valor por el [ininteligible] sobre de nosotros de esta noble República de América.”

[…] “ha habido cubanos aquí que han sido débiles de corazón, y que han temido que el momento para dar el golpe por la independencia no hubiese llegado aún. Pero están tomando valor, ahora que nuestra fuerza es evidente, y están viniendo gustosamente en nuestra ayuda. Si han existido cismas dolorosos en el pasado, el Comité no ha de recordarlos. Los errores solo deben recordarse para evitar su repetición. No somos jueces, sino hermanos, y debemos unirnos todos por la causa gloriosa de la revolución”.

Con un fin de publicidad y contra la propaganda enemiga, estas palabras martianas, por momento, reflejan lo cierto de lo que está ocurriendo; a veces, dicen lo que quieren significar; callan lo que debe ser reservado, o saltan por sobre los ríspidos e inconvenientes temas, pues –es preciso advertirlo- son reflejo de la astucia necesaria de un político sagaz, que sabe qué efecto quiere lograr con cada término empleado en aquel crucial instante: cuando, en la manigua cubana, Calixto García y sus hombres vivían ya el apremio de la máxima solidaridad posible, y, en la emigración cubana, se sentía la urgencia de confianza, de aliento y de fe en la lucha y en el triunfo.
Astucia de un político hecho, a sus 27 años de edad, cuyas señas se verán acrecidas en las otras reflexiones que Martí hace al respecto semanas después, y que daremos a conocer, por este mismo medio, en venidera entrega.



Una nota de homenaje en el 165 aniversario del natalicio de José Martí
De la febril actividad martiana en el
Comité Revolucionario de Nueva York (II)
David Mourlot Matos y Joel Mourlot Mercaderes
Una semana después de su primera declaración pública, en calidad de presidente interino de del Comité Revolucionario Cubano de New York —de las que dimos sucinta cuenta en la edición pasada de este rotativo—, José Martí sostuvo una reunión en su “cuartel general” en la calle Broadway, en la tarde del 28 de mayo de 1880. Una sesión larga, en la que —se dice— sus integrantes discutieron muchos trabajos de vital importancia para la causa de la independencia cubana.
Terminado el cónclave, Martí —sopesando los posibles efectos de las especies echadas a rodar por los medios españoles—, hizo una segunda declaración, en la cual, tras advertir sobre la naturaleza seria y privada de las actas de la reunión, que le impedía hablar detallada y públicamente acerca de estas, señaló:
“Diré, sin embargo, que el Comité no ha terminado aún de preparar el manifiesto destinado al público [norte]americano [y que él había prometido, en sus declaraciones del 21 de mayo]. Será emitido después de ciertos eventos importantes que probablemente tendrán lugar dentro de pocos días”.
Mas, ante los graves sucesos que estaban aconteciendo en la isla, especialmente en la provincia de Santiago de Cuba, a raíz del desembarco del general García —y el pavor de un anunciado desembarco del general Maceo—, el presidente interino del señalado comité adelantó una grave denuncia contra el poder colonial en Cuba:
“Para mostrar —señala Martí— el efecto que nuestro accionar ha tenido en España, ofreceré algunos hechos relativos a la presente actitud del Gobierno español. Las medidas crueles y arbitrarias adoptadas por las autoridades de Madrid son objeto del comentario general”. Y erigido vocero y cronista oficial de la Revolución en el exilio, relata:
“Se efectúan arrestos sin evidencia, se encarcela y se destierra sin siquiera la figura de un juicio. Hace seis meses, los buques del Gobierno empezaron a llenarse de abogados y jóvenes distinguidos que habían tomado parte en la primera Revolución, los cuales fueron desterrados a España simplemente por sospecha. Casi todos los principales ciudadanos de Santiago de Cuba y de otras poblaciones en la parte oriental de la Isla fueron apresados, primero en Cuba y luego en España, tras haber sido transportados como convictos. Como una medida política, casi todos estos patriotas exiliados fueron liberados. [Pero] Su libertad fue completamente ficticia, pues estaban bajo la vigilancia constante de la policía, e incluso esta media-libertad solo les fue permitida durante un corto tiempo. Sabían que en cualquier momento podrían ser encarcelados nuevamente, y eso fue exactamente lo que sucedió”.
Martí se refiere aquí a la segunda razia desplegada por el general Camilo de Polavieja y del Castillo, comandante general del Departamento Oriental de la Isla de Cuba, en mayo de 1880. Esta redada la inició, primero, por la noticia del desembarco de García, pocos kilómetros al oeste de la ciudad de Santiago de Cuba, con hombres que potencialmente podrían revertir la pacificación que el jefe español había conseguido en gran parte del territorio, haciendo a un lado todos los escrúpulos que un gobernante debe tener; y en segundo lugar, dado el persistente rumor de que el general Antonio Maceo había desembarcado o estaba a punto de hacerlo, lo cual le echaría por tierra toda posibilidad inmediata de hacer presentar a Guillermón, José y Rafael Maceo, Periquito Pérez, Limbano Sánchez y todas las partidas que a estos seguían.
El nerviosismo, el miedo, llevó al general Polavieja a cometer tales desafueros, que llevaron a la prisión del Castillo del Morro —y de ahí a España u otros puntos de la Isla—, a los hermanos Joaquín, Eduardo y Manuel Cotilla Miranda, el notario Pedro Secundino Silva, doctores José Joaquín Navarro Villar (concejal del Ayuntamiento) y Federico Carbonell Hechavarría, médico municipal; Benigno Corona (padre de los Corona Ferrer), León Barragán Mármol, Juan Portuondo Estrada, director de escuela municipal, los veteranos mambises brigadier Emiliano Crombet, coronel Miguel Santa Cruz Moreno, teniente coronel Agustín Cebreco, comandantes Alfonso Goulet y Santos Medina y el capitán Pedro Castillo; inclusos el prelado Emilio de los Santos Fuentes y Betancourt y las señoras Dominga Moncada, madre de Guillermón, y Dolores Menas de Canalejo, entre otros, hasta llegar a un número superior a 80 personas, blancos, pardos y morenos (según la clasificación de la época); arbitrariedades que se sumaron a las perpetradas en otros lares por otras altas autoridades españolas, como bien termina de denunciar Martí:
“La llegada del General García a Cuba, la constitución del nuevo Gobierno de la Revolución [en realidad este nunca no llegó a ejercer función], y los primeros hechos de armas que se sucedieron, causaron tal efecto, que sin esperar el desarrollo de nuevos acontecimientos, y simplemente por miedo y conjeturas, los exiliados fueron arrojados inmediatamente a prisión por tercera vez. Esto causó una gran sensación  y un sentimiento general de indignación aun entre los cubanos más tímidos. Vieron que, incluso, la actitud más pacífica de su parte no los salvaría de la crueldad del gobierno local, aterrado como estaba [este] por el estallido de la nueva Revolución, y que igual podrían identificarse con los insurgentes [sin que eso hiciera la diferencia].
“El 2 de mayo, todos los cubanos que estaban en Cádiz fueron encarcelados. En Madrid, el señor  [José] Lacret, quien últimamente ha tenido amistad con el General español Martínez Campos, fue enviado a Saladero, la Bastilla de Madrid. Los señores [Dr. Francisco] Mancebo y [Lic. Pedro Celestino] Salcedo, dos de los ciudadanos más prominentes de Santiago [en verdad: jefe e integrante del comité revolucionario, respectivamente], fueron buscados ansiosamente por la policía. Almaguez  otro antiguo líder [debe tratarse de Remigio Almaguer Hidalgo, uno de los iniciadores de la nueva insurrección en Holguín, el 25 de agosto de 1879, y capitulado semanas después], [Rafael] Gutierrez y muchos otros han sido también apresados.
“El boletín oficial publicado en Madrid fue una producción muy curiosa. Fue emitido el 6 de mayo por el Gobierno español, cuando se conoció el desembarco del General García [hay un anacronismo en esa información española, pues el desembarco fue el día 7]. Aquí está: ‘El ministerio ha considerado la conspiración detectada en Cuba. El Gobierno ha enviado instrucciones por telégrafo al General Blanco [capitán general y gobernador superior civil de la Isla]; Maceo y García fracasaron en sus intentos de desembarcar en la Isla.’
“He ahí un ejemplar de la confiabilidad española”, dijo el señor Martí, con una burlesca sonrisa, para agregar: “Así es como intentan engañar al pueblo.
“En Guantánamo, una ciudad muy importante de la parte oriental de la Isla, han encarcelado a todos los cubanos que permanecían allí y que podían brindar ayuda a los insurgentes. Y el Gobierno español obligó a todos los españoles en Cuba a tomar las armas. Pero casi todos los españoles de los Distritos orientales apoyan materialmente a la Revolución. Saben que la guerra no es contra ellos, sino solamente contra el Gobierno de España. Los cubanos de Key West tuvieron un festival, que duró tres días, para celebrar la llegada del General García a Cuba. Toda la ciudad fue decorada con banderas y hubo procesiones, reuniones públicas, espectáculos privados y el mayor regocijo y entusiasmo. En New Orleans, también, el incremento del ardor revolucionario es realmente maravilloso. Los cubanos allí tienen mucho ánimo y muchas ansias de renovar la lucha. Tienen la fe más inquebrantable en el feliz resultado de la guerra de liberación. De hecho,” concluye el presidente interino del Comité Revolucionario de Nueva York, “nuestras perspectivas mejoran cada día.”
                                           
Por supuesto –insistimos-, no hay que asumir lo dicho por Martí en los últimos tres renglones —tan solo en esas tres líneas— como la verdad de lo que estaba ocurriendo en la Isla; porque debemos recordar que en estas declaraciones suyas —además de denunciar los abusos y arbitrariedades que el gobierno colonial en Cuba estaba cometiendo— pretende contrarrestar la propaganda adversaria, derrotista y desalentadora, con un esfuerzo de publicidad revolucionaria, que estimulara la ayuda a quienes quedaban sobre las armas en la manigua redentora…

A quienes quedaban alzados –enfatizamos-, porque ya, a esa altura, si bien en New York no conocían las tratativas de presentación de los generales José Maceo y Guillermón, en el sur de Oriente; así como también las de Limbano y José Prado, en Baracoa, desde finales de ese mayo de 1880 –sin saber ellos tampoco del desembarco de Calixto por Aserradero, al suroeste de la Sierra Maestra-, el Comité sí debió estar bien informado de las presentaciones, desde octubre de 1879, de Belisario Grave de Peralta, Luis de Feria, Ángel Guerra y el ya mencionado Almaguer; incluso de los hermanos Francisco y Andrés Viro y sus mayariceros, algo después; y de Emiliano Crombet, con los Cebreco, Higinio Martínez, Martín Torres González, en las estribaciones de El Cobre, el 5 de enero de 1880, e incluso, la de Mariano Torres Mora, Víctor Ramos, Rabí y los Lora, en Guisa-Jiguaní-Baire, y el pequeño brote de los hermanos Capote Sosa, en Las Tunas.

En fin, a quienes quedaban levantados en armas, que eran, ni más ni menos que Calixto, sus expedicionarios y cuatro o cinco incorporados, y los villareños de Pancho Jiménez, Serafín Sánchez, Emilio Núñez, Maximiliano Ramos y otros líderes de pequeñas partidas.

A la luz de los especialistas y demás amantes de nuestra historia patria, no escapa el valor de estas declaraciones –casi desconocidas, por no decir inéditas- de José Martí, en calidad de presidente del Comité Revolucionario de New York, como aporte al compendio de sus datos personales y como fuente de alta estima de estos aspectos relativos a un tema tan poco -o mal- tratado por nuestra historiografía general, como es la Guerra Chiquita, de la que algunos historiadores no han querido ni darse por enterados.

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